A continuación, presentamos las conclusiones, notas y borrador de un comunicado que nunca terminaremos y que es resultado de una amplia reunión que un grupo de sirias y sirios, más cerca del ecuador de su vida que de su inicio, celebraron durante días. A día de hoy, la mayoría de ellos viven fuera de Siria […]
A continuación, presentamos las conclusiones, notas y borrador de un comunicado que nunca terminaremos y que es resultado de una amplia reunión que un grupo de sirias y sirios, más cerca del ecuador de su vida que de su inicio, celebraron durante días. A día de hoy, la mayoría de ellos viven fuera de Siria y se dedican a cuestiones tan diversas como la actividad en organismos e instituciones de la sociedad civil, la academia, el arte, el periodismo, los estudios científicos o los oficios manuales, o bien, están desempleados. Unos y otros son completamente diferentes, pero coinciden en que 2011 fue algo más que un año: fue un año para todos los años que lo siguieron y un año de referencia para todas las revisiones de los años que lo precedieron, al menos durante su vida.
Debemos comenzar nuestro discurso disculpándonos por un par de asuntos que nos demorarán un poco y aclarando una cuestión. En primer lugar, queremos disculparnos por el caos que el lector va a encontrar en este texto, que es resultado de muchas experiencias, muy relacionadas, pero también muy divergentes. La mayoría de nosotros aún no ha podido superar la actitud de la mimosa (la planta de la vergüenza, según se la conoce en Siria) ni salir del propio caparazón tal y como hacen dichas flores, cuyas hojas se encogen y retraen al tocarlas. Por otra parte, otros hemos comenzado la etapa de tanteo del cuerpo y las ideas para asegurarnos de que siguen estando ahí, y la etapa de prospección de uno mismo y lo que le rodea, intentando descubrir dónde estamos y qué hacemos. Por último, un tercer grupo ha adoptado el papel de la vanguardia revolucionaria y ha comenzado a discutir virulentamente con los mimosos, a quienes los prospectivos comprenden, si bien los ven inútiles, quizá porque hay algo de narcisismo en ellos. Sin embargo, ¿no hay narcisismo también en la postura mimosa? ¿Dónde termina lo particular y comienza lo público en lo que respecta a las decisiones relacionadas con las fracturas y las formas de soldarlas?
Esta es una cuestión fundacional, entre muchas otras, a la que pretende responder un grupo de personas que comparten la idea de ese año fundacional, el año del todo, el año 2011.
En segundo lugar, queremos disculparnos porque no sabemos exactamente para quién escribimos este texto. A pesar de que muchos de los miembros de este grupo fundacional desarrollan su actividad en el ámbito de la sociedad civil, el periodismo, la edición y el arte, campos en que la determinación del «público objetivo» o los «interesados» es esencial para comenzar a pensar en un «proyecto», nosotros no hemos sido capaces de pensar en la comisión como un proyecto con personas «interesadas». Algunos de los que pertenecen a la vanguardia revolucionaria han culpado a los mimosos por su excesiva fijación con la moda del psicoanálisis, que pide a uno que escriba, que se escriba a sí mismo, que escriba sus pesadillas, sus sueños y sus ideas, las cosas que teme y las que añora, lo que ama y lo que odia, lo que le hace sentir seguro, etc.
En realidad, escribir sobre 2011 como si escribiéramos después de una sesión de psicoanálisis genera una sensación estúpida de culpa. Sí, todas nuestras sensaciones en relación a 2011 tienen el carácter propio de los sueños, las pesadillas, la esperanza, las ideas, el miedo, la añoranza, el dolor, la ternura, el amor, la seguridad y la falta de ella y todas esas cosas. Sin embargo, no estamos en una sesión de psicoanálisis en este preciso momento, con todo el respeto y la consideración hacia el psicoanálisis y todo el rechazo y la condena a quienes dudan o se ríen de él.
En definitiva, no sabemos cuál es el público objetivo de este texto. Quizá sea una generación anterior a la nuestra, que llegó a 2011 en la adolescencia o antes, y que hoy lleva el peso y las consecuencias del asedio, el exilio forzoso y el asilo, o de una vida bajo el yugo de la victoria de los tiburones del régimen y sus aliados. Quizá vaya dirigido a nuestra propia generación, los dosmilonceros y dosmilonceras, en Siria y fuera de ella, que buscan a quienes sientan una abrumadora soledad como ellos. Tal vez el público objetivo sean nuestros antiguos amigos y compañeros, a quienes les gusta vernos frustrados para confirmar que su decisión de no hacer nada, o de ponerse de parte del fuerte cuando este se alzó, fue la decisión correcta… No importa, no tenemos inconveniente en alimentar el «os lo dijimos».
