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Recortes en el Reino de los Capicúas

Fuentes: Rebelión

Una de las cosas que recuerdo con afecto del barrio donde crecí, y que no termino de reencontrar en el barrio donde ahora vivo, es la energía vital del lenguaje hablado. Su potencia lírica, incluso. Especialmente al insultar. De hecho, empiezo a pensar que la edad pesa tanto como las condiciones urbanas y de clase. […]

Una de las cosas que recuerdo con afecto del barrio donde crecí, y que no termino de reencontrar en el barrio donde ahora vivo, es la energía vital del lenguaje hablado. Su potencia lírica, incluso. Especialmente al insultar. De hecho, empiezo a pensar que la edad pesa tanto como las condiciones urbanas y de clase. Que si noto el lenguaje menos fresco es porque mi gente más cercana y yo hemos perdido el agudo ingenio de la infancia y la primera adolescencia. Uno de los mejores ejemplos que recuerdo de esa audacia verbal que cuaja en la lírica popular urbana es el insulto «capicúa». Prueba indiscutible de que el pueblo llano es más de Quevedo que de Góngora. Eso sí, como tampoco hay que pasarse, el insulto se lanzaba seguido de su explicación: «culo-cuerpo-culo».

He armado esta pequeña reflexión después de pensar que, si algo podemos sacar en claro del rajoyato que no cesa, aparte de que aumenta la desigualdad social y de que el PP opera como una organización criminal, es que el Presidente del Gobierno en funciones tiene los mofletes de hormigón. Y no sólo los de la cara. Eso sí, advierto que no sé, y parafraseo su discurso de investidura (que fue libidinal, eso seguro, aunque ignoro contra quién o qué), si se trata de un rasgo innato o adquirido. En todo caso, compadezco al encofrador de tan augusta cuaterna de carrillos.

Rajoy, digo, es capicúa. Tiene hormigón en la cara, las nalgas y los pies. Es un superviviente. Sus compinches han tratado en varias ocasiones de convertirlo en pasto de los peces y, o bien lo han intentado por error en el Manzanares en vez de en las Rías Baixas, o bien tendremos que aplicar la máxima según la cual no hay que explicar recurriendo a la maldad aquello que es plausible bajo el signo de la estupidez. El cómico tinerfeño Ignatius Farray decía en un monólogo que un personaje como Clark Kent sólo es creíble porque su torpeza y estulticia quedan compensadas por el hecho de que, en realidad, sea Superman. Mutatis mutandis, Mariano Rajoy sólo es creíble como personaje de ficción (o personaje público, que es lo mismo) porque simultáneamente es el Presidente del Gobierno.

Sea como fuere, el Hombre de las Tautologías (y la segunda ya tal), farsa orteguiana porque Ortega aún podía lucir la potencia de toda buena tragedia, ni siente ni padece. Y parece que no hay quien le mueva del Trono de Hierro que todos los demás, hasta puede que algunos de los suyos, codician. Y al paso que vamos el Gobierno en funciones va a funcionar, pero bien además, otros cuatro años.

Ese Trono de Hierro es más bien de Cartón Piedra. Más que mandar, desde él lo que uno hace es prestar el rostro a quienes mandan. El poder que se le atribuye es igualmente prestado. Suele venir de más arriba. Sólo en circunstancias muy especiales puede sintonizar de verdad con los de abajo. Siendo esto relativamente fácil de entender, y aun teniendo tan reciente el ejemplo negativo de Grecia y Syriza, este Trono lo codicia hasta Pablo Iglesias: son inescrutables los caminos que conducen a placeres culpables. El Secretario General de los morados parece una suerte de Alonso Quijano del siglo XXI: está quijotescamente atrapado en el delirio tras leer libros de caballerías; no muchos, eso sí, sino unos pocos muchas veces. Y una porción importante de las bases y de los cuadros podemitas, a su vez, están sanchescamente atrapados en la ilusión de devenir gobernadores de una ínsula; no hay, empero, archipiélagos suficientes para contentar a tantos aspirantes.

