La mayor tasa de desempleo de la Unión Europea, un PBI per cápita semejante al de los países del patio trasero de la Europa occidental, fortísimos ajustes y planes privatizadores en plena aplicación. A diferencia de Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Estados Unidos, entre otras potencias del Primer Mundo, esa crisis es estructural e histórica. […]
La mayor tasa de desempleo de la Unión Europea, un PBI per cápita semejante al de los países del patio trasero de la Europa occidental, fortísimos ajustes y planes privatizadores en plena aplicación. A diferencia de Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Estados Unidos, entre otras potencias del Primer Mundo, esa crisis es estructural e histórica. Y reviste especial analogía con las anteriores y recurrentes crisis argentinas, no por las coincidencias que pudieran existir entre el movimiento de los Indignados y diciembre de 2001, sino porque ambos países se encuentran a medio camino de su evolución.
La crisis española no es nueva. La diferencia notable en los indicadores socioeconómicos e industriales verificada en los últimos 20 años, reflejada en su atraso económico en relación con sus vecinos industriales ha sido, en realidad, una constante histórica. Entre el siglo XV y mediados del XVIII, España aumentó su dependencia económica, financiera y comercial del norte europeo (Holanda, Francia y Gran Bretaña). Padeció asimismo la ruina de sus industrias, su agricultura y ganadería. El motivo fue que el oro de América latina sirvió para acentuar las condiciones objetivas y subjetivas del atraso español. Así lo sintetiza el historiador español Manuel Colmeiro: «España decayó en el siglo XVII de su antigua prosperidad y grandeza. Las flotas y galeones que cargados de oro y plata venían de las Indias, dieron ocasión a que los españoles perdieran su industria y aplicación al trabajo. Esta condición inconsiderada destruyó la agricultura, arruinó las fábricas y trocó en esterilidad la natural abundancia de nuestro suelo. Apenas desembarcaban aquellos tesoros en Sevilla, cuando desaparecían el oro y la plata del reino, mientras que Francia, Inglaterra, Holanda e Italia, y en general las naciones aficionadas a la industria, sin poseer cerros como el Potosí, sangraban a España con sus telares, imán de los metales preciosos».
La única «reinversión» que la monarquía permitía con el «oro de las Indias» pasaba por su utilización para el ahogo de las tendencias antifeudales locales. La Rebelión de los Comuneros entre 1519-1520, demolida por Carlos V, fue el primer y contundente caso. Carlos V abrió las puertas a la aduana española a la importación de sedas extranjeras y arruinó la industria española. A partir de 1813 y con Fernando VII en el trono, España vuelve a sumergirse en el atraso y la dependencia. Casi doscientos años pasaron desde entonces. Una monarquía ajena a la soberanía popular, con los borbones contemporáneos siguiendo la línea fernandina; con empresarios, banqueros y corporaciones que, como antaño la nobleza y los señores feudales, siguen parasitando a costa del pueblo español. El oro latinoamericano, hoy arribado a los puertos peninsulares en papel moneda, enviado por las filiales de las empresas españolas que continúan guiándose por una explotación colonial del Nuevo Mundo, sigue sin ser reinvertido en el país. Estas son las causas estructurales del atraso y la dependencia de España
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/43-5209-2011-05-30.html