Anna Lárina, Lo que no puedo olvidar. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2007, traducción de María García. Prólogo de Antonio Muñoz Molina e introducción de Stephen F Cohen
Este es mi amor, hermanos, este esfuerzo
denso, maduro, alto,
estos dedos agónicos y este
manojo de entusiasmo.
Yo no os amo dormidos:
Yo os amo combatiendo y trabajando,
haciendo hachas deicidas,
libertando.
Amo lo que de dioses se os revela
ante el miedo y el látigo,
lo que suda, viviente y guerrillero,
en el fondo del hueso americano,
lo que es amor no siendo más que carne,
lo que es lucha no siendo más que paso,
lo que es fuego no siendo más que grito,
lo que es hombre no siendo más que árbol.
Jorge Debravo, «Este es mi amor»1
Si tienen alguna duda de lo que fue el estalinismo, si tienen alguna duda sobre aquella infamia ilimitada -no siempre rechazada con la contundencia deseable por sectores minoritarios y acaso no siempre bien informados de las izquierdas- contra los trabajadores y trabajadoras soviéticos, contra el propio partido bolchevique, contra la URSS, contra la causa del socialismo en el mundo, si tienen algún sombra de duda sobre la altura humana de aquel antiguo revolucionario georgiano que llegó a ser Jefe del Estado soviético, lean Lo que no puedo olvidar.
Si lo saben, si no olvidan y no tienen duda alguna sobre aquel inmenso error y horror, léanlas también. Nada (o casi nada) les parecerá superfluo. Ni la introducción de Stephen F. Cohen, ni el prólogo de la autora, ni sus relatos sobre los campos de concentración y/o de exterminio, ni su historia de amor con Bujarin, ni lo que la autora sabe y explica del proceso contra él (y sus camaradas), ni la atmósfera irrespirable de aquellos años, ni la impiedad institucionalizada, ni el servilismo ruin de burócratas y cuadros del Partido, ni la carta de Bujarin, que Anna Lárina aprendió de memoria, a las futuras generaciones comunistas, escrito del que Antonio Muñoz Molina comenta en su, ciertamente, curioso prólogo que «era una carta de petición de auxilio a los que no habían nacido aún» (p. 10)2. Y si tienen estómago, lean para empezar la carta que Bujarin3, despojado de todos sus cargos dirigentes en el Partido bolchevique desde finales de 1929, escribió antes de su asesinato a Anna Mijáilovna Lárina, carta que ha permanecido oculta en los archivos del Kremlin unos sesenta años, hasta inicios de los noventa4.
Por lo demás, algunas de las afirmaciones que Antonio Muñoz Molina despliega en su prólogo son del siguiente tenor. Se comentan por sí mismas:
1. «Pero las vidas humanas son demasiado cortas, y una espera muy larga sólo puede acabar en fraude: en 1988 Bujárin fue rehabilitado, cincuenta años justos después de su ejecución, pero muy pronto esa recobrada dignidad no significaría nada, porque la Unión Soviética estaba a punto de hundirse, y en 1991 su nombre ya formaba parte de un mundo abolido que nadie quería rescatar: a nadie (sic) le interesaba ya la carta que Anna Lárina había conservado en la memoria durante medio siglo» (p. 10). «A nadie» afirma contundentemente AMM.
2. «Para saber algo de lo que ella no dice hay que adentrarse en un libro imprescindible, La corte del Zar Rojo, de Simon Sebag Montefori, en el que se muestra cómo era la vida cotidiana de la casta de conspiradores profesionales que después del triunfo de la Revolución se convirtieron velozmente en los dueños de un país destrozado e inmenso, sobre el que aplicaron sin ningún escrúpulo, con una mezcla mortífera de alta fiebre ideológica y desdén por la realidad y por las personas comunes, especialmente los campesinos, las doctrinas abstractas del marxismo» (pp. 11-12). «Sin ningún escrúpulo», sin ningún matiz.
3. «Pero en los primeros años de la Revolución Bujarin fue tan sectario y tan cruel como cualquiera de sus colegas en la dirección bolchevique, y si es verdad que protegió durante años al poeta Osip Mandelstam también lo es que no mostró compasión cuando era purgados los partidarios de Trotski… Anna Lárina lo retrata digno, estoico, pasivo hasta casi el suicidio cuando los signos de su futura desgracia se acercan, cuando los que fueron amigos dejan de saludarle, cuando otros que ya han sido detenidos e interrogados formulan contra él acusaciones delirantes: lo que no cuenta es que en ese tiempo Bujarin escribía a Stalin cartas adulatorias y serviles que no tenían respuesta» (pp. 13-14). Sin piedad, como en aquella película inolvidable de Clint Eastwood.
Es provechoso comparar estos comentarios del autor de El jinete polaco con este paso de la magnífica introducción de S. F. Cohen: «Vivir en la memoria»:
[…] Frente a eso, Bujarin abogaba por políticas conciliadoras y evolutivas que alentaran tanto al sector privado como al estatal para «crecer en el socialismo», en condiciones mutuamente beneficiosas de relaciones mercantiles y paz civil. Bujarin denominó a su programa «humanismo socialista». Como todos los bolcheviques, creía en la necesidad de una planificación e industrialización estatales, así como de algún tipo de agricultora colectiva a gran escala, pero insistía en que «nuestra economía existe pata el consumidor, y no el consumidor para la economía», o, como señaló en alguna otra ocasión, «el burócrata para el pueblo, y no el pueblo para el burócrata». Continuó defendiendo la política dictatorial del partido, pero quería que ésta se basara en «la ley soviética, y no en una arbitrariedad soviética moderada por un «departamento de quejas» que nadie sabe dónde se encuentra». Como líder teórico del Partido Comunista, esperaba que el marxismo prevaleciera en la esfera intelectual y cultural, pero basándose únicamente en el «principio de competición libre y anarquista» en lugar de «exprimir a la gente con el puño» (pp. 24-25).
¿Qué fue entonces el bujarinismo? En palabras del propio S. F. Cohen:
[…] el bujarinismo no era solo una alternativa para el desarrollo de la Rusia soviética después de la revolución, sino una premonición del estalinismo, que durante las dos décadas siguientes intentó exprimir a todos y a todo con un puño controlado por el Estado. Cuando Stalin rompió con la NEP a finales de los años veinte en aras de una industrialización draconiana que obligó a los 125 millones de campesinos del país a adherirse a granjas colectivas regidas por el estado, las protestas de Bujarin le colocaron a la cabeza de la llamada oposición de derechas dentro del mismo partido. Aun antes de que las medidas del secretario general entre 1929 y 1933 acabaran con tal vez diez millones de campesinos muertos o encarcelados en gulags atestados, Bujarin comprendió su «monstruoso propósito unilateral», así como sus consecuencias. «La política de Stalin nos conduce a una guerra civil. Tendrá que ahogar las revueltas con sangre». El resultado, advirtió, «será un Estado policial» (p. 25).
Cambiemos de perspectiva, giremos 180 grados. Desde otro punto de vista no menos imprescindible, vale la pena recorrer otros senderos.
De la misma manera que la paleoarqueología no es la ciencia de animales y vegetales que murieron hace muchos años, sino de animales y vegetales que vivieron hace años, la historia trágica del socialismo no debería ser solo -aunque también- la narración de infamias y traiciones sino también la de admirables (y no siempre reconocidos) ciudadanos, militantes, activistas, cuadros, dirigentes y, desde luego, gentes sin partido que supieron estar y actuar, en circunstancias nada fáciles, con dignidad infrecuente en tiempos sombríos cuando no completamente oscurecidos.
