Los medios de comunicación occidentales se han enfocado en el debate semántico sobre si el derrocamiento de Mohamed Morsi debería o no ser catalogado como un golpe de Estado . Esto refleja más el dilema de las relaciones públicas del gobierno de Obama que una verdadera preocupación por los posibles obstáculos legales que tendría Washington […]
Los medios de comunicación occidentales se han enfocado en el debate semántico sobre si el derrocamiento de Mohamed Morsi debería o no ser catalogado como un golpe de Estado . Esto refleja más el dilema de las relaciones públicas del gobierno de Obama que una verdadera preocupación por los posibles obstáculos legales que tendría Washington con la entrega de armas prevista para agosto. Este debate no debe restarle valor al hecho de que más allá de qué partido político, coalición o personalidad termine gobernando Egipto en el corto plazo, será el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (SCAF por sus siglas en ingl é s), el que continuará ejerciendo el poder durante e inmediatamente después de esta transición.
La cuestión del poder es fundamental en una situación revolucionaria, y las fuerzas progresistas egipcias no pueden darse el lujo de subestimar su importancia. De allí surge la necesidad de hacer un análisis del ejército egipcio. Los revolucionarios con experiencia del África y el Medio Oriente están absolutamente en lo correcto al recordarnos que el ejército egipcio debe entenderse como una institución dinámica con contradicciones internas. Por lo tanto, nuestro análisis está basado en el método dialéctico.
Es ampliamente conocido que los miembros del alto mando militar egipcio han llegado a acumular grandes cantidades de capital. La camarilla militarista que forma el SCAF es una parte integral de los más poderosos intereses capitalistas en Egipto. Adem á s, debemos recordar que existe también un estrato importante de oficiales alternos que gozan de considerables privilegios materiales e influencia social. Provenientes de las capas intermedias de la sociedad egipcia, poseen prejuicios de clase profundamente arraigados, y con frecuencia usan sus puestos para obtener sobornos y otros beneficios materiales dentro de una cultura institucional marcada por la corrupción. Esta capa de militares es de por sí compleja y dinámica. En los niveles más bajos, muchos de los oficiales subalternos aspiran a ascender en las filas, mientras que otros se contentan con empleos relativamente bien pagados y estables que conllevan beneficios. Aunque ostensiblemente apolíticos, la lealtad ciega a sus superiores -que es una parte importante de su adoctrinamiento- y el impulso hacia el interés propio en un entorno competitivo y corrupto, frecuentemente los llevan a tomar posiciones reaccionarias. No obstante, la enajenación que experimentan algunos oficiales jóvenes, un producto de la brecha entre la retórica y la práctica institucional, podría impulsarlos a aliarse con sectores progresistas.
La gran mayoría de los soldados del ejército egipcio proviene de familias trabajadoras pobres, ya sea de los centros urbanos o del campo. Llamados despectivamente «soldados loneros» por la bolsa de lona que usan, las condiciones en las que sirven son universalmente denunciadas como inhumanas. Estas condiciones contradicen las imágenes románticas del ej é rcito que se suelen presentar. Los salarios de estos soldados son tan bajos que muchos se ven obligados a trabajar durante sus vacaciones. Adem á s, desde sus primeros días de entrenamiento básico, experimentan intentos sistemáticos para humillarlos y romper sus espíritus, incluyendo castigos, a menudo, duros e injustos por delitos menores; así como el recordatorio constante de que la riqueza a menudo triunfa sobre la «responsabilidad cívica», especialmente para los reclutas del sistema de servicio militar obligatorio. El infame kōsa (Literalmente calabacita en á rabe, este t é rmino en la jerga egipcia significa favoritismo. ) se refiere a la práctica común de los ricos que pagan para evitar el servicio militar obligatorio.
