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Un nuevo tipo de prisión

Refugios en Damasco para los desplazados de Ghuta

Fuentes: Al Jumhuriya English

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Para los más de 100.000 civiles expulsados de Guta oriental, sus nuevos hogares en los refugios oficiales guardan un gran parecido con los aterradores centros de detención del régimen.

Para quienes han podido salir de los numerosos centros de detención del régimen sirio; para quienes han tenido que pasar días, semanas, meses y quizá años en las prisiones más infames del régimen en los últimos siete años, hay recuerdos que no se parecen a ningún otro. Los centros de detención de Siria tienen su propia terminología, simbolismo, rituales y secretos. Todos ellos crean un vínculo común entre las personas que han pasado por esa particular experiencia; por no hacer mención de la crueldad, que justifica muchos actos por otra parte impensables. Estos actos de sumisión y subyugación que conducen a la humillación y la mendicidad, así como los actos de egoísmo y alienación extremos, sirven todos como una especie de refugio ante un futuro sombrío y desconocido, ante la violencia continua e inminente.

Ahí radica la paradoja: para quien visita, oye o lee sobre los centros de refugio preparados por el gobierno sirio en las afueras de Damasco, diseñados para recibir a quienes han escapado de Guta oriental, le resultará fácil imaginar estos centros de detención sirios. Refugios, centros de detención, pueden llamarlos como quieran. Pueden utilizar diversos eufemismos y condiciones diferenciadas, pero el hecho es que todos estos lugares están reservados para quienes desobedecen al gobernante. Es probable que quienes sobrevivieron a la muerte no hayan podido escapar del arresto, y que quienes sobrevivieron al asedio encuentren otro asedio esperándoles.

«Al-Duwayr», «Electricidad Adra», «Harjalla», «Al-Fayhaa», «Seguridad del Estado», «Seguridad Política», «Seguridad Militar», «Inteligencia de la Fuerza Aérea»: todos estos nombres irán siempre unidos a los recuerdos de quienes han pasado parte de su vida entre los diversos instrumentos de opresión que el régimen sirio utiliza contra sus opositores, contra sus bases populares y contra cualquiera que en alguna ocasión haya tenido el coraje de decir «no».

El comienzo

A mediados de febrero, pocos días después de que se iniciara la campaña en Guta oriental (una campaña descrita después como el ataque más duro que el régimen sirio había emprendido sobre una región que a partir de 2012 había escapado de su control), Rusia anunció la apertura del cruce del Campo al-Wafidin, cerca de la ciudad de Duma, para quienes desearan salir hacia Damasco, tildándolo de «cruce humanitario para los civiles detenidos como escudos humanos por los terroristas».

Los días pasaban pero no llegaba nadie, porque la gente de Guta, que llevaba años bajo asedio, temía las represalias de los combatientes y partidarios del régimen sirio. El bombardeo y los ataques por tierra se intensificaron, y la zona bajo control de los combatientes de la oposición -donde más de 350.000 civiles habían buscado refugio- iba disminuyendo con el avance del ejército sirio y de las milicias y la extendida destrucción causada por los ataques aéreos y la artillería que dejaron cientos de muertos y heridos.

Sólo fue cuestión de días que los primeros grupos de civiles empezaran a salir a través del nuevo cruce «humanitario», abierto desde la ciudad de Hamuriya. Proliferaron las imágenes que revelaban el horror de cuanto estaba aconteciendo: decenas de miles de personas huyendo de una maquinaria de la muerte que ya se había llevado cientos de vidas en Guta, abriéndose camino hacia un potencial refugio seguro en Damasco. Hombres y mujeres, niños y bebés, heridos y ancianos viajaron a pie por igual durante varios kilómetros, cargando cuantas pertenencias podían, escapando de un infierno cierto hacia otro cuya magnitud aún no conocían, pero al cual se dirigían con la esperanza de que fuera menos cruel; de que quizá les ofreciera a ellos y a sus hijos una vida mejor o al menos una muerte más lenta.

La apabullante cifra de fugitivos sorprendió a todos. Según el ministerio de Defensa ruso, que publica estadísticas en redes sociales a diario, a principios de abril eran más de 100.000. En Damasco, el régimen y los trabajadores humanitarios no tuvieron más remedio que crear refugios que proporcionaran los servicios necesarios a los ciudadanos de Guta oriental. Ahí es donde la historia comienza, porque el trabajo humanitario en las zonas bajo control del gobierno está sometido al estado de ánimo, caprichos y órdenes del régimen. Lo que se expone a continuación está tomado del testimonio de los voluntarios que visitan estos refugios casi a diario, detallando cómo esas decenas de miles de personas viven y reciben servicios básicos en ellos; un testimonio que, de una forma u otra, se hace eco de la experiencia de los centros de detención del régimen sirio.