El libro biográfico de Anna Lárina, la que fuera compañera de Bujarin, ella misma una resistente comunista admirable, da ocasión para ello.
De la infamia estalinista, lo sustantivo puede ser dicho en pocas palabras. Tras el asesinato de Bujarin, Stalin -que ya había escrito en una nota encontrada por el propio Bujarin, a finales de 1928 o principios de 1929 en una reunión del Politburó, que «Hay que destruir a todos los discípulos de Bujarin»- ordenó a Vyshinski, fiscal general de la URSS, que comprobase él mismo la autenticidad del cadáver. Vyshinski obtuvo en 1947, con su Teoría de las pruebas judiciales en el Derecho soviético, el premio Stalin. Que a pesar de lo sabido haya ciudadanos de izquierda, algunos de ellos admirables combatientes anticapitalistas, que crean o disculpen la figura de un Jefe de Estado asesino que «liquidó», entre otras grandes hazañas, a todos los dirigentes del partido bolchevique y expandió el terror, la infamia y la delación en toda la sociedad soviética, debería ser motivo de estudio por parte de la sociología de izquierdas. Pensar a estas alturas de la vida y de nuestra historia que algo que tenga que ver con procesos de liberación, de emancipación de clase y humanos pueda venir o estar relacionado de ese legado de traición, represión, asesinatos, autoritarismo extremo e ignominia moral es equivalente a llamar bien idílico al mal en su máxima expresión.
Lo cual, dicho sea entre paréntesis, no es forzosa o totalmente contradictorio con la siguiente apreciación de Manuel Sacristán de 1972, de su introducción al estudio de Löwy, inspirada en un comentario de Togliatti de 1956, en la que se hace énfasis en aspectos sociales de la degeneración estalinista y en la que tal vez se extraiga una conclusión excesivamente general a partir de casos singulares :
[…] la conocida afirmación de Togliatti, de 1956, cuando dijo que lo que había ocurrido en la URSS era una degeneración social, no una serie de estrambóticas violencias de un tirano enloquecido, pues él, Togliatti, había comprobado por propia experiencia la posibilidad de discutir objetiva y críticamente con Stalin cualquier cosa: no se conoce dato alguno indiciario de que Statin haya intentado «vengarse» de la rotunda crítica de que le hace objeto Mao Tse-tung en esa Resolución histórica de 1945.
Ni tampoco es contradictoria, desde luego, con algunos datos básicos de la situación no siempre tenidos en cuenta que nos ha recordado recientemente Jean Bricmont5. Supongamos que un acontecimiento comparable al 11-S neoyorquino hubiera tenido lugar diariamente -insisto: diariamente– en territorio estadounidense durante unos diez años. ¿Cuál hubiera sido la reacción imperial? ¿Cuántos millones de personas hubieran sido asesinados en represalia se pregunta Bricmont? ¿Qué hubieran sido de las intocables libertades democráticas USAmericanas? ¿Cuántas gentes hubieran sido arrojadas a Guantánamo y a otras cárceles secretas, a esos limbos de la justicia internacional que Amnistía llama «el GULAG estadounidense», y que cuentan en su planificación, desarrollo y concreción con la inestimable ayuda de gobiernos aliados supuestamente defensores de derechos humanos inalienables? No es necesario responder, conocemos la respuesta.
Pues bien, el número total de víctimas provocado por esa cadena de acontecimientos sería comparable a la pérdida de vidas en la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial (¡sólo durante la segunda guerra mundial, no hablamos ahora de la cruenta y larga guerra civil que asoló el país tras el triunfo de la revolución bolchevique y la intervención subsiguiente de las grandes potencias extranjeras de la época!). Se calcula que los ciudadanos soviéticos muertos durante la Segunda Guerra Mundial superaron los 20 millones. Bricmont cita en nota otras cifras complementarias de un ensayo de Robert Conquest –The Harvest of Sorrow: Soviet Collectivization and the Terror Famine, Nueva York 1986-: 2 millones de muertos en la Primera Guerra; 1 millón en la primera fase de la guerra civil; 2 millones en las guerras campesinas; 3 millones de muertos por enfermedad; 5 millones más por hambre. «Rusia fue el único de los principales países beligerantes que perdió más civiles que soldados» durante la Primera Guerra Mundial. El físico Bricmont, el coautor de Imposturas intelectuales, infiere de todo ello la siguiente reflexión político-cultural:
[…] Sin embargo, durante el período de la guerra fría, muy pocos en Occidente comprendieron que gran parte de la política soviética, incluso el control sobre Europa oriental, lejos de pretender ser agresiva y buscar la hegemonía mundial, era por el contrario excesiva y chapuceramente defensiva. Si consideramos el temor a una nueva agresión occidental y comparamos esa política con las guerras estadounidenses posteriores al 11-S, podríamos llegar a definirla como moderada. El riesgo de una agresión occidental, aunque no era tan grande como lo veían los lideres soviéticos, después de 1945, fue no obstante más real que el peligro del comunismo para la Europa de esa época o el peligro islámico al que hoy se recurre. Lo mismo puede decirse de la manía antiespionaje y de la represión que se desencadenó en la URSS. En el discurso occidental dominante, esos males eran atribuidos a una sola causa interna: el «estalinismo». Pero nadie pede saber qué hubiese sucedido si la Unión Soviética no se hubiese visto embarcada en el horror de la guerra civil y no se hubiese sentido obligada, muy lucidamente, a ponerse a la par de Occidente en lo industrial y lo militar, en el espacio de una década, par afrontar la menaza del nazismo. Difícilmente podría esperarse que una sociedad sometida a tal violencia lograda convertirse en un modelo de humanismo, moderación y democracia6.
La sensatez de la reflexión del físico y filósofo de Lovaina, el recuerdo de lo que no merece ser olvidado, la dimensión de la violencia a la que fue sometido desde el exterior y desde el primer instante el proyecto revolucionario comunista bolchevique, no es obstáculo para ocultar discrepancias en algunos, en numerosos compases: la Hungría de 1956, invasión de Checoslovaquia, la dimensión casi inimaginable de la represión desencadena, los mismos objetivos de esa represión.
Cabe un apunte más para ahondar en el corazón de esas tinieblas. En febrero de 1937, Bujarin inició una huelga de hambre y escribió una nota dirigida al Politburó del Partido: «En protesta contra las monstruosas acusaciones de traición y espionaje, me declaro en huelga de hambre absoluta y no la interrumpiré hasta ser rehabilitado. En caso contrario, mi última petición es que se me deje tranquilo y se me permita morir donde estoy» (Anna Linara recuerda también que en aquellos días, un Bujarin trágicamente optimista le había comentado que en aquel piso donde vivían, y donde había vivido Stalin, había muerto Nadezhda Serguéyevna Alliluyeva, la esposa de Stalin. Bujarin pensaba o quería pensar que en ese mismo piso abandonaría la vida). Dos días después de iniciar la huelga de hambre se sintió mal: Bujarin «empalideció, las mejillas se hundieron, le aparecieron unas enormes ojeras y bajo los ojos y estaba muy delgado. Finalmente no lo soportó más y pidió un trago de agua, lo que para él representó una derrota moral…» (p. 393). Bujarin no aceptó finalmente el agua que Larina le acercó; ella había exprimido naranja en él para aumentar sus fuerzas. La espetó que no estaba dispuesto a engañar al pleno del Partido.
