No se puede unir la suerte de la democracia a la de la monarquía. La democracia tiene que liberar a la monarquía de sí misma.
No hubo ruptura democrática con el franquismo, y por eso somos todavía un lugar nudoso, muy nudoso enredado en jirones de lo “atado y bien atado”, pero lo que ya urge, lo que no se puede posponer, es la corruptura. La ruptura con la corrupción.
Además de las huestes de Hitler y de Mussolini, hubo un grupo de voluntarios portugueses, los llamados “viriatos”, que apoyaron el franquismo en la guerra contra la República. Uno de ellos volvió al poco tiempo a Lisboa. Andaba caviloso y enojado, como quien no se ha quitado una espina mental. Pero callaba. Hasta que un día no aguantó más pullas y explicó la causa de su súbita renuncia bélica y el rápido retorno. No había sido por cobardía, no. Que nadie se confundiese.
– ¿Y entonces por qué fue?
– ¡Porque allí los fascistas son fascistas de más!
Liberado de la espina, Teutonio tomó otro trago y sentenció: “España es tierra peligrosa”.
Es lo que ha venido pasando en la historia de España. ¿Y qué es lo que pasa? Pues que hay cosas que pasan de más.
Corrupción la hay en muchos estados y países, pero es que esto es corrupción de más. No es cuestión de comparar cantidades. Es la forma, el estilo. El estilo es de más. Por ejemplo, en Arabia Saudita es seguro que la corrupción mueve millones como arena. Pero, ¿qué rey hay en el mundo que llene el saco con la “arena” saudita? Ahí aparece alguien que está de más. El rey emérito español Es rey de más. Y es emérito de más.
Es un rey que jodió de más, y no estoy hablando de sexo, que eso está de más. Un rey que abatió en Vólogda (Rusia) un oso borracho de vodka y miel, una buena persona no humana, un oso campechano, amigo de la gente, chamado Mitrofán. Un rey que, siendo presidente honorífico del WWF (Foro Mundial para la Naturaleza), quitó la vida a un elefante, pacífico y vegetariano lugareño de Botswana. Un rey, en fin, que mató de más.
En La corte de los milagros, Valle-Inclán retrató la sociedad decimonónica, centrándose en la corrupción y la decadencia en el reinado isabelino. Hay un diálogo que mantienen una marquesa algo cayetana y un poeta que, de repente, suelta una palabra imprevista, que expresa la plena disidencia con elegante precisión.
– ¿Por qué es usted revolucionario?
– ¡Por decoro, señora marquesa!
Hay tiempos en que el simple decoro, como el sentimiento de bochorno, equivale a una revolución. El honor, la honestidad, el no aceptar lo inaceptable, el rechazar lo que está de más. Lo que está, en exceso, de más.
Hoy no estamos en ‘La corte de los milagros’. Estamos en la corte de los milagros de más. Richard Sennet definió este tiempo de corrosión de la decencia como propio de un “capitalismo impaciente”. Es decir, capitalismo de más. En la impaciencia, no importa el cómo sino el cuánto. Mejor dicho: ¿Cuánto de más?
Las cosas se van sabiendo porque la realidad desborda al espectáculo. Ni Valle-Inclán, ni Buñuel, ni Berlanga, ni Azcona, ni siquiera el Topor del “humor tumefacto”, serían capaces de dibujar un monarca de perfil tan pillabán. Guy Debord decía que en la sociedad del espectáculo se organiza con destreza la ignorancia y, de inmediato, el olvido de lo que, pese a todo, ha llegado a conocerse: “Lo más importante es lo más oculto”.
El espectáculo se ha desequilibrado. Vemos cómo se organiza con torpeza la ignorancia y cómo se produce olvido con impaciencia demasiado grosera. Se impone el paroxismo del “círculo vicioso”.
¿Por qué fracasan los países? La pregunta es también el título de un libro ya clásico, de Daron Acemoglu y James A. Robinson, en el que destaca una respuesta: fracasan cuando las élites dominantes ignoran la realidad y se mantienen en un “círculo vicioso”. Por el contrario, los países superan las crisis y avanzan por la “retroalimentación positiva” y la lógica inclusiva del “círculo virtuoso”. La monarquía en España no puede presentarse ya como “garante de la democracia”, se diga con un fanatismo cortesano o con la indolencia ética de filósofos del Museo de Cera. Hoy en día, el principal problema que tiene la monarquía en España es la monarquía. La defensa más ingeniosa ha sido la de presentarla como una “monarquía republicana”. Creo que es lo que habría hecho Groucho Marx, pero se trata de un bumerán porque el acento virtuoso reside en el adjetivo. Este argumento suele ir completado con otro menos ocurrente, el de la falacia del hombre de paja: “Mejor un rey que una república con un presidente seguramente mediocre”. Un demócrata diría: “Democracia significa más democracia”. Pero nuestros demócratas mediados lo que vienen a decir es: “¡Imagínense qué presidente podría elegir este pueblo si concedemos una república!”.
El color de la Casa Real no es rosa sino de “serie negra”. Que el Parlamento no pueda abrir una comisión de investigación, mientras la prensa mundial alterna la risa y el escándalo, y por más que sean visibles las “pistolas humeantes” de la corrupción, lo que hace es confirmar la condición de democracia tutelada. En la España de hoy, ni siquiera puede hacerse y oírse algo similar a la pregunta que hizo el Cid en Santa Gadea. Interpelar al rey sobre sus actos en cuanto afectan al reino. ¿Cuánto tiempo es soportable una monarquía tabú? ¿Cuánto tiempo una sociedad de libres puede aceptar la condición involuntaria de súbditos?
Non serviam. No se puede unir la suerte de la democracia a la de la monarquía. La democracia tiene que liberar a la monarquía de sí misma. Si la esperanza es una sociedad de “decencia común”, necesitamos una corruptura. La ruptura con la corrupción. Abrir un proceso republicano de “círculo virtuoso”, inclusivo, que ponga fin al expulsivo y secular “círculo vicioso”.
Manuel Rivas es escritor y periodista. Autor, entre otras obras, de El lápiz del carpintero, La lengua de las mariposas y Los libros arden mal. A finales de octubre, publicará Zona a Defender: la esperanza indócil. Es codirector, con Xosé M. Pereiro, de la revista Luzes.