Recomiendo:
3

Quién tiene miedo al dengue

Fuentes: Progreso Semanal

El dengue se ha instalado hace años en la vida cotidiana de los cubanos. El que no se ha enfermado, ha tenido un familiar o un vecino enfermo.

En 2019, según estadísticas de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), 3 259 personas habían contraído el virus en Cuba. Este es el mayor número de infestados en los últimos cinco años.

“Desde la década de los 90 hemos enfrentado epidemias de dengue, las cuales siempre son preocupantes porque la enfermedad resulta letal si no es bien atendida”, explica la bióloga (retirada) Flor Ángel Castillo, máster en Entomología Médica y Control de vectores.

Después de tantos años, ¿por qué el dengue sigue siendo esa piedra con la que tropezamos dos, tres, muchas veces? ¿Dónde fallan las estrategias de control?

A partir de la recta final

La Evaluación del medio ambiente cubano (2009) destaca entre los principales efectos del cambio climático para el país, en el período 2000-2006, la tendencia al aumento de los focos de mosquitos, con el consiguiente riesgo de transmisión de dengue.

El Aedes aegypti (vector de la enfermedad) se mueve en regiones tropicales y zonas urbanas, donde las abundantes lluvias y el calor conforman su hábitat natural. El mapa del dengue encaja con el mapa del tercer mundo, desde Filipinas hasta el Caribe.

Para peor, también se ha reportado su presencia más al Norte y más al Sur, adonde no se suponía que pudiera expandirse. Solamente en las Américas se presentaron 3 140 649 casos al cierre del año pasado (más que en 2017 y 2018).

Mientras no existe una vacuna ni tratamiento específico, “lo fundamental sigue siendo evitar, descubrir y eliminar los criaderos de mosquitos. Si no hay vector, no hay trasmisión”, precisa Castillo.

Sin embargo, esa medicina preventiva —médula de la salud pública cubana— parece haber fallado con respecto a este padecimiento. El zigzag de los contagios indica que siempre que se logra controlar un brote, vuelve a aparecer otro. “Ya tú lo esperas cada verano: ‘ahorita empiezan los casos de dengue, porque empiezan las lluvias’”, confirma una doctora del servicio de Terapia del Hospital Salvador Allende (más conocido como la Covadonga), a quien llamaremos Lisette.

El sube-y-baja de los contagios se corresponde con el esquema diseñado para encarar la propagación del virus. Cuando surge un brote se aplican “acciones intensivas de lucha antivectorial, hasta que la transmisión deja de hacerse evidente”, explica un artículo de la Revista Cubana de Medicina Tropical. En pocas palabras: cuando los números empiezan a despuntar, entonces el enfrentamiento se refuerza.

No es que no haya prevención; es que no es suficiente.

La cantidad de personas enfermas implica que se destinen cuantiosos recursos al control, “pero a pesar de ello los índices de infestación siguen siendo elevados”, precisan las investigadoras Oneida Terazón y María Terazón.

Hasta ahora no se disponen de cifras generales. En 2016, por ejemplo, una campaña intensiva superó los 24 millones de pesos y 8 000 toneladas de petróleo, de acuerdo con declaraciones del entonces Ministro de Salud Pública, Roberto Morales. Otros reportes establecen que la epidemia de Santiago de Cuba en 1997 conllevó un gasto total de 10 251 539, 80 dólares; aproximadamente 594 dólares por paciente.

Lo anterior apunta a que el grueso de las medidas (y del dinero) se ejecuta a partir de la presencia del mosquito, o de la persona contagiada. La respuesta al dengue se concentra del lado de los efectos, mientras las causas reales continúan inamovibles.

Viviendo con el enemigo

La versión menos turística de la capital muestra un paisaje de basureros, albañales desbordados y salideros; incluye viviendas en condiciones regulares o malas, junto con 54 864 habitantes que reciben agua mediante carros cisternas (pipas). Tristemente, este panorama se repite –poco mejor o peor–, en otros lugares de la isla.

Hasta agosto del año pasado, 17 % de la población tenía agua corriente con una frecuencia entre 3 y 10 días, y otro 3 % con ciclos por encima de 10 días. Ese 3 %, supuestamente ínfimo, supone más de 330 000 personas.

Una y otra vez, expertos cubanos han insistido en el carácter crucial de los factores ambientales. Tanto, que parecería que ya todo está dicho.

En 2006, una investigación determinó los hábitats utilizados por el mosquito en varios municipios habaneros: el 14 % de los focos se encontraba en recipientes de almacenamiento de agua para consumo humano, y otro 12 % apareció en fosas, cajas de registro, alcantarillas y drenajes. No sorprende entonces que actualmente alrededor de dos tercios de los criaderos estén al interior de las casas.

El estudio Brotes de transmisión de dengue en asentamientos poblacionales de Santiago de Cuba, realizado en 2010, abordó seis comunidades en las cuales el acceso irregular al agua corriente, la falta de alcantarillado, las dificultades con la recogida de desechos sólidos y la acumulación de desechos no-biodegradables, resultaron muy frecuentes. “El deterioro de las condiciones medioambientales que generan estos asentamientos poblacionales, favorece el incremento de los índices de infestación por el Aedes aegypti, eminentemente doméstico y antropofílico”, concluyen los autores.