Siendo sinceros, preferimos cualquier «dicho», aunque sea «os lo dijimos», al silencio, como preferimos cualquier presencia molesta al deseo de borrar y eliminar, y también preferimos el caos incitador a una virtual disciplina correcta en el marco de una perspectiva histórica también teóricamente correcta. Puede que todo esto suene utópico y romántico. Lo es, y es lo que escuchamos decir a muchos en 2011, el día en que nos alegramos al ver nuestra vida patas arriba con el primer grito por la dignidad y la libertad de los sirios, en Hariqa y después en Hamidiyya [1], pasando por Daraa hasta llegar a amplias zonas de la geografía siria.
Aquí, al hablar de Daraa, debemos hacer la aclaración antes mencionada. La decisión de publicar este texto el 15 de marzo se impuso en una votación democrática celebrada en un grupo cerrado de Facebook (a pesar del mal recuerdo que tenemos con las votaciones de Facebook [2]). Esto provocó la escisión de la corriente populista de los dosmilonceros, esos que insisten en que la revolución comenzó en 18 de marzo en Daraa, y entre quienes hay una número nada desdeñable de partidarios de ningunear a la ciudad y su clase media y elevar el estatus del campo y romantizarlo. En este comunicado, nos referimos a ellos como populistas, calificativo que ellos nos han devuelto al considerar que intentábamos explotar el hecho de que el 15 de marzo era viernes y que pretendíamos con ello incitar a los sectores conservadores de la sociedad a que salieran a manifestarse desde las mezquitas tras la oración.
Chocamos un poco a la hora de elegir el nombre de la comisión también, pero no se produjeron escisiones por ello, al menos hasta el momento. Teníamos claro, con buen criterio, que había que evitar generalizar el carácter masculino, puesto que, si algo habíamos aprendido de nuestra experiencia, es que nos excedimos con mucho en la lógica de la procrastinación, y no prestamos suficiente atención a la necesidad de librar la batalla de las libertades individuales, hasta que la corriente conservadora -el imperio de la orientación por naturaleza─bajo el liderazgo de los autoritarios islamistas, hubo logrado sacarnos de la foto. Por tanto, no nos valía el nombre de «Comisión de los Dosmilonceros», sino que sería preciso llamarse «Comisión de los Dosmilonceros y las Dosmilonceras». Puesto que era imperativo incluir una mención a la libertad, el significado último frente a todos los vicios autoritarios que han aparecido como resultado de la militarización e islamización de la revolución, se sugirió llamarlo «Comisión de los Dosmilonceros Libres y las Dosmilonceras Libres [3]». Sin embargo, era una opción complicada por su extensión, y porque estuvimos varias horas debatiendo sobre el femenino del adjetivo «libres», un déjàvu en el sentido más amplio de la palabra… Por cierto, querido lector, si has sentido ese déjàvu al leer la palabra «libres» en femenino y has recordado la discusión que hubo en torno a ella, eres muy probablemente un dosmiloncero: ¡únete!
Por eso, nos decantamos finalmente por «Coordinadora Dosmiloncera por la Libertad».
Uno de los compañeros de la coordinadora lo aplaudió con entusiasmo y se presentó voluntario para hacer un logo, ya que tiene experiencia en el diseño gráfico, así que prometió enviar unos bocetos unas horas después de terminar la reunión. Sin embargo, desapareció y no ha vuelto a contestar a los mensajes de Facebook. Ya han pasado diez días, diez días que apenas han afectado al mundo, la verdad.
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No sabemos si el haber escogido el término «coordinadora» significa que nos vayamos a coordinar para algo más que escribir este texto, pero se trata de una muy necesaria recuperación de esa palabra que no recordamos cuando fue la primera vez que escuchamos en el contexto sirio. Fue muy pronto en cualquier caso, y parece una palabra escogida con cuidado porque no obliga a sus integrantes a estar de acuerdo ideológicamente o en un programa, pero sí les encomienda coordinarse entre ellos para llevar a cabo las actividades de protesta sobre el terreno.
