Traducción para Rebelión de María Landi
Cuando dejé Israel, hace 10 años, los medios aún no estaban saturados de esa agresividad contumaz hacia todo lo palestino. Todavía se podía oír, aquí y allá, algunas voces de disidencia.
Hoy, la tarea de ver o escuchar un programa de noticias se ha vuelto insoportable. Todos los periodistas israelíes, casi sin excepción, han asumido la tarea de defender la patria, con pasión y furia.
El periodismo decente casi ha desaparecido. Algunos piden explícitamente la matanza indiscriminada de los manifestantes palestinos, mientras −en la prensa escrita− otros han incluso alentado a los soldados israelíes a violar a las adolescentes palestinas.
Sionismo y Holocausto
Huelga decir que no se procesa ni se interroga a ningún periodista israelí por su incitación a la violencia. Los medios israelíes, con certeza, no son una burbuja de ira en medio de una sociedad amorosa: se hacen eco de las demás esferas sociales.
Me he preguntado hasta qué punto el sionismo es comparable, en términos de su impacto catastrófico sobre el pueblo judío, con el Holocausto. En los tiempos modernos, nada ha influido más en la vida judía que estos dos fenómenos.
Aquí no estoy reflexionando sobre la terrible situación existencial que el sionismo ha creado para la población palestina, sino sobre cómo, en el proceso de creación y mantenimiento de tal estado de cosas, las vidas de los israelíes han sido moldeadas; y, en términos más generales, cómo la identidad judía ha sido afectada.
No deberíamos asumir que todo lo que ganan los israelíes por sus acciones de colonización de Palestina es lucro y privilegio. La pregunta a la que me refiero es: ¿qué clase de ser humano se puede formar a lo largo de una vida repleta de actos de opresión y robo organizados?
La «respuesta judía» que el sionismo ha estado produciendo laboriosamente a lo largo de los últimos cien años corrompe las almas de quienes la practican y la apoyan. En el proyecto de despojo del pueblo palestino, los israelíes se han moldeado a sí mismos como saqueadores.
En todo el mundo, el puño del sionismo ha terminado persiguiendo de nuevas formas a las personas judías. Desde las comunidades judías en la diáspora que enfrentan un tipo de antisemitismo que es una mezcla confusa de antiguos impulsos raciales y religiosos, condimentados con una condena a Israel por su salvajismo, hasta otra forma de judaísmo que está extremadamente perturbado por la penosa admiración de la extrema derecha por Israel.
No obstante, para borrar cualquier duda, mis pensamientos aquí no derivan de, ni reclaman, ningún tipo de equivalencia en sufrimiento y victimización entre colonizadores y colonizados, entre colonos y nativos. Es más bien la patología del opresor la que estoy analizando.
Opresores activos
Desde el momento de su nacimiento, los israelíes están entrenados para convertirse en opresores activos. Convertirse en soldado es un momento crucial en este entrenamiento, pero no el único. En la sociedad israelí, la definición de ‘buenos padres’ significa aquellos que sacrifican a su descendencia en alma y cuerpo, mientras los y las docentes contribuyen al adoctrinamiento formal cotidiano.
En un sistema que te equipa con las artes de la violencia física y política como contrapunto del privilegio y el placer, uno está destinado a convertirse en un opresor bien dispuesto.
Desde el punto de vista del pueblo oprimido, la diversidad racial, étnica, religiosa o de género del opresor no tiene importancia, en tanto sirve a una causa común. No importa por qué las y los judíos israelíes de diferentes colores y condiciones han adoptado esa causa común, o cuán gratificados se sienten con su parte de la recompensa.
Ideología, pragmatismo, o simplemente inercia; el resultado es el mismo: las personas judías israelíes comparten una tragedia, y han infectado a sus hermanos y hermanas de la diáspora con ella. Es la tragedia de un pueblo que ha encarnado el odio como una condición de vida; en carne y hueso, en la práctica, en el sentimiento y el pensamiento.
Y como una colosal maldición divina, esa tragedia no se combate, sino que se celebra.
En tiempos catastróficos, la primera pregunta importante es: cómo sanar. La monstruosidad del Holocausto judío no diezmó todos los recursos emocionales. Algunas personas judías en el mundo, a partir de sus espantosas experiencias en Europa, construyeron un lugar de amor universal. Al hacerlo, le han dado al mundo un legado: hemos sobrevivido al Holocausto y hemos superado el odio que lo impregnaba.
Pero Israel no lo hizo.
¿Una maldición o una bendición?
El sionismo se ha apropiado del Holocausto judío y lo ha convertido en una excusa para la violencia judía; y los israelíes, al abrazar su propia catástrofe a través de una vida dedicada a la práctica de la opresión, están renunciando a liberarse de esa tragedia.
En otras palabras, la maldición se ha convertido en una bendición.
Por lo tanto, no hay una negación de lo que se está haciendo en nombre de Sión, como algunos sostienen. Afirmar que los israelíes viven en la negación sobre el horror de sus acciones no significa simplemente renunciar a la idea de que el sionismo es un proyecto decente que, en algún momento, salió mal, y que debe reconocerse el error −como si ese reconocimiento consciente fuera el único impedimento en el camino para transformar la realidad.
La verdad tiene que ser dicha en voz alta: en la constitución práctica del sionismo en Palestina, todo estuvo mal. Desde hace mucho tiempo, la aniquilación de la existencia palestina ha sido interiorizada como una condición del progreso judío. Dos que son uno.
¿Cómo se libera un pueblo de los placeres de la opresión? Paso a paso, abandonando los roles, funciones y beneficios que se le brindan en el proceso de convertirse en israelí.
Las prácticas sionistas deben ser eliminadas de nuestro menú social. Realmente no hay otra manera. Contra los intentos de la sociedad de mantenerte dentro de sus filas, uno debe perseverar en este largo trabajo.
Pero uno nunca está solo, ya que los pioneros están por ahí. Junto a la ardua lucha que lidera el pueblo palestino, dejar atrás las prácticas y modos de existencia que han convertido a los israelíes en los campeones mundiales de la opresión, es lo menos que se puede hacer para contribuir a la liberación de todos los pueblos que viven desde el río hasta el mar.
*Marcelo Svirsky es catedrático de la Facultad de Humanidades e Investigación Social de la Universidad de Wollongong, Australia. Investiga las sociedades de asentamiento de colonos, particularmente Israel-Palestina, y se centra en cuestiones de transformación social y descolonización.
Fuente original: http://www.middleeasteye.net/columns/colossal-curse-god-1161324388