REVOLUCIÓN (Egipto y Túnez) Dijo José Martí a Carlos Baliño, otro fundador del Partido Revolucionario Cubano en 1892 y más tarde -en 1925- del primer Partido Comunista de Cuba, que la revolución no es lo que se inicia en la manigua sino lo que se desarrolla en la República, luego de la toma del poder […]
REVOLUCIÓN
(Egipto y Túnez)
Dijo José Martí a Carlos Baliño, otro fundador del Partido Revolucionario Cubano en 1892 y más tarde -en 1925- del primer Partido Comunista de Cuba, que la revolución no es lo que se inicia en la manigua sino lo que se desarrolla en la República, luego de la toma del poder por parte de los revolucionarios. Yo también opino de idéntica manera, por eso mismo cuando de un tiempo a esta parte leo y escucho que en Egipto y en Túnez se ha hecho una revolución no puedo sino quedarme perplejo, máxime cuando muchos de dichos comentarios son realizados por gente a las que yo considero poseedoras de suficientes conocimientos en cuanto al teme se refiere y, además, les considero honestos revolucionarios.
Personalmente, pienso que una revolución implica necesariamente un cambio radical del sistema anterior a la toma del poder por parte de las fuerzas revolucionarias, para que pueda ser considerada como tal -o el inicio inequívoco del cambio, porque es cierto que éste no se puede consumar de la noche a la mañana-, hecho que, lamentablemente, en ninguno de los dos países norteafricanos antes mencionados se ha producido. En ambos, las importantes y admirables revueltas consiguieron tumbar a los gobiernos -lo que, dicho sea de paso, no es ninguna tontería-, provocando en ellos cambios de personal, pero hasta el momento no ha habido toma de poder por parte del pueblo; los gobiernos siguen siendo prácticamente los mismos; no han cambiado sustancialmente su tendencia en cuanto a la gobernabilidad para con sus gobernados se refiere, ya que mantienen intactos los sistemas y no existe ningún indicio de que los cambios necesarios para que comience una verdadera revolución vayan realmente a producirse.
Por Túnez, por ejemplo, inicialmente pasaron desde el entonces presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, hasta la vicepresidenta del gobierno de los Estados Unidos, Hillary Clinton, «aconsejando» y siendo bien recibidos por los entonces «nuevos» gobernantes tunecinos -ahora el gobierno es otro, pero en lo esencial no se difiere gran cosa-. Algo muy parecido pasó en Egipto, donde David Cameron, primer ministro de Inglaterra, tampoco perdió el tiempo para ganar posiciones y posesiones para los intereses imperialistas del país que actualmente dirige. Los acontecimientos de estos días con la disolución del parlamento egipcio, por ejemplo, no dejan lugar a dudas. Se diga lo que se diga o lo diga quien lo diga, existe una evidencia: en ambos países, el pueblo sigue gobernado por un puñado de privilegiados nacionales al servicio de otro puñado de privilegiados internacionales, y, por ende, no gobierna ni en Túnez ni en Egipto, de modo que de revolución nada de nada.
Nadie piense que por ello resto importancia a lo sucedido en los dos países árabes. Lo que ocurre es que conviene distinguir el trigo de la paja, porque si no se corre el riesgo de bajar la guardia antes de tiempo -ésta en verdad nunca hay que bajarla-, que es lo que, intuyo, ya ha pasado, y con ello adquirir la peligrosa costumbre de conformarnos con logros importantes, pero a todas luces insuficientes para alcanzar el objetivo final de llevar a cabo verdaderas revoluciones que colmen las legítimas aspiraciones de los pueblos en detrimento de los grandes capitalistas, que son los que realmente dirigen el mundo.
REBELDÍA
(Libia y Siria)
En el caso de Libia se habló mucho de revolución y de los rebeldes que, al parecer, la estaban llevando a cabo. Sin embargo hoy sabemos qué sucedió en aquel país, donde, desde el principio e incapaces de tomar el poder por sus propios medios, los mencionados rebeldes se echaron desvergonzadamente en brazos de la OTAN para pedir una intervención militar que, finalmente, devastó al país y causó miles de civiles muertos a manos de los «libertadores». Un año después de la toma del poder por parte de los supuestos rebeldes y revolucionarios, ¿alguien que no sea necio o beneficiario de la barbarie se atreve a decir que la población libia tiene mejor calidad de vida que antes? ¿Qué clase de rebeldía se le puede atribuir a un individuo que se rebela contra quienes bien o mal les gobiernan desde su suelo patrio, pero trabaja jugándose el tipo para quienes les gobiernan desde la escena internacional, es decir, para los dueños y señores del mundo? ¿Hablamos realmente de rebeldes o de mercenarios? Y quede claro que no estoy defendiendo al asesinado Gadafi, pero ¿acaso hoy se puede decir que es el pueblo libio quien dirige su propio destino? Es evidente que no. Entonces, si los llamados rebeldes y revolucionarios todavía no han conseguido llevar al pueblo al poder, ¿dónde están, qué hacen ahora? Si todavía están a años luz de conseguir el poder para llevar a cabo una auténtica revolución ¿por qué ya no se les oye ni se les ve en ninguna parte? Entiendo que, conseguido su siniestro objetivo, la OTAN cese sus bombardeos, pero si los revolucionarios libios no consiguieron el suyo ¿por qué al unísono con el poder establecido también silenciaron sus armas? ¿Para qué y para quiénes lucharon hasta entonces? Por mucho que desde posiciones de izquierdas sin entrecomillar digan lo contrario, existen demasiados ejemplos para pensar que lo hicieron para los intereses de la elite nacional -no gubernamental, por supuesto- y extranjera; luego de rebeldes por una causa justa y revolucionarios al servicio de su pueblo nada de nada. Y no digo que los honestos revolucionarios no existan en Libia; tan sólo pretendo decir que, de manera consciente al menos, éstos no pudieron tomar vela en aquel entierro porque, independientemente de si Gadafi era o no un dictador, los legítimos intereses de un revolucionario chocan frontalmente con los de la OTAN y el llamado Consejo Nacional Libio -CNL-. Dicho de otra manera, aquella guerra distaba mucho de ser la guerra del pueblo.
