Al llegar a este texto, el lector que no haya conocido la primera etapa de El Viejo Topo se habrá hecho ya una idea cabal de lo que quiso ser esta revista. No abundaré, por tanto, en ello; sí, en cambio, me referiré a su crisis, su desaparición y su posterior reaparición. A mediados de […]
Al llegar a este texto, el lector que no haya conocido la primera etapa de El Viejo Topo se habrá hecho ya una idea cabal de lo que quiso ser esta revista. No abundaré, por tanto, en ello; sí, en cambio, me referiré a su crisis, su desaparición y su posterior reaparición.
A mediados de 1978 era evidente que las cosas habían cambiado: la esperanza de una ruptura democrática que condujera al socialismo se desvanecía por momentos. Aprobada a finales de octubre de ese año, la Constitución reflejaba ese desvanecimiento: reinstauraba la monarquía, mantenía la bandera heredada del franquismo -sustituyendo, eso sí, el aguilucho imperial- y señalaba al ejército como garante de las esencias patrias.
Era ya evidente en ese momento que el PSOE, un partido prácticamente inexistente cuatro años antes, iba a ser quien iba a disputarle el poder a la derecha en el futuro, y no el PCE, a pesar de que habían sido los comunistas, en el PCE, PSUC y en otras formaciones más a su izquierda, los que habían sostenido durante décadas la lucha contra la dictadura, arrostrando «sacas» y fusilamientos primero, y miles de años de cárcel después. La izquierda entraba en crisis; una crisis que se desbocó en lo teórico (crisis del marxismo) y en lo práctico (crisis de la militancia). Una crisis que llevó al PSOE, hábilmente chantajeado por Felipe González, a suprimir la palabra «marxismo» de sus estatutos en mayo de 1979.
Una crisis de tal envergadura forzosamente tenía que repercutir en el seno de El Viejo Topo . Hasta entonces, la decisión de publicar o no determinado artículo por parte de los tres co-directores, Josep Sarret, Miguel Barroso (incorporado a la dirección tras el suicidio del querido y añorado Claudi Montañà) y yo mismo, se hacía en un clima de tolerancia y amistad. Rápidamente se llegaba al consenso. Pero, repentinamente, ese clima se esfumó. Las reuniones se tornaron crispadas, desagradables. ¿La razón? En mi opinión, porque se perfilaba ya en el horizonte la llegada al poder del PSOE, y la oportunidad de una importante proyección personal de las personas que estaban alrededor de la revista, que podía constituirse en una eficaz plataforma para la promoción personal. El asunto estalló a finales de 1979, cuando Miguel Barroso intentó hacerse con el control total de El Viejo Topo utilizando métodos que avergonzarían a cualquiera. Una asamblea de urgencia impidió la operación y Barroso desapareció de la revista, pero las heridas fueron profundas: Sarret se refugió en la empresa privada, tras un periodo en que ejerció la dirección del semanario El mon , y yo abandoné el proyecto, en 1980, para fundar una revista literaria, Quimera , que aún hoy sobrevive. A Pep Subirós le cayó el marrón de seguir publicando El Viejo Topo , en una situación económica difícil y difícil también desde el punto de vista político, con el PSOE cooptando como un potente agujero negro a la mayor parte de la izquierda de este país. Los esfuerzos de Subirós fueron infructuosos, y éste decidió cerrar la revista en 1982, fundamentalmente por razones económicas, para pasar a la órbita del PSC de la mano de Xavier Rubert de Ventós y acabar como asesor de Pasqual Maragall.
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No estará de más darle aquí un par de vueltas a lo que significó entonces la imparable ascensión del PSOE hacia el poder, que efectivamente alcanzaría a nivel nacional en 1981, tras obtener una importante cuota del poder municipal en 1979.
El PSOE apareció de la nada y con claras perspectivas de llegar al gobierno, por lo que su necesidad de contar con cuadros preparados era imperiosa, así que abrió sus puertas y se produjo una fuga masiva de cuadros desde el PCE, el PSUC y la extrema izquierda hacia sus filas. Algunos de ellos acabaron,incluso, siendo ministros.
Ahora resulta fácil interpretar y criticar ese enorme corrimiento, pero en la época las cosas no estaban tan claras. Por una parte, muchos creímos ingenuamente, por lo menos inicialmente, que, a pesar de todos los pesares, el PSOE estaba por una transformación profunda de la sociedad. Una transformación que se ha producido desde el punto de vista civil (divorcio, aborto, paridad, homosexualidad, etc.) pero que por desgracia no ha abordado en absoluto los aspectos económicos, o como decíamos antes, el asunto de la base material y de la propiedad. La palabra socioliberalismo no se utilizaba, ni sabíamos nada de la Tercera Vía, enfrascados como estábamos en tratar de vislumbrar los caminos que conducían a la revolución mundial. Por otra parte, el PC de Carrillo estaba desactivando todo lo que había de movilizado en la sociedad civil, y había firmado los Pactos de la Moncloa, además de haber renunciado a la ruptura. Para rematar el cuadro, la izquierda de la izquierda estaba en plena descomposición.
