Recomiendo:
0

Cinco años de la “primavera árabe”

¿Retorno de la «normalidad»?

Fuentes: Berria

Cinco años después de que el 14 de enero de 2011 el pueblo tunecino derrocase al dictador Ben Ali, la contagiosa y multitudinaria intifada regional que, desde Marruecos a Arabia Saudí, tumbó o amenazó las tiranías árabes en nombre de la libertad política y la justicia social ha dejado paso a una versión extrema de […]

Cinco años después de que el 14 de enero de 2011 el pueblo tunecino derrocase al dictador Ben Ali, la contagiosa y multitudinaria intifada regional que, desde Marruecos a Arabia Saudí, tumbó o amenazó las tiranías árabes en nombre de la libertad política y la justicia social ha dejado paso a una versión extrema de la «normalidad» anterior: se mantienen o regresan las dictaduras, se multiplican los frentes de guerra y las intervenciones extranjeras y el malestar generalizado es reconducido hacia el sectarismo religioso y el yihadismo radical. Sólo Túnez parece resistir, como «excepción democrática», gracias a un extravagante acuerdo entre el antiguo régimen y el islamismo moderado que, si estabiliza las instituciones, limita los logros revolucionarios y las libertades constitucionales y deja fuera a los sectores más desfavorecidos.

Para explicar este violento retroceso a la «normalidad» es necesario citar rápidamente tres factores. El primero es, sin duda, la política errática e hipócrita de Europa y EEUU. Interviniendo militarmente en Libia, abandonando a los sirios, dejando a sus aliados más reaccionarios en la zona imponer sus propias agendas, abrieron la caja de los truenos del sectarismo religioso que, no lo olvidemos, tiene su origen en la invasión criminal de Iraq en 2003 y en la nefasta gestión del gobierno tutelado (chií y proiraní) de Al-Maliki. La coalición hoy de 64 países contra el ISIS y los bombardeos sobre Siria e Iraq expresan la impotencia occidental y su desprecio geotáctico por la democracia y el desarrollo de la región.

Tenemos luego un doble conflicto regional entre subpotencias imperialistas. Por un lado, el que enfrenta a Arabia Saudí (junto a Emiratos y Egipto) con Qatar y Turquía. Este conflicto entre países de religión sunní demuestra, como explica bien Olga Rodríguez, que el sectarismo inducido ni es la causa ni sirve para entender todo lo que ocurre en la zona. En todo caso, este enfrentamiento, que paralizó y secuestró a la oposición oficial siria, que determinó el golpe de Estado de Sisi contra los HHMM y que sigue impidiendo la «reconciliación» en Libia entre los gobiernos de Toubrouk y Trípoli, ha quedado más o menos difuminado en el marco del otro conflicto, en este caso entre Arabia Saudí e Irán, cuyos campos de batalla son Bahrein, Yemen, Líbano y Siria y en el que, de forma indirecta, juega también un papel importante Israel. La política belicosa, represiva y sectaria del rey Salmán, que trata de impedir el acercamiento de EEUU a Teherán, tiene como objetivo la formación de un frente sunní y como consecuencia el debilitamiento de las posibilidades de un acuerdo en Siria. El perdedor del primer conflicto es Turquía, lo que explica la deriva autoritaria del gobierno de Erdogan, cuyas primeras víctimas son los kurdos. El perdedor del segundo conflicto es EEUU, cada vez más fuera de juego, y sus víctimas son los civiles yemeníes y sirios, atrapados en una guerra sin fin.

El tercer factor tiene que ver con el reordenamiento del (des)orden global. La «retirada» relativa de EEUU del Próximo Oriente, más atento a China en el Pacífico, ha propiciado la entrada catastrófica de la Rusia de Putin, sin cuyo apoyo, venta de armas e intervención militar directa la criminal dictadura siria habría caído hace ya años. Si en Libia, con la intervención occidental, se torció la «primavera árabe», en Siria, con la intervención rusa (e iraní) quedó varada y luego enterrada. Las decenas de víctimas civiles de sus bombardeos en zonas rebeldes debe recordarnos que, al igual que en el caso de EEUU, la UE, Arabia Saudí o Turquía, Rusia no tiene el menor interés real en combatir el yihadismo.

En este sentido el ISIS, reverso tenebroso de una revolución popular derrotada y comodín de todas las fuerzas enfrentadas sobre el terreno, no ha hecho más que aprovechar el caos inducido por los factores y conflictos arriba señalados. Será muy difícil acabar con el yihadismo sin el concurso de los ciudadanos de la región, los únicos que realmente se oponen a ellos (pensemos en los kurdos o en el ELS); y será muy difícil poner de acuerdo a la población local si todas las potencias están de acuerdo en alimentar el sectarismo e impedir la democratización del «mundo árabe». En 2011 se perdió una gran oportunidad, pero tiene razón el analista libanés Gilbert Achcar cuando recuerda que todas las causas económicas, políticas y sociales que levantaron a los pueblos hace cinco años siguen vivas y agravadas. Falta el sujeto colectivo que, sólo embrionario y enseguida abortado, estuvo a punto de acabar al mismo tiempo con las dictaduras, las intervenciones neocoloniales y el islamismo radical wahabí. Y que, además, fecundó el movimiento global por la democracia y contra el capitalismo. No los olvidemos, no los despreciemos, rindamos homenaje a sus héroes y sus víctimas y ayudémoslos, sin bombardeos ni islamofobia, a recobrar el aliento.

Fuente original: http://www.berria.eus/paperekoa/2010/005/001/2016-01-17/normaltasuna_itzuli_al_da.htm