Ese fue su papel desde el comienzo, pero, si así fue, ¿por qué las coordinadoras se fueron reproduciendo y dividiéndose una y otra vez, hasta el punto de que en un pequeño pueblo había dos o tres diferentes? No parece posible buscar ahora las razones reales, pero lo cierto es que en 2011 no estábamos de acuerdo más que en la necesidad de derrocar al régimen y el «nosotros» aquí no se refiere solo a los miembros de nuestra coordinadora, sino a todos los que se rebelaron contra el régimen en 2011.
A pesar de que insistimos en que esto es un intento de volver sin nostalgia al momento 2011, algo de nostalgia nos vendrá impuesta aunque no queramos. Aquellos momentos fueron colosales: el primer grito que rompió el manto de eternidad asadiano, los primeros valientes rompiendo las fotos y destrozando las estatuas de Asad, las miles de personas, en masa, que se lanzaron a las calles y callejones a gritar por la libertad, exigiendo derrocar al régimen y ofreciendo sus caras almas en el altar de la liberación. Ese momento fue fundacional para tomar conciencia de que lo que parece imposible ahora puede protagonizar la escena mañana. Esta es una lección que no debemos olvidar.
Muchos de nuestros amigos dicen que a día de hoy son incapaces de ver el vídeo completo de una manifestación carnavalesca de 2011 y algunos de los miembros de esta coordinadora dicen que sus manos tiemblan y se les sale el corazón al hacerlo, pues se les vienen a la mente los ríos de sangre y las montones de escombro que han seguido a esas imágenes. Además, les sobreviene un sentimiento abrumador de desesperación, pues ¿qué otra cosa puede hacer un pueblo si no es eso para obtener su derecho a decidir su destino?
Algunos de nosotros echamos un ojo a ese tipo de vídeos de vez en cuando, como sin darnos cuenta, intentando engañarnos. Uno de nuestros compañeros ha reconocido que el peor ataque de pánico que sufrió fue cuando continuó viendo el vídeo de una manifestación enorme en el barrio damasceno del Midan. Él mismo había participado en esa manifestación y la recordaba punto por punto, pero al ver el vídeo desde el lejano exilio, casi se desmaya.
No obstante, dejemos a un lado la nostalgia: ¿puede esa memoria convertirse en una dura e insoportable carga porque remite a un tiempo irrecuperable, o porque es un recordatorio continuo de que lo que hicieron las masas entonces se les ha vuelto en contra en forma de flagelos, muerte, destrucción y colapso, y porque nosotros, los que nos hemos salvado, nos hemos salvado mientras que otros han muerto?
Luchar contra sentimientos como estos no es poca cosa, porque lo que se nos dice directa e indirectamente es que la gran tragedia en Siria la han provocado los propios sirios que salieron a las calles en rebeldía contra el régimen en su país. Posteriormente, llegó la derrota material de su rebeldía, que dio paso a la destrucción del país y su anexión, por partes, a países regionales y potencias internacionales. Todo a nuestro alrededor dice: habéis provocado la destrucción de vuestro país y de la vida de sus gentes para nada.
Hay una respuesta teórica a esto, que no precisa de mucha inteligencia, y es que quien ha convertido el país en un escenario de guerra es el régimen y no sus adversarios, y que negar esto u obviarlo es una forma de decadencia imperdonable. Sin embargo, la cuestión no es teórica, sino que se relaciona con la discusión sobre la manera de superar el sentimiento abrumador de amargura cuando las imágenes de 2011 vienen a la mente de la forma que sea.
Cuando los miembros de nuestra coordinadora deliberaron sobre ello, fue preciso realizar un experimento científico. Y este experimento científico, en contraposición directa al peso de la memoria, dice que esos momentos sirvieron como fuente de dolor y fractura, pero también como fuente inagotable de energía renovable, en cuyo centro está el hecho de que lo que es imposible puede volverse realidad, y que los instantes incendiarios de gloria, los instantes en que el fuego nos abraza, por decirlo de alguna manera, son los instantes más creativos e innovadores en la historia de la humanidad.
