¿Es necesario al hablar de diversidad cultural o social en las sociedades árabes o levantinas vincular ésta a la desintegración de las sociedades y al riesgo de permitir que las potencias occidentales puedan anclarse firmemente en la zona? ¿Se puede fortalecer la unidad y la cohesión de estas sociedades sin dejar caer un muro de […]
¿Es necesario al hablar de diversidad cultural o social en las sociedades árabes o levantinas vincular ésta a la desintegración de las sociedades y al riesgo de permitir que las potencias occidentales puedan anclarse firmemente en la zona? ¿Se puede fortalecer la unidad y la cohesión de estas sociedades sin dejar caer un muro de silencio sobre las realidades de la diversidad, en nombre de la «unidad nacional»? ¿Y desarrollar un enfoque que reúna estas realidades sin camuflarlas, exagerando o minimizando su importancia? ¿No podríamos incluir este enfoque en el contexto de una política nacional democrática que garantice la igualdad de derechos? La situación actual de Irak es la prueba de que tenemos que trascender estas políticas sociales, culturales y religiosas que preocupan a las sociedades árabes. Siria no puede ser indiferente a las ramificaciones de los problemas suprimidos de diversidad, sobre todo teniendo en cuenta la intensa y beligerante presencia extranjera.
Desde que surgió el «problema oriental», la presencia occidental ha sido tradicionalmente asociada a la desestabilización de las sociedades levantinas. La redefinición de las raíces de la identidad nacional siria pondrá fin al riesgo de un posible resurgimiento de lo oriental o de los problemas de la Gran Siria que operan en el marco del dilema de «la protección de las minorías o la propagación de la democracia.» Se propone la reconfiguración de esta identidad sobre un principio que considera el arabismo como parte de ser sirio, y uno de los pilares democráticos de la identidad nacional. Sin embargo, se distingue esta visión exclusiva de otra, que cree que no se puede ser árabe sin dejar de ser sirio, musulmán o cristiano, suní o chiíta, y viceversa. El arabismo, al igual que el Islam, es parte de Siria y no al revés. El primer paso hacia la democracia es reconocer la realidad nacional con sus complejidades y múltiples dimensiones. Por encima de todo, la primera representación democrática de los sirios debe ser la representación de su realidad sobre el terreno, y la formulación de teorías que dejen espacio a la compleja realidad social del país.
Una visitada página de Internet siria no habría reeditado, quince años después, el artículo «Crisis de Identidad de Siria» si el tema no interesase a la elite local. El artículo del neoconservador norteamericano Robert Kaplan, predice el desmembramiento de Siria y la considera como un candidato potencial a la balcanización, el destino de muchos herederos del Imperio Otomano. El deseo del autor de desmembrar Siria apenas queda oculto en sus líneas.
Sin embargo, el interés de ciertos sectores de la elite siria en cuestiones de identidad, y la constitución social y cultural del país, se limita a debates en artículos de intelectuales o publicaciones en Internet. La página web que reedita el artículo sólo en inglés, nos da una idea sobre el nivel del debate detrás del velo, que se limita a una elitista parte de la población, y lo poco que existe se caracteriza por la vergüenza o la temeridad. Intelectuales y organizaciones políticas se encuentran en un apuro al abordar abiertamente y con franqueza un tema sensible que carece del adecuado enfoque teórico o práctico. Activistas sectarios y étnicos, por el contrario, atacan a otros grupos para reafirmar su distinta religión. Para estas personas, Internet les ofrece un espacio amplio, sin limitaciones, para causar los estragos sectarios y partidistas. Ya es hora de que reconozcamos la necesidad de enfoques equilibrados y precisos que combinan la madurez intelectual y el compromiso nacional. Las cuestiones de la identidad nacional son demasiado importantes como para guardar silencio acerca de la mentalidad sectaria.
El concepto de sociedad árabe
Es habitual para los occidentales cercanos a las tomas de decisiones en sus países, ver las sociedades árabes en términos de grupos étnicos y sectarios, o de acuerdo a la visión orientalista de un «mosaico» social, en el que las piezas cohabitan pero no son ni homogéneas ni se prestan al establecimiento de una nación. Por otra parte, es bastante común que los nacionalistas árabes y patriotas locales del mundo árabe, minimicen la importancia de estas diferencias y nieguen que tengan cualquier significado político. Poco a poco, se convirtió en norma aceptada que un debate acerca de la diversidad es parte de las teorías y sistemas del enemigo occidental, y que el verdadero patriotismo radica en el mantenimiento de estas diferencias en secreto, sino en negar su existencia. En este contexto, el caso de Siria es único. La «República Árabe de Siria» no es el único país donde el arabismo es parte del nombre oficial, pero su sociedad es, sin duda, más étnica y religiosamente diversa que la de Egipto, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Yemen y Libia.