Lo mismo está sucediendo ahora con el caso de Siria, donde al parecer todo opositor al gobierno es un rebelde que está haciendo la revolución. No me referiré al presidente Bashar al-Assad, porque desconozco cual es el trato real que otorga a sus gobernados, y ese desconocimiento personal sobre lo que está sucediendo en Siria se debe, fundamentalmente, a la manipulación de las noticias por parte de los medios de la reacción, pero, sobre todo -y esto es lo más grave-, al trato igualmente manipulador que no pocos medios de izquierda están otorgando al caso sirio. La toma de partido por parte de algunos de ellos es tan escandalosa que casi parecen voceros de los «rebeldes», de aquellos «revolucionarios» individuos del Ejército Libre de Siria -ELS- que -qué casualidad-, también incapaces de tomar el poder por sus propios medios, están pidiendo a gritos la «salvadora» intervención militar de los históricos saqueadores del mundo. ¿Se puede acaso hacer una revolución con la «incondicional» «ayuda» de los imperialistas yanquis y europeos?
Decía más arriba que desconozco el trato real que el gobierno sirio otorga a sus gobernados. Pongamos que el presidente es un dictador, como lo pintan desde la derecha y desde ciertos sectores de la izquierda. En ese caso, el deber de todo revolucionario es tratar de derrocar al tirano. Pero, para hacer un intento serio y existiendo de sobra los motivos, antes de echarse a la manigua deben de existir también unas mínimas condiciones organizativas y materiales que permitan pensar en la victoria sin recurrir al autoengaño, y, si estas últimas no existen, la primera obligación de los revolucionarios es crearlas antes de iniciar una ofensiva armada de semejante envergadura contra un ejército no precisamente débil, porque, sencillamente, tratar de derrocar al enemigo local pidiendo a gritos la «ayuda» del enemigo global, que tanto daño ha causado y está causando en todo el mundo, es hambre para hoy y muchísimo más hambre para mañana. La historia se encarga de demostrarlo con demasiada elocuencia para obviar tan importante detalle.
Al inicio de este escrito he comentado que, para José Martí, la revolución comienza a desarrollarse luego de la toma del poder por parte de las fuerzas revolucionarias. En esta ocasión también recurriré a un cubano para ilustrar el grave error que supone acogerse a la «ayuda» del enemigo supremo para combatir al enemigo pequeño -por grande que éste último sea-. El 14 de julio de 1896, Antonio Maceo escribió al coronel Federico Pérez Carbó las siguientes palabras: «La libertad se conquista con el filo del machete, no se pide: mendigar derechos es propio de cobardes incapaces de ejercitarlos. Tampoco espero nada de los [norte]americanos: todo debemos fiarlo a nuestros esfuerzos; mejor es subir o caer sin ayuda que contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso.
Sabemos que sin la existencia física de Martí y de Maceo -ambos caídos en combate- y sin la necesidad de ayuda militar, puesto que el ejército español ya estaba prácticamente vencido, los cubanos «permitieron» muy a última hora -en1898- la participación en la contienda del ejército de los Estados Unidos. Y sabemos de sobra, también, que tamaña torpeza supuso la ocupación de la Isla por parte del imperio durante casi sesenta años, con el correspondiente sufrimiento para el pueblo de Cuba. No siendo éste el único caso en la historia de la humanidad, los supuestos revolucionarios libios y sirios deberían saber las negativas consecuencias que implica acceder a la «ayuda» de los imperialistas. Entonces, ¿por qué en Libia la solicitaron?, ¿por qué en Siria la solicitan? ¿Es acaso una solución para un pueblo cambiar a un Führercito por un Führer? Me niego a pensar que los libios y los sirios sean tan ingenuos. Yo personalmente no me lo creo.
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