Existe una herencia combativa inagotable en el año 2011, y no vemos otra forma de superar la amargura de la memoria relacionada con ello que enfrentarnos a ella y combatirla con todo el amor que podamos, pensar en profundidad sobre ella, mirándola fijamente, sin medias tintas y sin sentirnos culpables, y que ello nos impulse a trabajar y no a encerrarnos en nosotros mismos. Y si es preciso echar alguna culpa, que sirva como acicate de la búsqueda de justicia, no de un victimismo que, de rendirnos a él, no genera más que rencor hacia la justicia.
Si no hay más remedio que pedir perdón a alguien, que sea a nosotros mismos y a nuestros seres queridos, ausentes y presentes, por los errores que hemos cometido en nuestros esfuerzos por lograr aquello en lo que creímos y seguimos creyendo, pero nunca de los criminales, sus aliados, sus seres queridos, sus clientes y sus apologistas. Por encima de la memoria de de nuestra lucha contra ellos en 2011, guardamos el recuerdo del miedo que pasaron, mucho miedo. Y por encima del recuerdo del pasado, conservamos, y conservaremos siempre, la esperanza de volver a verlos pasar miedo.
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Algunos miembros de la Coordinadora Dosmiloncera por la Libertad estaban fuera de Siria el 15 de marzo de 2011, y no han vuelto a ella aún. No han vuelto en cuerpo, pues ese día, o poco después, se decidieron y expresaron abiertamente posturas que hicieron imposible que volvieran a su país de forma legal mientras no cayera el régimen. Sin embargo, sí han vuelto con el corazón y la mente después de que su gradual separación del país terminara gobernando su vida. Así, unieron su destino particular al destino de su país, habiendo aprendido durante largos años que lo más útil y sensato era realizar un esfuerzo personal frenético por liberarse de su injusticia y retraso. Algunos de nosotros pensábamos que el «éxito», la «integración», la «civilización» y la «urbanización» significaban para nosotros, los que habíamos salido hacía poco del pobre y desconocido país llamado Siria, superar nuestra «sirianidad» y olvidarla, alejarnos de la mayoría de sirios que nos encontráramos porque, tal y como nos había advertido nuestra familia, probablemente pertenecían al mujabarat o «la brigada de los informes»[4]. Por supuesto que añorábamos, pero a nuestras comunidades locales y aquellos con quienes manteníamos lazos personales. Nuestras ciudades y pueblos eran nuestras patrias, y si adoptábamos alguna postura política, era a favor de Palestina o Iraq. Siria no era más que una metáfora del instructor de abusones, el agente del mujabarat, las embajadas terroríficas y las estructuras del estado.
Todo esto cambió con el primer mártir que cayó en Daraa. Muchos de nosotros, los «de fuera» recordamos claramente dónde estábamos cuando escuchamos las noticias, qué hora era, qué estábamos haciendo y cómo en unas pocas horas toda nuestra vida entera se desequilibró. Recordamos perfectamente los nombres de las localidades que solo los habitantes de los alrededores conocían, y que rápidamente se volvieron cercanas y extremadamente familiares: Sanamein, Ingil, Dael, Jasim. Recordamos cómo descubrimos con los primeros vídeos de las manifestaciones que llegaban a través de Youtube que había sirios que no tenían ningún parentesco con nosotros y a los que no conocíamos, pero que no se dedicaban a escribir informes de seguridad. Recordamos cómo el exterior civilizado nos pareció, con las primeras fotos de los mártires, insulso, absurdo e insignificante, y cómo nuestra olvidada Siria se volvió familiar, grandiosa y épica.
¿Si aplicamos un pensamiento crítico, debemos sacudir la cabeza con vergüenza y sorna al recordar esos instantes? Tal vez sintamos algo de eso cuando volvemos a leer nuestras publicaciones en Facebook y vemos la seriedad y rigor con los que hablábamos de «exigencias revolucionarias», «el interés último», «la principal contradicción y las contradicciones secundarias» y la «necesidad de unificar a la oposición», pero no sentimos ni vergüenza ni ganas de reírnos cuando recordamos las manifestaciones y a los mártires, o cuando recuperamos un poco de la valentía y heroicidad que vimos y que nos convirtió en personas nuevas. Tampoco lo sentimos cuando pensamos en el significado de que el ser humano, motu propio, ponga todos sus problemas individuales a un lado por un instante general fugaz, mostrando lo mejor y más bello del género humano. No sentimos vergüenza ni ganas de reírnos, sino orgullo y agradecimiento.
