Traducido para Rebelión por Rocío Anguiano
Los sentimientos antiárabes que fluyen por las calles de este barrio de Jerusalén son un choque para los sentidos.
Hace un calor de muerte, pero la calle adoquinada que sube desde el centro de Silwan a Jerusalén no es desagradable. Quizá sea la brisa o las casas de piedras que exhalan el frescor en el aire o quizá el paisaje abierto de montaña. Somos tres -Ilan, el realizador, Michael, el cámara y yo, el entrevistado. Estamos haciendo una película sobre la discriminación institucional flagrante contra los habitantes de este barrio palestino de Jerusalén Este; las autoridades favorecen a los colonos judíos que no ocultan su deseo de judaizar el barrio, de vaciarlo de su carácter palestino.
Antes incluso de que hayamos situado la cámara, llega un grupo de niñas judías ortodoxas, de unos 10 años, subiendo la calle con sus faldas hasta los tobillos, monas, parlanchinas, despreocupadas. Una de ellas ralentiza el paso y nos pregunta amablemente si podemos filmarla. ¿Qué quieres decirnos? le preguntamos. Quiero decir que Jerusalén nos pertenece a los judíos, dice mientras camina, pero es una pena que haya árabes aquí. El Mesías solo vendrá cuando aquí ya no quede ni un solo árabe. Se aleja, y sus amigas ríen y la alcanzan.
Dos minutos después llega un joven bien formado, con un arma y una radio, sin uniforme ni insignia alguna. Antes de que abra la boca, ya sé que es un agente de seguridad, un empleado de la empresa de seguridad privada que está al servicio de los colonos pero que financia el Ministerio de la vivienda por unos 40 nuevos shequels por minuto (7 euros minuto). Esta empresa de seguridad se ha convertido desde hace tiempo en una milicia privada que mantiene el orden en el barrio e intimida sin ninguna base legal a los habitantes palestinos. Un comité formado por un ministro de la vivienda llegó a la conclusión de que este acuerdo debía acabarse, y que la seguridad de los habitantes tanto palestinos como judíos debía asumirla de nuevo la policía nacional israelí [1]. El gobierno aprobó las conclusiones del comité en el 2006, pero se retractó seis meses más tarde debido a la presión de los colones. La empresa de seguridad privada continuó operando.
¿Qué hacen ustedes aquí? pregunta. ¿Qué hace usted aquí? le respondo. Soy de la seguridad, ahora díganme qué hacen ustedes aquí, dice, en un tono más airado. Eso a usted no le concierne, le contesto. ¿Cómo se llama?, me pregunta ¿Cómo se llama?, le respondo. Eso no importa, soy un guardia de seguridad. Entonces mi nombre tampoco tiene importancia, le respondo. El tipo de seguridad, visiblemente molesto, decide hacer una llamada de radio. Si hubiéramos sido palestinos, habría despejado la calle al menor gesto. Es la regla no escrita. Pero somos israelíes y hablamos hebreo. Y eso es un problema. El centro de operaciones aparentemente explica a nuestro hombre que estamos en un espacio público y que no puede hacer gran cosa. Así que se sitúa cerca con su fusil, para mantenerse luego pegado a nuestros talones.
Avanzamos. Unos minutos más tarde dos chicas, de 17 o 18 años, suben por la calle. No son ortodoxas y se nota que no son de la zona. Una de ellas se para ante la cámara. Grábame, dice. ¿Quieres que te entrevistemos? le preguntamos. Sí, responde. Es de Gan Yavne y está visitando Jerusalén, la «Ciudad de David». ¿Por qué aquí? le preguntamos. Porque el Rey David estuvo aquí, dice. Es un sitio muy importante para el pueblo judío. Realmente es una vergüenza que haya árabes aquí. Pero muy pronto todos los árabes estarán muertos, con la ayuda de Dios, y todo Jerusalén será nuestro. Se va.
Pasan dos minutos y una familia judía ultraortodoxa se acerca por el camino. El marido, vestido todo de negro, le pregunta a Ilan: dígame, ¿en este barrio viven árabes y judíos? Palestinos y judíos, responde Ilan, pero la mayoría de los habitantes son palestinos. Eso es temporal, le tranquiliza el ultraortodoxo, pronto no quedará ni un palestino aquí.
Intercambio miradas con Ilan y Michael. Estuvimos allí menos de 15 minutos, no le preguntamos a nadie qué piensa de los árabes o del futuro de Jerusalén, solo estuvimos un momentillo en la calle. El odio se derramó sobre nosotros como un río en el mar, libremente, naturalmente. Ilan, ¿crees -le pregunté- que nos cruzaremos con alguien que diga algo positivo, humano, afectuoso sobre los seres humanos? Olvida los humanos, me respondió Ilan, yo me pregunto si encontraremos a alguien que se conforme con decir una palabra amable sobre el cielo claro de Jerusalén.
Silwan – Siloé: No olviden este nombre. Su violencia pronto hará sombra a la de Hebrón.
Este artículo se publicó originalmente en hebreo en el blog israelí Haokets http://www.haokets.org/ Traducción al inglés de Dimi Reidor, traducido a su vez al francés por JPB.
[1} ¿¡Y el fin de la ocupación!? (ndt)
Haokets.org
Fuente del texto en francés: http://www.protection-