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Recuperar la Memoria

Fuentes: argenpress

El pasado 25 de junio tuvo lugar en Madrid el encuentro «Recuperando Memoria», que pretendía rendir un homenaje en vida a los supervivientes de quienes lucharon entre 1936 y la década de los cincuenta por defender la II República Española. Al evento acudieron combatientes y brigadistas internacionales que lucharon por la libertad, perdieron una guerra […]

El pasado 25 de junio tuvo lugar en Madrid el encuentro «Recuperando Memoria», que pretendía rendir un homenaje en vida a los supervivientes de quienes lucharon entre 1936 y la década de los cincuenta por defender la II República Española. Al evento acudieron combatientes y brigadistas internacionales que lucharon por la libertad, perdieron una guerra civil -probablemente la última guerra romántica de la historia- y sufrieron una casi interminable dictadura fascista.

Hoy, 28 años después de la muerte del General Franco, aún impactados por la cercanía de esos hombres y mujeres que lo dieron todo y a los que todo se les negó, recordamos la frase de S. Serrano respecto a los guerrilleros antifranquistas: «hay una manera de evocar el pasado que potencia la libertad, y otra que la colapsa». En este sentido, la cercanía con estos hombres, que sólo a lo largo de los últimos años y cuando ya eran realmente ancianos han podido evocar y transmitir su pasado, nos está dando a las generaciones más jóvenes la libertad de conocer y comprender la historia que nuestros padres no tuvieron. Nos permite a los jóvenes españoles escenificar una ruptura real con el pasado franquista de nuestro país, frente a la reforma que nuestros padres y abuelos tuvieron que asumir en su día.

La historia parcial de los vencedores es un relato continuo de cómo la iglesia y el bando nacional (franquista) fueron perseguidos por la maldad intrínseca del ejército rojo y los milicianos que les apoyaban. Se mostraba a los milicianos de la República Española como seres sin piedad, sedientos de sangre, lanzados a una orgía de odio y muerte, cuando no eran en realidad más que hombres y mujeres que se limitaron a defender al gobierno legítimo de su país de la agresión de un ejército apoyado por Hitler y Mussolini. Desde muchas familias españolas y desde los sucesivos gobiernos se decidió educar a los jóvenes en el olvido y la mentira. Y desde la Universidad, se decidió utilizar un método «democrático» y, si cabe, más vergonzoso, en la teoría del 50% de responsabilidad compartida entre leales al gobierno democrático y fascistas.

Un relato en primera persona

Desgraciadamente, hemos sido pocos los que nos hemos sentado a leer y a escuchar a los viejos que tenían otra historia que contar. Contra reiteradas peticiones de silencio, contra insistentes peticiones familiares para olvidar cualquier cosa que tuviese que ver con aquella época, y a partir de la localización de ciertos papeles de mi abuelo, comencé a conocer parte de la historia de mi familia. Como pude leer en esos documentos, mi abuelo, a la sazón agente de información en retaguardia de la Falange Española, se desempeñó «con celo y sentido del deber en la búsqueda y persecución de rojos huidos por los montes». Investigando y chocando una y otra vez contra el muro de silencio construido insistentemente en torno a la historia de España, he podido conocer un poco más de lo sucedido en aquellos años. Al menos, he podido escuchar un relato en primera persona.

La historia necesita ser reescrita, incluso desde lo más individual. Por eso, quiero pedirle perdón a esa mujer que hace apenas unos días me relató en primera persona cómo mi abuelo y su hermano -enfundados en sus uniformes falangistas de «camisa vieja», correas y pistola al cinto-, irrumpieron en su casa para arrestar al señor Pedrayes, socialista asturiano cuyo único delito fue precisamente ése, ser socialista. Quiero pedir perdón por los insultos y los golpes que sus hijos recibieron sin saber qué estaba pasando; quiero pedir perdón por sentir que parte de mi familia fue responsable de que esta mujer y su hermano hayan crecido huérfanos y asustados, sin tener una tumba en la que depositar flores. Quiero pedir perdón porque esta mujer creció, cuando niña, sabiendo quiénes habían asesinado a su padre por un delito que nunca cometió. Fue insultada y vejada por ellos y nunca tuvo, presa del miedo, valor para contar su calvario personal. Quiero pedir perdón porque se acusó a su padre de asesinar en 1937 a un sacerdote que en realidad falleció por causas naturales en 1982.

