Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Golpeado, humillado y enviado después como carne de cañón a los frentes contra el Daesh, un antiguo desertor cuenta su experiencia de «reconciliación» con el régimen de Asad, que parece mucho más interesado en castigar a sus derrotados oponentes que en hacer las paces con ellos.
El término «reconciliación» se ha ido generalizando en Siria en los últimos años para describir un concepto promovido por el régimen de Asad como medio para pasar página sobre el conflicto armado con sus adversarios. Los llamados acuerdos de «reconciliación», que hasta ahora se han cumplimentado en varios lugares, han supuesto el desplazamiento de quienes allí residen y no estaban dispuestos a aceptarlos, mientras que aquellos que consienten en ellos permanecen en el lugar bajo el dominio del régimen. Aunque a estos últimos se les proporcionan garantías nominales acerca de su seguridad, pronto perciben que la realidad que el régimen les tiene reservada es notablemente diferente.
Las zonas que han sufrido tales «reconciliaciones», como los suburbios de Damasco, las áreas rurales de Homs y el sur, no enfrentan hoy idénticas condiciones. Sus situaciones varían por diversas razones, entre ellas el número de personas que optan por permanecer en el lugar y el carácter geográfico de la región en cuestión. Sin embargo, lo que todos tienen en común es que sus jóvenes han sido reclutados a la fuerza por el ejército, y que a los buscados por los aparatos de seguridad e inteligencia del régimen no se les muestra piedad ni amnistía, independientemente de las «garantías» que se les ofrecen sobre el papel.
Las personas incluidas en estas dos categorías -las buscadas para el servicio militar y las perseguidas por el Estado- se han visto obligadas a obtener los llamados «documentos de resolución» como parte de estas «reconciliaciones»; documentos que se supone les permiten paso libre a través de los puntos de control del régimen sin ser detenidos. En el caso de aquellos que pueden ser reclutados, los documentos les conceden un período de seis meses para posponer el servicio militar, por motivos educativos o por otros motivos que se hayan aprobado, o, en caso contrario, para unirse al ejército una vez que finalicen los seis meses. Una fuente local dentro de una zona de «reconciliación» le dijo a Al-Jumhuriya que «aquellos que firman voluntariamente y se comprometen a hacer el servicio militar al finalizar ese período son tratados mejor que a los arrestados que intentan evitar el alistamiento; por ejemplo, pueden ser enviados a zonas más seguras alejadas del fragor de la lucha».
En cuanto a los buscados por las agencias de seguridad, que son en su mayoría soldados desertores, antiguos líderes rebeldes y activistas civiles de la oposición que trabajaban anteriormente en los medios de comunicación o en campos humanitarios, «no es fácil que obtengan los ‘documentos de resolución'», según una fuente local. «En ocasiones son arrestados y llevados a las agencias de seguridad para someterlos a interrogatorio». El objetivo de esta presión, desde la perspectiva del régimen, dijo la fuente, es «impedir la posibilidad de cualquier activismo en el futuro; limpiar las zonas de ‘reconciliación’ de elementos desleales y ahuyentar el espectro de la oposición, armada o pacífica».
En octubre de 2018, el régimen emitió, aparentemente, una amnistía para los desertores del ejército y para los que evitaban el servicio militar obligatorio. En teoría, esta amnistía eliminaba «todos los cargos criminales contra fugitivos, internos y externos, según viene definido en el código penal militar». Sin embargo, el indulto no se extendía a «los que están escondidos, ni a los fugitivos de la justicia», excepto si se entregaban en un plazo de cuatro meses en el caso de los «fugitivos internos», y de seis meses para quienes se encontraran en el extranjero.
Un desertor que accedió a incorporarse al ejército del régimen tras la publicación de esta amnistía le dijo a Al-Jumhuriya que se quedó «sorprendido», dadas las garantías ofrecidas contra el castigo, cuando fue «recibido con insultos y luego transferido a las ramas de seguridad. Los soldados del régimen nos llevaron a una de las sucursales de la inteligencia, donde nos interrogaron sobre los acontecimientos de los años anteriores». Él y los que estaban con él no solo sufrieron abusos verbales sino también físicos, como si no sirviera de nada que se hubieran inscrito voluntariamente. Salieron veinticinco días después, siendo la gran mayoría de ellos enviada a las líneas del frente contra el Daesh en el desierto oriental, o bien a Idlib para combatir a las facciones de la oposición allí.