Conociendo los refugios

Estos centros empezaron a proliferar con los primeros grandes movimientos de personas desplazadas que se produjeron en las ciudades y pueblos sirios que eran objeto de ataque de las operaciones militares del régimen. A mediados de 2012, Damasco empezó a ver cómo surgían refugios en muchas barriadas y suburbios, sobre todo en las escuelas, tratando de acomodar a los miles de personas desplazadas que venían de las zonas rurales de Damasco y de otras ciudades sirias. Muchos de los que buscaban refugio recibieron ayuda humanitaria y servicios sociales, y por lo general eran libres para salir fuera, trabajar y trasladarse, aunque con las mismas restricciones impuestas a cualquiera que llevara un documento de identificación de una zona de oposición al régimen.

Durante los años siguientes, estos centros en Damasco presenciaron aumentos y disminuciones en el número de sus residentes en sus respectivas zonas. A finales del pasado año, había aproximadamente seis mil residentes, lo que hizo que el Comité de Ayuda en Damasco cerrara algunos centros al ser innecesarios. Al mismo tiempo, los activistas hablaban de vaciar algunos de los centros y forzar a sus residentes a regresar a sus hogares en las zonas recién «liberadas» o a trasladarse a refugios alejados en las afueras de Damasco, como en al-Duwayr, en la zona rural oriental, y Harjalla, en la occidental; este último estaba dedicado a las familias que se trasladaron desde Daraya en agosto de 2016, en lo que constituyó el primer desplazamiento forzoso en los alrededores de la capital.

Sin embargo, los centros que albergan a las gentes de Guta oriental tienen una historia diferente.

¿Son posibles las comparaciones?

Todos los que salieron a través de los cruces de Guta oriental fueron trasladados a varios refugios en Damasco y sus alrededores, especialmente a los centros de Harjalla, al-Duwayr, Adra y al-Fayhaa, en los que vivían miles de personas dependiendo de su capacidad de acogida. El centro de Electricidad de Adra albergaba alrededor de diez mil seres, mientras que el de Harjalla tenía alrededor de veinte mil, según estimaciones oficiales sirias.

Al ingresar en cualquiera de los centros, a los nuevos residentes se les despojaba de su documento de identidad, convirtiéndose de hecho en depósitos retenidos por el régimen a los efectos de realizar una auditoría de seguridad. Este puede ser el primer indicador de que estos lugares se han convertido en grandes campos de concentración, dentro de los cuales los residentes esperan ser liberados.

Esa liberación puede producirse de varias formas diferentes: quienes tienen familiares en el exterior pueden marcharse haciendo uso del denominado proceso de «acogida», que sólo está disponible para mujeres, niños y hombres mayores de 52 años, y requiere que los familiares de acogida registren su dirección y copias de sus documentos de identidad. También es necesario, desde luego, que hayan sido absueltos de cualquier acusación de seguridad que pueda imponerse a quienes abandonan el centro. Para la mayoría, esto supone conseguir la autorización y completar procedimientos de reconciliación. Aquellos que no sean lo suficientemente afortunados como para disponer de un anfitrión que pueda sacarlos tienen que esperar una decisión de liberación o un permiso para poder regresar a Guta.

Por ejemplo, los hombres de edad comprendida entre los 18 y 52 años, el tramo en el que pueden ser llamados a filas, tienen que esperar a que les escaneen el nombre (tafyish, en la jerga siria) para averiguar si se les exige que cumplan el servicio militar obligatorio o se unan a las fuerzas de reserva. Si así sucede, se cuenta que pueden entregarles una solicitud para una prórroga de seis meses, tras la cual serán convocados de nuevo; esto es así según ciertas declaraciones, pero no se ha confirmado aún a nivel oficial.

A muchos no les importa que les llamen a filas. Después de todo, ¿qué otras opciones tienen? Pueden permanecer en Guta y morir, o pueden dirigirse hacia Idlib y enfrentarse a un destino completamente desconocido, teniendo sobre todo en cuenta el cierre casi total de las fronteras turcas y el alto coste del contrabando humano. En estos momentos, ser llamados a filas puede ser la opción menos costosa y la más segura para muchos hombres y sus familias.

Las autorizaciones de seguridad y las auditorías se llevan a cabo a diario, así como los procedimientos de «acogida». Los nombres de los «autorizados» se trasmiten a través de altavoces, lo que obliga a la gente a correr de acá para allá en busca del lugar que pueda significar su libertad. Todo el mundo ansía escuchar su nombre, de la misma forma que los corazones de los detenidos laten más deprisa cada vez que oyen que unos pasos se aproximan a la puerta de sus celdas. ¿Qué querrá el guardián? ¿Nos nombrará a alguno? ¿Será para un interrogatorio, para liberarnos o para un traslado?

En las prisiones, la liberación de algún prisionero para salir fuera a recibir un tratamiento urgente necesita de varias rondas de aprobaciones. Esto sucede también en el caso de los refugios. En un centro, si alguien cae inconsciente al suelo tras un infarto, se tarda más de dos horas en conseguir la aprobación de seguridad para poder llevarle hasta un hospital en Damasco.