El pleno del Politburó tras la muerte-asesinato de Ordzhonikidze se pospuso hasta el 23 de febrero. El nuevo comunicado que llegó a Bujarin contenía no dos sino tres puntos en el orden del día: primero, la cuestión sobre la actitud contraria al partido de N. I. Bujarin en relación con su declaración de huelga de hambre ante el pleno; segundo, la cuestión de N. I. Bujarin y A. I. Ríkov; tercero, cuestiones de organización. El punto añadido, el primero de la nueva orden del día, le indignó, rectificando su anterior decisión: acudiría al pleno pero sin interrumpir su huelga. El 23 de febrero, el día de la convocatoria, Bujarin llevaba siete días en huelga de hambre y «estaba tan débil que se entrenaba por la habitación para acudir al pleno» (p. 397).
A la entrada de la sala de reuniones, en presencia de Stalin, sólo dos personas estrecharon la mano de Bujarin. Una de ellas, Akulov, llegó a darle ánimos. Todos los demás miembros del Politburó simularon no verle. Llegado a la sala, Bujarin desfalleció, le fallaron las piernas. Sin poder sostenerse en pie, mareado, se quedó sentado en el pasillo que llevaba al Presidium. Koba-Stalin se le acercó y le espetó estas palabras imborrables:
-¿A quién te has declarado en huelga de hambre, Nikólai? ¿Ante el Comité Central del partido? Mírate, te has quedado demacrado para nada. Pido disculpas al pleno por la huelga de hambre
-¿Qué falta hace -preguntó Bujarin- si os disponéis a excluirme del Partido?
– Nadie te excluirá del partido. Vamos, Nicolai, pide perdón, no te has comportado correctamente.
Cuatro días más tarde Bujárin era arrestado.
Bujarin, el día del pleno, había subido a la tribuna como pudo y había pedido perdón por la huelga que había iniciado. Lárina lo recuerda así: «Declaró que interrumpía la huelga con la esperanza de que se retirasen los monstruos cargos que se le imputaban y exigió de nuevo la creación de una comisión que investigara las actividades del NKVD» (p. 398).
Pero, y esto es tan esencial como lo anterior, no todo fue ignominia, represión, ni locura política.
Las figuras comunistas resistentes, en ellas quiero insistir, abundan en la narración de Lárina. Daré algunos ejemplos. Ella misma en primer lugar, acaso la más esencial.
El mismísimo Beria le comentó en 1939 que si quería vivir, dejase de hablar de Bujárin. No lo hizo. Toda su narración es testimonio de ello. Una carta de 1992, no recogida en el volumen, explica bien las motivaciones de su larga lucha.
Poco antes de ser asesinado en 1938, Bujarin escribió dos cartas. La primera estaba dirigida a las futuras generaciones del partido, la segunda a su compañera Larina. Esta carta, rescatada del archivo del Kremlin, le fue entregada a Anna Larina, como se comentó, extraoficialmente en junio de 1992, cincuenta y cuatro años después de que Bujarin la escribiera en prisión mientras esperaba su muerte. Durante todo este tiempo estuvo secuestrada en los archivos privados de Stalin sin que sus sucesores la desempolvaran. Puede verse en el anexo.
Vale la pena reproducir la sentida carta respuesta de Anna Larina fechada en 1992:
¿Qué se puede decir, querido Kolka [Bujarin], después de que hayan pasado tantos años desde tu muerte, ahora que nuestros hijos son mayores de lo que tú eras entonces? Quizás sólo que has sido tan ingenuo y tan bobo durante toda tu vida (que ahora me parece tan corta). Para mí, «la gran causa de la URSS» por la que sacrificaste tu vida, si no murió ya en esos años, está muerta en cualquier caso. Pero no dices con completa sinceridad lo que acabó contigo al final. No obstante, antes del arresto, luchaste contra la calumnia con extraña perseverancia. Me puedo imaginar con cuántos falsos testimonios te hicieron frente. Ante el creciente fascismo, no quisiste comprometer al «Padre del Pueblo»7.
Sé que no has olvidado lo que tuvimos que aguantar juntos durante aquel medio año8, cuando todavía no te habían arrestado pero ya te estaban investigando.
La campana que marcaba las horas que escuchamos desde la Torre Spasskaya del Kremlin medía las horas de vida. Los nervios estaban tan tensos que cada día parecía durar un siglo. Era una ingenuidad pensar que me hubieran dejado recibir tu carta entonces: en ese momento ya llevaba bajo arresto seis meses. No sé por qué motivos humanitarios «Koba» [Stalin] no hizo que me fusilaran, aunque se estaba preparando para hacerlo, y me dictó una sentencia de sólo 25 años de vagar por prisiones, gulags y exilios. Una vez se dictó la sentencia y, mit der deutschen Ordnung9, llegó la nueva sentencia de la enésima resolución de la Asamblea General. Sólo en 1959 fui rehabilitada totalmente, tras una apelación personal a Nikita Jruschov. Volví a ver a nuestro hijo a la edad de 20 años, cuando vino a visitarme a Siberia. Tras mi arresto, él pasó de ser pilar a ser poste. Primero vivió con mi madre, después con tu hermano Volodya, luego con la hermana de mi madre y su marido. Cuando arrestaron a todos, le metieron en un orfanato. Ahora tu hijo es un artista y tu hija una historiadora.
El juicio contra ti comenzó cuando yo estaba en un gulag en la prisión de Tomsk. Normalmente no nos daban periódicos, y de repente un guardia me trajo un periódico con tu interrogatorio. Gritó: «¡Lee, mira quién eres!».
Al principio, cuando dictaron sentencia, se me partió el espíritu. Entonces era más fácil. Entendí que tus tormentos habían terminado mientras que yo tendría que seguir llevando esa pesada cruz hasta el final. Una vez volví a Moscú conseguí hacerme con el acta taquigráfica completa del juicio contra el así llamado «bloque antisoviético de la derecha trotskista». Revelaste honradamente tu concepto programático:
Si define mi postura programática en el campo económico, se encontrará con un capitalismo de Estado, una clase campesina individual fuerte, la reducción de granjas colectivas, concesiones al extranjero, un compromiso en el monopolio del comercio exterior y, como resultado, la vuelta del país al capitalismo (Acta del juicio del caso contra el bloque antisoviético de la derecha antitrotskista, Moscú 1938, página 341).
Esto no es menos que la continuación de la nueva política económica (NEP), según Bujarin, el camino hacia el socialismo. Solicité repetidamente a distintas altas autoridades tu rehabilitación. En 1961 presenté por primera vez tu carta «A la futura generación de líderes del partido»10 ante el Comité para el Control del Partido. Tuve que esperar cincuenta años para conseguir la rehabilitación tras el horrible juicio. Pero lo conseguí, Kolka, ¿lo entiendes?
Todos tus libros fueron prohibidos. Por miedo a ser arrestadas, muchas personas los destruyeron. Ahora, todas tus obras más importantes han sido traducidas. No he sido capaz de cumplir dos de tus deseos.
