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Reflexiones sobre la ocupación israelí, la Autoridad Palestina y el futuro del movimiento nacional

Fuentes: juliensalingue.over-blog.com

Traducido para Rebelión por Caty R.

El pasado 3 de octubre el presidente palestino de facto (1), Mahmud Abbas, declaró que rechazará cualquier diálogo con Israel si no se renueva la congelación de la colonización de Cisjordania. El mismo día el jefe del Estado Mayor israelí saliente, Gaby Ashkenazi, estaba «de visita» en Belén, donde se reunió con los responsables de las fuerzas de seguridad palestinas. La coincidencia de ambos acontecimientos aparentemente contradictorios es el reflejo del desajuste cada vez más flagrante, por un lado, entre las gesticulaciones diplomáticas dirigidas a reactivar un «proceso de paz» muerto y enterrado desde hace mucho tiempo, y por otra parte la realidad sobre el terreno, la continuación de la política expansionista israelí y la integración, cada vez más profunda, de la Autoridad Palestina en el aparato de la ocupación.

Aquí intentaré despejar las grandes coordenadas de la situación en los Territorios Palestinos, aunque no pretendo ser exhaustivo. Se trata sin embargo de volver a colocar los acontecimientos actuales en su contexto y en su historicidad, comparando el análisis de las fuertes tendencias y la realidad sobre el terreno, de despejar las lógicas en marcha por parte palestina concentrándonos en la Autoridad Palestina de Ramala y en la izquierda. Esta última, y especialmente el FPLP, se halla efectivamente en un proceso de revisión crítica sobre los años de Oslo, consciente del curso trágico seguido por las fuerzas procedentes de la OLP. Así, recientemente el FPLP anunció que suspendía su participación en las reuniones de la dirección de la OLP en señal de protesta contra la reanudación de las negociaciones directas por parte de Abbas. No es la primera vez que el FPLP toma una decisión semejante, sin embargo es significativa.

No tanto sobre esta actualidad como sobre el sentido de las evoluciones recientes y actuales es en lo que deseo insistir, volviendo en primer lugar a la pesada herencia de los 17 años de «procesos de paz». A continuación intentaré establecer las especificidades de la política del Primer Ministro de facto (2), Salam Fayyad, y después, finalmente, cuestionar las dinámicas actuales dentro de lo que queda del movimiento nacional palestino «no islámico» (3). Me inspiro aquí ampliamente en artículos anteriores, actualizándolos y poniéndolos en perspectiva.

I. 17 años de «Procesos de paz»

La ficción del «Proceso de paz»

Las palabras tienen un sentido, es conveniente cuestionar la propia idea de «proceso de paz», que se repite como un estribillo en la actualidad de Oriente Próximo. En su acepción más corriente, el «proceso de paz israelí-palestino» se habría abierto a principios de los años 90 y se habría materializado por la firma de los Acuerdos de Oslo (1993-1994) que prometían, según numerosos comentaristas y diplomáticos, «el final del conflicto israelí-palestino». Dicho «proceso de paz» se habría «interrumpido» en varias ocasiones, pero seguiría existiendo suspendido por encima de los acontecimientos esperando su «relanzamiento».

La realidad es muy diferente, y los palestinos nos lo han recordado por lo menos en dos ocasiones durante los últimos 10 años. En primer lugar en septiembre de 2000, cuando la población de Gaza y Cisjordania se sublevó para expresar su ira contra la continuación de la ocupación israelí, la colonización y la represión. Después en enero de 2006, cuando los palestinos eligieron, en unas elecciones legislativas, un Parlamento ampliamente dominado por Hamás, organización política entonces abiertamente hostil al proceso negociado y que predicaba la continuación de la resistencia, incluso armada, contra Israel.

¿Se volvieron locos los palestinos? No. Los palestinos, a diferencia de los diplomáticos, viven en Palestina. Han visto duplicarse el número de colonos implantados en Cisjordania y Jerusalén Oriental entre 1993 y 2000. Han visto surgir de la tierra cientos de barreras israelíes y decenas de carreteras sólo para los colonos que han subordinado el más mínimo desplazamiento a la voluntad de las autoridades israelíes. Han visto Jerusalén desgajado del resto de Cisjordania. Han visto la Franja de Gaza desgajada del resto del mundo. Han visto, desde septiembre de 2000, una represión israelí sin precedentes, miles de casas destruidas, decenas de miles de detenciones, miles de muertos y decenas de miles de heridos. Han visto un muro que los encierra en guetos. No han visto ni paz ni proceso.

Los Acuerdos de Oslo: la ocupación por otros medios

    «…Desde el principio se pueden identificar dos concepciones subyacentes en el proceso de Oslo. La primera es que dicho proceso puede reducir el coste de la ocupación gracias a un régimen palestino títere, con Arafat en el papel de policía jefe responsable de la seguridad de Israel. La otra es que el proceso debe desembocar en la destrucción de Arafat y de la OLP. La humillación de Arafat, su capitulación cada vez más flagrante, conducirán progresivamente a la pérdida de su apoyo popular. La OLP se hundirá o sucumbirá a las luchas internas (…). Y será más fácil justificar la mayor opresión cuando el enemigo sea una organización islamista fanática» (4).

Esas líneas, escritas en febrero de 1994 por la profesora universitaria israelí Tanya Reinhart, a posteriori parecen proféticas. Pero Tanya Reinhart no tenía nada de adivina, comprendió antes que los demás de qué se trataba realmente el proceso de Oslo. Cualquiera que lea con atención los textos firmados a partir de 1993 se dará cuenta perfectamente de que el asunto no tiene nada que ver con «acuerdos de paz». Las cuestiones esenciales como el futuro de Jerusalén, la suerte de los refugiados palestinos, las colonias israelíes… están ausentes de los acuerdos y se remiten a hipotéticas «negociaciones sobre el estatuto final». No hay ninguna mención a la «retirada» del ejército israelí de los Territorios Ocupados, sino únicamente a su «repliegue».

Cualesquiera que fueran las intenciones o las ilusiones de los negociadores palestinos con respecto a la constitución de un hipotético «Estado palestino», la verdad de Oslo es otra: Israel, que ocupaba entonces toda Palestina, se comprometía a retirarse progresivamente de las mayores aglomeraciones palestinas y a confiar la gestión a una entidad administrativa creada para la ocasión, la Autoridad Palestina (AP). La AP debía hacerse cargo de la gestión de dichas zonas y demostrar que era capaz de mantener la calma por medio, especialmente, de una «potente fuerza policial». Cualquier «progreso» en el proceso negociado se subordinaría a los «buenos resultados» de la AP en el ámbito de la seguridad. La ocupación y la colonización continúan y la AP se encarga de mantener el orden en la sociedad palestina. El orden colonial, naturalmente.