No es extraño, pues, que en medio de ese terremoto de rapidísimos cambios políticos hubiera quien pensara, también ingenuamente, que lo que no se podía hacer desde fuera podría hacerse desde dentro. Es decir, que incorporándose al PSOE y desde un cargo público podría ayudarse a la emancipación y la transformación de la sociedad. Por supuesto había también, como sucede ahora con algunas incorporaciones a la vida política, quien en ese tránsito al PSOE veía sólo una salida personal, profesional, a su vida, una forma de adquirir prestigio, poder o simplemente un buen sueldo.
Fuera como fuese, lo cierto es que la inmensa mayoría de las personas que participaron en el primer proyecto de El Viejo Topo fueron a parar a las filas del PSOE; algunas, como Miguel Barroso o Miguel Gil, en puestos de gran responsabilidad. Por si fuera poco, la maquinaria de PRISA tomó cartas en el asunto, y gentes que fueron muy importantes en el Topo , como los propios Barroso y Gil, o Joaquín Estefanía, acabaron incrustados en la cúpula de la gran empresa mediática. Sólo unos pocos permanecimos al margen.
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Y así, como canta el bolero, así pasan los años. No existe ya el Topo , ni ninguna otra revista que pudiera sustituirlo. No existe Triunfo , ni Cuadernos para el diálogo ; sobrevive a duras penas alguna revista teórica, como mientras tanto , y poco más. Estamos a mitad de los ochenta, en plena movida madrileña , una fantasmada que se pretende al tiempo contracultural y cultural, y unas cuantas cosas más, pero que en realidad está completamente vacía. Y llegan los tiempos del posmodernismo, del pensamiento débil , de minimalismo (rebautizado como realismo sucio). Es una época en la que el ministro de Hacienda Carlos Solchaga (socialista) se permite decir que en España cualquiera puede enriquecerse, defendiendo los súbitos «pelotazos» que empiezan a proliferar. Hay lo que hay, será el lema socialista. Gestionar lo que hay, la buena gobernanza. Hay que enterrar las utopías, hemos llegado al fin de la historia.
Pero está el GAL. Y la corrupción. Al principio nos negamos a creerlo. ¿El partido de Pablo Iglesias, metido en terrorismo de Estado? ¿Embolsándose los dineros de los fondos reservados? ¿Creando empresas ficticias para financiarse a través del erario público? No podía creerse. Pero poco a poco se impuso la evidencia: había terrorismo de Estado. Y había corrupción. Los nuestros ya no eran de los nuestros, si es que alguna vez lo habían sido.
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Ante ese panorama, al que había que agregar las distintas tragedias allende nuestras fronteras (primera guerra del golfo, inicio de la desintegración de Yugoslavia, siempre Palestina…) ¿qué hacer? En situaciones de crisis, cada uno debe hacer lo que pueda, lo que sabe. Lo único que podíamos hacer nosotros, los que nos habíamos quedado al margen, era resucitar al Viejo Topo . Habíamos acumulado suficiente bilis como para intentar reemprender la aventura. Contábamos con la indignación, con la energía, con las ganas. Pero no contábamos con dinero. Así que nos pusimos a buscarlo.
Y no fue fácil. Recurrimos a personas de izquierda que sabíamos adineradas. Obtuvimos promesas firmes, que se evaporaron justo el día anterior a la firma ante notario de los compromisos adquiridos. También rechazos: ¿qué pretendíamos con querer resucitar ese viejo espectro, ahora que la revolución no era ya objetivamente más que una entelequia? Desanimados, abandonamos la idea de seguir llamando a las puertas de la izquierda acomodada.
De modo que unos cuantos (Esther Mañé, Elisa Nuria Cabot, Jordi Dauder, José Sanchís Sinisterra, Ernesto Fontecilla, Enrique Helguera y Santiago Palacios) aportaron lo que buenamente pudieron y, en 1993, en aquel invierno de nuestro desconcierto, resucitó El Viejo Topo .
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Pero, ¿qué hacer? ¿Cómo satisfacer, desde una revista previsiblemente minoritaria, la necesidad de ofrecer una información alternativa? Hay que tener en cuenta que, en ese momento, Internet no era ni la sombra de lo que es hoy, y que la opinión dominante se correspondía casi exactamente con la opinión publicada. ¿Cómo abrir brecha en los quioscos, desde una revista con un único redactor, Xavier Giró, por mucho entusiasmo que éste pusiera en su tarea -y puso mucho? Si los tiempos han cambiado, ¿deberían cambiar los contenidos, pensarse una revista diferente , aun con una intencionalidad -que no objetivo- semejante? Preguntas vanas: como siempre, es finalmente la realidad la que impone objetivos, diseños, contenidos, estructura, posibilidades.