Un miembro del régimen relata lo que ocurrió con otro conscripto, que realizó el servicio militar como parte de su proceso de «resolución». Después de ser asignado a tareas de vigilancia, fue enviado al campo sin arma alguna. «En general, el régimen no proporciona armas a los exdesertores que han firmado», dijo, y agregó que los superiores del soldado lo maltrataron y humillaron. «Te has pasado siete años peleando y matándonos, ¿crees realmente que vamos a tratarte como a los demás?», le dijo un oficial de alto rango al recluta. «Voy a hacer un ejemplo de ti».
Los relatos recurrentes de estas prácticas han llevado a cientos de jóvenes buscados para el servicio militar obligatorio o para someterles a interrogatorio a refugiarse en algunas zonas de las provincias de Daraa y Qunaitra, en el sur de Siria, donde las fuerzas del régimen y las agencias de seguridad dudan más en entrar por temor a enfrentamientos con locales armados y excombatientes de la oposición. La estabilidad de estas áreas en particular es también una prioridad clave para Israel, que tiene fronteras con ellas, así como para Rusia, que asume su papel como «garante» de los acuerdos de forma más seria aquí que en otros lugares. Además, a diferencia de lo sucedido en Ghuta oriental, por ejemplo, la «reconciliación» en las provincias del sur no ha implicado un desplazamiento masivo de sus habitantes, lo que significa que la opinión pública actual se opone firmemente al régimen, cuyo control sobre la zona es aún tenue y está limitado a los puestos de control en las afueras de ciertas ciudades y pueblos.
Un activista de los medios de comunicación en el sur de Siria le dijo a Al-Jumhuriya que su nombre se había incluido en un informe de seguridad debido a su anterior trabajo en medios contrarios al régimen y, aunque había intentado varias veces obtener un documento de «resolución», era rechazado sistemáticamente a pesar de que nunca había tomado las armas. El régimen, dijo, «considera que la actividad pacífica no es menos peligrosa que la actividad combatiente», y no concede a los oponentes desarmados mayor clemencia que a los armados.
El mismo activista de los medios agregó que no puede moverse libremente fuera de un territorio muy limitado por miedo a que le arresten, en un momento de gran incertidumbre sobre el futuro de los sirios en zonas anteriormente controladas por la oposición. Cientos de personas conocidas en el pasado por su trabajo humanitario o en los medios se hallan en el mismo barco que este activista, y comparten sus graves preocupaciones por los próximos meses y años, dijo a Al-Jumhuriya.
Aparte de estos casos individuales, el activista añadió que también se toman medidas colectivas contra todos los que residen en ciertas áreas, como los suburbios de Damasco de Daraya y Ghuta Oriental, cuyos habitantes tienen prohibido regresar a sus hogares durante tres años tras la recuperación de esas zonas por parte del régimen. En opinión del activista, esto demuestra que el régimen cree que no se puede alcanzar la estabilidad sin «limpiar» y «homogeneizar» la sociedad (utilizando el propio vocabulario de Asad), y eliminar todas las voces disidentes sin excepción; por lo cual, con tal mentalidad, es imposible una solución razonable al conflicto.
Lingüísticamente, la palabra «reconciliación» presupone que dos antiguos antagonistas acuerdan dejar atrás sus diferencias después de un período de disputa. La política del régimen hacia aquellos que trabajaron en su contra en el ejército, los medios de comunicación e incluso los frentes humanitarios elimina de esta palabra todo significado, convirtiéndola en un medio más para continuar su guerra, perseguir a sus oponentes y hacer un ejemplo de ello, en lugar de involucrarse en algo remotamente parecido a la reconciliación. Hay actualmente en Siria muchas personas hartas de la guerra, al ser conscientes de la crueldad de un enfrentamiento desigual. Estas personas caminan ahora por el camino de la «reconciliación» con ojos cautelosos ante los puñales de venganza que destellan por el horizonte.
[Nota: Este artículo se publicó originalmente en lengua árabe]
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