Al mismo tiempo, Siria parece ser la más vehemente en negar la diversidad y la identificación con el arabismo, y el partido gobernante está impregnado de ideología arabista. No sólo supone que todos los sirios son árabes sino que es este arabismo puro y sin rostro el que se convierte en su primer y último objeto de lealtad. Por otra parte, Siria ha sido un Estado regional a lo largo de nueve siglos, ha sido políticamente «estable» desde 1970, y ha actuado como una entidad desde 1967, (aunque éste fue un año de inestabilidad por la ocupación de Israel de los Altos del Golán). Se han forjado intereses, sentimientos y lealtades basadas en estos hechos. Al mismo tiempo, su estatus como Estado independiente y una compleja sociedad que carece de los conocimientos adecuados, o un punto de vista conceptual sobre sí misma que pueden dar la armonía y la legitimidad. Por otro lado, existe una toma de conciencia conceptual del arabismo de Siria que ya no se aplica a las realidades actuales del Estado y la sociedad. ¿Garantiza esto «la unidad nacional» y la homogeneidad de la sociedad y su apoyo a la unidad árabe? ¿Puede ser hoy en día el arabismo la única base para la voluntad de unidad entre los 19 millones de sirios?
Los recientes acontecimientos en Irak tras la ocupación estadounidense, y antes la guerra civil libanesa, invitan a dar otro enfoque a la cuestión de la identidad nacional siria. Parece que la represión impuesta a las minorías étnicas, religiosas y sectarias en nuestro país no es propicia para el fortalecimiento de la integración social, sino que provoca la transformación de las diferencias sociales en divisiones políticas que amenazan con la desintegración y la guerra civil. Estos ejemplos muestran claramente que la represión mencionada antes provoca interferencias externas con las excusas internas necesarias. Cuando algunos elementos locales sociales y culturales se sienten alienados del supuesto consenso nacional, buscan fuera relaciones y aliados y, por tanto, les proporcionan una excusa válida para interferir.
Lo que sostengo es que las cuestiones de la diversidad cultural en las sociedades árabes pueden ser abordadas desde un punto de vista democrático y nacionalista. Al mismo tiempo el argumento rechaza la parte occidental, conservadora, de la derecha de los grupos de reflexión cuyo interés en la diversidad se limita a la potenciación de la hegemonía estadounidense y occidental, y la centralidad de Israel en Oriente Próximo. También rechaza la visión tradicional, nacional y popular árabe, cuya única forma de garantizar la cohesión de nuestras sociedades es ocultando datos sobre la diversidad detrás de un muro de silencio. Asimismo, todos sabemos que este silencio teórico no impidió a las autoridades locales aumentar su propio poder. El régimen de Saddam Hussein, que se basó en su tribu, la familia y los poderes árabes y, en cierta medida, en el entorno musulmán sunita, no fue el único en hacerlo. Comentarios similares se escuchan a menudo sobre el régimen sirio. Aquí, el crudo y ampuloso nacionalismo, que los dos regímenes baathistas han levantado por mucho tiempo, se ha convertido en un velo que oculta temas divisorios de la identidad. Parece evidente que la génesis de estas prácticas se encuentra en las prioridades de los dos regímenes principales para permanecer en el poder, de ahí la necesidad de depender de una confiable base social, y ocultar esta dependencia, un homenaje retórico y simbólico es pagado por el nacionalismo homogéneo.
Hacia una democrática identidad siria
Los esfuerzos para reformar el concepto de identidad nacional siria están vinculados a una profunda revisión del sistema político, por la coincidencia entre la distorsión de los hechos sobre la representación social siria y la distorsión acerca de su representación política. La reforma de la representación política requiere términos que describan la realidad de la sociedad siria, y el desarrollo de una representación más exacta de las realidades sociales e históricas del país. Una transformación democrática no es posible sin prestar la debida atención a las heredadas nociones en las que se basa el despotismo. Ya es hora de que el arabismo deje de pagar el precio por su representación nacional, es decir, como una simple identidad homogénea, impuesta en sociedades muy complejas.