Las contradicciones de Israel y el sionismo

La lógica de los Acuerdos de Oslo no es más que una actualización de un antiguo proyecto israelí conocido con el nombre de «Plan Allon» (5). Con el nombre de aquel general laborista dicho plan, sometido al Primer Ministro israelí Levi Ehskol en julio de 1967, pretendía responder a la nueva situación creada por la guerra de junio de 1967, al final de la cual Israel había conquistado, entre otras cosas, toda Palestina. Ygal Allon identificó, mucho antes que los demás, las contradicciones a las que antes o después se tendrían que enfrentar Israel y el proyecto sionista y se propuso resolverlas de la manera más pragmática posible.

Cuando a finales del siglo XIX el joven movimiento sionista se fijó como objetivo el establecimiento de un Estado judío en Palestina, el 95% de los habitantes de ese territorio eran «no judíos». Convencidos del que el antisemitismo europeo hacía imposible la convivencia de los judíos con las naciones europeas, los sionistas promovieron su partida hacia Palestina con el fin de convertirse en mayoría y poder establecer su propio Estado. El primer Congreso Sionista (1897) consagró, por lo tanto, el principio de la «colonización sistemática de Palestina» en una época en la que el nacionalismo sobre una base étnica y colonialista iba viento en popa.

Fue en noviembre de 1947 cuando la ONU adoptó el principio de «partición de Palestina» entre un Estado judío (55% del territorio) y un Estado árabe (45%). Los judíos representaban entonces alrededor de un tercio de la población. Los ejércitos del nuevo Estado de Israel conquistaron militarmente numerosas regiones teóricamente atribuidas al Estado árabe: en 1949 Israel controlaba el 78% de Palestina. Con el fin de preservar el carácter judío del Estado expulsaron sistemáticamente a los no judíos: al 80% de los palestinos, es decir a 800.000, los obligaron a exiliarse. Nunca han podido regresar a sus tierras.

La guerra de 1967 fue una «guerra de 1948 fallida». Aunque la victoria israelí es innegable e Israel consiguió el control del 100% de Palestina, en esta ocasión los palestinos no se fueron. Entonces Israel, que pretendía ser un «Estado judío y democrático», si concedía derechos a los palestinos renunciaría al carácter judío del Estado, y si no se los concedía renunciaría a sus pretensiones democráticas. Así, Allon propuso abandonar las zonas palestinas más densamente pobladas dándoles una apariencia de autonomía pero conservando el control sobre lo esencial de los territorios conquistados: algunos islotes palestinos en medio de un océano israelí

De la guerra de las piedras a la Intifada electoral

La filosofía del Plan Allon guió a los gobiernos israelíes durante los años 70 y 80, incluso aunque se opusieran todo lo posible cuando acordaron algunos derechos para los palestinos. La Primera Intifada (desencadenada a finales de 1987), levantamiento masivo y prolongado de la población de Cisjordania y Gaza, cambió la situación. A la vuelta de los años 90 la cuestión palestina era un factor de inestabilidad en Oriente Próximo, zona estratégica en la cual Estados Unidos quería afianzar su control tras la caída de la URSS. El gobierno estadounidense obligó a Israel a negociar. El resultado fueron los Acuerdos de Oslo, que «ofrecen» a los palestinos una apariencia de autonomía en las zonas más densamente pobladas.

Sin embargo Isaac Rabin, a menudo presentado como «aquél por quien podría haber llegado la paz», fue muy claro: «El Estado de Israel integrará la mayor parte de la tierra de Israel de la época del Mandato Británico junto a una entidad palestina que constituirá un hogar para la mayoría de los palestinos que viven en Cisjordania y Gaza. Queremos que esa entidad sea menos que un Estado y que administre de forma independiente la vida de los palestinos, que estarán bajo su autoridad. Las fronteras del Estado de Israel (…) estarán más allá de las líneas que existían antes de la Guerra de los Seis Días. No volveremos a las líneas del 4 de junio de 1967» (6). Y yendo más lejos añadió que Israel se anexionaría la mayoría de las colonias y conservaría la soberanía sobre Jerusalén su «capital única e indivisible» y sobre el valle del Jordán.

La población palestina comprobó rápidamente que Israel no tenía la intención de renunciar a controlar prácticamente toda Palestina: se aceleró la colonización, se multiplicaron las expulsiones y los palestinos quedaron cada vez más acantonados en las zonas rodeadas por el ejército y las colonias. Mientras la situación de la población se iba degradando una minoría de privilegiados, miembros o próximos de la dirección de la nueva Autoridad Palestina, se enriquecían considerablemente y colaboraban con Israel de forma ostensible en los ámbitos de la seguridad y la economía: en septiembre de 2000 los palestinos volvieron a sublevarse.

Israel aplastó la Segunda Intifada y además marginó a Yasser Arafat, considerado muy reticente a firmar un acuerdo de rendición definitiva. Israel y Estados Unidos favorecieron el ascenso de Mahmud Abbas (Abu Mazen) quien participó, por ejemplo, en una cumbre con Bush y Sharon en junio de 2003, mientras Arafat estaba encerrado en Ramala. A la muerte del antiguo líder, Abu Mazen fue elegido de mala manera presidente de la Autoridad Palestina en enero de 2005 (participación bastante escasa y ningún candidato de Hamás). Abu Mazen, que necesitaba una legitimidad parlamentaria para conseguir que los palestinos aceptaran un acuerdo con Israel, organizó las elecciones legislativas de enero de 2006. La victoria de Hamás fue indiscutible: con su voto la población dejó claro su rechazo a cualquier capitulación y su voluntad de seguir luchando.

El final del paréntesis de Oslo

La victoria de Hamás puso de manifiesto el carácter totalmente irrealizable del «proyecto de Oslo» entendido como la posibilidad de resolver la cuestión palestina por medio de la constitución de cantones administrados por un gobierno nativo que fuese a la vez conciliador con Israel, legítimo y estable. Pero la «comunidad internacional» no ha querido entender nada: boicot al gobierno de Hamás, apoyo al bloqueo israelí sobre Gaza, reconocimiento del «gobierno de emergencia» nombrado por Abu Mazen en Cisjordania… Estados Unidos y la Unión Europea siguen actuando como si un «retorno a Oslo» fuese posible y deseable.

Pero como hemos visto es precisamente el «Proceso de paz» el que desembocó en la «Segunda Intifada» y en la llegada al poder de Hamás, que entonces era la única organización capaz de aglutinar al mismo tiempo el apoyo material a la población, la crítica al proceso negociado y la continuación de la resistencia frente a Israel. Algunos que hablan de un imprescindible «retorno a la situación anterior a septiembre de 2000» deberían preguntarse si no es precisamente «la situación anterior a septiembre de 2000» la que origino… ¡El levantamiento de septiembre de 2000!

