Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
En junio de 1967, cuando Israel emprendió la guerra de 6 días contra Egipto, Siria y Jordania, Khalid Amayreh tenía 10 años. En este artículo en dos partes recuerda la guerra cuyo resultado y repercusiones sigue causan problemas a Palestina, a Oriente Medio y al resto del mundo.
Incluso antes de 1967 el ejército israelí había estado llevando a cabo incursiones rutinarias en Cisjordania, destruyendo las casas de personas pobres y matando a civiles inocentes, algo muy parecido a lo que Israel ha estado haciendo recientemente en Gaza, Cisjordania y Líbano. Todavía recuerdo vívidamente cómo el ejército israelí, acompañado de tanques y aviones, atacó la pequeña ciudad vecina de Sammou’, a 25 kilómetros al sudeste de Dura, en noviembre de 1966, destruyó casi por completo la cuidad y mató a muchos civiles. Uno ve la mentalidad condescendiente sionista. Nunca les ha interesado una paz genuina ni la coexistencia con los pueblos de Oriente Medio, sino que su única intención es subyugar y atormentar a la gente con la fuerza bruta. Éste era el caso tanto hace 40, o incluso 60 años, como obviamente lo es ahora.
En junio de 1967 yo tenía diez años. Recuerdo que se nos dijo que alzáramos la bandera blanca cuando el ejército israelí cercó nuestro pequeño pueblo, Khorsa, a 15 kilómetros al sudeste de Hebrón. Nos dijeron que nos dispararían y matarían si no alzábamos la bandera blanca. Los soldados jordanos se fueron de forma vergonzosa y se dirigieron hacia el este, unos pocos se vistieron con trajes tradicionales de las mujeres para disfrazarse, mientras el rey Hussein nos urgía vía Radio Amman a luchar contra los israelíes «con uñas y dientes». Pero, ¿cómo podíamos rechazar al poderoso ejército israelí con nuestros dientes y uñas?
Francamente, los ejércitos árabes no opusieron a los israelíes lucha alguna. Estos ejércitos reflejaban la completa decadencia política, moral e ideológicas, y el fracaso de la mayoría de los regímenes árabes. Es más, mantener la supervivencia del régimen era principal prioridad y estrategia para las elites y juntas dirigentes de la época. A pesar de su retórica, luchar contra Israel y liberar a Palestina no era una verdadera prioridad para estos regímenes árabes.
Resulta interesante comprobar que este estado de cosas permanece invariable todavía hoy, 40 años después de la mayor derrota árabe de los tiempos modernos.
Durante muchos años Israel y sus aliados afirmaron que Israel era quien había sido atacado por los árabes en 1967 y que lo único que hizo Israel fue defenderse por su propia supervivencia que estaba en juego. Por supuesto, esto es una enorme mentira, como llegaron a admitir muchos años después los propios dirigentes israelíes. El ex-presidente israelí Ezer Weizmann (que también fue ex-comandante de las fuerzas aéreas israelíes) admitió en una entrevista al diario israelí Haaretz en 1972 que «no había amenaza de destrucción…pero que el ataque a Egipto, Jordania y Siria estaba justificado para que Israel pudiera existir de acuerdo con la escala, espíritu y calidad que ahora encarna» [1]. De forma similar el ex -primer minsitro israelí Menachem Begin, un tristemente célebre halcón, fue citado en el libro de Noam Chomsky The Fateful Triangle afirmando que «en 1967 de nuevo tuvimos una oportunidad. Las concentraciones del ejército egipcio en el desierto del Sinaí no demostraba que Nasser realmente estuviera a punto de atacarnos. Tenemos que ser honestos con nosotros mismos. Decidimos atacarlos a ellos» [2]. Yitzhak Rabin, otro ex -primer ministro israelí afirmó lo siguiente acerca de la amenaza egipcia contra Israel: «No creo que Nasser quisiera la guerra. Las dos divisiones que envió al Sinai no hubieran sido suficientes para emprender una guerra ofensiva. Él lo sabía y nosotros lo sabíamos» [3].
