Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Pocas personas se van pronto a dormir en Damasco, incluso en estos tiempos de guerra. Por eso, cuando los proyectiles empezaron a impactar en el este de la capital alrededor de las dos de la madrugada del miércoles, Um Hasan y sus cuatro niños estaban bien despiertos y preparados para el familiar sonido de las bombas cayendo sobre edificios y calles vacías.
Sin embargo, un momento después, los altavoces de la barriada, algunos de ellos situados en los minaretes de las mezquitas, empezaron a lanzar aterradores avisos diciéndoles a los vecinos que dejaran sus casas y huyeran.
«Estábamos demasiado aterrorizados para coger a los niños y huir de Zemalka hacia cualquier pueblo vecino», decía Um Hassan sobre su zona en el distrito de Ghuta, al este de la capital. «La gente que dormía en sus casas murió en la cama porque no pudo notar los efectos del ataque».
Los dolores de cabeza y las nauseas ahogaron a la familia cuando corría por las ennegrecidas calles hacia su coche, mientras una violenta cacofonía de proyectiles lo inundaba todo alrededor y el aire se llenaba de un extraño y nocivo olor.
«Todavía me siento enferma y adormilada de todo el aire que he respirado», decía treinta y seis horas después del ataque que mató a cientos de personas, hirió a muchas más y desató la ira de todo el mundo.
«Cuando estábamos intentando escapar, pude ver a la gente saliendo de sus casas y cayendo al suelo. Intentamos ayudar a algunos pero morían antes de que consiguiéramos llevarles al hospital.»
El ataque parecía no cesar, según Um Hasan y otras víctimas, y los primeros en responder fueron las personas con las que contactó The Guardian vía Skype el jueves. El gobierno sirio ha reconocido que su ejército lanzó una gran operación en el este de Ghuta en las primeras horas del miércoles, pero ha negado vehementemente el uso de armas químicas.
«Recogimos a una mujer con sus dos niños, el proyectil había impacto en su casa pero… todos murieron. Pude ver cómo les salía espuma por la boca y la nariz».
No muy lejos de Zemalka, Abu Omar, militante del Ejército Sirio Libre, estaba al teléfono cuando escuchó el primer impacto de cohete.
«Corrí a mi casa de inmediato para ver si mi mujer y mis hijos estaban bien. Cuando llegué, escuché a la gente gritando que el distrito estaba bajo ataque de cohetes químicos. Yo y algunos de mis compañeros corrimos al cuartel del ESL en Zemalka buscando ambulancias para evacuar a la gente.
Nos encontrábamos en un distrito llamado Al-Mazra’a. Empezamos a llamar a las puertas pidiéndole a la gente que saliera de las casas. Cuando no respondían o no abrían las puertas, empezábamos a romperlas y buscar a la gente que había dentro. Pudimos evacuar a veinte personas. Ninguna de ellas estaba muerta pero estaban asfixiándose.
Las distribuimos ente los hospitales de campaña del distrito. Es realmente un milagro de ninguna de esas víctimas estuviera muerta… aunque algunos de ellas echaban espuma por la boca y sus cuerpos se estaban volviendo azules.»
Abu Omar dice que hubo otra descarga de proyectiles alrededor de las tres de la madrugada. Pero que eran diferentes de las otras explosiones que desde hacía un año tenían regularmente acribillada la zona porque las fuerzas del régimen trataban de desalojar de su bastión, situado a menos de diez kilómetros del corazón de Damasco, a los grupos rebeldes y a las comunidades que les apoyan.
«Se podía escuchar el sonido de los cohetes en el aire pero no podías oír sonido alguno de explosión. Y no causaron ningún daño visible en ningún edificio. El olor lo invadía todo.»
Abu Omar dice que intentó buscar refugio en la mezquita local pero que se retrasó al encontrarse con la escena de un sheij y su familia muertos en el suelo. Los muertos y los agonizantes estaban ya por todas partes.
«Fui hacia una de las casas y me encontré con un bebé de alrededor de un año y medio. No se me va la escena de la cabeza», dijo. «Estaba saltando como un pájaro, luchando por respirar. Le cogí rápidamente y le llevé al coche pero murió. Juro ante Dios que el número de bebés y niños muertos era mayor que el de adultos muertos. Rompimos incluso los cierres de las tiendas para colocar dentro a las víctimas. En una de las tiendas, llegamos a juntar a 200 niños.»
También en Zemalka, en la madrugada del miércoles, Ashraf Hassan, de 18 años, y sus cuatro amigos estaban jugando a las cartas.
«Era alrededor de la una y media de la madrugada, empezamos a oír gritos de gente pidiendo ayuda. No habíamos oído ningún ataque ni sonido de proyectiles. Salimos de casa y nos encontramos con que el distrito era un caos de pánico. A las dos, los morteros empezaron a caer.
Empezamos a entrar en las casas para ver cómo estaba la gente. En una de ellas, me encontré con cuatro hermanos muertos durmiendo uno junto a otro en su cama y con sus padres, también muertos, en otra habitación. Todos ellos asfixiados. Pude ver que tenían espuma en las bocas y en la nariz.
Estuve ayudando a otros chicos a evacuar los cuerpos y a alguna gente que estaba aún viva… hasta que yo mismo empecé a oler el gas.
El olor era como el del gas de cocinar. Mis amigos me dijeron que me pusiera una mascarilla sobre la boca y la nariz… pero empecé a tener nauseas y a vomitar. Los ojos se me pusieron muy rojos y me empezaron a picar.
Sentí que estaba a punto de caer inconsciente. Hoy me desperté con mucho picor en los ojos y no podía ni abrirlos, por eso me vine al hospital para que me trataran.»
Dijo que todos los que habían sobrevivido al ataque sufrían de los mismos síntomas.
Fuera lo que fuera lo que se arrojó sobre Zemalka y otras dos áreas al este de Ghuta, continúa devastando a los habitantes, los supervivientes y los testigos han intentado averiguar desde dónde se dispararon los cohetes o misiles. Dos zonas de la capital, no muy alejadas, ambas bajo poder del régimen están siendo escudriñadas.
«Venían de una distancia como de unos cuatro kilómetros«, dijo Haizam Bagdadi, un vecino de Yubar, quien el jueves intentaba escapar con su familia a Jordania. «Uno de los lugares era el Panorama de la Guerra de Octubre, y el otro la base aérea. Han intentado borrarnos del mapa.»
Fuente: http://www.theguardian.com/world/2013/aug/22/syria-chemical-weapons-eyewitness