Las tergiversaciones y gesticulaciones diplomáticas actuales en realidad traducen una constatación del fracaso. Progresivamente todos van tomando conciencia del final del paréntesis de Oslo, y mientras algunos se empeñan ciegamente en intentar resucitar un cadáver otros buscan soluciones alternativas: desde la proclamación de un Estado palestino sin fronteras a una administración jordana de los cantones palestinos, pasando por el envío de tropas de la ONU a Gaza, las ideas se atropellan, incluidas las más fantasiosas. Este afán por «encontrar una solución» en realidad es el resultado de una comprensión, incluso parcial, de las lógicas que existen realmente sobre el terreno: el reforzamiento del dominio israelí sobre Cisjordania y Gaza, la nueva movilización de la población palestina y el desarrollo del movimiento de solidaridad internacional.

El reforzamiento del dominio israelí

Hablemos de Jerusalén en primer lugar. La atención se centra desde hace algunos días en una licitación para la construcción de 238 nuevos alojamientos. ¿Y entonces? ¿Olvidamos a los 200.000 colonos que viven en Jerusalén y su periferia? ¿Olvidamos las decenas de expulsiones y demoliciones de casas palestinas de los últimos meses? Los 238 nuevos alojamientos no son un hecho aislado, sino que se inscriben en una lógica asumida desde 1967: la judaización de Jerusalén y su aislamiento del resto de los Territorios Palestinos para contrarrestar cualquier reivindicación de soberanía palestina sobre la ciudad.

A continuación hablemos de Cisjordania, de la cual nos venden el «desarrollo económico». Aunque el flujo de las ayudas internacionales ha permitido a la Autoridad Palestina de Ramala pagar a los funcionarios, es muy atrevido hablar de una recuperación económica real y de una mejora sustancial y permanente de las condiciones de vida de la población. El PIB palestino global creció en 2009, pero sigue siendo un 35% más bajo que el de 1999. Además ese aumento global disimula disparidades flagrantes: es cierto que el sector de la construcción ha crecido un 24%, pero la producción agrícola cayó el 17%…

Por otra parte no se cuestiona el control israelí sobre Cisjordania: «El aparato de control se ha vuelto cada vez más sofisticado y efectivo en cuanto a su capacidad para afectar a todos los aspectos de la vida de los palestinos (…). Dicho aparato de control incluye un sistema de permisos, de obstáculos físicos (…), las carreteras prohibidas, las prohibiciones de entrar en amplias zonas de Cisjordania (…). El dispositivo ha transformado Cisjordania en un conjunto fragmentado de enclaves económicos y sociales aislados unos de otros» (7). Lo dice el Banco Mundial en un informe de febrero de 2010.

Además, incluso durante los 10 meses de la «congelación temporal» de la colonización de noviembre pasado, Israel autorizó la construcción de 3.600 viviendas continuando una política con la que el año pasado el número de colonos instalados en Cisjordania aumentó un 4,9% mientras que el conjunto de la población israelí sólo creció el 1,8. Por último, pero no menos importante, el pasado 3 de marzo Netanyahu declaró que, incluso aunque se llegue a un acuerdo con los palestinos, está excluido que Israel renuncie a su control sobre el valle del Jordán…

Finalmente hablemos también de Gaza. Bajo el bloqueo, los habitantes de la Franja sufren una catástrofe económica y social sin precedentes. En el espacio de dos años han cerrado el 95% de las empresas y se ha destruido el 98% de los empleos del sector privado. La lista de los productos prohibidos a la importación es un catálogo sin pies ni cabeza: libros, té, café, fósforos, velas, sémola, lapiceros, zapatillas, colchones, sábanas, tazas, instrumentos musicales… La prohibición de importar cemento y productos químicos impide la reconstrucción de las infraestructuras destruidas por los bombardeos de 2008-2009, bien se trate de casas o de las estaciones de depuración, con las consecuencias sanitarias que se pueden imaginar. Incluso aunque se esté desarrollando una «economía de los túneles» que permite a los habitantes sobrevivir y conseguir cierto número de mercancías esenciales, las consecuencias del bloqueo israelí sobre la vida cotidiana de los habitantes de Gaza son desastrosas, como lo señalan los diversos informes de las ONG y de las Naciones Unidas.

En semejantes condiciones no es sorprendente que la movilización palestina vuelva (desarrollo de las estructuras de «resistencia popular» en numerosas ciudades, manifestaciones contra el muro y la colonización…) y que la mayoría de los palestinos no se hagan ninguna ilusión sobre la «vuelta de las negociaciones».

II. La Autoridad Palestina «versión Fayyad»

Un plan de «silencio por alimentos»

El reforzamiento del dominio israelí sobre los Territorios Palestinos no se puede entender si no nos detenemos sobre el papel jugado por la Autoridad Palestina de Ramala dirigida por el presidente Mahmud Abbas y el Primer Ministro Salam Fayyad.

En junio de 2007, tras el fracaso del intento de golpe de Estado dirigido en Gaza por el diputado de Fatah Mohammad Dahlan (8), el presidente Abu Mazen decretó el estado de emergencia y nombró, en sustitución del gobierno dirigido por Hamás, un nuevo gabinete dirigido por Salam Fayyed. Sin embargo, la lista de este último sólo había conseguido dos escaños, sobre 132, en las elecciones legislativas del 2 de enero de 2006. Pero Fayyad, ex alto funcionario del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, era el Primer Ministro elegido por Estados Unidos y la Unión Europea. El chantaje de las ayudas económicas, suspendidas tras la elección de Hamás, superó las tímidas reservas de Abu Mazen con respecto a esa «elección».

Así pues, Fayyad entró en funciones a mediados de junio de 2007 y dirigió una serie de reformas en los Territorios Palestinos de Cisjordania. Tres años después es fácil entender cuál fue el papel asignado a Fayyad: desarmar a la resistencia y desplazar el centro de gravedad de la cuestión palestina de la política hacia la economía, normalizando las relaciones con Israel. Se trataba de imponer lo que llamo un plan de «silencio por alimentos» (9), cuyo objetivo es estabilizar los Territorios de Cisjordania tratando de mejorar sensiblemente las condiciones de vida de una parte de la población y reprimir a los opositores sin satisfacer, sin embargo, las reivindicaciones nacionales de los palestinos.

¿La «paz económica»?

El año 2007 parece que marcó un cambio en la gestión de la cuestión palestina. La retórica de la «paz económica» entre Israel y los palestinos es predominante tanto para Tony Blair (enviado especial del «Cuarteto para Oriente Próximo»), como para Salam Fayyed (Primer Ministro palestino) y para sus homólogos israelíes (Ehud Olmert y después Benjamín Netanyahu).

La filosofía general de la doctrina de la «paz económica» es la siguiente: el requisito previo para cualquier solución negociada del conflicto entre Israel y los palestinos es una mejora significativa de las condiciones económicas en las que evolucionan estos últimos; la prioridad debe ser, por lo tanto, establecida con base en las medidas israelíes que permiten un mejor desarrollo económico en los Territorios Palestinos y sobre un refuerzo del apoyo de los países donantes a la economía palestina.

