Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Esta semana tuve una experiencia plena de nostalgia. Me reuní con una delegación parlamentaria de uno de los países europeos. Lo que convirtió ese encuentro en una ocasión especial para mí fue el lugar donde se celebró.
El «Salón Pasha» del Hotel «American Colony», en Jerusalén Este, es un bello salón cuadrado decorado al tradicional estilo árabe. Estuve en ese salón en el momento en que Yitzhak Rabin le tendió la mano a Yasser Arafat sobre el césped de la Casa Blanca en la ceremonia de la firma de los Acuerdos de Oslo.
Nos habíamos reunido allí espontáneamente activistas israelíes por la paz y dirigentes de Fatah para celebrar juntos el acontecimiento. Contemplamos la ceremonia por televisión y descorchamos botellas de champagne. Todavía guardo uno de aquellos corchos.
Justo una hora antes había sido testigo de una reunión no menos emotiva. Un grupo de jóvenes palestinos, locos de alegría, marcharon por las calles con ramas de olivo en las manos y una gran bandera palestina ondeando sobre sus cabezas. En una esquina de la calle, una unidad de la Policía de Frontera -la fuerza más agresiva anti-árabe en Israel- estaba esperándoles. En aquella época, incluso la mera posesión de una bandera palestina era un crimen.
Durante un momento, contuvimos la respiración. ¿Qué es lo que iba a suceder? Los palestinos corrieron hacia los policías y pusieron ramas de olivo en sus manos. Los policías no supieron qué hacer. Obviamente, se sentían totalmente desorientados y no reaccionaron en absoluto. Los entusiastas jóvenes continuaron su camino por las calles de Jerusalén Este, cantando jubilosos.
Hoy, quince años y medio después, uno sólo puede mirar atrás anhelando aquella pasión por la paz que entonces nos poseía a todos. Nada queda de aquel fervor, de aquella esperanza, de aquel celo por la reconciliación.
Todo eso ha sido ahora reemplazado por una venenosa mezcla de desesperanza y abatimiento.
Si Vd. para al azar a una decena de transeúntes en una calle de Tel Aviv y les pregunta qué piensan sobre las posibilidades de paz, nueve de ellos se encogerán de hombros y responderán: «No habrá paz. No hay ni la más mínima oportunidad. El conflicto seguirá siempre».
No le dirán: «No queremos la paz, el precio de la paz es demasiado alto». Al contrario, muchos declararán que están preparados para la paz, para devolver los territorios ocupados, incluso Jerusalén Este, y dejar que los palestinos tengan su propio estado. Seguro. ¿Por qué no? Pero, añadirán: «No hay ninguna posibilidad. No habrá paz».
Algunos dirán: «Los árabes no quieren la paz». Otros dirán: «Nuestros dirigentes no pueden lograrla». Pero la conclusión es la misma: No sucederá.
Una encuesta similar realizada con palestinos daría probablemente los mismos resultados: «Queremos paz. Sería maravilloso tener paz. Pero no hay posibilidad alguna. No sucederá».
Este estado de ánimo ha producido la misma situación política en ambos lados. Hamas ganó en las elecciones palestinas no a causa de su ideología sino como consecuencia de la desesperación de no poder hallar la paz con Israel. En las elecciones israelíes, hubo un movimiento general hacia la Derecha: Los izquierdistas votaron a Kadima, la gente de Kadima votó por el Likud, la gente del Likud votó por facciones fascistas.
Sin esperanza no hay Izquierda. La Izquierda es optimista por naturaleza; cree en un futuro mejor, en la posibilidad de cambiar todo para mejor. La Derecha es por naturaleza pesimista. No cree en la posibilidad de cambiar la naturaleza humana y la sociedad para mejor; está convencida de que la guerra es una ley de la naturaleza.
Pero entre quienes desesperan hay todavía quienes confían en que una intervención extranjera -estadounidenses, europeos, incluso árabes- acabará imponiéndonos la paz.
La pasada semana, esa esperanza se vio gravemente debilitada.