En suma, la misma estratificación de clases que existe en la sociedad en su conjunto se ve replicada dentro de las fuerzas armadas. (Representación que solo puede ser entendida en el sentido de un ejército que posee las mismas divisiones de clase de la nación, y no la distorsión demagógica que proclama que el ejército es la representación de la nación como un todo.) Las consecuencias de estas contradicciones internas son importantes y ciertamente no son ignoradas por los que detentan el poder. Los «bonos» que reciben los oficiales subalternos por vigilar las demostraciones reflejan el alto grado de preocupación del SCAF para mantener la lealtad en este cuerpo militar. Las presiones económicas y el calabozo son los principales componentes de la estrategia que utilizan para mantener la sumisión de los soldados rasos. Esto nos recuerda que el ejército más grande en el Medio Oriente – que consta de alrededor de medio millón de miembros activos y otro medio millón de reservistas – se compone principalmente de personas de clase obrera cuyo servicio se basa principalmente en la necesidad económica.
Dada la concurrencia masiva en las manifestaciones recientes, tanto en apoyo al golpe como, en menor medida, para exigir la restauración de Morsi, la magnitud de la violencia en Egipto ha sido relativamente escasa hasta ahora . Sin embargo, esto puede cambiar en cualquier momento. El alto mando militar es consciente de la necesidad de presentar ante el pueblo la imagen de neutralidad del ejército para mantener el delicado equilibrio interno que lo sustenta como institución. Sin embargo, no se puede ignorar el verdadero significado de los aviones F16 y los helicópteros militares sobrevolando la manifestación inmediatamente después del derrocamiento de Morsi. Lo que aparentemente era una demostración de causa común con los manifestantes, era en realidad una advertencia no tan sutil de que el SCAF está dispuesto a ordenar la represión de la iniciativa revolucionaria de las masas en el caso de que é sta rebase los límites de lo que es aceptable para los generales. Aunque prefieran no intervenir directamente, lo cual explicaría su apoyo a la oposición liberal, se reservan la opción de hacerlo. La confirmación desde el Pentágono de que se cumplirá con la entrega de cuatro aviones F-16 adicionales en agosto da una señal muy clara de que Washington continuará apoyando el militarismo en Egipto, sin importar el resultado de las elecciones previstas tentativamente para principios de 2014.
Hace cerca de cien años, los revolucionarios rusos que luchaban contra el zar y los belicistas liberales entendieron la necesidad de aprovechar las contradicciones internas del ejército en aras de la paz y del progreso político y económico. La vieja guardia del alto mando militar egipcio, muchos de los cuales ingresaron en las filas militares durante la Guerra Fría poco después de que Nasser recurriera a la Unión Soviética para entrenar y armar al ejército egipcio, entienden el papel cr í tico que desempeñaban los soldados del S ó viet de Petrogrado.
En menos de una semana desde que interviniera directamente, el SCAF buscaba una solución rápida a la crisis formando un gabinete interino inclusivo y enviando gestos conciliatorios a los grupos islamistas por medio del presidente interino Adly Mansour y del nuevo primer ministro, Hazem el-Beblawi.
No obstante, la Hermandad Musulmana sigue siendo una fuerza leg í tima en la sociedad egipcia. Las protestas masivas que organiz ó , incluso durante el comienzo del Ramadán, plantean un problema serio para los generales. Aunque la Hermandad no represente un desafío militar directo al ejército en este momento, existe la posibilidad real en la situación actual de polarización que una prolongación de la crisis o una profundización del conflicto hagan posible que la Hermandad pueda ampliar su base de apoyo y aun dividir las filas del ejército. Algunos medios, como Al Jazeera y The New York Times, han planteado la posibilidad de maquinaciones contra el régimen de Morsi urdidas por leales a Mubarak en alianza con la oposición. Esta posibilidad fomentar á la desconfianza latente hacia el ejército de los pobres, a pesar de la retórica liberal de lo contrario.