Hubo un incidente que afectó a una madre que quería sacar a su hija para que recibiera tratamiento, a la que no permitieron llevar con ellas a su hijo de dos años porque necesitaba autorización de seguridad. La madre salió con la hija dejando al niño solo. La desastrosa situación que une a familiares, vecinos y extraños, hizo posible que otra madre cuidara de él hasta que el viaje de «placer» al hospital hubiera concluido.

Dejando a un lado la seguridad, las gentes de Guta viven en habitaciones, edificios o tiendas construidos hace tiempo que suelen variar de un centro a otro. Naturalmente, las habitaciones y tiendas están atestadas; habitaciones que no tienen más de 20 m2 albergan a más de 30 personas. En esto se parecen también a las celdas de detención, donde los detenidos se ven obligados a menudo a dormir sentados, de pie o, en el mejor de los casos, a yacer de lado, intentando ocupar el menor espacio posible.

El servicio y la situación humanitaria en estos centros son lo peor de todo. Varias organizaciones humanitarias trabajan en ellos, especialmente la Media Luna Roja, la Cruz Roja y Confianza Siria en el Desarrollo, fundado por Asma al-Asad, la primera dama del régimen sirio. Hay además algunas agencias de la ONU y asociaciones e iniciativas locales actuando en el interior de los centros. La principal característica de su trabajo y todos sus intentos de ofrecer ayuda es la absoluta e indudablemente intencionada arbitrariedad.

En las últimas semanas, a cada familia se le ha solicitado repetidamente información personal. Cada organización que opera en el centro lleva a cabo un censo que es específico para su base de datos y objetivos. El cabeza de familia es responsable de aportar información sobre la cifra, género, nombres completos, edad y tamaño de sus miembros. ¿Qué consiguen a cambio? Quizá algo de ropa o chanclas, que pueden ser o no del tamaño adecuado, y no importa si los residentes disponen de la posibilidad de darse una ducha antes de ponerse ropa nueva. La mayoría de los centros no cuentan con suficiente equipamiento en agua, cuartos de baño o calefacción.

«¿Qué pie calzas? ¿El 40? Lo siento, sólo tenemos del 44. ¿Te apañas con eso?»

«¿No conoces tu talla? ¿Has perdido mucho peso durante el asedio y no has comprado ropa nueva durante años? No importa. Creo que tu talla es la 40. Sí, la 40 te queda bien».

Lo importante es que la ayuda se distribuya y los nombres de los beneficiarios y los miembros de su familia se registren en un pequeño papel o en un ordenador, indicando que recibieron ropas o calzado. Tomar fotos de estas situaciones resulta también útil para documentar las distribuciones, pero no a todo el mundo se le permite hacer fotos. El personal de Confianza Siria en el Desarrollo puede tomar selfies con los niños, pero los equipos de la mayor parte del resto de asociaciones no. Si lo hacen, pueden ser castigados por el ministerio de Asuntos Sociales y Trabajo, que supervisa estos refugios de arriba a abajo.

También se distribuye ropa en algunas prisiones. En una de las ramas de seguridad, los detenidos pueden comprar toallas y zapatos con su propio dinero. Tal lugar no es un precisamente un sitio donde comprar, por eso no pueden conseguir el tamaño adecuado aunque se intenta escoger el que más se aproxime. En otras agencias de seguridad pueden distribuirse ropas usadas, si el invierno llega y ciertos detenidos han llegado durante el verano. De nuevo, el tamaño no importa, lo único importante es la distribución y que no haya fotos.

Quizá una de las imágenes más destacables, que quedó grabado en las mentes de quienes estaban presentes en el refugio, fue la de una mujer que trataba de conseguir un bote de leche infantil. Contaba que solía obtener uno cada cinco días dentro de Ghuta, sin embargo, tras quince días en el centro, todavía no había podido obtener ninguno. Otra imagen fue la de unos niños corriendo detrás de una pequeña furgoneta de helados y tras alcanzarla aparecieron con el rostro cubierto de pringue azucarada tras devorar todo el helado de un mordisco, mientras la imagen era captada por las cámaras.

Otra mujer gritaba en medio de la multitud que esperaba la distribución de la ayuda: «Dios salve a Bashar al-Asad». Es imposible saber la motivación real de ese grito. Quizá apoye realmente a Bashar al-Asad, o quizá está pensando que esa proclama la ayudará a conseguir algo extra; quizá unos zapatos que casi se ajusten a sus pies.

(La versión original en árabe de este artículo se publicó el 9 de abril de 2018. Fue traducido al inglés por Vanessa Breeding)

Fuente: https://www.aljumhuriya.net/en/content/damascus%E2%80%99-shelters-ghouta%E2%80%99s-displaced-new-kind-prison

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.