1) No pude hacerte llegar mi fotografía con el niño. El juez encargado de tu investigación me evitaba a toda costa y no conseguí ponerme en contacto con él ni siquiera por teléfono.
Me llevé la fotografía conmigo (a la prisión) pero durante el enésimo registro un guardia la rompió, escupió sobre ella, la pisoteó con sus sucias botas y gritó: «¡Y todavía llevas uno de los hijos de Bujarin contigo!». El fotógrafo del que hablabas probablemente llegó hasta ti después de que la casa de Nadia11 fuera registrada.
2) Me pides que tome precauciones, sabiendo perfectamente bien que eso no va con mi carácter, y en cualquier caso la vida dio tal viraje que no tenía nada que perder. Me quitaron a ti y al niño y me robaron la libertad. Con la ayuda de confidentes reunieron un archivo completo de ‘»material comprometedor» y me enviaron a Novosibirsk para «la investigación». Allí viví en un sótano húmedo y lleno de ratas: una celda de aislamiento. Poco después de tu juicio comencé a tener alucinaciones. Te me aparecías crucificado
Es la hora de terminar. La carta es más larga de lo que yo esperaba, pero no hemos hablado desde el 27 de febrero de 1937, durante más de 55 años. Y antes de terminar me queda contarte algo importante. ¿Te acuerdas que durante los difíciles días de la investigación recibiste dos cartas de Leonid Pasternak? En una de ellas venía el comunicado de la Oficina del Fiscal según el cual «‘durante la investigación no se han descubierto hechos de naturaleza jurídica que justifiquen la apertura de una causa criminal contra Bujarin y Rykov, por lo que este caso es desestimado».
Luego, cuando comenzaron de nuevo los ataques venenosos en los periódicos, Pastemak envió otra carta que decía más o menos lo siguiente: «Es igual, porque no creo que seas culpable, y, en cualquier caso, no entiendo lo que está ocurriendo».
Alrededor del 10 de diciembre, Romain Rolland12 envió un telegrama de felicitación, pero luego ya no volviste a saber de él. Estabas apesadumbrado y creías que Rolland, aparentemente, había dejado de creer en ti. Pero eso no es lo que ocurrió. Rolland habló dos veces con Stalin en favor tuyo. Te cito un párrafo de su última carta: ‘
Durante el juicio de Bujarin, y sin mostrarme en absoluto de acuerdo con las acusaciones que se le hacían, apelé a su gran humanidad ya su comprensión de los más altos intereses de la URSS. Un intelecto como el de Bujarin es un recurso para este país, debe perdonársele la vida para beneficio de la ciencia soviética y el desarrollo del pensamiento teórico.
Pero mejor termino aquí. No te escribiré sobre lo que está ocurriendo hoy en nuestro país, o, mejor aún, «‘en nuestros países» (tú, de hecho, no te puedes imaginar que la URSS se haya derrumbado) pero no pierdo las esperanzas de un futuro mejor. No condeno cómo te comportaste en el juicio: era la única salida posible dada la situación. ¡Adiós, Kolka! Debo decirte que jamás me he arrepentido de haber unido mi vida a la tuya. ¡Es imposible olvidarte!
La carta respuesta de Larina lleva fecha de 20 de julio de 1992.
Un segundo ejemplo: un ciudadano tuvo que ver directamente con la vida de Larina también transitó por ese sendero de resistencia. Fue su segundo esposo. Se llamaba Fiódor Dmítrievich Fadeyev. Se conocieron en un campo de trabajo. Antes de ser arrestado, Fadeyev dirigía la sección de producción agrícola del Comisariado de Sovjoz de la RSS de Kazajstán. Era agrónomo. Había estudiado las carreras de Agronomía y Zootecnia, y era funcionario agrícola. También él había sido acusado de cargos fraudulentos en 1937.
Después de pasar tres años en una celda subterránea de Lubianka, en el invierno de 1941, Lárina fue enviada a un campo de trabajo siberiano para terminar de cumplir su condena de ocho años. Técnicamente libre en septiembre de 1945, fue desterrada a Siberia. Allí estuvo viviendo en pueblos y ciudades con sus dos hijos menores, vigilada siempre, acosada continuamente.
Fadeyev terminó de cumplir su condena pero se negó a abandonarla. Fue arrestado por ello en tres ocasiones. Fadeyev buscaba y encontraba trabajo cerca del lugar donde la compañera de Bujarin había sido deportada. Cuando empezaba a trabajar, lo arrestaban o bien enviaban a Larina a un nuevo destino.
Durante la mayor parte de la vida que compartieron, Fiódor Dmítrievich estuvo en la cárcel o trabajando fuera de su lugar de residencia. Sólo podía ver a Larina durante las vacaciones. Así narra Larina (p. 385) sus últimos momentos:
Aquellos años forman un capítulo aparte de mi vida, también muy dramático, pero estas memorias no son el lugar adecuado para dedicarles la atención que merecen. Hacia 1956, cuando el clima político se relajó un poco, Fiódor Dmítrievich y yo creíamos que podríamos establecernos juntos definitivamente, pero lo impidió su muerte prematura. Agotado tras ocho años de reclusión, además de una instrucción durante la cual le torturaron hasta conseguir que se autoinculpara, fue incapaz de soportar las dificultades posteriores de una vida ligada a la mía. Como ya he dicho, esta historia exige su propio relato…
El tercer ejemplo.
En 1936, cuando el mismo Bujarín ya preveía su próxima detención, se le envió a un amplio viaje por toda Europa (Checoslovaquia, Austria, Francia, Holanda, Dinamarca, Noruega) para negociar con Nikolaievski la compra del archivo del Partido socialdemócrata alemán, archivo en el que se guardaba numerosos manuscritos de Marx y Engels. En mayo o junio de ese año volvió a Moscú. Poco después, el 6 de julio apareció el último de sus artículos en Isvestia (hasta el 16 de enero de 1937 apareció su nombre como redactor-jefe): era un duro alegato contra al fascismo alemán. El 10 de septiembre de 1936 apareció en la prensa soviética una nota de la fiscalía de la URSS. Su contenido era algo distinto del que había reclamado Bujarin anteriormente. Se decía en ella que la investigación del caso Bujarin y Ríkov se había interrumpido pero no porque faltara el cuerpo del delito sino porque no había evidencias jurídicas de culpabilidad criminal. Bujarin pensó que eso significaba que no era culpable hasta que no se demostrase lo contrario. Empezaron a respirar algo más tranquilos: el proceso se había detenido (Lárina cree que es muy probable que la nota fuera dictada por el propio Stalin, así los indican los acontecimientos posteriores: era una forma de hacer creer a la población soviética en la «objetividad y veracidad» de la investigación). El 16 de septiembre se le comunicó su puesta en libertad junto con la noticia del suicidio, el 25 de agosto, de su amigo Tomski.
Nicolai Ivanóvich, Bujarin, llamó a la redacción de Izvestia, de la cual seguía siendo redactor, anunció que se presentaría al cabo de pocos días y fue a descansar unos días con su esposa en su dacha. Antes de partir recibió un telegrama de Romain Rolland felicitándole por la rehabilitación y una carta de Borís Leonídovich Pasternak que le emocionó profundamente.
