Frente a las fracturas profundas en la clase obrera, el pensador planteaba la lucha por la unidad de todos los explotados y oprimidos. Y eso implicaba, también, combatir el racismo en la clase trabajadora.
“Valores de derecha, ideas de izquierda”. El provocador filósofo italiano Diego Fusaro condensó así el espíritu del movimiento rojipardo del que es promotor. Un fenómeno que, como ya se ha escrito en otras partes, no es exclusivo de la península Ibérica y posee su propia tonalidad en otras regiones. A las diatribas contra el feminismo y la reivindicación de los valores familiaristas, que tratamos en artículos anteriores, el discurso rojipardo añade una posición hostil hacia las luchas antirracistas y por los derechos de las personas migrantes.
“Debates importados del mundo anglosajón”, “caprichos identitarios”, “trampa neoliberal”. Detrás de estas afirmaciones se pretende justificar una política soberanista y mayores controles hacia la inmigración. Hasta aquí, nada muy diferente al argumentario de la extrema derecha. Sin embargo, lo que resulta inadmisible es que se quiera colar un discurso de este tipo detrás de terminología marxista o de clase.
Básicamente, los rojipardos sostienen que, mediante la globalización, el capital financiero promueve las migraciones hacia los países más ricos para que los capitalistas puedan disponer de un “ejército industrial de reserva” –en referencia al concepto definido por Marx–. Una mano de obra disponible para trabajar con menos derechos laborales. “Los migrantes son los nuevos esclavos modernos”, “les robamos la mano de obra a los países más pobres”, y, además “bajan el salario a los trabajadores europeos”, argumentan. Y de allí derivan su conclusión más reaccionaria: todo aquel que defienda la libre circulación y la regularización de las personas migrantes le estaría haciendo el juego al “capital globalizador”.
Sobre esto, digamos varias cosas. Antes que nada, es insólito sostener que las migraciones masivas se producen por una especie de conspiración controlada por Soros. Lo que mueve a las personas a migrar es la necesidad de huir del hambre, de guerras o catástrofes climáticas. Claro que todos estos agravios están provocados –de forma más o menos directa– por el capitalismo. Pero, en todo caso, no se trata de impedir que las personas migren, sino de luchar contra aquello que genera su calvario.
En segundo lugar, los desplazamientos masivos de poblaciones son parte de la historia del capitalismo desde sus orígenes. Ya fuera mediante la trata esclavista o bajo el látigo de necesidad económica, el capital se aprovisionó de mano de obra barata proveniente de otras latitudes. Esto no es una novedad, aunque es cierto que, en las últimas décadas, los procesos migratorios, así como la deslocalización de sectores productivos, se han incrementado. En el caso de la Unión Europea, su retórica “humanitaria” es puro cinismo. Pero no porque promueva la libre migración en complicidad con el capital financiero, sino porque erige muros, vallas y leyes de extranjería contra las personas migrantes. Esto no solo establece fronteras entre el “adentro” y el afuera”, sino también fronteras internas entre trabajadores de “primera”, de “segunda” o de “tercera”.
Por último, el concepto de “ejército industrial de reserva” elaborado por Marx en El Capital es clave para entender la relación entre migraciones, racismo y capitalismo. Sin embargo, en este tema, como en muchas otras cuestiones, Marx sacaba conclusiones exactamente opuestas a las que defienden los rojipardos. El capital da forma a un ejército industrial de reserva o una superpoblación obrera como “condición de existencia del modo capitalista de producción”. Al contar con millones de manos disponibles, los capitalistas pueden incorporar trabajadores al mercado laboral en períodos de bonanza y expulsarlos cuando llega la crisis. El miedo a caer en el desempleo presiona de forma conservadora sobre la clase obrera ocupada. Este ejército industrial de reserva incluye a trabajadores que han sido despedidos, jóvenes que no han logrado ingresar al mercado laboral, sectores que migran del campo a la ciudad, mujeres trabajadoras que tienen empleos precarios y personas migrantes.