La doctrina de la «paz económica» forma parte de un cambio de paradigma en la gestión de la cuestión palestina: se trata de considerar a los palestinos como individuos que buscan satisfacer sus necesidades y no como un pueblo que reivindica los derechos nacionales colectivos. Para Fayyad y sus apoyos extranjeros no se trata tanto de romper con la «política económica» de la AP durante los años de Oslo como de ponerla en primer lugar, promoverla e incluso sobrevalorarla, presentándola como la clave de cualquier arreglo posterior del conflicto que enfrenta a Israel con los palestinos.

Al romper con ciertas prácticas anteriores, el gobierno de Fayyad, obviamente, ha «clarificado» las cuentas de la AP y ha puesto coto a ciertas prácticas clientelistas. Sin embargo las lógicas llevadas a cabo después de Oslo continúan. La «nueva política económica» de Fayyad se parece mucho a la de la AP de los años 90-2000: concesión de favores a los inversores extranjeros en detrimento de las empresas locales (especialmente con la exoneración de impuestos), desarrollo de los sectores más rentables (comercios, apartamentos y hoteles de lujo en Ramala, nuevas líneas de telefonía móvil…) y prioridad reforzada, en el presupuesto de la AP, al sector de la seguridad: para el ejercicio 2008-2009, el programa «Transformación y reforma del Sector de la Seguridad» tuvo un presupuesto equivalente a los gastos acumulados de los programas de «Acceso a la educación» y «Mejora de la calidad de los servicios sanitarios» (en cifras brutas, de diciembre de 2008 a junio de 2009 se han creado 1.325 puestos en seguridad y se han suprimido 94 puestos en la sanidad) (11).

El crecimiento económico palestino anunciado en 2009, si se analizan de cerca los datos disponibles, es una ilusión. Detrás de las cifras aparentemente halagüeñas (+6,8%), se esconden numerosas disparidades que se inscriben en las lógicas enunciadas muy alto: los sectores que llevan el crecimiento al alza son la construcción (+22%) y los servicios (+11%), mientras que la producción industrial aumenta débilmente y la producción agrícola está a la baja; los montantes invertidos en los proyectos de desarrollo económico (400 millones de dólares) son muy inferiores a lo que estaba previsto por el gobierno de Fayyad (1.200 millones de dólares); las disparidades entre los enclaves económicos son importantes, especialmente entre Cisjordania y Gaza, pero también entre algunas ciudades dinámicas (Ramala, Belén) y el resto de Cisjordania; Israel siempre controla rigurosamente las importaciones y las exportaciones palestinas, cuyo déficit presupuestario es considerable (1.590 millones de dólares, es decir, el 26% del PIB), y mantiene a la AP en una dependencia económica total con respecto a los países donantes; finalmente, incluso aunque el desempleo está a la baja en Cisjordania, entre la mitad y dos tercios de los hogares palestinos viven en la actualidad por debajo del umbral de la pobreza (12).

La aparente prosperidad actual no corresponde a una independencia económica real con respecto a Israel o los países donantes. La economía palestina sigue siendo una economía subordinada y dependiente de las decisiones israelíes, de las exigencias de los proveedores de fondos que, tomando como lema el eslogan de la «Conferencia del Desarrollo Palestino» celebrada en 2008 con el apoyo del gobierno de Fayyad «You can do business in Palestine» (13), desarrolla una forma de «economía-casino»: poco preocupados por un desarrollo real, local y a largo plazo, los inversores esperan ganar rápidamente mucho más de lo que invierten sabiendo que los riesgos de perder todo son muy altos. Todo indica, en realidad, que los apologistas de la «paz económica» aprenderán antes o después, a sus expensas, que la población de los Territorios Ocupados no está dispuesta a «monetizar» sus derechos por una «calma económica» relativa, temporal y estructuralmente artificial y que en realidad sólo beneficia a una minoría de la población. Por eso la segunda parte de la política de Fayyad es la represión.

La reconstrucción del aparato de seguridad (14)

Durante la época de Arafat, el papel ambiguo de las fuerzas de seguridad (mantenimiento del orden y cooperación con Israel por un lado y participación, a partir de septiembre de 2000, en las operaciones armadas contra Israel por el otro) expresaba una de las contradicciones fundamentales del proceso de Oslo: «Desde los Acuerdos de Oslo y la emergencia de la Autoridad palestina (…) el dilema estratégico palestino fundamental ha sido el de la reconciliación entre las reivindicaciones de liberación nacional, de resistencia a la ocupación y los requisitos previos de la construcción del Estado (…). La Autoridad Palestina se enfrenta a dos exigencias contradictorias. Se espera que imponga la fuerza de la ley, que impida cualquier manifestación armada extraoficial. Pero al mismo tiempo (…) es lógico que apoye la causa nacional palestina, incluido el derecho a la resistencia» (15).

Con el tándem, Abbas-Fayyad, las ambigüedades se eliminan. Los dos documentos programáticos elaborados por la Autoridad Palestina a partir de junio de 2007 son muy elocuentes al respecto.

El primero de ellos, el Palestinian Reform and Development Plan (PRDP) (16) se presentó en París durante la conferencia de países donantes en diciembre de 2007. Sin duda satisface a los países occidentales que prometieron a Salam Fayyed un presupuesto de 7.700 millones de dólares mientras que la Autoridad Palestina sólo reclamaba 5.600. Es un aumento del… 37,5%, ¡qué raro! En su versión final el PRDP está formado por 148 páginas. La palabra «resistencia» no aparece ni una sola vez. La palabra «seguridad» aparece… en 155 ocasiones.

El segundo documento programático data de agosto de 2009 y se titula «Palestina: acabar con la ocupación, establecer el Estado» (17). Es más conocido por el nombre de «Plan Fayyad». El Primer Ministro expone su visión de la construcción del Estado palestino por una política de «hechos sobre el terreno»: se trata de construir las infraestructuras de un futuro Estado, a pesar de la ocupación, con la perspectiva de una declaración de independencia en 2011. Fayyad opera, por lo tanto, un cambio fundamental: el proceso de la construcción del Estado es el que permitirá poner fin a la ocupación y no el fin de la ocupación el que permitirá construir un Estado. Si nos damos cuenta, en ese documento encontramos el mismo recuento que en el PRDP, el resultado es casi el mismo: en 37 páginas se repite 38 veces el término «seguridad»; la palabra «resistencia» aparece una vez, en una frase que indica que el gobierno aportará su apoyo a las iniciativas no violentas contra la construcción del muro.

El balance general de ambos documentos es un reflejo de esos elementos cuantitativos: Fayyad asume y reivindica su estatuto de «tecnócrata» que no procede del círculo de la OLP; junto al «desarrollo económico», la refundición de los servicios de seguridad es una de sus dos prioridades. «El gobierno completará la reestructuración de las agencias de seguridad (…). Proporcionará entrenamiento permanente y los equipos e infraestructuras para permitir que el sector de la seguridad mejore sus actuaciones. Con el fin de alcanzar los mayores estándares profesionales, el gobierno proporcionará agencias de seguridad responsables promoviendo la separación de los poderes y desarrollando los mecanismos y los órganos de supervisión» (18).