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Algunos de nosotros no hemos podido aceptar el exilio más que con el pretexto de la masacre. Uno de nuestros exiliados en París dice, por ejemplo, que siente cierta familiaridad, sin constricción ni nervios, cuando camina por las calles que presenciaron las masacres durante la comuna de París. La masacre es «el nervio vago», si utilizamos el lenguaje médico, ese nervio que une el cerebro con el estómago y los intestinos, pasando por el hígado. 2011 fue un momento excepcional que prometió liberar al nervio vago de la masacre. 2011 fue un momento excepcional en que nos liberamos de nuestra connivencia con la familia Asad para que nos utilizara los unos contra otros y nos matáramos entre nosotros cuando no lo hacían ellos mismos. La mayoría de quienes nos hemos formado en la salvación, estábamos en la treintena o cerca, lo que significa que los ochenta en Siria habían sembrado en nuestro ADN una masacre de la que debíamos salvarnos. Hacer todo lo posible para salvarse es una cuestión siria y el momento de 2011 fue un instante único en que nos quisimos liberar colectivamente.
Algunos de nosotros aseguramos que no salimos de nuestro aislamiento y cerrazón en nuestro círculo social hasta las primeras manifestaciones en Siria. Esa euforia no era solo política, sino que era el éxtasis de la apertura a una identidad colectiva, de rasgos indeterminados, como identidad siria.
Los nombres de los viernes eran muy importantes para nosotros. Durante el «Viernes Santo» de abril de 2011, algunas manifestaciones en Damasco vieron caer muchos mártires que intentaban llegar a la plaza de los Abbasíes, imitando la ocupación de plazas públicas en Túnez o El Cairo. Después, nos olvidamos del tema de las plazas públicas: otra castración para nosotros como sirios. Las plazas públicas no nos pertenecían. Ese mismo abril, la plaza del reloj de Homs presenció una masacre. La castración en Siria se realiza por medio de la masacre. La masacre es el medio y el fin.
A principios de 2011 nos interesaban los analistas políticos sirios que salían en los canales «tendenciosos» hablando de la intifada siria, pero después dejó de interesarnos.
Algunos de nosotros afirmamos que nunca fuimos un revolucionario de libro ni hicimos justicia a lo que la palabra sugiere, pero sí sabemos una cosa, y es que el régimen de la familia Asad ha «hecho jirones» nuestra vida, en el sentido más personal de la vida, y también que odiamos a ese régimen. «Hacer jirones» significa malgastar una tela cortándola sin cuidado ni medida. El régimen de la familia Asad ha hecho jirones nuestras vidas, y el momento de 2011 fue un instante en el que conservar la utilidad de una parte de la tela.
Y hablando de los «revolucionarios» que tal vez no lo sean en la medida en que deberían, no debemos olvidar la expresión que empezamos a escuchar con profusión a finales de 2011: «los revolucionarios de Facebook». Es complicado establecer una fecha para el nacimiento de este concepto en el contexto sirio, pero está ligado a los primeros momentos de estancamiento, cuando todo parecía no marchar como debiera. Cuando eso sucede, cuando la factura de sangre aumenta sin horizonte de salvación y cuando el conflicto se alarga más de lo que imaginábamos, aumenta la rivalidad por la legitimidad y el derecho a tomar decisiones.
Hay quienes han luchado sobre el terreno y quienes no, y esos últimos son, según los primeros, los revolucionarios de Facebook. La palabra en sí lleva una carga de rencor y de arrebato de la derecho a hablar, pues debes constatar qué has ofrecido sobre el terreno antes de gozar del derecho a rechazar la islamización o la militarización, o a sugerir cosas que ves que dibujan los márgenes de una trayectoria mejor. Y puesto que la acusación de revolución de Facebook se hacía a través de Facebook y que esta espada la utilizaban personas que escribían en Facebook contra otros que también lo hacían, ya no es posible saber dónde empieza y termina el asunto.
De esta acusación se han derivado muchas otras, todas incluidas en el contexto de las subastas sobre quién ha hecho esto y quién aquello, y sobre quién tiene derecho a decir esto y quién no. ¿Acaso podremos olvidar a uno de los hijos legítimos de la expresión «revolucionarios de Facebook» más graciosos cuando dijo: «Constituid la brigada Guevara antes de hablar»? Esta expresión nos sigue persiguiendo a veces, lanzada como una maldición contra quien critica el comportamiento de las brigadas islamistas desde posturas que parecen laicas.
