Quiero alejarme por un instante de las revelaciones, de la denuncia aportada por los agentes cubanos recién desclasificados sobre la insolente ingerencia norteamericana en nuestros asuntos, para referirme al soplo de aire fresco que esos hombres, hasta ahora anónimos, trajeron al barrio. Agobiados a veces por el peso de la cotidianidad, bombardeados incesantemente por la […]
Quiero alejarme por un instante de las revelaciones, de la denuncia aportada por los agentes cubanos recién desclasificados sobre la insolente ingerencia norteamericana en nuestros asuntos, para referirme al soplo de aire fresco que esos hombres, hasta ahora anónimos, trajeron al barrio. Agobiados a veces por el peso de la cotidianidad, bombardeados incesantemente por la propaganda que intenta fijar en la mente de los cubanos el «ocúpese de usted mismo» del capitalismo, el desmovilizador «ya no quedan héroes», estos hombres sencillos renuevan el imaginario heroico de la Revolución. El pueblo, indiferente ante el mercadito de falsos héroes que la SINA ha instalado en sus predios -y que descaradamente monitorea, a la luz pública–, identifica de inmediato a los suyos, a sus auténticos representantes.
He compartido con ellos el recibimiento de sus vecinos, la atención de los aparentemente descreídos adolescentes en las escuelas, los abrazos de quienes alguna vez los conocieron. He sentido el profundo orgullo de los padres y de los hijos. Es difícil escapar de la emoción. Sé que mis palabras son insuficientes, que pueden ser contradichas. Por eso me dediqué a fotografiar rostros y gestos.
Son hombres -estoy seguro de que también hay mujeres–, de anchas raíces. Eso hizo el miércoles Frank Carlos Vázquez, el agente Robin -como Robin Hood, me dijo–: recorrer sus raíces, la sabia de su pasado, en su natal Pinar del Río. Regresar a su barrio, a su casa revolucionaria, a sus escuelas -primaria, secundaria, universitaria–, a su mundo de galerista, de creador. Volver a todo aquello que lo nutrió, a lo que defendió. Cantar a coro la Guantanamera allí en el barrio, un poco desafinado, y transformarla de repente en himno de la Revolución. Como si regresara de un largo viaje interior. Pocos entienden que si de cosmovisiones, de formas de vida de trata -y de eso se trata, puesto que hablamos de un enfrentamiento entre los valores del capitalismo y los del socialismo (o del anticapitalismo)–, la guerra suele darse en espacios interiores, que uno es amigo y enemigo a la vez, en ambos casos de sí mismo, y que los límites son imprecisos. Cuando triunfa el decoro en uno de los nuestros, como sucede con Frank Carlos, triunfamos todos, los vecinos, los excompañeros, los coterráneos. Y triunfa la Revolución.
Reencuentro con sus padres, en la casa natal.
No importa que la foto no sea de calidad: ahí está Frank alzando los brazos de sus padres vencedores.
Con su hijo, después de recibir el Escudo de la Ciudad de Pinar del Río.
Alumnos de la Vocacional Federico Engels, después del intercambio