La reconstrucción del aparato de seguridad se hizo según cuatro directrices:

– Una reforma de los servicios de seguridad, especialmente con la jubilación y sustitución de varios de sus responsables por individuos conocidos próximos a Estados Unidos (así, en 2008, Hazem Atallah fue nombrado responsable de las fuerzas de la policía en Cisjordania en lugar de Kamal Sheikh, miembro de Fatah aunque considerado demasiado conciliador desde el punto de vista de Hamás).

– Un reforzamiento de esos servicios que pasaba por la formación, en los campos de entrenamiento de Jordania, de miles de nuevos reclutas bajo supervisión estadounidense.

– Espectaculares operaciones de «restablecimiento del orden» durante el año 2008 que implicaban a un elevado número de policías y militares, especialmente en Nablús, Yenín y Hebrón.

– Multiplicación de las detenciones de miembros o simpatizantes de Hamás y, en menor medida, de las organizaciones de izquierda y de los comités populares.

La articulación de esos cuatro puntos da toda su coherencia a la política de seguridad de Abu Mazen y Salam Fayyed. La mayoría de los nuevos responsables (nacionales y locales) de los servicios de seguridad no han pasado por la Intifada o los grupos armados de Fatah. Son «profesionales de la seguridad», especialmente vigilantes, que apenas tienen consideraciones políticas. Igualmente los nuevos reclutas entrenados en Jordania se escogen prioritariamente entre los sectores más pobres, los menos formados y los menos politizados de la población palestina, no entre los militantes de Fatah. Son más proclives a obedecer las órdenes, incluso cuando se trata de desarmar a los miembros de Hamás, de la Yihad o de las Brigadas al-Aqsa, procedentes de Fatah, con quienes no tienen un pasado de militancia compartida.

La Autoridad Palestina ha sabido explotar la situación del caos de seguridad que reinaba en algunas ciudades de Cisjordania desde que Israel desmanteló las fuerzas de seguridad palestinas durante los años 2002-2003. En Nablús y Yenín las bandas armadas se habían multiplicado, chantajeaban a los comerciantes, robaban coches u ofrecían sus servicios a quien necesitase mercenarios para efectuar cualquier trabajo de baja estofa. La Autoridad Palestina afirmó que era únicamente para poner fin a una situación caótica por lo que se llevaban a cabo las operaciones de «restablecimiento del orden». El despliegue masivo de cientos de hombres armados, efectivamente, puso fin a las actividades de las bandas.

Pero el desarme de los últimos grupos de resistentes, segundo objetivo de esas operaciones acordadas con Israel y los asesores estadounidenses, no dejaron de producir una serie de incidentes: Tanto en Nablús como en Yenín hubo violentos enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad y militantes de las Brigadas al-Aqsa o de la Yihad. Hubo heridos y muertos, incluidos transeúntes que cayeron bajo las balas de jóvenes reclutas visiblemente mal entrenados por los jordanos.

Dichos incidentes marcaron el final del período, abierto en octubre de 2000, de la resistencia armada en Cisjordania. Fueron en efecto la última señal de rechazo, por los propios combatientes, de la política de desarme iniciada por la Autoridad Palestina que condujo a varios cientos de miembros de las Brigadas al-Aqsa (250 en 2008 sólo en el distrito de Nablús) a renunciar públicamente a la lucha armada a cambio de una amnistía por parte de Israel, y a cientos de miembros de Hamás a deponer las armas bajo la presión de las fuerzas de seguridad. Es difícil obtener estimaciones fiables, ya que las cifras varían mucho según las fuentes, pero se podría establecer que han sido cerca de 2.000 miembros o simpatizantes de Hamás los que han pasado por las prisiones de la AP durante los dos últimos años.

Además es importante señalar aquí que hay relativamente pocos incidentes armados durante las interpelaciones de los militantes de Hamás, a diferencia de lo que sucede con la Yihad y a veces incluso con las Brigadas, lo que parece confirmar que Hamás ha decidido evitar un enfrentamiento con la AP en Cisjordania y una batalla inútil por las «zonas autónomas» en realidad controladas por Israel. Hamás parece que realmente se conforma con «gestionar» la Franja de Gaza (19).

En resumen, la reconstrucción del aparato de seguridad bajo el gobierno de Fayyad es la expresión de una nueva «fase» de la Autoridad Palestina: las ambigüedades que existían con Arafat se han eliminado definitivamente: auténticos sustitutos de las fuerzas de ocupación israelíes, los servicios palestinos de seguridad obtienen incluso el reconocimiento de las autoridades coloniales. Lo dice el general estadounidense Keith Dayton, el gran arquitecto de la refundición de los servicios palestinos de seguridad:

    «No sé cuántos de ustedes lo saben, pero durante el último año y medio los palestinos se han comprometido en (…) lo que ellos denominan ofensivas de seguridad en toda Cisjordania, sorprendentemente bien coordinados con el ejército israelí, en un esfuerzo serio y sostenido dirigido al restablecimiento de la ley y el orden (…) y al restablecimiento de la Autoridad Palestina. Primero en Nablús, después en Yenín, Hebrón y Belén, han llamado la atención del establishment militar israelí gracias a su dedicación, su disciplina, su motivación y sus resultados» (20)

Teniendo en cuenta el conjunto de estos elementos es posible preguntarse sobre el futuro del movimiento nacional. En la parte siguiente trataremos más bien de avanzar las hipótesis que de aportar respuestas que se desearían proféticas mientras son la inestabilidad y la incertidumbre las que caracterizan el período actual.

III. ¿Qué futuro para el movimiento nacional? (21)

Fatah (22)

Los Acuerdos de Oslo y la constitución de la AP fueron una ruptura fundamental para el movimiento nacional palestino, reduciendo la cuestión palestina a la de los palestinos de Cisjordania y Gaza y fijando como principales tareas a Fatah la construcción de un aparato de Estado sin Estado y la cooperación con Israel, a veces a marchas forzadas, con el fin de obtener ventaja en el marco del proceso negociado, en detrimento de la lucha cotidiana contra la ocupación y para el retorno de los refugiados.

Ésas son las dinámicas que se registraron durante el último congreso de Fatah (agosto de 2009), que más que dar la señal de un nuevo comienzo jugó un papel de revelador. Los militantes de Fatah, actores de la lucha de liberación, son muy minoritarios en la nueva dirección. La mayoría del Comité Central del movimiento elegido en 2009 se compone en realidad de puros productos de los «años de Oslo» y del aparato de la AP, incluso aunque tengan un pasado militante: Ministros, ex ministros, ex asesores de Arafat, asesores de Abu Mazen, ex responsables de las fuerzas de seguridad, «negociadores», altos funcionarios… Todo el panel del «personal político de Oslo» está ahí.

Por otra parte, la fuerte presencia de representantes del sector económico y del sector de la seguridad es el reflejo de la política de la AP desde que fue tomada por el dúo Abbas-Fayyed.