Existen miles de historias como ésta, que no tiene absolutamente nada de original. Muchos tenemos historias familiares en la misma dirección. La mayoría de los abuelos se han muerto o están a punto de morirse sin haber dejado nunca constancia o relato de qué fue lo que realmente les sucedió a lo largo de aquellos oscuros años. Y si esta tendencia no se revierte, España continuará creciendo hacia el futuro sobre los miles de muertos sin nombre que yacen en las carreteras, por fuera de las tapias de los cementerios o en miles y miles de sumarios de los Tribunales de Excepción franquistas que condenaban al paredón bajo la acusación de «auxilio a la rebelión» a quienes en realidad defendían al gobierno legítimo de la República.

Causa perplejidad observar cómo, en Chile y Argentina, la justicia española -en función del principio de justicia sin fronteras y cuando se trata de crímenes de lesa humanidad- actúa, incluso contra la voluntad de sus gobiernos, para juzgar a los responsables de violaciones de derechos humanos en ambos países. Constituyendo éste un comportamiento que responde sin lugar a dudas a un afán de justicia y descubrimiento de la verdad, absolutamente elogiable, no es comprensible, en cambio, el mantenimiento de un silencio sepulcral sobre lo sucedido en España.

Ni el gobierno actual ni ninguno de los anteriores han comenzado a desenterrar los miles de fosas comunes que hay a lo largo y ancho del país para, al menos, cerrar la inmensa lista de desaparecidos y ejecutados sin causa que nuestra historia soporta. Cuando se pregunta por la verdad se califica de «querer abrir heridas del pasado». La Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) -auténtico detonante de la apertura progresiva de fosas comunes-, continúa sin recibir apoyo público y sigue trabajando desde el desinteresado altruismo de sus miembros frente al silencio oficial. Esta asociación ha logrado la inclusión de algunos guerrilleros antifranquistas («maquis») en el informe del Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Además, desde que la ARMH desenterró en 2002 la fosa con los «trece de Priaranza» en el Bierzo o se abrió la fosa de Valdediós en Asturias (que además cuenta con el relato preciso de la orgía de violaciones y torturas previas a la ejecución de los aproximadamente 35 trabajadores del Hospital de Valdediós que allí fueron asesinados), cientos de fosas han sido denunciadas y documentadas. ¿Cuántos cadáveres republicanos reposan en estas fosas?. Es imposible saberlo, pero contando con que sólo en la fosa común del cementerio de Gijón se habla de más de 3000 cuerpos o en la matanza de la plaza de toros de Badajoz se mencionan cifras similares, los desaparecidos que la democracia española debe recuperar superan según las diversas asociaciones la cifra de 30.000 personas.

En la mayoría de los casos, cuando se localiza una fosa común, no existen los medios económicos ni legales para recuperar e identificar los cadáveres. Aquí es donde el gobierno debe intervenir a través de la dotación de los medios técnicos y cobertura legal que permitan desarrollar con dignidad estos trabajos. Y hay prisa. Hay mucha prisa. Las personas que vivieron aquellos hechos superan en la gran mayoría de casos los 80 años. Y ellos son la única fuente de documentación existente sobre la localización de las fosas comunes. Lo que no se avance en estos próximos años quedará sepultado en un silencio absolutamente indigno e irrespetuoso para con las víctimas y sus familias. Como ha señalado recientemente en el diario «El País» el escritor Benjamín Prado, la apertura de la fosa de Federico García Lorca, perfectamente ubicada e identificada, constituiría un gran paso adelante en esta lucha debido a la relevancia pública del poeta. De cara a la opinión pública, sería probablemente el mejor detonante para que nadie pudiese excusarse ya de apoyar la continuación de los trabajos pendientes.

España sigue siendo un país sin memoria. Es necesario comenzar a hablar y conseguir que el homenaje del día 25 de junio en Madrid no sea el último que los viejos republicanos españoles puedan presenciar. Y además se debe garantizar que, al menos en los últimos años de su vida, los miles de personas que no tienen un lugar donde recordar a sus muertos puedan recuperar la dignidad que se les arrebató al arrojar a sus familiares inocentes en miles de fosas comunes.

* Alberto Arce. Analista de la Fundación CIDOB.