Desde muy temprano, los revolucionarios se pelearon por el derecho y la legitimidad para hablar. Posteriormente, con los tortuosos derroteros por los que todos hemos transitado, la multiplicación de las formas de morir, las pérdidas, los exilios forzosos y la negación y con la variedad de posicionamientos y alineamientos y su confrontación, todo sirio quedó expuesto a ser acusado de algo que le arrebatara el derecho a hablar, hasta que solo los muertos tuvieron legitimidad para ello.
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Algunos miembros de esta coordinadora no tenían ni siquiera cuentas de Facebook cuando Zine El Abidin Ben Ali huyó de Túnez, pero todos nos volvimos facebookeroscuando los egipcios vivían sus días gloriosos en la plaza de Tahrir. Uno de nosotros dice que un chiste egipcio le empujó a hacerse una cuenta de Facebook, pues en él un egipcio definía Facebook como «el medio que utilizan los que cambiarán al presidente».
Hoy sabemos que Facebook no fue «el medio» correcto para cambiar al presidente, pero fue adecuado para hacer muchas cosas. Facebook fue un nuevo mundo que se abría ante los muchos sirios en 2011, un mundo para hablar y expresarse, un mundo para la revolución, la solidaridad y la adopción de posturas. Muchos tal vez han pensado que las redes sociales, por el hecho de ser un mundo abierto que permitía intercambiar ideas y noticias rápidamente, y que evitaría la masacre o al menos disminuiría la capacidad de quienes la cometieran de recoger sus frutos, serían un espacio para intercambiar ideas y construir espacios comunes de acción, palabra e influencia.
Eso no sucedió. La masacre se produjo y el mundo pudo ver sus capítulos en Facebook. Muchos de los espacios de Facebook se transformaron en espacios de enemistad, exclusión y acumulación de malos entendidos, pero esto no borra la realidad de que se convirtió en un mundo alternativo para comunicarse en lo que respecta a los sirios desperdigados por todo el mundo. En la medida en que muchos de nosotros recibimos bofetadas, rencor y dolor a través de Facebook, también recibimos muchísima solidaridad, apoyo, amistades y conocimiento.
Las cosas no salieron como debían, ni en Facebook ni en ningún otro sitio, pero la expresión «las cosas no salieron como debían», que ya ha aparecido dos o tres veces en este texto, es una expresión que hay que examinar con detenimiento.
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¿Cómo tenían que haber salido las cosas?
En este texto, lo que se quería decir con esa expresión es que se esperaba que la revolución cambiara el régimen establecido sin destruir el país ni exterminar a amplios sectores de su gente, y que la revolución fuera el camino a una vida mejor. Sin embargo, otra vez cabe preguntar qué es una «vida mejor».
Este tipo de preguntas abrirán las puertas a diálogos, reproches y respuestas interminables, pero aprovecharemos esta ocasión para decir algo a quienes saben con total confianza cómo deben salir las cosas, esos que están encantados de conocerse, y que son los únicos que conocen la verdad y la llevan como una espada que blandir al azar.
Los encontraréis en muchos sitios, especialmente en Facebook, donde suelen concluir sus comentarios con expresiones del tipo: «y ya está». De sus palabras emana la pus del autoritarismo, el uso de la violencia y la reprensión. No se cansan de entrar en todas las discusiones y conversaciones, destruyendo todo espacio público de debate, y aparecen siempre para acusar a los demás bien de idiotas, bien de traidores, pues ellos conocen la verdad y, si dices algo diferente de su verdad, solo puede deberse a dos cosas: que seas un ignorante o un connivente. En el caso de los islamistas, se añade otra acusación tras la que nada se puede decir: ser un infiel que ha abandonado la senda de Dios.
Todos esos adoptan múltiples posturas, en ocasiones contradictorias, y pueden ser tanto partidarios del régimen, como de sus rivales, o algo intermedio. También pueden ser islamistas o laicos, izquierdistas o liberales, pero comparten varias características: adoran a los fuertes poderosos, inventan formas de excusarlos, atacan los puntos débiles personales, muy personales, de otros, caen en maximalismos en nombre de la patria, la religión, los mártires o lo que sea, o incluso todas estas cosas juntas. Esto es así hasta el punto de que muchos de ellos llegan a perder toda conciencia, que es la que hace que nos censuremos, pero ¿cómo se va a censurar quien conoce toda la verdad?