Más tarde, cuando en la segunda quincena de enero de 1937 fue eliminada la firma de Bujarin como redactor jefe de Izvestia y cuando durante el proceso contra Radek y Piatakov quedó claro que las cosas pintaban de nuevo muy mal para Bujarin, Boris Leonídovich le envió otra carta breve que no fue interceptada. Decía en ella, después de expresar sus dudas por los acontecimientos que tenían lugar entonces en la URSS, que «nada en el mundo podrá hacerme creer en su traición».
Bujarin se conmovió profundamente y quedó muy preocupado por su futuro.
*
Manuel Sacristán tradujo para la colección «Teoría y realidad» dirigida por Jacobo Muñoz una aproximación a la figura de Bujarin de A. G. Löwy, El comunismo de Bujarin. La historia universal es el juicio final. En la página 121, Löwy cuenta que en 1965 fue recibido por Lukács, «uno de los principales teóricos marxistas del presente», para hablar de Bujarin y se encontró con una de las estimaciones más duras de su personaje como teórico. Así recordaba Löwy las palabras de Lukács:
En realidad, Bujárin no tuvo nunca una línea propia en el terreno político-teórico: oscilaba sin freno entre la extrema izquierda y la extrema derecha. Recordaré como ejemplos, primero, su absurda posición contra la colectivización. Bujárin revelaba una forma particular de falta de solidez interior. Trotski tenía, desde luego, muchas ideas falsas, pero durante toda su vida ha tenido criterios precisos. Bujárin, en cambio, era el típico intelectual sin columna vertebral, arrastrado por las corrientes que pasan.
Sacristán, el supuestamente cegado lukácsiano ortodoxo, escribió una presentación para este ensayo en la que se manifestaba sobre este comentario de Lukács en los términos siguientes:
(…) En estos años de crisis civilizatoria y cultural del imperialismo, que mueve por todas partes a las oligarquías dominantes a resucitar o reinventar formas fascistas de poder, serán muchos los socialistas que, por prisa de eficacia o por salvar lo antes posible su alma, reaccionan la ruptura de tabúes con la «viril» pobreza con que Lukács criticó a Löwy en 1965, declarándole que…
El autor de Sobre Marx y marxismo citaba a continuación algunos pasos de la declaración anteriormente reproducida. Esa presentación a la que aludimos, fechada en 1972, finalizaba con estas palabras cuya actualidad es fácil percibir:
El libro de Löwy puede, y éste es su valor principal, contribuir a que no todo el pensamiento socialista se enquiste en la teológica certeza de las «líneas» arquitecturadas en iglesias, sino que al menos parte de él -aun sabiendo perfectamente que el intelectual burgués llamado de izquierda piérdela columna vertebral cada vez que el movimiento obrero atraviesa una crisis y que hasta se venga entonces de su enconado sentimiento de culpa magnificando teoréticamente su interesada obediencia a las brisas (o modas) que él mismo sopla con narcisismo- no ignore, sin embargo, que hay que dejarse arrastrar por las corrientes históricas que desencadenan las masas. Lukács mismo habría reconocido esta utilidad del libro de Löwy, él que, cumplidos los 80 años, supo registrar finalmente la corriente que salió a la superficie entre 1966 y 1968.
El subtítulo del volumen -«La historia universal es el juicio final»- no es una simple ocurrencia del autor.
Löwy apunta que no dispone de los documentos auténticos para analizar el proceso sobre la «Causa del bloque antisoviético de los derechistas y trotskistas» que se vio del 2 al 13 de marzo de 1938 (el 6 de marzo de 1937 Pravda anunciaba su expulsión del Partido). Las últimas palabras de Bujárin ante los jueces, la tarde del 12 de marzo de 1938 (fue fusilado al día siguiente, 13 de marzo), constituyen una declaración en la que Bujarin «reconoce» ser autor intelectual de la oposición a Stalin pero rechazando a un tiempo categóricamente todas las acusaciones de crímenes. Coincide en este punto con la narrado por Lárina en sus memorias.
Pero, apunta Löwy, en el conocido «lenguaje de esclavo» se insertan varias acusaciones contra el estalinismo -«Y así queda otra vez probado que el desviarse de la posición del bolchevismo conduce al bandidismo contrarrevolucionario»- y el momento culminante del alegato bujarinista es «aquel en que cita a su enemigo ante el tribunal más alto que el ateo y lector de Hegel podía imaginar»:
Casualmente he recibido [Bujarin] de la biblioteca de la cárcel el librito de Feuchtwanger en que habla del proceso de los troskistas. Me ha impresionado mucho. Pero he de decir que Feuchtwanger no ha llegado hasta el fondo del asunto; se queda a medio camino, diciendo que para él no está todo claro. Pues, en realidad, todo está claro: la historia universal es el juicio final.
ANEXO: LAS DOS ÚLTIMAS CARTAS DE NIKOLÁI IVÁNOVICH BUJARIN,
Las dos cartas de Nikolai Bujarin están fechadas en 1938, poco antes de su asesinato, de su ejecución hemos dicho en ocasiones. Su muerte, como la de tantos otros, golpea, debe golpear insistentemente en la arista estalinista de la tradición y en la consciencia de todos aquellos que en algún momento coqueteamos con esa monstruosidad política, alejada siglos-luz de cualquier concepción emancipatoria de la humanidad, que llamamos «estalinismo».
Stephen F Cohen señala en su presentación del documento que la carta a su compañera Lárina, rescatada del archivo del Kremlin, le fue entregada extraoficialmente a su destinataria en junio de 1992, cincuenta y cuatro años después de que Bujarin la escribiera en prisión mientras esperaba su muerte. Durante todo este tiempo, más de medio siglo, estuvo secuestrada en los archivos privados de Stalin.
Hemos usado los documentos editados en Anna Lárina, Lo que no puedo olvidar. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2006, y la página web de la Fundación Andreu Nin. Debo a Pepe Gutiérrez, aparte de su sabiduría, amistad y ejemplo, pistas y ayuda.
I. Carta de Bujarin a Anna Mijáilovna Larina
Mi querida y dulce Annushka, amor mío:
Te escribo en la víspera del proceso, y lo hago con un objetivo concreto que no me cansaré de subrayar: leas lo que leas y oigas lo que oigas, por terribles que sean las acusaciones que se levanten en mi contra o a lo que yo diga, sopórtalo todo con calma y valor. Prepara a la familia. Ayúdales. Temo por ti y por los demás13, pero especialmente por ti. No guardes rencor por nada. Recuerda que la gran causa de la URSS sigue viva y que esto es lo principal. Los destinos personales son transitorios y miserables en comparación con eso. Te espera una dura prueba. Te ruego, amor mío, que reúnas todas tus fuerzas y que tenses las cuerdas de tu alma, pero no permitas que se rompan.
No hables con nadie de nada. Comprenderás mi posición. Eres la persona más cercana a mí, la más querida, la única, y te pido por lo mejor que hubo entre nosotros que utilices toda tu fuerza y tu ánimo para ayudarte a ti misma y a nuestros seres queridos a sobrellevar esta época terrible con almas acorazadas. No creo que sea una buena idea que leas los periódicos a tu padre o a Nadia en estos días [los del juicio], déjales vivir como si fuera en un sueño durante un tiempo. Pero tú sabes mejor que yo lo que hay que hacer y decir para que no resulte un sobresalto terrible e inesperado. Si te pido esto, créeme, es porque he sufrido mucho antes de esta petición, y todo lo que ha de ocurrir es por un interés supremo. Ya sabes cómo me cuesta escribirte una carta como ésta, pero la escribo con el profundo convencimiento de que es el único modo en que puedo actuar. Éste es el factor principal, básico y decisivo. ¡Tú misma comprendes cuánto dicen estas pocas líneas!. Haz lo que te digo y mantente firme: sé de piedra, como una estatua.