Con todo, esto no quiere decir que los árabes, particularmente los regímenes egipcio y sirio, no tuvieran mucha bravuconería y amenazaran con destruir Israel. Sin embargo, los dirigentes israelíes de la época y la administración Johnson así como las inteligencias británica y soviética sabían muy bien que Nasser sólo se estaba permitiendo una retórica belicosa y nada más que eso.
Pero, a pesar de todo, Israel decidió atacar con el propósito principal de su expansión territorial. No hay ni que decirlo, la expansión territorial siempre ha sido el objetivo central de la estrategia israelí, Chomsky, por ejemplo, citó las siguientes palabras del primer ministro israelí David Ben-Gurion: «El hecho de aceptar la partición no nos obliga a renunciar a Transjordania; uno no pide a nadie que abandone su visión. Aceptaremos un Estado en las fronteras fijadas hoy. Pero las fronteras de las aspiraciones sionistas son asunto del pueblo judío y ningún factor externo podrá limitarlas» [4].
Descomunal derrota
La histórica derrota de los ejército árabes en 1967 (histórica porque Israel ocupó el resto de Palestina, incluyendo al-Masjidul Aqsa, uno de los principales santos lugares del Islam) no reflejaba ninguna inferioridad inherente árabe frente a Israel, sino que más bien reflejaba el fracaso de los regímenes árabes.
En 1973, durante la Guerra de Octubre o de Ramadán, los ejércitos egipcio y sirio podrían haber logrado una victoria decisiva sobre Israel de no haber sido por la importante intervención del guardián-aliado de Israel, Estados Unidos. Es probable que en circunstancias favorables los ejércitos árabes hubieran podido derrotar al ejército israelí, como demostró Hezbulá en su guerra contra Israel en verano de 2006.
Al principio de la ocupación en 1967 los israelíes emprendieron lo que se puede llamar una campaña de relaciones públicas empleando a inmigrantes judíos del mundo árabe y oficiales drusos que hablaban árabe. Algunas personas ingenuas de nuestra comunidad, que estaban desencantadas con la torpeza del régimen jordano, empezaron a hacer prematuramente comentarios positivos de los nuevos ocupantes. La razón de ello es la frecuente suposición de que la gente tiende a hacer valoraciones positivas de cualquier conquistador. Estas personas hablarían de forma prometedora y optimista de la joven era israelí. Harían observaciones superficiales como «¡Oh, son mejores que los jordanos, son civilizados y educados!» y «los judíos son personas educadas, tratan a la gente con dignidad y respeto» y «bajo el gobierno de Israel todo el mundo es igual». Estas personas, simplemente, no sabían de lo que hablaban.
Pero estos sentimientos, que no eran generalizados, no duraron mucho tiempo ya que el ejército de ocupación empezó a revelar su horrible rostro adoptando medidas rigurosas contra nosotros. Bien, entonces parecía que ocupación y decencia eran un eterno oxímoron, como lo es ahora. No existe una ocupación civilizada, ilustrada o benévola. Una ocupación extranjera es un acto de violación, es por naturaleza un acto criminal, si no sería otra cosa. En realidad la ocupación israelí es probablemente la peor de la historia de la humanidad, no sólo por su brutalidad sino también por su duración. De hecho, yo argumentaría que en muchos aspectos la ocupación israelí es peor que la ocupación nazi de Europa. Los nazis quería conquistar, pacificar y estabiliza más que limpiar étnicamente y desarraigar a los europeos no alemanes como está haciendo Israel a los palestinos.
Muy pronto los israelíes empezaron a confiscar la tierra y a construir asentamientos, empleando todo tipo de tácticas sucias, incluyendo el soborno, los negocios oscuros, el engaño, los trucos, la falsificación de documentos y la coacción abierta. También recurrieron a la dura política del castigo colectivo como las demoliciones de casas como represalia por los ataques de la guerrilla o contra miembros de la OLP, especialmente de la organización Fatah, fundada y dirigida por el difunto dirigente palestino Yasser Arafat. En nuestra cultura palestina, si uno quiere expresar un mal deseo extremo hacia alguien dice «Yikhrib Beitak», que tu casa sea destruida.