Algunos de nosotros odiamos a esos verdugos simbólicos en la misma medida en que odiamos a Bashar al-Asad.
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¿Y ahora qué?
Seamos sinceros: a la mayoría de nosotros nos disgusta nuestra situación actual, pero todos estamos de acuerdo en que es bueno que sigamos siendo capaces de amar muchas cosas y a muchas personas. En el fondo, pensamos, nos queremos unos a otros, o al menos, amamos ese gigantesco momento que nos unió, nuestras esperanzas, nuestras sorpresas y nuestras reacciones. Tal vez los que son refugiados de entre nosotros eviten el encuentro, porque este exige una energía capaz de asumir el reflejo de muchos momentos pasados en el presente, y quizá no hacemos lo suficiente para estar juntos, o puede incluso que seamos demasiado categóricos y duros unos con otros. ¿Por qué? En realidad, en la mayoría de ocasiones se debe a que somos categóricos y duros con nosotros mismos, y lo somos porque somos, sin orgullo, más «ecuánimes» que quienes nos precedieron en la historia contemporánea de Siria.
La mayoría de nosotros hoy se observa y mira a su alrededor. Quiere cerciorarse del lugar y el tiempo y de lo que ha sucedido. Hay una búsqueda continua de tierra firme en un territorio de asilo que ofrece muchas posibilidades, posibilidades tan importantes como frías, tanto como un balaústre de hierro en el amanecer de un día de nieve.
A veces nos fijamos en nuestras familias a las que hemos dejado en el país y no nos creemos que todo este horror nos haya acaecido a nosotros y a ellos. Leemos la destrucción a veces en sus dientes deteriorados, sus profundas arrugas, la escoliosis de sus espaldas cansadas, la dificultad de sus vidas y días, que ya no superan en número a las pastillas que toman y el miedo que ha regresado, un miedo que nos dicen que había desaparecido en 2011. Los miramos fijamente y no nos lo creemos. «¡Fíjate en lo infame!» ¿Hay algo más terrible que el hecho de que el devenir de un país gobierne el devenir de tu vida? Nuestros cuerpos también, o los de algunos de nosotros, han comenzado a encorvarse.
Un escritor del siglo XX, da igual su nombre, se suicidó veinte años después de salir de las cárceles nazis cuando los dedos de sus pies y los huesos de sus caderas comenzaron a cambiar. La vejez es una llamada a la tortura en la memoria como dice X. Nos fijamos juntos en lo que conocimos y experimentamos juntos, e intentamos decir algo, lo que sea, para alimentar una conversación. Nada.
¿Logrará este régimen volver a imponer el reino del silencio también fuera de sus fronteras? Intentamos decir algo a nuestras familias que han pasado sus vidas anhelando la felicidad. Ah, es cierto, la espera es para los sirios una experiencia propia que en nada se parece a la espera. La espera y la elaboración de planes alternativos para todo… «¿Pondrás las acelgas con las habas en la sartén? ¿Qué sabes de Fulanito? Se marchó. ¿Y Menganito? Ha muerto.» Silencio. Nada en absoluto. ¿Qué podemos decir? En 2011 teníamos muchas cosas que decir.
Tomamos conciencia del hecho de que estamos a salvo, una situación dolorosa. Cargamos con ello como el joven que sustrae una prenda valiosa de su padre o su hermano mayor para engalanarse, pero tiene miedo de que se manche o arrugue y, al mismo tiempo, no se siente del todo cómodo en ella. Nuestro estar a salvo no es solo nuestro, pues en esa situación hay muchos fragmentos de las salvaciones perdidas de los mártires, los detenidos, los desaparecidos, los destrozados, los arrebatados y otros. ¿Qué hacemos con esos espacios de nuestra salvación que son en realidad propiedad de ellos? ¿Debemos conservarlos en un lugar seguro fuera de la vista de los demás o debemos escribir sobre ellos en los periódicos, como esos anuncios breves de personas que han encontrado un carné de identidad, un pasaporte o documentos a nombre de Fulano, que debe ir a la comisaría a recuperarlos?