Estoy muy preocupado por ti, y si te permiten escribirme o mandarme algunas palabras tranquilizadoras sobre lo que acabo de decir, esta carga desaparecería de mi ánimo. Te pido que lo hagas, mi más querida amiga, te lo ruego.
Tengo otro deseo, mucho más pequeño, pero muy importante para mí personalmente. Te entregarán tres manuscritos
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una gran obra filosófica de 310 páginas: Filosofskiye arabeski [Arabescos filosóficos]
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un pequeño libro de poemas;
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los siete primeros capítulos de una novela*.
Hay que volverlos a mecanografiar en tres copias. Mi padre te ayudará a pulir los poemas y la novela (hay un anexo a los poemas, que en apariencia son caóticos, pero aun así es posible orientarse; hay que escribir cada poema en una hoja aparte).
Lo más importante es que no se pierda el texto filosófico al que tanto tiempo y esfuerzo he dedicado: es una obra muy madura en comparación con mis escritos anteriores y, a diferencia de ellos, dialéctica desde el principio al fin.
Hay además otro libro (Krizis kapitalisticheskoi kulturi i sotsializm [La crisis de la cultura capitalista y del socialismo]), cuya primera parte escribí cuando todavía estaba en casa. Procura rescatarla: no lo tengo aquí y sería una lástima que se perdiera.
Si recibes los manuscritos (tú apareces en muchos de los poemas, y a través de ellos te darás cuenta de lo unido que me siento a ti) y si te permiten hacerme llegar algunas líneas o palabras, no olvides mencionarlos.
No es el momento ahora de extenderme más sobre mis sentimientos. Pero por estas líneas comprenderás que te amo infinitamente. Ayúdame cumpliendo mi primera petición en estas horas tan duras para mí.
Ocurra lo que ocurra y se cual sea el resultado del proceso, sé que después te veré y podré besarte la mano.
Adiós, amor mío
Tu Kolka
15 de enero de 1938.
P. S. Tengo tu foto con el pequeño. Dale un beso a Yuri de mi parte. Es una bendición que no sepa leer. También temo por mi hija*. Hazme saber cosas de nuestro hijo**, seguramente ha crecido mucho y ya no me conoce. Dale un abrazo y un beso de mi parte.
II. A. EL TESTAMENTO DE BUJARIN: «A LA FUTURA GENERACIÓN DE DIRIGENTES DEL PARTIDO»
La carta-testamento de Bujarin fue guardada durante años en la memoria de Anna Lárina. Sólo después del XX Congreso del PCUS, en 1956, decidió Lárina no destruir el texto que había escrito y que aún conserva. Sí había destruido las copias que había realizado mientras estaba deportada por temor a represalias mayores. El testamento político de Bujarin fue entregado al Comité Central del PCUS en 1961.
La primera versión, que reproduzco a continuación, aparece en las páginas 412-413 de Lo que no pudo olvidar, las memorias de Anna Lárina. La traducción del ruso es de María García.
Dejo esta vida. Inclino la cabeza, no bajo el hacha proletaria que debería ser implacable pero también honesta. Me siento impotente ante la máquina infernal que, con métodos aparentemente medievales, tiene un poder titánico e inventa una red de calumnias, actuando descaradamente y con toda seguridad.
Sin Dzerzhinsky14 han ido quedando atrás las admirables tradiciones de la Checa, cuando el ideal revolucionario dirigía todos sus actos, justificaba la severidad con los enemigos y protegía al Estado de cualquier movimiento contrarrevolucionario. Por eso los órganos de la Checa merecieron una confianza especial, una autoridad, un respeto y un aprecio especiales. En los tiempos actuales, la gran mayoría de los llamados órganos de la NKVD [Comisariado Popular para asuntos internos] se han convertido en una organización de funcionarios sin ideología, corruptos y satisfechos que, aprovechando la antigua autoridad de la Checa, satisfacen las suspicacias patológicas de Stalin (no me atrevo a decir más) y llevan a cabo sus actos insensatos persiguiendo medallas y gloria, sin comprender, además, que el hacerlo se están autodestruyendo: ¡la historia no tolera testigos de los asuntos sucios!
Estos organismos «milagrosos» pueden reducir a polvo a cualquier miembro del Comité Central y a cualquier miembro del partido, convirtiéndole en traidores terroristas, saboteadores o espías. Si Stalin dudara de sí mismo, la confirmación seguiría inmediatamente.
Negras nubes se ciernen sobre el Partido. Mi sola cabeza, que no es culpable de nada, arrastra a otros miles de cabezas inocentes. Porque, después de todo, es necesario crear una organización, «la organización de Bujarin», que en realidad no sólo no existe ahora, cuando hace ya siete años que no siento ni sombra de discrepancia con el Partido, sino que tampoco existía entonces, en los años de la Oposición de derechas. Nunca he sabido nada sobre las organizaciones secretas de Riutin y Uglanov. Junto con Ríkov y Tomski, expuse mis opiniones abiertamente.
Estoy en el Partido desde los dieciocho años, y el objetivo de mi vida ha sido la lucha por los intereses de la clase obrera, por la victoria del socialismo. En estos días, un periódico que lleva el sagrado nombre de Pravda15 publica la vil mentira de que yo, Nikolái Bujarin, quise destruir las conquistas de Octubre y restaurar el capitalismo. Es una insolencia nunca vista. Es una mentira que, por su atrevimiento y por irresponsabilidad ante el pueblo, sólo se podrá comprar a decir que Nikolái Románov consagró toda su vida a la lucha contra el capitalismo y la monarquía a favor de la revolución proletaria.
Si más de una vez me equivoqué en los métodos de construcción del socialismo, que las generaciones venideras no me juzguen con mayor severidad que Vladímir Ilich. Fuimos los primeros en marchar hacia un objetivo común por un camino que todavía no estaba trillado. Eran otros tiempos, otras costumbres. En el Pravda se publicaba una página para la discusión; entonces todos debatían en busca del camino correcto, se enfadaban, hacían las paces y seguían adelante juntos.
Me dirijo a vosotros, la futura generación de dirigentes del Partido, cuya misión histórica consiste en aclarar la monstruosa red de crímenes que en estos días terribles está creciendo cada vez más, extendiéndose como el fuego y asfixiando al partido.
¡Me dirijo a todos los miembros del Partido!
En los que tal vez sean los últimos días de mi vida, estoy convencido de que, más tarde o más temprano, el filtro de la historia inevitablemente limpiará el barro que cubre mi cabeza.
Nunca fui un traidor; hubiera dado mi vida por la vida de Lenin sin vacilar. Apreciaba a Kírov16 y nunca tramé nada contra Stalin17.
Pido a la nueva, honrada y joven generación de dirigentes del Partido que lea mi carta ante un Pleno del Comité Central, que se me haga justicia y se me readmita en el Partido18.
¡Sabed, camaradas, que en el bandera que enarbolaréis en victoriosa marcha hacia el comunismo también hay una gota de mi sangre!
