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Diez tesis sobre el ciclo político –institucional– y su relación con las nuevas formas de movilización social

Queda mucha tela que cortar

Fuentes: Diagonal

1. La crisis económica ha catapultado tres gritos en la ciudadanía: queremos decidir, queremos dignidad y queremos -necesitamos- un territorio habitable. Son los gritos que encierran propuestas y propuestas que se vienen fraguando, por orden de aparición, desde nuevas formas de movilización, mareas sociales y partidos emergentes 2. En los últimos años venimos asistiendo en […]

1. La crisis económica ha catapultado tres gritos en la ciudadanía: queremos decidir, queremos dignidad y queremos -necesitamos- un territorio habitable. Son los gritos que encierran propuestas y propuestas que se vienen fraguando, por orden de aparición, desde nuevas formas de movilización, mareas sociales y partidos emergentes

2. En los últimos años venimos asistiendo en este país a una -nueva- transición por fascículos. Todo comenzó a mediados de los 90, cuando el PSOE confirma el neoliberalismo como agenda oficial del país, y el triunfo del PP en 1996 da lugar a la progresiva instauración de una hegemonía conservadora. La primera transición nos empujaba a recobrar la tradición decimonónica de la alternancia entre una clase política profesional -como escribiera Lintz-, un «turnismo» como se dice ahora.

3. La segunda transición se desata en las plazas en el 2011, tiene su aldabonazo electoral en el 2014 -municipales y europeas- y termina por romper la baraja en el 2015: presión independentista en Cataluña, caída del bipartidismo a los porcentajes de voto de los 80: 29% en 1979 -hoy 22%- para el PSOE, 26,5% para Alianza Popular -hoy 27%-. 5 millones de votos se han fugado de los sobres de estos dos partidos con respecto a las elecciones anteriores, situando el perfil bipartidista en el 50% del total de votos. Margen hay para la otra mitad.

4. Los dos partidos prominentes que piden paso, Podemos y Ciudadanos, hacen acopio de 8,5 millones de votos, pero la tendencia es clara hacia una rebelión institucional con tintes de indignación social frente al paro, desahucios, corrupción y distancia con la llamada «casta política». El giro no es a la extrema derecha, como en Francia, porque aquí las calles está presente en la cultura política y la idea de que el ‘Estado resolverá’ está ausente de la cabeza de las personas descontentas. Al menos momentáneamente, la izquierda más longeva -de la mano de Izquierda Unida- no recoge los gritos de queremos decidir, dignidad y territorios habitables, pues su renovación se percibe como acotada a Alberto Garzón y a su equipo de apoyo. Alrededor se suponen: sillones que desde hace mucho tiempo admiten poco ‘protagonismo social’ y recientes experiencias que no han sabido/podido construir conflicto y confrontar los ajustes estructurales -reivindicación de derechos y oposición a recortes en Andalucía, apoyos puntuales a la derecha en Extremadura-.

5. Podemos es un partido emergente que se ha situado en una posición de -futura- llave de gobiernos. Así ocurre en lugares como Castilla La Mancha, Extremadura o en gobiernos afines en Valencia, Cataluña o Galicia. Pero hay más vientos a favor en el horizonte: las nuevas generaciones le votan más y bastantes de estas personas han frecuentado las escuelas políticas que supusieron el 15M y las ulteriores mareas. Además, la captura de indignados se ha fortalecido con el voto de los azotados por el neoliberalismo que no estuvieron en las plazas. En contra: son percibidos como ‘centralistas’ y poco amantes de ‘los de abajo’; no rompen el bipartidismo cuando cuentan fundamentalmente con un aparato para las elecciones generales -Extremadura, Andalucía-, pero no con bases territoriales bien implantadas -caso de las alianzas obligadas en las periferias nacionalistas-; convoca más en actos en la calle, pero no tanto en votos. Como ocurre en el caso de En Comú Podem son ‘urbanitas bien preparados’: las ciudades se les abren y las lideran en muchos casos -como en Lleida para el caso catalán- pero no sus provincias ni territorios de mayor peso rural -el sur del Estado español es un ejemplo-.

6. No ha habido «remontada» pero sí un giro en el declinar de apoyos electorales, para el caso de Podemos. Sin embargo, esta ruptura de inercia en las encuestas se debe más al ‘gobierno de las muchas’ que a mérito propio: la entrada de Ada Colau o Mónica Oltra en la campaña, el apoyo de espacios municipalistas y mareas locales que han capturado votos para la ‘maquinaria de guerra’ pilotada por el círculo de Somosaguas.