Otros elementos confirman esta tendencia: la casi desaparición, en el Comité Central, de los representantes de los palestinos del exterior, sobre los cuales la AP no ejerce ninguna jurisdicción (un solo elegido, el sultán Abu al-Aynayn, dirigente de Fatah en Líbano), y de los palestinos de la Franja de Gaza que la AP «perdió» en junio de 2007; la no elección (señalada) de Hussam Khadr, figura respetada de Fatah, conocido por sus actividades militantes y sus críticas a la política de la AP; y la «repesca» del último momento que ha permitido a at-Tayyib Abdul Rahim, adjunto del presidente Abas, «ganar» 26 votos y finalmente ser elegido para el Comité Central mientras que inicialmente se le dio por eliminado…

Al pasar de movimiento de liberación nacional a principal actor de la construcción de un aparato de Estado bajo ocupación, Fatah ya no es una organización política que pueda pretender representar de manera coherente al pueblo palestino. El Congreso de Belén, en agosto de 2009, sancionó este estado de hecho, incluso aunque la organización todavía cuenta con numerosos militantes y dirigentes honrados y sinceros: Fatah es un conglomerado de baronías locales y redes clientelistas, casi mafiosas, bajo un poder no elegido que no duda en censurar la información, acosar, encerrar o incluso asesinar a sus opositores cuando no los entrega a Israel en las operaciones conjuntas.

La izquierda en los años de Oslo

Con los Acuerdos de Oslo los israelíes y los estadounidenses consiguieron marginar a la OLP en beneficio de la AP. Así la OLP, que representaba a los palestinos que vivían en los Territorios Ocupados y a los de la diáspora, se convirtió en una referencia sin un papel político ni capacidad de decisión, que fueron confiscados por Arafat y el pequeño grupo de fieles procedentes o no de la OLP que constituyeron la Autoridad Palestina…

El programa político de la Autoridad Palestina se fijó en los Acuerdos de Oslo: negociar con Israel (prometiendo al pueblo palestino que eso conduciría a un Estado independiente con su capital en Jerusalén), garantizar la seguridad del Estado de Israel contra cualquier ataque de origen palestino y asumir las responsabilidades de la gestión de la vida cotidiana de los palestinos en las zonas autónomas.

Los grupos políticos de la izquierda palestina, opuestos al proceso de Oslo, rápidamente consideraron que Oslo «era un hecho y había que asumirlo». Pertenecían a la OLP y justificaron su actitud por su voluntad de no separarse del proceso dirigido por la Autoridad Palestina. El FPLP, el FDLP y el PPP no tardaron en integrarse en el juego político estructurado por la AP. Todavía en la actualidad miembros del FDLP y del PPP son miembros del gobierno de Fayyad, al que por su parte el FPLP rehusó unirse…

La debilidad de las organizaciones de la izquierda palestina se demuestra en todos los sondeos y en todas las elecciones, y esto coincide con las observaciones que se pueden hacer sobre el terreno: debilidad de las manifestaciones organizadas, ausencia de apariciones públicas (23), ausencia de difusión de una prensa militante. Difícil de creer cuando se conoce la historia de esos movimientos: esos partidos ahora existen principalmente, en especial en Cisjordania, por la difusión de comunicados y por sus sitios Web.

¿Cómo explicar esta degradación de la situación de las organizaciones que conocieron un auténtico auge durante la Primera Intifada? Las expectativas del pueblo palestino no fueron modificadas por Oslo. A sus exigencias anteriores se añade la de mejorar las actuaciones de la AP en las zonas autónomas, marcadas por la corrupción y la incompetencia. Acabar con esta situación se ha convertido en esencial. Pero esos problemas preocupan poco a las corrientes políticas de izquierda. Sólo algunas personalidades han intentado decirlo, pero están desgajadas de cualquier organización colectiva y han sido fácilmente contradichos por la AP, como aquéllos que firmaron la llamada de los 20 (contra la corrupción y las capitulaciones de la AP) a finales de 1999, varios de los cuales fueron detenidos por orden de Arafat.

Confesado incluso por sus dirigentes, se profundizó un foso considerable entre el pueblo palestino y las organizaciones políticas de la izquierda palestina. Las direcciones de los partidos políticos en realidad sólo han actuado en reacción a las iniciativas de la AP y Arafat. Se puede medir este distanciamiento de las preocupaciones populares a través de las prácticas que estas organizaciones compartieron con la AP en la construcción y la administración burocráticas de los movimientos de masas.

Los movimientos «de masas»

Tomemos el caso de los sindicatos, de los cuales el más importante es la Federación General Palestina de Sindicatos (PGFTU). Es un sindicato unificado. Después de Oslo se llevó a cabo la unificación imponiendo cuotas de representación de las cuatro principales corrientes políticas nacionales: Fatah, el FPLP, el FDLP y el PPP. De ámbito nacional, el PGFTU tiene ramas profesionales y distritos territoriales, la repartición de los papeles respetó esas cuotas. En todos los niveles los secretarios generales pertenecen a Fatah, los demás deben conformarse con participar en las instancias directivas asignadas. Fatah está en situación dominante mientras que las demás corrientes, y especialmente el PPP que tenía una tradición de sindicalismo, ha visto considerablemente mermada su influencia tras esa «unificación» en la cumbre.

Así pues la PGFTU está totalmente bajo la autoridad de Fatah. Por su presencia, nacida de un compromiso burocrático, las demás organizaciones de la OLP legitiman ese dispositivo. El proceso democrático dentro del sindicato es inexistente, ni elecciones ni programas susceptibles de aumentar la participación de los trabajadores. La actividad del sindicato se limita en general a resolver las situaciones individuales de conflictos entre patronos y trabajadores.

La situación del movimiento de defensa de los derechos de las mujeres también es instructiva. La Palestinian Women General Federation se creó después de Oslo. Es el resultado de la cooptación de todos los comités de mujeres pertenecientes a las diferentes organizaciones políticas, con muy poca vinculación con las mujeres palestinas que se enfrentan a las desigualdades en todos los ámbitos de la sociedad. Otras organizaciones de mujeres se han reciclado en ONG, aceptando así convertirse en organizaciones que dan servicios a las mujeres de la comunidad palestina. Pero tienen que hacerlo conforme a los programas decididos por los financista extranjeros que han transformado las organizaciones en prestadoras de servicios y a las mujeres en beneficiarias pasivas, incrementando la diferencia entre la masa de las mujeres y la dirección cooptada del movimiento.

También el papel del movimiento estudiantil se ha debilitado de manera considerable. Mientras que fue una auténtica cantera de dirigentes políticos, especialmente en los años 80, que pesaba en las orientaciones políticas de los diferentes partidos porque jugaba un papel importante en la lucha contra la ocupación, ya no es más que un reflejo de las relaciones de fuerzas entre las diferentes fracciones políticas.