La segunda versión, publicada en A. G. Löwy, El comunismo de Bujarin, pp. 15-16 («Portada»), es de Manuel Sacristán, quien tradujo de la versión alemana del texto de Bujarin recogida en el volumen de Löwy.
Salgo de la vida. Inclino la cabeza, pero no ante el hacha proletaria que ha de ser despiadada pero limpia. Me siento impotente ante la máquina infernal que utiliza procedimientos medievales, posee una fuerza gigantesca, fabrica la calumnia organizada y funciona cínica y segura.
Ya no vive Yerzynski. Poco a poco las gloriosas tradiciones de la Checa van siendo cosa del pasado; pues fue la idea de la revolución la que guió todos sus actos, justificó la dureza contra el enemigo y protegió al Estado contra toda contrarrevolución. Por eso los órganos de la Checa merecían particular confianza, particular prestigio, autoridad y respeto. Hoy los órganos de la NKWD [Comisariado Popular para asuntos internos] son en su mayoría una renacida organización de burócratas sin ideas y bien nutridos que, aprovechándose de la antigua autoridad de la Checa, cometen sus viles acciones arrastrándose en adulación de la enfermiza desconfianza de Stalin -y me da vergüenza decir más-, a la caza de condecoraciones y prestigio. No entienden que al obrar así se están destruyendo ellos mismos: la historia no tolera testigos de asuntos sucios. Esos «maravillosos» órganos pueden pulverizar a cualquier miembro del Comité Central, a cualquier miembro del Partido, convertirlo en un terrorista traidor, en un saboteador, en un espía. Si Stalin llegara a dudar alguna vez de su propia desconfianza, estos órganos le devolverían instantáneamente la certeza.
Hay nubes negras sobre el Partido. Una cabeza completamente inocente, como la mía, arrastrará tras sí a miles de inocentes más. Pues necesitarán fabricar una organización, la «organización Bujárin», que ni existe hoy -cuando hace ya siete años que no tengo ninguna discrepancia con el partido- ni existió entonces, en los años de la oposición de derecha, No tengo la menor idea de esas organizaciones secretas de Riutin, Uglanov, etc. Yo he expuesto abiertamente mis opiniones, junto con Ríkov y Tomski.
Estoy en el Partido desde mis dieciocho años y el contenido de mi vida ha sido siempre la lucha por los intereses de la clase obrera, por la victoria del socialismo. Estos días, el periódico que lleva el sagrado nombre de Pravda ha publicado la miserable mentira de que Nikolái Bujarin quiere anular las conquistas de Octubre y restaurar el capitalismo. Eso es una porquería inaudita, una mentira que no tendrá paralelo por su desvergüenza y su irresponsabilidad para con el pueblo, más que si se afirmara ue se ha descubierto que Nikolái Románov dedicó toda su vida a la lucha contra el capitalismo, contra la monarquía y por la realización de la Revolución proletaria.
Si me he equivocado repetidas veces sobre los métodos de la construcción del socialismo, las generaciones futura son habrán de juzgarme más duramente de cómo se juzgó a Vladímir Ilich. Hemos marchado por vez primera hacia el objetivo común, por caminos que estaban sin abrir. Eran otros tiempos y había otras costumbres. En Pravda había espacio para la discusión, y todos discutían, buscaban caminos, se peleaban y se reconciliaban, y seguían avanzando juntos.
Me dirijo a vosotros, a la futura generación de dirigentes del Partido, a los que incumbirá la misión histórica de desenredar este espantoso ovillo de crímenes, que en estos días terribles se hacen cada vez más monstruosos.
Me dirijo a todos los militantes del partido. En este día que es quizá el último de mi vida sigo convencido de que mi cabeza pasaré l cedazo de la historia y reaparecerá un día limpia de toda esta suciedad.
Nunca he traicionado. Habría dado sin vacilar mi vida por la de Lenin, amé a Kírov y no he organizado nada contra Stalin.
Pido a la nueva generación de dirigentes del Partido, joven y honrada, que me rehabilite en un pleno del Comité Central y me reponga en mi condición de militante.
Camaradas: en el bandera que lleváis en marcha victoriosa hacia el comunismo hay también una gota de mi sangre!
Finalmente, el texto siguiente es la solapa que Manuel Sacristán escribió para la edición castellana del libro de A. G. Löwy sobre Bujárin en ediciones Grijalbo:
Tras la inclusión de varios textos de L.Trotski en su «Colección 70» y antes de publicar los últimos escritos teóricos de J.V. Stalin (Sobre el marxismo en lingüística y Problemas económicos del socialismo en la URSS), las Ediciones Grijalbo presentan ahora la única investigación moderna existente sobre el otro miembro del trío bolchevique que ante la opinión pública mundial y en la previsión de los militantes de la III Internacional recibirá directamente el legado de Lenin: Nikolai lvanovich Bujárin. Bujárin, que en vida de Lenin fue varias veces descrito por éste como el bolchevique más popular y más querido, es en cambio, desde su asesinato de estado en 1938, el más desconocido de los tres. El presente libro de A. G. Löwy, al reunir información antes dispersa y, sobre todo, al añadirle la que el autor mismo ha obtenido en su valiosa búsqueda de testimonios supervivientes, aumenta de modo apreciable el conocimiento de la vida y la obra de Bujárin, personaje casi de palimpsesto, por la de veces que se ha recubierto su nombre en los registros historiográficos.
Pero este libro ilumina también el tema más conocido de la vida de Bujárin, su paso del izquierdismo que profesó inicialmente a la concepción de la construcción paulatina del socialismo. Löwy plantea la cuestión con una sencillez que tiene el doble mérito de ampliar la formulación de lo que se suele entender por «controversia sobre la industrialización» y de destacar uno de los aspectos esenciales del asunto: «Las diferencias se centraban en torno a la cuestión: ¿era la NEP un ‘accidente de trabajo’ causado por el fallo de la revolución mundial, o bien ocurre que toda edificación socialista, incluso en un país industrializado y en condiciones mucho más favorables, ha de proceder a través de un largo período de socialismo más capitalismo? Del primer planteamiento se infería la siguiente conclusión: si la NEP no era más que retirada impuesta externamente, entonces un día habría que anularla retrospectivamente. En cambio -se infería del segundo-, si era el camino adecuado al socialismo, había que continuarla hasta que el objetivo histórico marxista, la sociedad sin clases, se desarrollara paulatinamente partiendo de esa forma mixta». La interpretación de Löwy dice que «el principal descubrimiento de Bujárin -y el más discutido- se expresa en la expectativa de que el socialismo pleno se desarrolle a partir de la NEP, de sus propias leyes económicas».
Esa interpretación del bujarinismo no es, probablemente, susceptible de prueba definitiva, a causa de las lagunas del material pertinente pero su interés es indudable.
Cosa parecida ocurre con otra serie de interpretaciones de Löwy que sitúan el pensamiento de Bujárin en el centro de problemas hoy en discusión. Entre ellas hay que citar la interpretación de las palabras de Bujárin en 1928 sobre la función de la ciencia en la producción moderna -«Estamos atravesando una fase peculiar, en la cual la ciencia se enlaza de modo más íntimo con la técnica- y la interpretación de ciertas consideraciones tácticas de Bujárin en 1922 como anticipación de desarrollos muy posteriores.
