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Sobre Carlos Acosta y la rehabilitación de las Escuelas de Arte

Recorrido por una polémica

Fuentes: Progreso Semanal

Carlos Acosta (La Habana 1973), uno de los pocos bailarines negros dedicados al ballet clásico, puesto en línea por los críticos de arte con Neureyev, estuvo en el centro de una de esas disputas donde suelen anidar preocupaciones genuinas con enredillos y defectos humanos.   El  meollo del asunto lo plantea el arquitecto italiano Vittorio […]

Carlos Acosta (La Habana 1973), uno de los pocos bailarines negros dedicados al ballet clásico, puesto en línea por los críticos de arte con Neureyev, estuvo en el centro de una de esas disputas donde suelen anidar preocupaciones genuinas con enredillos y defectos humanos.  

El  meollo del asunto lo plantea el arquitecto italiano Vittorio Garatti, en carta dirigida a las máximas autoridades cubanas, donde repasa los orígenes de un proyecto con gran alcance social, las Escuelas de Arte Cubanacán, complejo levantado a partir de 1961 en áreas del antiguo Country Club y hecho admirable en su propósito de formación artística y por sus excelencias arquitectónicas.

Garatti, quien trabajó con varios profesionales, tuvo a su cargo el diseño de las edificaciones. Su alarma se concentra en un párrafo de la citada misiva: «¿Cómo es posible, entonces, que un excelente bailarín cubano -Carlos Acosta- formado en la escuela de Alicia Alonso en La Habana y devenido famoso en Londres, pueda apropiarse de una de las Escuelas Nacionales de Arte (la escuela de Ballet), para utilizarla como escuela de baile personal y privada?»

En mensaje fechado en Londres el 5 de julio de 2012, donde radica de forma intermitente, dada su condición de primer bailarín en el The Royal Ballet desde 1998, y después como actor principal invitado, Acosta aclara: » (…) en la carta de Vittorio Garatti a Fidel y a Raúl, dijo que yo pretendía utilizar la edificación de manera privada, o algo por el estilo. La verdad es que no sé a lo que se refiere pues es patrimonio cubano». 

El artista propuso rehabilitar la construcción ampliando el proyecto cultural, que reuniría los criterios iniciales con conceptos actuales, pero tan costoso (estimados indican que se requieren más de 3 millones de dólares solo para iniciar trabajos) que se necesitan donativos. Los cambios estarían a cargo del reconocido arquitecto británico Norman Foster. Ese anuncio, un tanto distorsionado por alguna prensa, creó la hipótesis de que querría variar la construcción, pero Carlos Acosta aclara: «la participación de Norman Foster se limita a crear una maqueta de la edificación existente, para que el donante, en los numerosos eventos que llevaremos a cabo, tenga una idea de lo que se trata…» . Su trabajo es un aporte gratuito.

Testimonios como el de la directora de la Escuela Nacional de Ballet, Ramona de Saa, recuerdan cómo en febrero de 1962, Fernando Alonso la contacta porque estaba seleccionado posibles profesoras entre primeras bailarinas y solistas, para crear el claustro de la naciente Escuela Nacional de Arte. » (…) el lugar que nos dieron en el Country Club estaba atravesado por el río Quibú y se desbordaba. Nunca pudimos utilizarlo en nuestro trabajo. La Facultad de Arte Danzario nos prestaba sus salones, dábamos clases en el Gran Teatro de La Habana, en la sede de la compañía…» hasta que en el 2001, dijo Ramona, se inaugura la fabulosa instalación actual, con sus 20 salones, cercana a la sede del ballet, el Teatro García Lorca.

Vale la pena referirse al importante papel de esa gloria del ballet cubano, que es Ramona de Saa, en la existencia de Carlos Acosta. «A veces me pongo a pensar qué hubiese sido de mi vida si ella no me hubiera rescatado», deslizó en una entrevista el bailarín sobre quien guiara su enseñanza y preparación profesional para las audiciones internacionales que desde muy joven (se graduó en 1991 con diploma de oro) le pusieron a prueba.

A Carlos Acosta niño, no le interesaba el ballet, quería ser futbolista, pero, cosa rara en estas machistas latitudes, fue su padre, camionero de oficio, quien lo inclina hacia la especialidad, siguiendo un consejo amigo, porque el carácter impetuoso del muchacho no auguraba un buen destino.

Llega a manos de Ramona todavía con algunos resabios, pero ya contagiado con el encanto de los saltos y giros de gran vuelo. No tenía idea de que iba a obtener tantos reconocimientos. En 1990: medalla de Oro del Prix de Lausanne, Grand Prix de la 4ª bienal Concours International de Danse de Paris, Premio Vignale Danza en Italia y el  Premio Frédéric Chopin, otorgado por la Corporación Artística Polaca. Durante 1991: Gran Premio por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba; el Premio al Mérito en la Competición de Jóvenes Talentos, Positano, Italia y el también italiano Premio Osimodanza. En 1995 obtiene el Premio de Danza de la Fundación Princesa Grace y en el 2011 el Premio Nacional de Danza, otorgado por el Ministerio de Cultura de Cuba en reñido concurso.

¿En qué quedó el entuerto? Reunidos varios funcionarios, incluido el ministro de cultura, con Garatti y Acosta, se acordó que la Empresa de Proyectos y Servicios de Ingeniería de la Cultura (ATRIO) sea responsable «de conformar el equipo técnico para la recuperación del inmueble originalmente asignado a la escuela de ballet de Cubanacán» y «Disponer que en la primera etapa se establezcan los vínculos contractuales entre el Consejo Nacional de las Artes Escénicas (inversionista) y ATRIO (proyectista) para la realización de los proyectos y otros estudios técnicos que requiere la obra». De igual forma se establece sostener comunicación permanente «… con el arquitecto Vittorio Garatti para mantenerlo al tanto sobre el desarrollo de los trabajos y formularle las consultas necesarias». Así lo establecen las leyes cubanas sobre derechos de autor.

Parece que esta tormenta, como otras, naturales o humanas, pasó, y el proyecto avanza. El día 19 de septiembre hay una cena en la Royal Opera House de Londres, organizada por David Tang, un empresario de Hong Kong, que la ofrece procurando fondos para el proyecto de reconstrucción. El principal atractivo serán las excelencias danzarias  del propio Carlos Acosta, quien no piensa retirarse de escenarios y aulas, sin dejar una huella porque «Se acerca la etapa final de mi vida como bailarín y una interrogante ronda mi cabeza: ¿qué voy a hacer? No me quería limitar a enseñar o coreografiar -aunque ambas cosas me interesan-, pero creo que puedo ser el instrumento para dejar un legado que continúe beneficiando a las generaciones siguientes y lo quiero hacer aquí…»(…) porque «Todo lo cubano me encanta, porque lo cubano me define (… ) La gloria, el éxito, el Príncipe Charles, la Reina, sí, todo eso está muy bien, pero yo soy de aquí. El ron y el dominó es lo mío. Para mí eso es esencial».