Los israelíes trataron de sacar ventaja de este punto débil en nuestra psicología social. Así demolieron miles y miles de casas palestinas.. Las demoliciones, un crimen de guerra claramente definido según el derecho internacional, nunca han cesado. Hoy lo hacen la mayoría de las veces por medio de bulldozers y localizando los bombardeos desde el aire. No estoy seguro de la cifra exacta de casas palestinas destruidas por Israel desde 1967, pero puedo decir con toda seguridad que supera las 15.000.
De hecho, la demolición arbitraria de casas y pueblos palestinos empezó inmediatamente después de la guerra. Es más, inmediatamente después de que cesaran las hostilidades, el ejército israelí destruyó completamente más de 170 casas en los barrios de Maghariba y al-Sharaf cerca de la Mezquita de al-Aqsa.
Durante las semanas tercera y cuarta de 1967 los bulldozers del ejército israelí arrasaron completamente los pueblos palestinos de Beit Nuba, `Imwas (Emmaus) y Yalu, todo ello a las órdenes de Yitzhak Rabin. Aproximadamente 12.000 personas fueron expulsadas de sus casas, muchas de ellas a través del río Jordán, otras enviadas a vagar por el desierto sin agua ni comida.
Finalmente, gracias a un generoso regalo de los contribuyentes canadienses el gobierno israelí construyó una infamia en las ruinas de ‘Imwas. Lo llamó Parque Canadá. ¡Así es Canadá, que afirma ser el guardián de los derechos humanos y del imperio del derecho internacional!
En realidad Israel sigue comportándose de la misma manera. Mientras escribo estas líneas el Estado judío está desenterrando y destruyendo el antiguo cementerio musulmán en Jerusalén este, el cementerio de Mamanullah (o Mamillah), para construir ahí ¡¡el «Museo de la Tolerancia»!!. Sí, ¡¡el Parque Canadá y Museo de la Tolerancia!! ¿Ven la depravada y brutal maldad de estos criminales?El 26 de julio de 2007 los rabinos europeos protestaron y celebraron una vigilia de oración en Bruselas por el cementerio de Vilnius, Lituania, de 600 años de antigüedad, que afirmaban que se estaba utilizando para la construcción (véase «Rabbis protest construction of Jewish cemetery»: www.jta.org/cgi-bin/iowa). Por supuesto, no está bien profanar cementerios, sean judíos o no judíos. Sin embrago, demuestra una hipocresía descomunal el desenterrar y destrozar los huesos de difuntos musulmanes en la ciudad de Jerusalén para construir un Museo de la Tolerancia donde estaba un antiguo cementerio musulmán mientras que los dirigentes israelíes despotrican y protestan cuando un cementerio judío en Europa del este es profanado por las autoridades locales.
Las demoliciones de casas pueden producir una profunda cicatriz psicológico en la memoria de los pueblos. Los niños volverán de la escuela sólo para ver sus casas destruidas por bulldozers conducidos por soldados que llevan cascos con la estrella de David grabada en ellos. Esta estrella de David, que se nos dice que originariamente era un símbolo religioso, simbolizaba el odio, el mal y la crueldad. Incluso hoy no puedo imaginar un símbolo más odioso y malvado. Es perfectamente comparable a cómo los supervivientes del Holocausto veían la esvástica nazi.
Los niños cuyas casas han sido demolidas pueden padecer fobias, estrés, neurosis y depresión como efectos post-traumáticos.
[1] Haaretz, noviembre de 1972
[2] Noam Chomsky, The Fateful Triangle: The United States, Israel and the Palestinians, South End Press, USA, 1983.
[3] Ibid.
[4] Ibid