Ésta es la realidad de las «organizaciones de masas» en Palestina, una debilidad debida por una parte a su dependencia con respecto a los partidos políticos en tanto que estructuras cooptadas, y por otra parte su dependencia de la AP y de los donantes extranjeros que han pagado millones de dólares de subvenciones para crear un conjunto pasivo de beneficiarios dependientes de ventajas consentidas y no un movimiento de actores de la lucha por sus derechos.

Debido a la ausencia del desarrollo de verdaderas organizaciones de masas, las fuerzas políticas han reducido su acción a un activismo social enfocado a responder a las peticiones de ayuda frente a los problemas cotidianos, desertando del terreno de la lucha política y dejando a una Autoridad corrupta el cuidado de encerrar el combate nacional en el callejón sin salida de las negociaciones interminables con Israel.

Aquí no se trata, obviamente, de hacer juicios de valor sobre la política que llevan a cabo las organizaciones de izquierda. La mayoría de las reflexiones anteriores proceden de discusiones con los militantes y dirigentes de esas organizaciones, entre los cuales cada vez hay más partidarios de hacer un repaso crítico sobre los años de Oslo, aunque esas críticas todavía no tienen una traducción organizativa.

¿Una reconstrucción en curso?

El aislamiento de la Franja de Gaza y la fragmentación de Cisjordania en varias decenas de entidades territoriales separadas unos de otras por puestos de control israelíes que reducen considerablemente cualquier actividad económica, social y política, enfrenta a todos aquéllos y aquéllas que desean proseguir la resistencia, de una forma u otra, a una dificultad principal: no solamente las situaciones varían según las zonas autónomas, sino que sobre todo cada vez es más difícil, en esas condiciones, desarrollar un proyecto político «nacional». Las dificultades para desplazarse, para reunirse, para llevar a cabo actuaciones comunes en el conjunto del territorio… hay muchos factores que ponen grandes obstáculos a cualquiera que pretenda organizar una resistencia unificada en el conjunto de los Territorios Palestinos.

La represión israelí continúa: las incursiones, bombardeos, asesinatos extrajudiciales… son legión. Además en la actualidad hay casi 12.000 detenidos palestinos en las prisiones israelíes, y a pesar de algunas «mediáticas» liberaciones ese número no deja de crecer. A título de comparación, con relación al número de habitantes, es como si en Francia hubiera 200.000 presos políticos…

La asfixia económica conduce a la inmensa mayoría de los habitantes de los Territorios Palestinos a preocuparse más por la supervivencia que por la lucha de liberación: el desempleo endémico y la subida de los precios (numerosos productos de primera necesidad han duplicado sus precios en el espacio de un año…) afectan al conjunto de la población palestina y tienen como consecuencia una dicotomía cada vez más importante entre los problemas cotidianos y lucha de liberación nacional, así como un crecimiento de las ideologías y comportamientos individualistas.

Esta situación conlleva daños psicológicos graves. Presos de lo cotidiano, prisioneros en sus «zonas autónomas», los palestinos cada vez tienen más dificultades para protegerse en el tiempo y en el espacio, lo que tiene dos consecuencias enormes: un repliegue sobre la ciudad, la aldea, el campo, la familia… y la imposibilidad de pensar en proyectos a medio o largo plazo. Las condiciones penalizan duramente a quienes intentan volver a plantear un proyecto colectivo de liberación que implique necesariamente una visión liberada de las contingencias de lo cotidiano y de cualquier forma de repliegue local y/o familiar.

La «Segunda Intifada» está muerta y enterrada. Se saldó con una enorme derrota militar, política e ideológica. De forma abierta se plantean muchos interrogantes que se basan, de hecho, en la cuestión nacional palestina a la luz de los acontecimientos de 1948 y de todo lo que ha ocurrido desde entonces, en la sociedad y entre muchos militantes y fuerzas políticas. Dichos interrogantes se podrían resumir en cinco cuestiones genéricas aunque el debate no esté organizado y claramente formulado, sino más bien difuso, en el conjunto de los Territorios Palestinos:

– ¿Qué significa en la actualidad la reivindicación del Estado palestino independiente junto a Israel, aunque sea de forma transitoria? Cisjordania está integrada en Israel económica, política y demográficamente. En esas condiciones, ¿es pertinente la reivindicación de un Estado independiente que para Israel nunca ha significado otra cosa que algunos cantones, aislados y rodeados por los muros, sin ninguna viabilidad?

– ¿Qué articulación entre la resistencia popular, que implique al conjunto de la sociedad palestina, al movimiento sindical y asociativo, a las fuerzas políticas… y la resistencia armada?

– ¿Cómo reunificar al conjunto del pueblo palestino? El pueblo palestino está, en efecto, fuertemente dividido: palestinos de Israel (en la actualidad 1,1 millones), palestinos de Cisjordania y Gaza (casi 4 millones), palestinos de Jerusalén (250.000) y palestinos exiliados (más de 6 millones).

– ¿Qué marco político para el Movimiento de Liberación Nacional? La división del movimiento debilita considerablemente la lucha y la constitución de un marco común, más allá de la vieja OLP, que plantee la cuestión de la resistencia y el combate por la liberación y no el de la gestión de las zonas autónomas concedidas por Israel, lo cual también está en un estadio no sólo poco avanzado sino incluso abiertamente ralentizado.

– ¿Qué alianzas desarrollar con el movimiento de solidaridad internacional con el fin de que dicha solidaridad sea política y no caritativa, eficaz y no únicamente simbólica? Y especialmente, ¿cómo conseguir que el conjunto del movimiento de solidaridad recupere el lema más consensuado en el movimiento asociativo, sindical y político palestino, el del boicot total (económico, político, diplomático, académico, cultural…) a Israel?

En junio de 2009, varios militantes y dirigentes de izquierda organizaron una conferencia internacional en Ramala afirmando su voluntad, más allá de las divisiones tradicionales entre las organizaciones de izquierda, de establecer las bases de una nueva izquierda palestina nacionalista, democrática y progresista. La iniciativa tuvo un eco significativo y varios cientos de personas procedentes de las diversas corrientes y de las ONG «no corrompidas» participaron en los debates que estuvieron cruzados por las cuestiones que acabo de describir. El frente que debía constituirse, Tayyar, todavía no ha visto la luz debido a la falta de medios económicos, de implantación local y de cierto número de clarificaciones ideológicas. Pero esta iniciativa señala las potencialidades de la situación y la disponibilidad de numerosos militantes palestinos sinceros para refundar una izquierda asumiendo las enseñanzas de los fracasos anteriores.