Las recientes declaraciones del liderazgo de la Hermandad dirigidas a los soldados rasos tienen como objetivo socavar el control del SCAF sobre ellos. Son una extensión lógica de la política de «hermanización» – el control cada vez mayor de la Hermandad sobre todos los órganos del estado – llevada a cabo durante el régimen de Morsi y ampliamente rechazada tanto por la oposición como por el alto mando militar. Debemos recordar que los imperialistas occidentales dieron un apoyo amplio a grupos como la Hermandad Musulmana durante la guerra fría por su papel de baluartes contra los revolucionarios con conciencia de clase. Esta historia, bien documentada, no se le escapa a la nueva generación de fuerzas progresistas. (Véase el libro de Robert Dreyfuss, Devil’s Game: How the United States Helped Unleash Fundamentalist Islam, Metropolitan 2005. ) Sin embargo, sería un grave error concluir que la extensión de la influencia de la Hermandad, así como la de grupos similares que usan la religión en aras de sus intereses económicos, se debe únicamente a los benefactores externos.
En los comienzos del siglo XX, Lenin expresó una posición clara y materialista de la persistencia de los impulsos religiosos en la sociedad moderna, un análisis que ayuda a aclarar porqué el mensaje de grupos como la Hermandad sigue encontrando resonancia con amplios sectores de la sociedad. Sin caer en la trampa de la intolerancia sectaria, escribió:
«Sería estrechez burguesa olvidar que la opresión religiosa sobre el género
humano es sólo producto y reflejo de la opresión económica en el seno de la sociedad. No hay libros ni prédicas capaces de ilustrar al proletariado si no le ilustra su propia lucha contra las fuerzas tenebrosas del capitalismo. La unidad de esta verdadera lucha revolucionaria de la clase oprimida por crear el paraíso en la tierra tiene para nosotros más importancia que la unidad de criterio de los proletarios acerca del paraíso en el cielo.»
(«El socialismo y la religión», Obras, Vol. 10, 1905)
Los soldados rasos, al igual que todos los miembros de la clase obrera, no son ni pueden ser ajenos a las dificultades y las frustraciones causadas por la pobreza, la enajenación y la opresión que han dado impulso al movimiento por los cambios políticos en Egipto. Porque ellos las sufren también. De igual manera, son conscientes de que muchos dentro de la oposición liberal de hoy se encontraban en una alianza tácita con el régimen de Mubarak hace poco más de dos años. La demagogia de la Hermandad Musulmana tiene el objetivo de no sólo aprovechar las condiciones materiales tenebrosas creadas por el capitalismo, sino también destacar las contradicciones de la oposición liberal.
Por el momento, los progresistas y los revolucionarios se han puesto del lado de la oposición liberal, que es nominalmente democrática y abiertamente pro capitalista.
Los progresistas dentro de la oposición han coincidido con los liberales en el rechazo del oscurantismo religioso y de la política de exclusión y de corrupción que caracterizaban tanto al gobierno de Morsi como al de sus predecesores. Los objetivos sociales y políticos para los que ambos luchan incluyen las garantías constitucionales como el derecho de organizar gremios y las luchas por la igualdad legal de la mujer y por una prensa libre.
Los elementos más revolucionarios dentro del bloque progresista van más allá de las críticas liberales para exigir medidas concretas, tales como un aumento en el salario mínimo, un sistema fiscal progresivo, el alivio de la deuda para los agricultores y una reorientación de los recursos públicos hacia los servicios de salud y educación. Han vuelto a lanzar las consignas de la revolución de enero («Pan, libertad, justicia social y la dignidad humana»), e instaron a la gente a permanecer en la plaza. Muchos revolucionarios egipcios han definido al periodo actual como una segunda oleada del proceso revolucionario, un proceso que ellos exigen que desemboque en una transformación socialista de la sociedad egipcia.
En la medida en que las reivindicaciones de los revolucionarios rompan los estrechos límites del liberalismo burgués, su alianza con los liberales se quebrará. Al SCAF no le quedar á m á s opción que la de desatar todos los instrumentos represivos del Estado. El grado de conciencia de clase de los soldados rasos, una parte clave de la clase obrera, determinará el desenlace de la siguiente fase en el drama histórico que se desenvuelve en Egipto.
El artículo original en inglés fue publicado en Counterpunch: http://www.counterpunch.org/2013/07/15/winning-the-rank-and-file-soldiers-in-egypt/