Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
En junio de 1967, cuando Israel emprendió la guerra de 6 días contra Egipto, Siria y Jordania, Khalid Amayreh tenía 10 años. En este artículo en dos partes* recuerda la guerra cuyo resultado y repercusiones sigue causan problemas a Palestina, a Oriente Medio y al resto del mundo.
Cuando tenía 10 años fui testigo de muchas demoliciones de casas. La demolición, u operación de voladura, podía empezar declarando zona militar cerrada el pueblo en el que estaba situada la casa. La declaración se hacía por medio de altavoces situados en los jeeps militares.
En ese proceso se ordenaba a todos los varones entre 13 y 70 años que se reunieran en el patio de la escuela del pueblo donde se les obligaba a permanecer de pie con la cabeza gacha. Los soldados disparaban con frecuencia sobre las cabezas de la gente para aterrorizarlos. Y los soldados fuertemente armados pegaban patadas en la espalda a cualquiera que se atreviera a levantar la cabeza. Como ocurre hoy en día, la educación y la simple decencia humana siempre estaba ausentes, y entonces no había al-Jazeera o CNN para informar de los aberrantes actos cometidos por Israel, con lo que los sio-nazis se sentían libres de hacer con nosotros lo que les viniera en gana.
A continuación, el oficial al mando de la operación daba diez minutos a la familia condenada para salvar lo que pudiera de sus escasas pertenencias (hoy demuelen nuestras casas inmediatamente, sin darnos un periodo de gracia para sacar nuestras pertenencias).
La escena de niños pequeños consolando a otros más pequeños es devastadora. Las angustiadas amas de casa luchaban por sacar los utensilios, colchones y comida para que no fueran aplastados y fueran irrecuperables. Un niño pequeño podía correr a salvar su juguete favorito o una foto ampliada de su difunto abuelo antes de que fuera demasiado tarde. Entonces el oficial al mando daba la señal y en unos segundos la casa quedaba reducida a escombros.
Después la Cruz Roja traía una tienda de campaña para que sirviera de refugio temporal a las víctimas, de otro modo la atormentada familia se construía un recinto cerrado y dormía bajo los árboles o, si hacía frío, buscaba una cueva en la que dormir hasta encontrar una solución definitiva. Éstas eran unas imágenes indelebles de miseria que no olvidaré nunca, un horrible testimonio de la brutalidad de Israel que es similar a la de los nazis.
Jeff Halper, fundador y presidente del Comité Israelí contra la Demolición de Casas (ICHAD, por sus siglas en inglés), antropólogo y estudioso de la ocupación, observó que todos los dirigentes sionistas e israelíes han transmitido lo que él llama «el mensaje a los palestinos». Este mensaje, afirma Halper, es: «rendíos, sólo cuando abandonéis vuestro sueño de un Estado independiente y aceptéis que Palestina se ha convertido en la Tierra de Israel, nosotros transigiremos». La implicación y significado más profundo del mensaje es muy claro: «Vosotros (palestinos) no pertenecéis aquí. Os desarraigamos de vuestras casas en 1948 y ahora os desarraigaremos de toda la Tierra de Israel».
Halper nos recuerda que desde su mismo inicio el sionismo ha sido «un proceso de desplazamiento» y que la demolición de casas ha estado «en el centro de la lucha israelí contra los palestinos» desde 1948. Halper explica la política de demolición de casas. En 1948, afirma, Israel arrasó sistemáticamente 418 pueblos palestinos dentro de Israel, el 85% de los que existían antes de 1948. Y desde que empezó la ocupación en 1967 Israel ha demolido 21.000 casas palestinas . Se están demoliendo más casas, añade Halper, en el trazado del Muro de Separación, con lo que se calcula en 40.000 el número de casas demolidas en los últimos cuatro años. En contra de la propaganda israelí de que las casas árabes se destruyen por motivos de seguridad, Halper señala que el 95% de estas casas demolidas no tienen que ver con la lucha contra el terrorismo, sino que se destruyen específicamente para desplazar a los no judíos con el objetivo de garantizar el avance del sionismo.
Aparte de la claramente bárbara práctica de demolición de casas, los israelíes «destacaron» en la práctica generalizada de la tortura física y psicológica, especialmente en los primeros años de la ocupación. De hecho, un habitante de Khorsa, mi pueblo, llamado Salim Mahmoud Safi, fue torturado hasta la muerte en 1970. Y con frecuencia Israel mantiene en la cárcel durante años los cuerpos de las personas asesinadas o torturadas hasta la muerte para atormentar y hacer aún más daño a sus familiares. Esto es un hecho de sobra conocido aquí.