Cuando observamos nuestro mundo, observamos la geografía que se ha vuelto, a pesar de Facebook, WhatsApp y Skype, una red de muros en cuyo interior se bombardea de un espacio a otro. Como suele decirse, hay un elefante en la habitación, un escollo del que nadie habla, una precaución silenciosa, entre quienes se ha quedado en Siria en zonas que hoy domina el régimen, las zonas de mayor concentración asadiana, y entre quienes han salido de esas zonas y están en otro lugar del mundo, zonas menos asadianas. En realidad, nos falta comunicación e intercambio de ideas y sensaciones para llegar al resultado de que sentimos las mismas cosas en diferentes ámbitos y en diferentes grados de crudeza y peligro, claro. Sin embargo, hay momentos en los que los sentimientos se aúnan y nos devuelven al punto inicial: algunos refugiados de entre nosotros siguen necesitando renovar su pasaporte y les recorren distintas formas de escalofrío al verse frente a la imagen de Bashar al-Asad a la entrada o en el interior del consulado sirio. Cuando cuentan eso, algunos de nosotros en el interior decimos: ¿sabes lo que significa vivir en 2019 en un consulado permanente, un consulado más atroz, un consulado «no diplomático»?
«El elefante en la habitación» es la imagen de Bashar al-Asad.
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Igual que no sabemos aún con certeza cómo tratar con nuestra salvación, que no es solo nuestra, seguimos en la etapa de descubrimiento de cómo tratar con 2011. El gran año. El año del todo. Uno de nosotros dijo que 2011 es la herida de la que nacimos, y estaba convencido de que era una definición grandiosa, hasta que algunos de nuestros compañeros empezaron a reírse de él. Se produjo una cierta tensión en ese momento, pero la conversación discurría en un ambiente de familiaridad y cariño.
Sabemos que no queremos que 2011 sea un lema o el «aniversario del inicio» al que volver periódicamente cada año del mismo modo que Facebook te muestra los recuerdos de «un día como hoy». Queremos coger 2011, estudiarlo, desmembrarlo y volver a ordenarlo, quitarle el polvo y cubrirlo para que no se enfríe. Queremos verlo y ver las partes de nosotros mismos que se han quedado en él, hablarle, escucharlo, y reírnos y llorar juntos.
Queremos defender 2011 frente a sus verdugos, los simbólicos y los reales.
Ese grandioso año, el año del todo, es uno de nosotros. Lo queremos, seguimos sus noticias, nos preocupamos por saber que está bien, que su situación es aceptable cuando vive en el interior de Siria, que ha aprendido un nuevo idioma y que ha encontrado trabajo en su exilio como refugiado. Quizá no tengamos energía para encontrarnos con él a menudo, pero queremos que esté bien. 2011 es nosotros, es los mártires, los detenidos y los desaparecidos de nuestra familia y amigos. No es nuestro pasado, sino nuestro futuro. Nuestro presente se basa en que defendamos ese pasado, en que libremos batallas por él, en que lo miremos largamente, en que lo interroguemos, que nos riamos de él, que discrepemos con él, y que rivalicemos con él por un tiempo antes de reconciliarnos. Es nosotros, el «nosotros» que no puede más que ser extremadamente tierno con él.
2011 es lo que ha sucedido, y lo que ha sucedido es nuestra identidad. Nuestra identidad es el conjunto de la memoria de quienes partieron y nuestra dignidad, la de los que todavía estamos aquí. El resto son detalles
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Viva Siria y abajo Bashar al-Asad.
Notas:
[1] Zocos de la ciudad de Damasco donde se produjeron las primeras manifestaciones en 2011.
[2] En 2011 y 2012 sobre todo, se votaban en Facebook los nombres que se darían a los viernes en los que se producían la mayor parte de las manifestaciones; sin embargo, hubo desacuerdo en algunas ocasiones y, de hecho, en algunos casos no se respetó el resultado mayoritario, siendo elegida la opción favorecida por los administradores de la página.
[3] Para el femenino se plantean dos opciones: Hurrat y hara’ir. El primero es un plural femenino del adjetivo «libre», libre de connotaciones, mientras que el segundo tiene connotaciones religiosas que, en su momento, al dedicarse un viernes a las hara’ir dio pie a todo un debate sobre la idoneidad de terminología islámica.
[4] El mujabarat es el servicio secreto. El asunto de los informes remite al hecho de que el mujabarat se nutría de los informes realizados por colaboradores civiles reclutados para tal fin.
Traducciones de la revolución siria