La «Declaración de Damasco para el Cambio Democrático Nacional» es el primer intento, en la historia moderna de Siria, de hacer frente a la cuestión de la identidad con un espíritu de responsabilidad nacional, y como parte de un esfuerzo real por el cambio democrático. La Declaración habla del «derecho de las minorías nacionales a expresarse» y se compromete a trabajar para garantizar «el derecho de todos los grupos sociales en Siria, independientemente de su condición religiosa, nacional y social, a involucrarse en la actividad política». Aboga por encontrar una solución justa y democrática a la cuestión kurda en Siria, de manera que se garantice la igualdad de ciudadanía, la nacionalidad y los derechos culturales, el derecho a su propia lengua nacional, y otros derechos constitucionales, políticos, sociales y jurídicos basados en la unidad, la tierra y el pueblo de Siria. Una coalición relativamente amplia se opuso a este documento que incluía a los árabes, kurdos y asirios, los secularistas y los islamistas, además de los demócratas, liberales y nacionalistas árabes. En un país que ha sufrido un despotismo totalitario que trató de separar el poder político de todo tipo de bases sociales estables, privando a las clases sociales de su carácter público y político, la experiencia es realmente importante. Precisamente debido a esta situación las demandas de cambio político fueron condenadas al ostracismo de los grupos sociales dentro del país, como fue el caso de los países de Europa oriental, relegados a meros movimientos de intelectuales y activistas políticos. Aquí es donde la coalición detrás de la «Declaración de Damasco» languidece hoy, con la excepción de su componente nacional kurdo, cuya base popular resultó más fácil de movilizar. La «Declaración de Damasco», sin embargo, se abstuvo de participar en un debate, limitándose a sugerir una buena orientación, pero nada acerca de la identidad nacional de Siria.
¿Cómo puede interesar a la diversidad social siria el apoyo a la transición democrática? ¿Cómo podemos deshacernos de un despotismo vinculado a la política social y en profunda crisis, evitando el riesgo de la desintegración nacional o la llamada «democracia de consenso»? El estado de la política no permite obtener una respuesta clara. Parece que todo está vinculado a la búsqueda de una solución a la crisis de liderazgo político e intelectual que sufre nuestra política nacional colectiva, y el surgimiento de una nueva mayoría nacional.
La ausencia de una fuerza principal, o grupo social dominante, se manifiesta en una mezcla de despotismo, riesgo de división nacional y luchas civiles. El surgimiento de una nueva mayoría post-nacionalista capaz de dar forma a un nuevo marco hegemónico, puede sentar las bases para la democracia y la cohesión nacional. ¿El aumento de esa mayoría precederá o seguirá el final del despotismo? ¿La solución a la crisis de hegemonía precederá o seguirá a la reforma política? Raramente los procesos históricos se adhieren o se ajustan a los plazos políticos. Tal vez los esfuerzos actuales para construir nuevos grupos organizados y razonables en Siria serán vistos un día como contribuciones fundamentales a la solución de la crisis.
No podemos sobrecargar la importancia de iniciar un amplio debate alrededor de nuestros asuntos intelectuales y políticos, y las condiciones que darán lugar a un amplio movimiento democrático nacional en Siria. Nos encontramos en un período de transición histórica, con evidentes dificultades, y que incumbe a todos los activistas para desempeñar un papel más importante del que tenían antes. El posible estallido de conflictos civiles y regionales, nuevas formas de violencia y la esperada lucha social, intelectual, política y psicológica podría llevar a unos años, o décadas, de inestabilidad. Pero no son argumentos válidos para mantener el statu quo. La toma de conciencia, por parte de los intelectuales, de emprender una actitud crítica responsable, dar prioridad a las cuestiones nacionales y no a los grupos marginales, partidos y sectas y defender los valores humanos en general, conllevará un proceso nacional sostenible de reconstrucción democrática.
Yasseen Haj Saleh es un escritor sirio. Este artículo ha sido publicado en el nº 38 de la edición impresa de Pueblos, julio de 2009, especial Oriente Próximo. Versión original en inglés. Traducido para Pueblos por Mireia Gallardo Avellán.