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Razonables propuestas para un turismo responsable

Fuentes:

Reseña del libro de Jordi Gascón y Ernest Cañada, Viajar a todo tren. Turismo, desarrollo y sostenibilidad. Icaria (Más Madera), Barcelona 2005, 159 páginas.

Viajar a todo tren, a toda velocidad, con coche propio o alquilado, con aviones de compañías de bajo precio, o de importe no tan ajustado, a territorios vecinos, próximos o remotos, se está convirtiendo, para amplios sectores sociales de los países, digamos, desarrollados o, en supuestas vías de serlo, en una actividad nada marginal, que mueve una cantidad enorme de dinero y de recursos. Que esta actividad tenga algo que ver, aunque sea remotamente, con el placer, con el conocimiento, con la felicidad, con la aventura no acartonada, con el contacto interesado, modesto y atento con otras culturas, no es algo inmediato ni, que se sepa, demostrado en medida parcial o total. Es, cada vez más, en sus aristas mayoritarias -que son las que cuentan para los que cuentan- una actividad comercial y de servicios que, como todo acto económico en esta sociedad del Mercado-Rey, se convierte en una acción que pretende el máximo beneficio, en el mínimo tiempo, por procedimientos legítimos o no, y sin reparar en consecuencias sociales, culturales, estéticas, en el respeto a las personas (sobre todo, las menos favorecidas) y al medio ambiente, que suele contar con la entusiasta colaboración de algunos pobladores privilegiados o bien situados del territorio. Si una visión es capaz de resumir las consecuencias distópicas del turismo masivo y masificador, basta darse una vuelta (rápida: para evitar desolación) por casi cualquier rincón del litoral catalán-valenciano para llenarse el alma de rabia ilimitada pero en absoluto gratuita. ¡Qué tendrá que ver ese horror paisajístico con la belleza, con el descanso, con el conocimiento de los otros! No hablemos ya de lo que eufemísticamente se denomina «turismo sexual», esto es, prostitución programada. Que algunas multinacionales, con nombres y apellidos y con enorme prestigio económico y respeto en las grandes instancias, premien a sus ejecutivos o a sus cuadros medios exitosos, con viajes a determinadas zonas del sudeste asiático -o del Caribe, sin duda- cuyo objetivo básico, cuando no único, es la relación sexual comprada con personas en situaciones próximas al abismo vital (y en manos de grupos de allí o de aquí que les esclavizan sin piedad alguna), debería pasar a la historia universal de la infamia, del horror, de lo inadmisible, y al cuadro de síntomas alarmantes de unas sociedades enfermas que contagien enfermedades sin ningún pudor.

Pues bien, a explicar este lado oscuro del turismo está dedicada la primera parte del libro de Jordi Gascón y Ernest Cañada, autores ambos que están en las mejores condiciones concebibles para abordar esta tarea: desde hace tiempo están práctica y sensiblemente implicados en temas relacionados con los países y ciudadanos del Tercer Mundo, con la cooperación internacional solidaria -y no burocráticamente entendida- y han coordinado además la Red para un Turismo Responsable, una plataforma creada por varias ONG catalanas.

Gascón y Cañada discuten, por ejemplo, algunos de los mitos asociados al turismo y a sus beneficiosos impactos socioeconómicos (pp. 11-29). Así, partiendo de un estudio de A. Costa, señalan que en un análisis realizado en unos 3.600 municipios españoles de más de 1.000 habitantes se demuestra que en aquellos lugares donde el turismo es un sector económico primordial se incrementa su influencia sobre las entidades públicas y obtiene un neto trato de favor en las políticas de gasto municipal: los gastos sociales por habitante se reducen de media casi 10 euros (y unos 7,5 los generales y los de vivienda) y, en cambio, se aumentaban en más 3 euros los gastos dedicados a protección civil y a seguridad ciudadana, y en casi 13,5 los dedicados a bienestar comunitario. En los siguientes apartados, los autores dan cuentan de los impactos en la comunidad y en el grupo doméstico; en la cultura de los países visitados (así, la diversidad regional alimentaria tiende a disminuir en favor de los modelos occidentales tipo basura-rápida-McDonalds) o, destacadamente, en el medio ambiente. Aquí, partiendo de un estudio del grupo de trabajo sobre el Clima, la Energía y el Tráfico de la Asociación Alemana para el Medio Ambiente y la Protección de la Naturaleza señalan que «los viajeros en Europa deberían renunciar a volar tanto como fuera posible y movilizarse en tren o en autobús» (pp. 53-54) y que, si se hacen viajes largos en avión, la estadía mínima en el país de recepción debería ser de como mínimo de tres semanas.

¿Todo está perdido? ¿Nada puede hacerse? No: Gascón y Cañada nos ofrecen en la segunda parte de su oportuno estudio (pp. 87-155) unas argumentadas reflexiones para configurar un turismo responsable que, como no podía de otro modo, debería ser el único turismo admisible (sabido que lo otro es naufragio, explotación, ilusión estúpida y fealdad). En las conclusiones de su estudio, señalan algunas de las ideas centrales de su propuesta: 1. El turismo, como casi cualquier otro sector económico, puede generar impactos altamente negativos o no, todo depende del modelo aplicado y de su gestión. Si bien, históricamente, ha provocado más desventajas que ventajas en los sectores de población más vulnerables y en los ecosistemas. 2. El turismo es un espacio de conflicto social y, por tanto, la cuestión es «entender esta dinámica de conflicto en los modelos de desarrollo turístico y en su gestión, y tener claro al lado de qué clases sociales queremos estar» (p. 153). 3 Ello exige generar un movimiento social, con capacidad de incidencia, que lo transforme con criterios de sostenibilidad social, económica, cultural y ecológica. Turismo responsable será, pues, aquel que genere un movimiento social a favor de un turismo sostenible, respetuoso, que denuncie impactos negativos y que se implique con los colectivos afectados. El Turismo comunitario, que también debe ser fortalecido, «es el turismo de pequeño formato, establecido en zonas rurales y en el que la población local, a través de sus estructuras organizativas, ejerce un papel significativo en su control y gestión» (p. 155).

En síntesis: se trata, una vez más, de no actuar como Reyes-despóticos de un mundo que podemos comprar y maltratar a nuestro caprichoso antojo sin reparar en nada ni en nadie.
 
Nota: Esta reseña fue publicada en El Viejo Topo. »