El bloqueo político que se veía ya venir antes de las elecciones de Diciembre brindaba la (quizás) única buena razón para votar a Podemos: mientras no haya Gobierno, nos decíamos guiados por la experiencia de Bélgica, no habrá quien pueda recibir el telefonazo desde Bruselas exigiendo los debidos recortes. La coyuntura económica, sin embargo, no es exactamente la misma, y las condiciones de equilibrio político tampoco. Wolfgang Schäuble ha debido decirle al Gobierno español en funciones que en Alemania ya saben, porque para algo contribuyeron a su conformación, que el parlamentarismo español actual es de bajísima calidad, y que dejen de escudarse tras unos checks and balances que en realidad siempre se han pasado por el forro.

Ya que hablamos de capicúas, señalemos que los números son elocuentes: Bruselas exige a España que recorte en un año 10,000 millones de euros; es decir, el equivalente a un tercio de lo recortado entre 2009 y 2014. Si tenemos en cuenta que para un recorte neto de 30,000 millones de euros se recortaron 78,648 millones de euros en todas las partidas de gasto excepto pensiones, intereses de deuda y energía, podemos hacernos una idea del tipo de ofensiva que se viene y que, no nos engañemos, el Gobierno en funciones (ese que debería tener limitadísimas competencias) ha pactado con los otros Gobiernos europeos (especialmente con los que mandan) en Bruselas.

Y no es esto lo único que nuestro Gobierno en funciones está haciendo. Nuestro Gobierno en funciones va a mantener, esquivando el de por sí irrisorio control parlamentario si hace falta, una política exterior explícitamente alineada con, y fuertemente integrada en, la reorganización del despliegue militar de los Estados Unidos. Y lo va a hacer en el contexto de una escalada belicista deliberadamente alimentada por Washington y muchos de sus aliados en Europa. El reciente fallecimiento de un soldado español el Irak (sí, España ha vuelto a Irak por la puerta de atrás) debería servir para alertarnos. También podríamos hablar de las negociaciones del TTIP. O de los gestos favorables (¡con Rajoy ya en funciones!) al nuevo Presidente de Brasil. En clave de política interior, podríamos hablar del desmantelamiento deliberado y a marchas forzadas del sistema de pensiones públicas. O del decretazo que nos va a caer encima. De hecho, y dado que mientras rumiamos estas líneas ha sido defenestrado Pedro Sánchez, incluso se abre camino la posibilidad de una abstención del PSOE; El Retorno de la Gran Coalición bien podría ser el título de una película de serie Z, aunque al imaginar su contenido no nos dé la risa tonta.

Como señalaba un amigo el otro día, en España están ocurriendo cosas que en Chile en los años 70 dependieron de un golpe de Estado y de una sangrienta dictadura militar. Que no lo dude nadie: el golpe y la sangre están ya ahí. Lo que debemos preguntarnos es por qué no los vemos.

A pesar de todo esto, sin embargo, votar a Unidos Podemos en Junio (quizás) pudo seguir siendo una buena idea. Es cierto que la ilusión electoral ha permitido a un régimen político en descomposición asearse un poco, pero el actual bloqueo (y la eventual coalición PPSOE que le pondría fin) hacen evidente, una vez más, que lo llaman democracia y no lo es. Lo de «hacer evidente» es, claro, una forma de hablar, porque si una lectura de los hechos como la aquí propuesta no se difunde y no cala, nos la meterán doblada como de costumbre.

La casta, por utilizar el término impreciso al que Podemos recurría antes de hacerse «responsable» (es decir, antes de pactar con el PSOE), es capicúa. Si Unidos Podemos se hace capicúa dejará de sernos útil. Que Podemos esté, al parecer, más preocupado por sus congresos territoriales que por construir una explicación consistente de lo que sucede no me extraña demasiado. Pero es una malísima noticia. La constelación política articulada en torno a Podemos tiene que abandonar los concilios, las disputas de poder disfrazadas de bizantinas discusiones sobre la doctrina de la fe, y también las virtudes cristianas. Tiene que dejar de poner la otra mejilla en las instituciones, o acabará pasando por las manos del «Encofrador del 78» más pronto que tarde. Y para un viaje así no hacían falta alforjas.

Hablando en plata: cuando llegue el invierno de caraculos vamos a ir sobrados, pero nos va a hacer mucha falta sentir calor en las calles.

[*] NOTA: este texto ha sido originalmente publicado en Disparamag.

Blog del autor: http://fairandfoul.wordpress.com

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.