Ahora bien, frente a estas fracturas profundas en la clase obrera, Marx planteaba la lucha por la unidad de todos los explotados y oprimidos. Y eso implicaba, también, combatir el racismo en la clase trabajadora. Así abordaba esta cuestión en relación con la presencia de trabajadores irlandeses en Inglaterra:
“La burguesía inglesa, además de explotar la miseria irlandesa para empeorar la situación de la clase obrera de Inglaterra mediante la inmigración forzosa de irlandeses pobres, dividió al proletariado en dos campos enemigos. […] El obrero medio inglés odia al irlandés, al que considera como un rival que hace que bajen los salarios y el standard of life. Siente una antipatía nacional y religiosa hacia él. Lo mira casi como los poor whites de los Estados meridionales de Norteamérica miraban a los esclavos negros. La burguesía fomenta y conserva artificialmente este antagonismo entre los proletarios dentro de Inglaterra misma. Sabe que en esta escisión del proletariado reside el auténtico secreto del mantenimiento de su poderío”.
Quedémonos con estas palabras de Marx: la hostilidad de los obreros ingleses hacia los irlandeses, promovida por la clase dominante, constituye el “auténtico secreto del mantenimiento de su poderío”.
La tradición internacionalista y antirracista del marxismo
En su libro Racismo, clase y el paria racializado (Katakrak, 2021), Satnam Virdee explica que la explotación y el racismo se combinaron en la historia de la clase obrera británica. Mientras la burguesía buscó integrar a un sector de trabajadores en su proyecto de “nación”, esto fue acompañado de la exclusión de los “parias racializados”: irlandeses, judíos, asiáticos y negros provenientes de las ex posesiones coloniales del imperio. Las burocracias sindicales y sectores nacionalistas del socialismo acompañaron esas políticas xenófobas y racistas, con el argumento de defender las condiciones laborales de los obreros nativos. Sin embargo, también hubo corrientes militantes de socialistas internacionalistas que combatieron contra esas posiciones reaccionarias.
Este hilo revolucionario y antirracista fue retomado por la III Internacional en sus primeros cuatro congresos, antes de la estalinización. En las Tesis sobre la cuestión negra aprobadas, de diciembre de 1922, se afirmaba que “el problema negro se ha convertido en una cuestión vital de la revolución mundial”. Como medidas concretas para combatir las divisiones existentes en la clase obrera, se proponía luchar por incorporar a los trabajadores negros a los sindicatos, enfrentando la resistencia de las burocracias. Qué lejos están estas propuestas de las provocaciones reaccionarias de los rojipardos, que, en confluencia con la extrema derecha, solo quieren levantar más muros y fronteras.
El revolucionario marxista negro C.L.R. James escribió en 1938 dos trabajos claves: Los jacobinos negros, sobre la gran revolución de los esclavos en Haití e Historia de las revueltas panafricanas (Katakrak, 2021). Allí realiza una aguda denuncia del papel de los imperialismos, incluidos aquellos que, como Francia, se escondían detrás de una fachada “democrática” pero mantenían sus posiciones coloniales en África. “El único lugar donde los negros no se rebelaron”, escribió en 1939, “es en las páginas de los historiadores capitalistas”. Cuando escribe esos trabajos, James militaba en la Cuarta Internacional junto a León Trotsky.
El movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos, las movilizaciones por justicia para Adama Traoré en Francia (un joven de origen maliense asesinado por la policía en 2016) o la lucha por la regularización de las personas migrantes en territorio español han vuelto a colocar la cuestión antirracista en el centro de la lucha de clases. Y aquí no se trata de un ejercicio individual de deconstrucción de privilegios, ni tan solo un reconocimiento identitario, sino de enfrentar el racismo institucional de los Estados imperialistas más poderosos, con sus policías, sus cárceles para extranjeros y sus políticas migratorias.
El marxismo tiene una rica tradición de pensamiento y militancia anticolonial, antirracista y antiimperialista que es necesario recuperar para articular las luchas contra el racismo y el capitalismo en el siglo XXI. Parafraseando a C.L.R. James, podríamos decir que el único lugar donde esto no existe es en la cabeza de los intelectuales rojipardos.
Fuente: https://ctxt.es/es/20210701/Firmas/36768/karl-marx-ejercito-industrial-de-reserva-clase-obrera.htm