Por televisión se nos mostró una conferencia sencillamente impresionante, una inmensa asamblea de dirigentes mundiales, que vinieron todos a Sharm-el-Sheij. (¿Recuerdan que durante nuestra ocupación del Sinaí se llamó Ophira? ¿Recuerdan a Moshe Dayan diciendo que prefería un Sharm-el-Sheij sin paz a la paz sin Sharm-el-Sheij?).
¿Quién no estaba allí? Chinos y japoneses se rozaban con saudíes y qataríes. Nicolas Sarkozy estaba por todas partes (Así fue, era casi imposible hacer una foto sin que el hiperactivo Presidente francés apareciera en ella por algún lado). Hillary Clinton fue la estrella. Hosni Mubarak celebró su logro de conseguir que todos estuvieran juntos allí, sobre suelo egipcio…
¿Y para qué era? Para nada, pobre Gaza. Necesita que la reconstruyan.
Fue una celebración de la hipocresía mojigata en la mejor tradición de la diplomacia internacional.
En primer lugar, nadie de Gaza se encontraba allí. Como acaecía hace ciento cincuenta años, en el apogeo del imperialismo europeo, el destino de los nativos se decidía sin que los mismos nativos estuvieran presentes. ¿Quién les necesita? Al fin y al cabo, son primitivos. Mejor sin ellos.
No sólo Hamas estaba ausente. Una delegación de empresarios y de activistas de la sociedad civil de Gaza tampoco pudo ni siquiera llegar. Mubarak no les permitió pasar por el cruce de Rafah. La puerta de la prisión llamada Gaza fue atrancada por los carceleros egipcios.
La ausencia de delegados de Gaza, y especialmente de Hamas, convirtió la conferencia en una farsa. Hamas gobierna Gaza. Ganó allí las elecciones, al igual que en todos los territorios palestinos, y continúa gobernándola incluso después de que uno de los ejércitos más poderosos del mundo pasara veintidós días tratando de desalojarle. Nada sucederá en la Franja de Gaza sin el consentimiento de Hamas. La decisión mundial de reconstruir Gaza sin la participación de Hamas es una pura estupidez.
La guerra terminó con un frágil alto el fuego que se está viniendo abajo ante nuestros propios ojos. En su discurso de apertura de la conferencia, Mubarak dio a entender que es Ehud Olmert quien está ahora impidiendo un armisticio (llamado Tadyah, en hebreo, o «calma» en árabe). Nadie reaccionó en la conferencia. Pero cuando no hay alto el fuego, otra guerra incluso más destructiva sigue avecinándose. Es sólo cuestión de tiempo: meses, semanas, quizá días. Lo que aún quede en pie, se destruirá entonces. Entonces, ¿tiene sentido invertir miles de millones en reconstruir colegios, hospitales, edificios gubernamentales y casas normales, todo lo cual será demolido de nuevo de todas formas?
Mubarak habló de intercambio de prisioneros. Sarkozy habló, con mucho pathos, sobre el soldado «Gilad Shalit», un ciudadano francés al que todo el pueblo francés quiere que le liberen. Interesante. Hay once mil prisioneros palestinos en cárceles israelíes. ¿Cuántos de ellos tienen también ciudadanía francesa? Sarkozy ni lo mencionó. No le interesa. Incluso entre ese montón de hipócritas, él se lleva la palma.
Los participantes en la conferencia le prometieron a Mahmoud Abbas sumas fabulosas de dinero. Casi cinco mil millones de dólares. ¿Cuántos se van a pagar en la actualidad? ¿Cuánto de esa cantidad pasará el tamiz de la panda de altos vuelos de Ramallah y llegará a Gaza? Según una mujer de Gaza que apareció por televisión, una madre sin hogar que vive en una pequeña tienda en medio de un inmenso lodazal: «Ni un céntimo».