Por último, difícilmente habrá un estudioso de la historia del socialismo que pueda substraerse al absorbente interés de la discusión con la que Löwy argumenta su tesis de que la concepción bujariniana de la función revolucionaria del campesinado oriental es el punto de arranque de la visión de la revolución china por Mao Tse-tung.
«La valía del libro de Löwy sobre Bujárin», escribe el traductor de esta obra, «se encuentra en el hecho de que abre camino a una investigación y, sobre todo, en su posible efecto de revulsión de tópicos, tabúes y prejuicios sin suficiente juicio previo en el ánimo y el pensamiento socialistas. El propio autor percibe en una ocasión esa eficacia de su investigación, y escribe: ‘Por paradójico que pueda parecer, no puede haber duda de que la dirección comunista china guiada por Mao Tse-tung, que en general se considera como extrema izquierda del comunismo mundial, ha sido profundamente formada e influida por Bujárin, del mismo modo que también se encuentra mucho pensamiento bujariniano en los comunistas europeos a menudo criticados por derechistas, revisionistas y reformistas, como Togliatti y Longo en Italia, Tito en Yugoslavia y Dubcek y Sik en Checoslovaquia´».
1 Como en tantas otras ocasiones y temáticas, sé de la existencia de la poesía de Jorge Debravo por Santiago Alba Rico.
2 La carta se publicó en el Die ZEIT de Hamburgo el 21 de mayo de 1965. Lárina la incluye en las páginas 412-413 («El testamento de Bujárin»). Otra versión del texto de Bujarin, traducido por Manuel Sacristán a partir de la edición alemana del escrito, puede verse en A. G. Löwy, El comunismo de Bujárin. Grijalbo, Barcelona, 1973, pp. 15-16 («Pórtico»). Se dan ambas en el anexo.
3 Véanse igualmente las cartas del anexo.
4 Negando explícitamente todo paralelismo o todo intento de comparar lo que no es comparable, de tal forma que hacerlo sería equiparable a sumar dinas, años-luz y segundos en el ámbito de la física, la carta de Bujarin-Larina me ha recordado un caso narrado por José Mª Azpíroz Pascual en un libro imprescindible: La voz del olvido. La guerra civil en Huesca y la Hoya. Huesca. Diputación provincial, 2007, pp. 192-193. Miguel Saura Serveto trabajaba de barrendero en Cerler, en el Pirineo oscense, durante la II República española. Acudía frecuentemente a Huesca capital. Estaba muy integrado en la organización provincial de la CNT. Saura había sido encarcelado en tres ocasiones: 1931, 1932 y 1934, y era por ello muy conocido por las denominadas fuerzas de seguridad. El 18 de julio de 1936, tenía entonces 45 años, bajó a Huesca con su hija de 8 años para informarse directamente de la situación que se había creado en la ciudad y en la provincia oscence tras el intento de golpe fascista. Fue detenido el 21 de julio. Su mujer, Pilar, que no conocía la situación, nada más terminar la guerra, fue andando a Huesca desde Cerler con sus hijos para averiguar qué había sido de su marido, cuando todavía no se habían restablecido las comunicaciones por carretera. Sólo pudo obtener una información, machaconamente repetida: su marido había desaparecido. Tuvo que regresar a Cerler con sus cinco hijos. Ni ella ni sus descendientes supieron más de Miguel Saura hasta que el Ayuntamiento de Huesca puso una lápida el 23 de abril de 2003 en su tumba, que es también la de los ediles con él enterrados: Mariano Carderera, Mariano Santamaría y Manuel Sender. Al informar de ello la prensa local, los descendientes, tres de sus hijos que aún viven, leyeron el nombre de su padre entre las personas que figuraban en la lápida. Se pusieron en contacto con José Santamaría Bellosa, hijo de Mariano, otro de los fusilados, quien les entregó la partida de defunción de su padre. Figuraban en ella las circunstancias de su fusilamiento: fue el 13 de agosto de 1936, sin juicio, 22 días después de su detención. Supieron la noticia 64 años después. La esposa del cenetista asesinado no llegó a saberlo; tampoco dos de sus hijos.
5 Jean Bricmont, Imperialismo humanitario. El uso de los Derechos Humanos para vender la guerra. El Viejo Topo, Barcelona, 2008; traducción de A. J. Ponziani Bertocini, prólogo de Noam Chosmky, prefacio de François Houtart.
6 El paso que viene a continuación (Ibidem, p. 91), netamente inconsistente con el usual estilo del autor, es en mi opinión un non sequitur: «El discurso de izquierda sobre la Unión Soviética, especialmente por parte de trotskistas, anarquistas y la mayoría de los comunistas contemporáneos, frecuentemente es incapaz de reconocer ese aspecto en su empeño por denunciar el «estalinismo». Pero, dado que el estalinismo podría considerarse en gran medida una reacción ante las agresiones y las amenazas externas (sigamos imaginando, como punto de comparación, un 11-S diario en Estados Unidos durante diez años), tal denuncia es una forma perniciosa de defensa del imperialismo, pues una adopta una postura revolucionaria» [el énfasis es mío]. ¿Defensa del imperialismo la crítica al estalinismo aunque pueda ser, en ocasiones, una reiterada crítica monocorde y tal vez descontextualizada en algún momento?
7 Stalin obviamente.
8 Agosto 1936-febrero 1937.
9 Con minuciosidad alemana.
10 Publicada en la revista El Viejo Topo, junio de 2008.
11 Nadezhda M []Mijáilovna]. Bujarina-Lukina, la primera esposa de Bujarin.
12 Nikólai Bujarin admiraba la novela de R. Rolland, Colas Breugnon y coincidía con la divisa del autor: «a la alegría a través del sufrimiento».
13 Bujarin se refiere a su pequeño hijo Yuri, su primera esposa inválida Nadia (Nadezhda Lukina), su anciano padre (que vivía con Anna Lárina y con él), así como por su joven hija Svetlana.
* El libro de poemas, o parte de él cuanto menos, está incorporado a las memorias de Anna Lárina. Arabescos filosóficos y la novela incompleta –Cómo empezó todo-, si no ando errada, han sido publicadas recientemente en castellano por Pre-Textos.
* Se refiere Bujarin a Svetlana, nacida de su segundo matrimonio.
** El hijo de Bujarin y Lárina estuvo viviendo durante veinte años en hogares de acogida y orfanatos.
14 Jefe de la policía política soviética en tiempos de Lenin. La Checa fue creada el 20 de diciembre de 1917.
15 Pravda significa verdad en castellano.
16 Popular dirigente bolchevique. Fue asesinado en Leningrado, San Petersburg para escarnio de todos, por Leonid Nikolaev el 1 de diciembre de 1934. En la elección del nuevo comité central en el Congreso del PCUS de 1934, Kírov fue el candidato menos rechazado por los delegados, sólo tuvo tres votos negativos. Stalin recibió 292 votos negativos.
17 Larina escribe en nota: «Esa frase no significa que Bujarin no discutiera las opiniones de Stalin, sino que rechaza la acusación de haber organizado un atentado contra él».
18 La carta-testamento fue leída en el comité central del Partido en 1961, fue publicada en la revista Novedades de Moscú en 1988 y la rehabilitación de Bujarin, junto con la 17 dirigentes bolcheviques más que había sido asesinados durante las denominadas «purgas», se produjo a principios de febrero de 1988 por decisión del Tribunal Supremo de la URSS.