Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Abu Hisham es un hombre de 57 años que vive en la ciudad de Arbinin, en la región oriental de Ghutah, en el Damasco rural. Siempre odió la política y la cháchara de los políticos porque pensaba que no eran sino mentiras. Pero ha cambiado de opinión y ahora está muy atento al curso de la conferencia de Ginebra II sobre Siria. Abu Hisham ha perdido a sus hijos, uno de lo cuales tenía 34 años cuando el régimen le arrestó por haber participado en las manifestaciones populares de hace dos años. Pocos meses después, los otros dos murieron masacrados junto con 56 integrantes del Ejército Sirio Libre cuando trataban de llevar harina a los civiles del área de Qalamun.
En este duro tiempo de asedio, hambre y destrucción, Abu Hisham no sabe ya cómo alimentar a los ocho niños de sus hijos y a cuatro mujeres. Tenía unos ingresos de nivel medio y sus hijos habían estado trabajando pero ahora lo ha perdido todo. Sus nietos y las mujeres padecen desnutrición aguda y él tiene una enfermedad renal que necesita de continuas diálisis, que no puede recibir desde hace mucho tiempo porque el centro médico tuvo que cerrar debido a la falta de electricidad. Uno de sus nietos se ha incorporado a un batallón como forma de conseguir algo de dinero para la familia.
Abu Hisham logró ahorrar un poco para comprar pilas para el viejo transistor y poder seguir las noticias de Ginebra II, la conferencia que podría poner fin a su tragedia, como le contaban. Quería conocer todos los detalles, cuándo iban a liberar a su hijo, cuándo el asedio iba a romperse para que sus pequeños pudieran comer lo suficiente y cuándo iban a parar los bombardeos.
Escuchaba el discurso del jefe de la Coalición de la Oposición Siria asintiendo con la cabeza y confirmando cada palabra. Alzó su mano para implorar «Que Dios nos proteja». Pero cuando habló el ministro de asuntos exteriores sirio, Abu Hisham maldijo al hipócrita embustero y a su gobierno. Los ojos de Abu Hisham brillaban de esperanza cuando sus hambrientos pequeños le rodeaban, confiando en que la conferencia se tradujera en pan, huevos, fruta y noches en paz.
El interés de la familia por la conferencia era notorio, a pesar del silencio. Esperaban resultados decisivos, para ellos era un rayo de esperanza.
La primera ronda de negociaciones entre la delegación de la coalición y la del régimen, bajo la supervisión de las Naciones Unidas y muchos otros países, ha terminado ya, pero en la cesta no había fruta, ni pan, ni huevos.
La oreja de Abu Hisham estuvo pegada a la radio toda la semana. Escuchaba las noticias y el sonido de las explosiones de los barriles. Y gritaba muy alto: «¡Ya van cincuenta barriles!» Y se preguntaba si el régimen había derrotado a todos los países en la conferencia, teniendo en cuenta los resultados.
Muhamad Adumany es médico, ha tenido que presenciar con sus propios ojos los crímenes del régimen durante los tres años de revolución siria. Y ha estado siguiendo la conferencia de Ginebra desde el primer momento. Escribió sus análisis y opiniones en su página de Facebook. Alentaba la participación en la conferencia, consideraba que para poder acabar con el sonido de las balas, la solución tenía que ser política. Nos reunimos con el Dr. Adumany tras la primera semana de la conferencia. Y nos dijo: «Aún hay esperanza. 900 días de balas y bombardeos y no hemos conseguido ningún objetivo de la revolución, ¿cómo puede la gente pensar que iba a bastar con una semana?». Y añadió: «Mucha gente rechazaba la conferencia de Ginebra, pero estaban pendientes de lo que ocurría. En el fondo confiaban que fuera la solución, lo dijeran o no. La gente esperaba resultados porque está extenuada, no puede más».
El doctor consideró que la conferencia no había fracasado. Al contrario, había devuelto la idea de que el caso sirio es una revolución. Había expuesto la cara fea de este régimen y sus crímenes y cambió el punto de vista sobre la situación siria: la de un pueblo masacrado por el régimen. Pero el Dr. Muhamad confirmó que los sirios necesitan una posición internacional real. «No estamos disgustados con nuestra delegación en la conferencia. Como siempre, es la comunidad internacional la que ha vuelto a fallarnos». Repitió las palabras del líder de la Coalición: «El tiempo que nos ha tocado vivir está hecho de sangre, y así va a continuar»
Fatima, de 38 años de edad, no está alejada del acontecimiento. Ella es la esposa de un mártir, la madre de un mártir y la hermana de alguien que está detenido. Nos miró con desprecio cuando le preguntamos qué pensaba de la conferencia. Contestó con una sola frase: «Todos esos que llevan tres años mirando cómo nos matan no van a moverse ahora, ¡malditos sean ellos y sus conferencias, no van a hacer nada por nosotros!».
Yahya es combatiente del Ejército Libre Sirio y estudiante de tercer curso en la Facultad de Ingeniería. Ha abandonado sus estudios y se ha incorporado a uno de los batallones. Nunca ha creído en conferencias ni en el deseo de la comunidad internacional de buscar una solución al problema, esa misma comunidad internacional que ha permanecido en silencio ante las matanzas de tantos sirios. Yahya dijo: «Sólo las armas pueden detener a ese criminal, díganles que nos envíen armas».
Hay diversas actitudes en conflicto entre la gente acerca de la participación en Ginebra, pero cuando finalizó la primera ronda de la conferencia, todos estaban unánimemente de acuerdo en que los resultados han sido traumáticos. Toda la comunidad internacional, representada por la ONU, tiene la responsabilidad de parar las matanzas. La comunidad internacional sabe muy bien que el régimen no va a aceptar ninguna solución a menos que ésta venga impuesta por ella y a menos que la comunidad internacional considere al régimen sirio como una amenaza para la paz y la seguridad internacional, en virtud del Capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas. A partir de la base de que Siria y su pueblo son parte integral del mundo y miembro fundador de las Naciones Unidas, la comunidad internacional tiene el inmediato deber de proteger a su pueblo.