¿Fue más seria la parte política de la representación? Hillary habló acerca de «Dos Estados para Dos Pueblos». Otros hablaron de «Proceso Político» y de «Negociaciones de Paz». Y todos, todos ellos, sabían que esas no eran más que palabras huecas.
En su poema, «If«, Rudyard Kipling preguntó «Si puedes soportar oír la verdad de lo que has hablado/A pesar del sofismo del orbe encanallado». Esta es ahora una prueba para todos aquellos que estuvieron en el nacimiento de la idea de los «Dos Estados» hace unos sesenta años.
La visión era -y continúa siendo- la única solución viable al conflicto israelo-palestino. La única alternativa realista ahora es la continuación de la situación actual: ocupación, opresión, apartheid, guerra. Pero los enemigos de aquella visión han espabilado y pretenden apoyarla en todas las ocasiones.
Avigdor Lieberman está a favor de los «Dos Estados». Absolutamente. Lo explica detalladamente: varios enclaves palestinos, cada uno de ellos rodeado por el ejército israelí y por colonos como él mismo. Esos bantustanes se llamarán «estado palestino». Una solución ideal, en efecto: se limpiará de árabes el estado de Israel, pero continuará controlando toda Cisjordania y la Franja de Gaza.
Benjamín Netanyahu tiene una visión similar, pero la expresa de forma diferente: los árabes «se gobernarán a sí mismos». Gobernarán sus pueblos y ciudades, pero no el territorio, ni Cisjordania ni la Franja de Gaza. No tendrán ejército, por supuesto, ni control del espacio aéreo sobre sus cabezas, ni tendrán contacto físico con los países vecinos. Menachem Begin solía llamar a eso «autonomía».
Pero habrá una «paz económica». La economía palestina «florecerá». Incluso Hillary Clinton ridiculizó esta idea públicamente antes de reunirse con Netanyahu.
Tzipi Livni quiere «Dos Estados-Nación». Sí, mamá. ¿Para cuándo? Bien… Ante todo, tiene que haber negociaciones, sin poner límites de tiempo. Estas no han fructificado durante todos los años que ella lleva dirigiéndolas, ni ha conseguido nada en absoluto. Ehud Olmert habla de «Proceso Político», ¿por qué no lo llevó a una conclusión exitosa durante los años de su administración? ¿Cuánto tiempo debe seguir ese «Proceso»? ¿Cinco años? ¿Cincuenta? ¿Quinientos?
Por eso, Hillary habla de «Dos Estados». Eso es hablar con conocimiento de causa. Está preparada para tratar de ello con cualquier gobierno israelí que se forme, incluso si está inspirado en las ideas de Meir Kahane. Lo principal es que hablen con Mahmoud Abbas y que Abbas mientras tanto reciba dinero, un montón de dinero.
Está a punto de nombrarse un gobierno de extrema derecha. Kadima ha decidido, loablemente, no unirse a él. Por otra parte, Ehud Barak, el padre de «No Hay Socio Para La Paz», está buscando desesperadamente una forma de meterse en él.
¿Y por qué no? No sería el primer prostituto político que sale de su partido.
En 1977, Moshe Dayan desertó del Partido Laborista para servir como ministro de asuntos exteriores y hoja de parra de Menachem Begin, impidiendo por la fuerza que se estableciera un estado palestino. En 2001, Shimon Peres consiguió que el Partido Laborista se uniera al gobierno de Ariel Sharon, para servir como ministro de asuntos exteriores y hoja de parra también para el hombre cuyo mismo nombre hacía estremecerse a todo el mundo tras las masacres de Sabra y Chatila. Entonces, ¿por qué Ehud Barak no puede convertirse también en la hoja de parra de un gobierno que incluye a fascistas declarados?
¿Quién sabe?, quizá incluso nos represente en la próxima conferencia en Ophira -perdón, en Sharm-el-Sheij-, en la que se celebrará tras la próxima guerra, en la que Gaza será de nuevo arrasada hasta los cimientos. Después de todo, será necesario un montón de dinero para reconstruirla otra vez.
Enlace con texto original en inglés: