Casi un mes después del inicio de la agresión israelí contra Líbano, escribo por última vez desde Damasco cuando estoy a punto de emprender un largo viaje por carretera que debería finalmente llevarme hasta Beirut y lo repaso tras haber llegado finalmente a Hamra, en el centro de la ciudad . En vano fue el […]
Casi un mes después del inicio de la agresión israelí contra Líbano, escribo por última vez desde Damasco cuando estoy a punto de emprender un largo viaje por carretera que debería finalmente llevarme hasta Beirut y lo repaso tras haber llegado finalmente a Hamra, en el centro de la ciudad . En vano fue el intento de llegar desde Jordania y hubo que viajar de vuelta a España, gestionar un visado y conseguir un nuevo billete de avión para poder, finalmente, informar de lo que allí sucede desde la perspectiva del activista que no busca la neutralidad informativa ni mucho menos aprender el ejercicio del periodismo sino divulgar la iniciativa a la que me incorporo en un intento de demostrar que existen alternativas al modo violento en que vemos cómo se desarrolla esta crisis: la intervención civil internacional.
Suena a locura pero no lo es. Hace muchos anos que cada vez que estalla una crisis similar a la que vivimos estos días, grupos de activistas por la paz de todo el mundo tratan de demostrar que sí se puede hacer algo, que está en nuestras manos como ciudadanos, que sí se puede marcar la diferencia, sí se puede actuar hasta mancharse, se trata de pasar de las palabras a los hechos de una vez por todas, de decidirse, de comprender que cada uno de nosotros puede y debe, si quiere, implicarse en la construcción noviolenta de la paz como instrumento de transformación social.
Desde el comienzo de la guerra hemos sido testigos de cómo trataban de organizarse a toda prisa misiones de solidaridad y delegaciones internacionales que, viajando al país, trataban de mostrarle al mundo la necesidad de implicarse en el fin de esta carnicería y al mismo tiempo a los libaneses que no están solos. Estas delegaciones, que han surgido del Grupo de la izquierda del Parlamento Europeo, de los movimientos sociales griegos o de las ONGs italianas, por poner algún ejemplo, son una de las posibles respuestas que desde la «sociedad civil internacional» tratan de articularse ante un conflicto como este, o más concretamente, ante la demostrada incapacidad de la «comunidad internacional oficial» para lograr no sólo que pare la agresión israelí sino también que se hable, de una vez por todas, del reconocimiento de la justicia implícita en las demandas de los pueblos amenazados por Israel como única vía estable y duradera para que la paz comience a dibujarse en Oriente Medio.
Algunas ONG´s, entre las que puedo mencionar a la italiana Un PontePer o a Pax Christi International y lamentablemente no conozco a ninguna española, aunque espero equivocarme y que sea sólo debido a mi ignorancia, ya están canalizando ayuda de emergencia para lo que no puede esperar como agua, alimentos, colchones, medicamentos. En el mejor de los casos consiguen dinero para transferírselo directamente a las iniciativas espontáneas surgidas desde el primer día de la guerra entre la sociedad civil libanesa como el Sanariyeh Relief Center que mantiene en Beirut más de 30 escuelas en las que se atiende a quienes se refugian en la capital tras haber sido desplazados desde el Sur por los bombardeos o la iniciativa Samidoun, un intento de canalizar la información sobre lo que sucede en el país sin pasar por los filtros de la prensa internacional, impulsado por el Colectivo Beirut Development and Cinema.
En todo caso, sea en forma de delegaciones institucionales, ONG´s o dinero, parte de la sociedad civil internacional ha comenzado a moverse hacia el Líbano. No todas las iniciativas pasan por viajar hasta el país y los hay que actúan desde sus hogares, como Amnistía Internacional con las vigilias que organiza en muchas capitales del mundo o el «ayuno por el diálogo» que un grupo de activistas de Nonviolence Internacional mantiene frente al Departamento de Estado de los Estados Unidos en Washington DC liderados por Mubarak Awad, uno de los principales estrategas de la Intifada palestina y que en Barcelona está siendo secundado por otro activista noviolento, Marti Olivilla.
Muchas veces a lo largo de los últimos meses he oído, debatiendo sobre la noviolencia y la construcción del sistema de «intervención civil para las crisis» que, poco a poco comienza a debatirse en Europa, la metáfora que compara una guerra como esta con un incendio. Y se me ha preguntado si yo quería ser bombero o trabajar en la prevención de incendios, entendiendo que no existe casi nada nuevo bajo el sol, que crisis como esta y guerras como la que vemos, se han sucedido y se seguirán sucediendo sin remedio mientras no cambien ciertas cuestiones de fondo que no se solucionan con cortafuegos de emergencia. Es cierto. Una vez que el caos y la destrucción han comenzado, todos nos echamos las manos a la cabeza y nos urge actuar ya ante las imágenes salvajes y tétricas que toda guerra ofrece. Actuamos a la carrera, pegándonos por ser los más rápidos, los más efectivos, los más solidarios, lo más compasivos. Pero nos olvidamos de la estrategia, nos olvidamos del largo plazo, nos olvidamos de la prevención de las crisis, de las intervenciones preparadas con tiempo y que realmente pueden sembrar las semillas de cierto tipo de cambio. El ejército de Israel ha preparado esta guerra desde hace años, Hezbollah también. Nosotros, en cambio, corremos ahora, tomando decisiones precipitadas y sobre la marcha sin comprender como comprender los bandos enfrentados, que para tener éxito hay que marcarse un objetivo y perseguirlo con tesón en el tiempo, diseñando una estrategia y formándose para aplicarla del modo mas efectivo posible.