El proyecto sionista lleva en sí mismo la negación, y por lo tanto la destrucción, de la sociedad y la identidad palestinas. El fracaso de la «Segunda Intifada», la debilidad de la AP, la trayectoria de Hamás… reducen considerablemente los márgenes de maniobra de los que todavía quieren resistir contra viento y marea. Sin embargo, en especial alrededor de militantes o ex militantes del FPLP o de Fatah, se toman numerosas iniciativas, sobre todo en los campos de refugiados, en los cuales se encuentran aquéllos que no tienen nada que ganar con una «tregua» que desemboque en un acuerdo parcial. Su objetivo es doble:

– Mantener, cueste lo que cueste, las reivindicaciones esenciales del pueblo palestino, y en particular la del derecho al retorno de los refugiados. Eso pasa por la organización de exposiciones, encuentros entre los más jóvenes y los ancianos acosados antaño por las milicias sionistas, manifestaciones callejeras… dirigidas a transmitir la herencia y a continuar haciendo visible esta reivindicación.

– Más allá se trata simplemente de resistir frente a la empresa sionista del «sociocidio» (24), devolviendo su sentido a la acción colectiva, luchando contra los repliegues individualistas, manteniendo y reconstruyendo el espíritu de resistencia en un período de retroceso: asociaciones de mujeres, cooperativas agrícolas, sindicatos independientes de la AP, comités de familias de presos, comités ciudadanos, centros culturales en los campos de refugiados…

Se trata, a menudo más allá de las divisiones políticas, de paliar la derrota de la AP y los partidos políticos, de salvar lo que se pueda de la sociedad palestina y de reconstruir así, progresivamente, el espíritu de resistencia, y además de preparar a las futuras generaciones para la lucha.

En efecto, todo el mundo sabe que en una sociedad donde más del 50% de la población es menor de 15 años, la realidad será rápidamente la razón de las promesas de los Lendemains qui chanten («mañanas que cantan», título de la autobiografía de Gabriel Péri, héroe de la resistencia francesa fusilado por los alemanes, N. de T.), y no serán los servicios de la AP o las fuerzas de seguridad de Hamás quienes impedirán que una nueva generación se levante contra sus opresores israelíes pero también, llegado el caso, palestinos.

¿Cuándo? Nadie puede decirlo con exactitud. Pero lo cierto es que la población no esperará a la refundación del movimiento nacional, de su programa y su estrategia o a un acuerdo entre las fuerzas palestinas para volver a levantarse. En revancha de estos últimos factores, así como del éxito de las iniciativas descritas más arriba, es de lo que dependerán, en gran parte, la configuración y el resultado de dicho levantamiento.

Notas

(1) El mandato presidencial de Mahmud Abbas acabó oficialmente en enero de 2009.

(2) La lista encabezada por Fayyad sólo obtuvo el 2,4% de los votos en las legislativas de 2006. Los gobiernos que ha dirigido desde 2007 nunca han obtenido el preceptivo voto de confianza del Consejo Legislativo Palestino.

(3) No se trata de minimizar, muy al contrario, el lugar de Hamás. Esta organización volverá a aparecer regularmente en el artículo. Sin embargo un estudio de las dinámicas internas del movimiento islámico merecería un artículo completo.

(4) Artículo de febrero de 1994 citado en T. Reinhart, Détruire la Palestine, La Fabrique 2002, p. 42.

(5) Véase Gilbert Achcar, «Le sionisme et la paix, du Plan Allon aux Accords de Washingon», en Achacar, L’Orient incandescente, le Moyen-Orient au miroir marxiste, Page deux, Lausanne 2003.

(6) «Address to the Knesset by Prime Minister Rabin on the Israel-Palestinian Interim Agreement», 5 de octubre de 1995, disponible (en inglés) en la Web del ministerio de Asuntos Exteriores israelí.

(7) «Checkpoints and Barriers: Searching for Livelihoods in the West Bank and Gaza», disponible (en ingles) en la Web del Banco Mundial.

(8) Véase mi artículo Comment les Etats-Unis ont organisé une tentative de putsch contre le Hamas.

(9) Véase mi artículo L’échec programmé du plan silence contre nourriture.

(10) Véase mi artículo Les dynamiques économiques palestiniennes (1967-2009)

(11) Palestinian Reform and Devlopement Plan y Palestinian Central Bureau of Statistics, (PCBS), http://juliensalingue.over-blog.com/ext/http://www.mop-gov.ps/web_files/issues_file/PRDP-en.pdf

(12) Cifras del Palestinian Central Bureau of Statistics (PCBS) y el FMI.

(13) Véanse, con respecto a la Conferencia Palestina de Inversiones, mis artículos Mahmoud Abbas et Salam Fayyad s’occupent de tout: You can do business in Palestine (mayo de 2008) e Ils sont en train de vendre ce qui reste de la Palestine (mayo de 2008).

(14) Véase el amplio reportaje de International Crisis Group, «Squaring the Circle: Palestinian Security Reform under Occupation», (septiembre de 2010), http://juliensalingue.over-blog.com/ext/http://www.crisisgroup.org/en/regions/middle-east-north-africa/israel-palestine/98-squaring-the-circle-palestinian-security-reform-under-occupation.aspx 

(15) Hussein Agha y Ahmad S. Khalidi, A Framework for A Palestinian National Security Doctrine, Chatham House, Londres, 2006, pp. 84-86.

(16) Véase la nota 11.

(17) Ending the occupation, Establishing the State, http://juliensalingue.over-blog.com/ext/http://www.mop-gov.ps/issues_main.php?id=13

(18) Ibid, p.16.

(19) La situación de Gaza y de Hamás merecería, como indiqué más arriba, un artículo completo. Sin embargo se puede señalar aquí que Hamás se encuentra en un posición relativamente contradictoria: corriente política que se constituyó en los años 90 y 2000 en rechazo a la AP y Oslo, actualmente está en una posición de gestión del aparato de la AP en Gaza que se asemeja, si no me equivoco, a la gestión anterior de ese mismo aparato por Fatah (monopolio de los servicios de seguridad, represión contra los opositores, desarrollo del clientelismo…). Véase al respecto, de Yezid Sayigh, «Hamas Rule in Gaza: 3 Years on», http://juliensalingue.over-blog.com/ext/http://www.brandeis.edu/crown/publications/meb/meb41.html 

(20) Discurso del general Dayton en el Washington Institute for Near East Policy, 7 de mayo de 2009, http://juliensalingue.over-blog.com/ext/http://www.washingtoninstitute.org/html/pdf/DaytonKeynote.pdf

(21) Recupero aquí una parte de las reflexiones entabladas con Pierre-Yves Salingue y Ayshah Handal en septiembre de 2002 bajo el título Palestine: Quel avenir pour le mouvement national de libération?

(22) Véase mi artículo Congrès de Béthléem: la seconde mort du Fatah.

(23) Con la excepción notable de la fiesta anual del FPLP en Gaza.

(24) Véase, de Saleh Abdel Jawad, «La politique israélienne envers le peuple palestinien: un sociocide», publicado en Inprecor número 517, http://juliensalingue.over-blog.com/ext/http://orta.dynalias.org/inprecor/article-inprecor?id=185

 

Fuente: http://juliensalingue.over-blog.com/article-reflexions-sur-l-occupation-israelienne-l-autorite-palestinienne-et-l-avenir-du-mouvement-national-59109126.html