7. Las estructuras del ciclo de movilización previo -protestas y las propuestas autogestionarias previas- son clave para entender como el giro copernicano de dicho ciclo se ha traducido en una inflexión inaplazable para el ciclo político -el de las formas partido y la articulación del descontento a través del voto-. Así, V de Vivienda, PAH, mareas sociales, 15M, espacios contraculturales, foros sociales y cumbres alternativas auspiciadas por el ‘movimiento antiglobalización’, entre otros, fueron o son aún en muchos casos, la base de confianzas y los laboratorios de experimentar el protagonismo social. En Comú Podem es hija predilecta de los tiempos de la recuperación de la Rosa de Foc a principios de siglo, junto con el primer empuje vecinal a Guanyem. Igualmente, Madrid y su apoyo a Podemos ha de entenderse en propuestas como Municipalia, Ganemos y los -malogrados- círculos del propio Podemos que dieron vida a las plazas con una orientación partidista, desde una perspectiva confluyente, deliberativa, innovadora, rupturista y no modeladora de discursos según manda el márketing del ‘tablero del centro’.

8. De modo análogo, queda derecha para algo de rato. Para el propio Rato también, porque el Ibex y sus grandes consejeros mandan lo suyo, y aunque Ciudadanos no ha cumplido sus expectativas de reemplazar al PP, es firme candidato a ello. Y, por otro lado, los medios de ‘la caverna’, las sectas eclesiásticas de carácter conservador, los centros educativos y el potencial de apoyo financiero acuñado por una nobleza centenaria -rentista, burguesa o del ‘emprendorismo’ político- hará difícil que los votos bajen de un 20% de electores con ganas de votar. No es tanta gente, si lo pensamos y contásemos cuántas personas se empapan a diario de mensajes que hablan de la necesidad del retorno de Don Pelayo.

9. El bipartidismo, aún herido de muerte comunicativa, puede aguantar lo suyo, llevando sus penas y sus tejemanejes algo más en silencio. Me refiero a un ‘gran pacto silencioso a la alemana’ que permita gobernar alternativamente pero sin que aparezcan por medio fotos conjuntas, firmas a favor del artículo 135 o se declare un cese de hostilidades mediáticas. Que todo eso mancha. Como también puede facilitar ese camino Ciudadanos, que ya lo está haciendo en Andalucía.

10. Para concluir: queda mucha tela que cortar. Eso les parece a los amantes de los recortes de la dignidad ajena. Pero también cambiarán de sastre y buscarán otras «modas» -así hablaba el historiador Leandro del Moral- aquellas personas vilipendiadas por el sistema económico y político, audiencia descontenta que no ha sido invitada a subir al teatro de la representación política o de la dignidad social. Quizás en el 2017, de la mano de los que ven que el cielo no está siendo asaltado, si no que el techo es de puro hormigón y sus vidas se andan embarradas si no al borde del precipicio, encuentren en nuevos ciclos de movilización y, quién sabe, en nuevas confluencias partidarias, su vía de canalizar el descontento. Éste es un país de «organizaciones sui géneris», a decir del politólogo Foweraker. Donde es difícil pensar en un mando central y ordenado jerárquicamente para emprender la emancipación, a decir de las letras enviadas por Engels a Marx en su visita a Hispania. Pero sí da muestras de inventivas e innovaciones sociales muy pegadas a los territorios, envueltas en un hacer local: corrientes libertarias, nacionalismos periféricos, ensalzamiento de la experimentación comarcal o en el barrio o en el pueblo. Quién sabe si ciclos de movilización y -nuevos- ciclos políticos puedan articularse conjuntamente y superar el drama de debatirse entre centralidades cortijeras y la república de la nube de mosquitos. Quizás el gobierno de las muchas –redes complejas de ciudades abordando al Estado y a los mercados neoliberales, feminización de la política en clave de más mujeres y de un tejer constructivo– no esté siendo otro episodio fugaz de nuestra historia y las dignidades que siembran puedan abrirse paso en esta tierra de depredadores y, antiguamente, de conejos y de árboles entrelazados.

Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/la-plaza/28821-queda-mucha-tela-cortar.html