Así, dos meses después de la resurrección de la revista, la realidad convertía nuestras pesadillas en nuevos sueños: en unas remotas montañas del sur de México surgía el zapatismo, y lo hacía con un discurso nuevo, sugerente, esperanzador. No era verdad que la historia hubiera llegado a su fin, por lo menos no en aquellas tierras. Y tampoco en estas.
Siempre con una aplastante precariedad de medios, la revista fue abriéndose paso entre los lectores, recuperando a algunos ya canosos y tratando de interesar a otros mucho más jóvenes. Ya sin Giró, sin redacción, siempre sin medios, el Topo ha seguido estando cada mes en los quioscos, tratando de proporcionar elementos para pensar la realidad desde un punto de vista diferente. Una realidad en la que no han dejado de pasar cosas: cuando parecía que la derrota de la izquierda, en su versión eurocéntrica, era definitiva, surgió Seattle, y después el Foro Social Mundial. La contrainformación está ahora al alcance de cualquiera, y conceptos y entidades que antes obtenían un respeto universal (globalización, Banco Mundial, Fondo Monetario, OMC, etc.) han sido desenmascaradas y ya no hay nadie, en la izquierda, que pueda llamarse a engaño. Tampoco en la derecha, claro: son los autores del engaño.
Me gusta pensar que El Viejo Topo ha contribuido un poquito a ese desenmascaramiento. Humildemente, entre otros muchos agentes de la contrainformación. Haciendo cada uno lo que puede. Entre todos hemos hecho que reaparecieran en los grandes medios palabras antes prohibidas: capitalismo , por ejemplo. La historia, definitivamente, no había llegado a su fin.
Hemos cubierto una etapa. Pero no es suficiente. Como alguien dijo en Porto Alegre: debemos pasar de la protesta a la propuesta. Debemos ayudar a convertir en política esa reacción rebelde que irrumpe de uvas a peras, mostrándose a veces en toda su magnitud, como ante la invasión de Iraq.
Claro que no es fácil formular propuestas. Ni es fácil transformar en política el desasosiego de tantos. Probablemente estamos en un cambio de época del que no podemos ser totalmente conscientes. Probablemente el sujeto político capaz de afrontar ese cambio desde la izquierda y con posibilidades reales de transformar el sistema, está por inventar. Probablemente.
¿Se puede, desde una revista, ayudar a que se formulen esas propuestas, a que se construya ese sujeto? Sí, en la medida en que se ayude a develar la realidad, en sentido profundo. Sí, en la medida en que ahí se levante el velo de las razones últimas (políticas, geoestratégicas, económicas…) que suelen estar ocultas tras la demagogia y la mentira. Sí, en la medida en que la revista, que no es más que la suma de las opiniones y propuestas de los que colaboran en ella, intente seleccionar, obviamente dentro de sus posibilidades, lo más novedoso, lo más creativo, lo más radical (es decir, yendo a la raíz del asunto) que la sociedad produzca.
Eso ha hecho, en esta segunda etapa de su historia, El Viejo Topo . Lo que, con mayor o menor éxito, ha intentado. Lo que pretende, mes a mes, desde sus páginas. Con toda la modestia del mundo, y también con toda la impertinencia. Mirando lo que pasa en casa y lo que pasa fuera. Siguiendo los surcos que trazan los nuevos movimientos sociales. Denunciando una y otra vez los imperialismos (pues no hay uno sólo, por más que ese uno que todos tenemos en la cabeza sea ultrapotente). Observando con esperanza los cambios que irrumpen a América Latina. Preocupándose por el dolor y la muerte, allí donde acontezcan. Incorporándose a las nuevas tecnologías (en la web www.elviejotopo.com el lector hallará un buen puñado de artículo). Profundizando lo tratado en la revista a través de una creciente labor editorial.
El viejo topo cava y cava. Hoza y hoza . El Viejo Topo trata de imitarlo. El viejo topo cualquier día, en el lugar menos pensado, asomará la cabeza. El Viejo Topo trata de hacerlo cada mes.
Aunque hace ya treinta años que se produjo la primera cita, el compromiso continúa.
Este texto procede de:
EL VIEJO TOPO. TREINTA AÑOS DESPUÉS, Antología facsímil a cargo de Jordi Mir de textos publicados entre 1976 y 1982.
Prólogo de Francisco Fernández Buey. Epílogo de Miguel Riera, 320 páginas, 35 € (2007).