Nací en una familia muy pobre y empecé a trabajar en la construcción en Beer Sheva cuando tenía trece años y luego como ayudante de yesero (maggish, en hebreo). Solía trabajar durante las vacaciones de verano y a veces los viernes. Sin embrago, siempre tuve mucho cuidado de que mi «trabajo» no interfiriera en mi aprendizaje escolar.
En Beer Sheva, o Bir al Sab’a como se conoce la ciudad en árabe, pude aprender tanto hebreo como el dialecto marroquí que hablan muchos judíos que habían emigrado del norte de África. Al igual que los palestinos, la mayoría de los judíos de origen marroquí trabajaban en el sector de la construcción y en otros trabajos de baja categoría. Algunos eran barrenderos y casi todos los mendigos que había en las calles judías eran judíos originarios del norte de África.
Pude recorrer la ciudad que en los años ochenta y noventa recibió a decenas de miles de emigrantes de países de la antigua Unión Soviética. En la Ciudad Vieja vi las antiguas casas palestinas de las que se habían apoderado los judíos después de expulsar a punta de pistola a sus ocupantes y propietarios originales. También vi la mezquita de la ciudad, que databa de 1911 más o menos, cuando Palestina pertenecía todavía al Imperio Otomano. Israel convirtió la mezquita en un «museo» y después en una «Casa de los artistas». Y cuando algunos dirigentes musulmanes locales pidieron al gobierno israelí que rehabilitara ese santo lugar y permitiera a la comunidad musulmana rezar ahí, las autoridades israelíes contestaron con un «NO» categórico. Así es como se comporta con sus ciudadanos no judíos «la única democracia verdadera en Oriente Medio».
A veces la gente para la que yo trabajaba no me pagaba mi salario. Trabajé para constructoras tan famosas como Rusco, Solel Bonei, Hevrat Ovdeim. Todavía conservo mi viejo permiso de trabajo israelí. Al ser trabajadores palestinos se nos humillaba continuamente en los checkpoints y controles de carretera israelíes en el cruce de A’rad camino de Beer Sheva. Recuerdo a un agente de policía israelí que hablaba árabe con acento egipcio golpear salvajemente a uno de mis familiares sin razón alguna.
En aquella época hice muchos amigos judíos, pero en general la barrera psicológica permaneció intacta. Me relacioné con algunos judíos tunecinos y marroquíes en A’rad, Beer Sheva y Dimona. Sin embargo, su sentido de superioridad (y de victoria) sobre nosotros siempre impedía que una relación humana normal entre ellos y yo evolucionara. Entonces, lo mismo que ahora, nos veían como los equivalentes bíblicos de artesanos de madera y aguadores. Sólo servíamos para hacer café y para hacer los trabajos duros y de baja categoría para la raza superior, el pueblo elegido. «Mohamed Ta’asi coffee» («¡Mohamed, prepara café para los judíos!»), nos gritaban desdeñosamente en tono condescendiente.
Decenas de miles de palestinos trabajaron en Israel como ‘jornaleros’, la mayoría de ellos en el sectores de la construcción y de la agricultura. Se levantaban una o dos horas antes del amanecer para poder estar en su puesto de trabajo antes de las ocho de la mañana.
El trabajo en Israel atraía a los palestinos más capacitados que abandonaba la agricultura, la cual no era muy satisfactoria desde el punto de vista financiero. Además, en algún momento ser jornalero resultaba más beneficioso económicamente que lo que eran las antiguas profesiones de la clase media, como profesores, administrativos y otros funcionarios.
Los israelíes sabían lo que hacían. A mediados de los años ochenta Cisjordania y Gaza se convirtieron en el segundo mercado de los productos israelíes tras Europa. Así pues, se trataba de un tipo de esclavitud indirecta. Nosotros trabajábamos en Israel, construyendo edificios de varios pisos para aspirantes a emigrantes [judíos] y luego nos gastábamos los salarios que habíamos ganado comprando productos israelíes mientras la agricultura palestina caía en el abandono ya que gran cantidad de palestinos preferían ganar más dinero trabajando en Israel a trabajar sus tierras que en comparación dejaban menos dinero.
Más arriba he afirmado que era un tipo de esclavitud indirecta porque los trabajadores palestinos en Israel, que a mediados de los años ochenta eran más de 130.000, fueron privados de beneficios sociales y de seguro médico, además de no tener ningún derecho político.
*Véase la primera parte http://www.rebelion.org/