Filósofo, poeta, místico, narrador, aventurero, teólogo, divulgador científico… La obra de Ramon Llull (1232-1316) ha contado con innumerables seguidores y se ha traducido a una veintena de lenguas. El año 2016, «Any Llull», se conmemora el séptimo centenario de su muerte. Con 30 años, este hijo de un noble catalán que acompañó a Jaime I […]
Filósofo, poeta, místico, narrador, aventurero, teólogo, divulgador científico… La obra de Ramon Llull (1232-1316) ha contado con innumerables seguidores y se ha traducido a una veintena de lenguas. El año 2016, «Any Llull», se conmemora el séptimo centenario de su muerte. Con 30 años, este hijo de un noble catalán que acompañó a Jaime I en la conquista de Mallorca, se resolvió a dejar la vida de cortesano -tras diversas experiencias místicas- con el fin de centrarse en el estudio y la predicación. El objetivo, forjar la unidad de la humanidad entera bajo el cristianismo. También fundó monasterios, en los que se aprendía árabe y se formaba a misioneros, y viajó por el norte de África y Próximo Oriente con un fin evangelizador: convertir al cristianismo a los «infieles». Escribió unas 250 obras, principalmente en catalán, aunque también utilizó el latín y el árabe (en esta lengua no se conservan manuscritos): tratados científicos, filosóficos y morales, sermones, cartas, proverbios, poesía, autobiografía…Corría el año 1295 cuando ingresó en la orden de los franciscanos. Con el «Ars Lul.liana», aspiraba a demostrar mediante la argumentación racional a los «infieles» -musulmanes, judíos o gentiles-, las «verdades» del cristianismo. Y en el campo lingüístico, introdujo innovaciones sintácticas y léxicas que contribuyeron significativamente a la formación del catalán literario, destaca l’Associació d’Escriptors en Llengua catalana.
Se dice también que Ramon Llull fue autor del prototipo de lo que, muchas centurias después, serían las computadoras: la llamada «máquina de pensar». Contra lo que comúnmente se cree, puede considerarse la Edad Media como la era de la Razón, la del pensamiento deductivo, es decir, el que desciende de lo universal a lo particular. Éste es el gran paradigma filosófico que impregna la obra del teólogo y misionero mallorquín. El modelo hunde sus raíces en la Grecia clásica. Así, el universo se construye desde el cielo platónico, y de ahí todo se deduce. En el polo opuesto, el universo moderno, que comienza con Bacon y Newton, y empieza a levantarse desde lo particular. El motor en este caso es la inducción, el paso de lo concreto a lo general. Autor de libros como «Leyenda de Buda» (2011), «Cosmologías de India. Védica, Samkhya y Budista» (2012), «Manual de filosofía portátil» (2014), «El efecto Berkeley» (2015) y «La invención de la libertad» (2016), el filósofo y ensayista Juan Arnau defiende que los universos antiguo y moderno «confluyen en el ahora, en el presente». Se trata de una idea en la que insisten el budismo y las tradiciones de la India.
Además del pensamiento deductivo, en la época del autor del «Llibre dels fets» estaba en boga persuadir, y los debates escolásticos revestían gran importancia. Se aspiraba a convencer mediante la argumentación, más que con el griterío de las tertulias televisivas. Ramon Llull, que participó de esta realidad silogística, contribuyó a reforzar el paradigma con una «máquina de pensar», precursora de los ordenadores. El artefacto no resultaba excesivamente sofisticado. Constaba de un conjunto de discos concéntricos que generaban mecánicamente definiciones, mediante un lenguaje formal, la lógica combinatoria y unas categorías previamente definidas. El mecanismo permitía producir todo un conjunto de proposiciones relevantes para la Teología. En unas jornadas organizadas por la Llibrería Ramon Llull de Valencia, Juan Arnau subraya que la revelación sobrevino en El Puig de Randa, a 20 kilómetros de Palma de Mallorca, donde el autor de «Blanquerna» se retiró a meditar en una cueva y alcanzó la iluminación. Fue precisamente 1274, destaca Arnau, un año en el que se cerró una época, al morir dos de los grandes maestros del silogismo: Tomás de Aquino y el santo y místico franciscano, Buenaventura de Fidanza.
La «máquina de pensar» constituyó también uno de los primeros intentos de franquear las barreras lingüísticas, e instituir un idioma universal. Y un antecedente de la ciencia, también universal, que perseguían los filósofos Descartes y Leibniz. «Tanto amó Llull su invento que en cierta ocasión prefirió la condenación eterna a la pérdida del artefacto», señala Juan Arnau. Y así fue porque la máquina garantizaba la salvación de muchos. Ramon Llull fue conocido como «Doctor Illuminatus». Pero Arnau manifiesta reparos a estas idealizaciones, ya que considera que, al igual que las del siglo XXI, se trataba de una máquina «ilusa». El motivo es que las máquinas no piensan, sólo calculan. De hecho el pensamiento, cuando es genuino, tiene un punto de creatividad. El filósofo estadounidense de orientación analítica Donald Davidson (1917-2003) afirmó, en torno a estas disquisiciones, que entender una metáfora es tan creativo como inventarla (al pensar, el ser humano se recrea). Además, complementa Juan Arnau, «el verdadero pensamiento surge cuando callan las palabras». De ahí que, «frente a lo que sostienen unos cuantos ingenieros que sueñan con una conciencia mecánica, las máquinas nunca podrán pensar». No saben recrearse, sí reiniciarse.