Así que el grupo de activistas civiles internacionales que se encuentra en Beirut o está desplazándose hasta el Líbano estos días tratará de mostrar a lo largo de las próximas semanas que hay gente obstinadamente empeñada en convencerse a sí misma y convencer a los demás de que otro mundo sí es posible, de que las alternativas a la solución armada de los conflictos existen y están esbozadas desde hace tiempo, que la sociedad civil internacional tiene un papel que jugar más allá de los tradicionales lamentos ante el televisor y que ese papel puede desempeñarse sin más impedimento que la voluntad. No sé si tenemos clara cuál debe ser nuestra estrategia, en todo caso conocemos el instrumento: la lucha noviolenta, y trataremos de no alargarnos demasiado en el debate sobre nuestras acciones para que puedan resultar efectivas dentro de la modestia y limitación que implica que no alcancemos ni al medio centenar. Pocos pero dispuestos y convencidos.
A través de múltiples ejemplos de intervención civil internacional como Las «Brigadas Internacionales de Paz» en América Latina, el equipo de Nonviolent PeaceForce en Sri Lanka o el ISM (Internacional Solidarity Movement) en Palestina) hemos comprendido que los civiles no sólo deben, sino que además pueden asumir un papel de vital importancia en la construcción de la paz a través de la noviolencia como instrumento de transformación social. La noviolencia no tiene nada que ver con la pasividad ni con la sumisión. No se limita a la reacción defensiva de quien no puede comportarse de otro modo sino que pretende ser constructiva. No evita el conflicto sino que a veces lo crea para llamar la atención sobre una situación abiertamente injusta, y asume que debe ser aplicada con valor en contextos violentos y de alto riesgo. Una de las armas más eficaces de la noviolencia es el convencimiento, la legitimidad que da asumir los riesgos de defender aquello en lo que se cree hasta las últimas consecuencias y no sólo en cómodas tertulias regada con buenos alcoholes. Gandhi lideró la independencia de su pueblo a través de la noviolencia, los derechos civiles de los negros norteamericanos fueron recuperados a través de la noviolencia, los jóvenes serbios se opusieron a Milosevic con las mismas armas, y las Madres de la Plaza Mayo fueron reprimidas y desaparecidas mientras se manifestaban de manera noviolenta. Ghaffar, Khan y sus camisas rojas la aplicaron desde el Islam en el territorio que hoy conocemos como Afganistán por poner un ejemplo musulmán. Hay ejemplos sin límite de contextos y casos en los que la noviolencia ha sido aplicada con éxito, otros en los que ha finalizado en un baño de sangre, como sucedió en Tiananmen en 1989. Y cada día, lamentablemente, tenemos una nueva oportunidad para aplicarla en la emergencia cuando no hemos sabido capaces de utilizarla para prevenir la violencia como en el caso del Líbano.
Escuchamos indignadas reacciones por parte de la «comunidad internacional oficial» ante el comportamiento de los bandos enfrentados: casi desde el primer día, los líderes mundiales, han exigido unánimemente, tanto a Israel como a Hezbollah, el «cese de hostilidades». No se cansan de repetir una y otra y vez que la violencia debe terminar inmediatamente, que no existe una solución militar para este conflicto y que ambas partes deben abandonar las armas como método para la resolución del conflicto. Pero más allá de declaraciones grandilocuentes, lágrimas de cocodrilo y golpes de pecho, lo único que la comunidad internacional puede permitirse es esperar hasta que las partes enfrentadas acepten el despliegue de una fuerza militar internacional que se interponga entre Hezbollah e Israel y pueda garantizar que la guerra no se repita. Más allá de la inconveniencia de los términos en los que pretende imponerse una intervención internacional que se limita a congelar la ventaja militar conseguida por Israel en el campo de batalla, un ejército armado nunca ha sido el mejor ejemplo ni ha servido como garante de la paz para una población que acaba de salir de una guerra o que se encuentra inmersa en ella. Los soldados no están entrenados para construir la paz más que a través de la fuerza y lo que no se construye con esmero no podrá nunca funcionar correctamente. En estos casos son siempre los medios los que justifican los fines. Por más que nuestros ejércitos jueguen a esconderse tras la careta humanitaria, no son más que ejércitos armados, organizaciones de violencia y dominación. Quienes deben construir la paz son los civiles, no los militares.
Nosotros somos civiles, somos pocos, algunos tienen más entrenamiento, otros tienen menos. A lo largo de los próximos días trataré de ir explicando de qué se trata la acción, quienes somos, porqué lo hacemos, que pretendemos conseguir y que necesitaríamos para que resultase exitosa o, lo que esperamos que signifique lo mismo, para que les sirva de algo a los libaneses. Trataré de contar también lo que veamos ante nuestros ojos. Lo que significa la guerra para la población civil, la que realmente la sufre.