Como el mosquito vive en espacios interiores, su existencia tiene que todo que ver con las costumbres de la gente, lo que hacen y dejan de hacer. Ariel, por ejemplo, se sintió mal y nunca fue a ver a un médico. “Por los síntomas tuve sospechas y me automediqué: Dipirona de 500 mg cada cuatro horas, y mucha carne”. Si un mosquito picó a Ariel en esos días, a su vez pudo haber infectado a otros tantos paisanos.

Con tal de evitar el internamiento —una práctica obligatoria en años recientes—, hay quienes esconden la enfermedad. En “temporada alta” las salas llenas pueden espantar, por la cantidad de pacientes o las condiciones de higiene. “No me acerqué al hospital, porque temía que me ingresaran. Salí bien, porque no tuve complicación, pero eso no debe ser así”, confiesa Ailyn.

Otro texto científico, publicado en 2019, vuelve a describir el caldo de cultivo para la reemergencia del virus: urbanización no controlada ni planificada, inadecuado saneamiento, deficiente coordinación intersectorial, además de “la escasa participación de organizaciones y pobladores, por considerar que todo lo relacionado con ese arbovirus constituye un problema a resolver por el sector de la salud”. Varios especialistas coinciden en señalar la baja percepción de riesgo entre la gente.

“Las personas no piensan que pueden enfermar, sino que les ocurrirá a otros. No solo sucede en Cuba, en otros países también; lo vemos ahora en medio de la pandemia”, comenta la bióloga.

El dengue clasifica como una de las denominadas “enfermedades de la pobreza”. La evidencia confirma que su manejo se escapa a las autoridades sanitarias, e increpa a aquellas encargadas de la infraestructura y los servicios básicos. Si ello está plenamente demostrado, ¿por qué las medidas no persisten ahí?

Los recursos se gastan de cualquier manera, al final del proceso. La estricta lógica sugiere atacar el dengue antes del dengue.

El miedo y las soluciones

No todos corren la misma suerte —si es que se puede llamar así— de atravesar lo que se conoce como un dengue clásico. Las embarazadas, ancianos y niños, conforman los denominados grupos de riesgo, con mayores posibilidades de complicaciones, al igual que las personas con afecciones previas (comorbilidades), como padecimientos hematológicos.

“Todas las enfermedades no inciden de la misma manera en todas las personas —explica la doctora de la Covadonga—. Tú no sabes si vas a tener un dengue complicado o un dengue sato, como decimos nosotros”.

A pesar del elevado número de contagios, en 2019 no se reportaron en Cuba muertes por esta causa. No obstante, en años anteriores sí ha habido fallecimientos. Si las personas demoran en buscar atención de salud, y ya llegan en condiciones deterioradas (vómitos, sangramientos), el cuadro podría empeorar hasta el shock, la más temida de las complicaciones.

“Cuando un shock por dengue se instala eso no hay quien lo saque —confiesa la doctora Lisette—. Yo le tengo miedo al dengue, porque he tratado a gente joven y no los he podido salvar”.

La presencia sostenida del virus implica riesgos exponenciales. Existen cuatro serotipos que han circulado indistintamente durante las epidemias. La persona contagiada desarrolla luego inmunidad de por vida a ese serotipo en específico; sin embargo, puede reincidir si más adelante se infesta con otro. Y con cada vez que uno se enferme, los efectos del virus se vuelven más peligrosos.

Lisette insiste en que las personas deben conocer estos intríngulis, deben manejar estadísticas. “Cuando tú vas a dar información por cualquier medio, yo sé que tu objetivo no es atemorizar a la gente; pero tienes que informar, porque a la luz de hoy las cosas tienen que cambiar de alguna manera. Para mí ese es uno de los aspectos por los cuales la población no ha tomado verdadera conciencia”.

(Los Anuarios Estadísticos de Salud de 2017 y 2018, por ejemplo, tienen casi 200 páginas, y la palabra dengue no se menciona ni una sola vez).

“A pesar de que el Ministerio [de Salud Pública], y el país, se preocupan por disminuir el nivel de casos, primero, las características del clima lo favorecen; y segundo, las medidas de saneamiento siempre fallan” —prosigue la doctora. En su opinión, el personal de salud termina pagando los platos rotos. “Realmente estoy haciendo mi trabajo, pero mira, se sigue botando el agua en la esquina”.

Continuando por esta ruta, sí existen en Cuba experiencias exitosas en disminuir los mosquitos y el dengue, si bien han significado respuestas locales y/o efímeras.

Entre abril y julio de 2011 tuvo lugar una intervención comunitaria en 26 manzanas con muy alto riesgo de infestación, del municipio Santiago de Cuba. Participaron varias instituciones, el gobierno y los pobladores.

Además de la necesaria promoción de salud, se eliminó el 90 % de los riesgos detectados: microbasurales, casas en peligro de derrumbe, salideros extradomiciliarios, yerbazales y obstrucciones extradomiciliarias. Resultado: el índice de infestación cayó en picada.

“El sector salud no puede actuar solo, pues la mayoría de los factores determinantes están fuera de su competencia, lo cual revela la necesidad del enfoque intersectorial”, afirman cuatro de los doctores que tomaron parte en la iniciativa.

Un axioma quizás no tan repetido consigna que haciendo lo mismo tendremos lo mismo. La especialista en Entomología Médica y Control de vectores confirma que es necesario revisar los programas de control y actualizarlos según las condiciones de cada momento. Toda la sostenibilidad que se pide para el desarrollo económico cubano tendría que aplicarse también a evitar que la gente se enferme.

Fuente: https://progresosemanal.us/20200716/quien-le-tiene-miedo-al-dengue/