Con un nítido programa de proselitismo cristiano, una obra enciclopédica y estancias en Montpellier, Génova, Roma, Mallorca y París, este filósofo y poeta que hacía uso del latín para el público instruido europeo, el catalán para los receptores de la Corona de Aragón y el árabe para la captación de «infieles», quiso saberlo todo y convencer a todo el mundo. Al igual que Leibniz, consideró que las disputas podían resolverse mediante el cálculo (no con audiencias y votos), y que mediante la combinación de categorías se podría llegar a descubrir los arcanos del mundo. Estas artes combinatorias aparejadas a la resolución de misterios remiten, en gran medida, a la Cábala. Pero hoy continúa vigente la «Teoría del Todo», recuerda Juan Arnau, título de una película de 2015 dirigida por James Marsh, sobre la vida de Stephen Hawking. La Física trabaja actualmente en la unificación de las dos grandes teorías de esta ciencia: la cuántica y la de la relatividad. ¿Para qué la «Teoría del Todo»? «Es como si una ecuación pudiera resolvernos el enigma del mundo, cómo camino, respiro o miro a los árboles. ¿Me conseguiría un alimento?», se pregunta el autor de «Arte de probar. Ironía y lógica en la India antigua». Subyace una idea capital a las citadas ambiciones: la solución al enigma del mundo tendría que ser discursiva o matemática.
Ramón Llull escribió poesía: «Desconhort» (1295), «Cant de Ramon» (1300); narrativa: «Llibre de contemplació en Déu» (1271-74), «Llibre de l’ordre de cavalleria» (1274-76), «Llibre d’amic e amat» (1276-83), «Llibre d’evast e Blanquerna» (1276-83), «Llibre de meravelles» (1287-89), «Vida coetània» (1311), «Llibre de virtuts e pecats» (1313)… Crítica literaria y ensayo: «Art compendiosa de la medicina» (1285-87), «Arbre de la ciencia» (1295-96), «Tractat d’Astronomia» (1297), «Arbre de Filosofia d’amor» (1298), «Art abreujada de la predicació» (1313)… El «Llibre de l’ordre de cavalleria», manual destinado a que los caballeros se reforzaran en los valores cristianos, gozó de predicamento durante más de dos siglos. Pero no sólo tuvo Ramon Llull un punto quijotesco, en las prédicas por sinagogas y mezquitas, en las discusiones con imanes y rabinos, sino que se reveló, en cierto modo, como un «visionario». En el monasterio de Miramar, fundado en 1276 en el municipio de Valldemossa (Mallorca), puede leerse en uno de los muros un fragmento redactado por el teólogo, aventurero y poeta en Montpellier, 200 años antes del viaje de Colón. «La principal causa del flujo y reflujo del mar grande (referido al Océano Atlántico) es el arco del agua del mar que en el presente estriba en una tierra opuesta a las costas de Inglaterra, Francia y España y toda la confinante de África». América.
El beato también sostuvo que debía existir un fondo racional en las verdades de la fe, y que a estas era posible llegar por deducción lógica. «Por eso una máquina para convencer podía ser objeto de revelación», señala Juan Arnau. «Eran gente muy racionalista». Todo aquello que se consideraba real debía ser al mismo tiempo divino y racional. Así, para levantar el gran altar de la ciencia, bastaba con la divinidad y sus atributos, es decir, la idea del universo construido desde arriba. Algunas reflexiones de Ramon Llull parecen anticipar a Spinoza: «Mi esencia no es otra cosa que la fuerza resultante de una participación finita en los atributos de Dios; por la bondad de Dios soy bueno; por su grandeza, grande; por su eternidad, durable; es decir, permanezco en el ser». El mundo sería, por tanto, una emanación divina, y la creación un descenso de Dios que otorga el ser a las criaturas. Conocer sería, a diferencia de la consideración de los modernos, reconocer la esencia divina en las cosas. Llull denominaba a estas esencias «emperatrices divinas», que procedían de Platón e integraban su máquina: bondad, grandeza, eternidad, poder, sabiduría, voluntad, virtud, gloria, diferencia, concordancia, principio, medio, fin e igualdad. «Aquí está la historia de la Filosofía», resalta el autor de «Leyenda de Buda». Incluso el marxismo (igualdad) y el postestructuralismo (diferencia).
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