Recomiendo:
0

Rodolfo Walsh y el movimiento obrero en la encrucijada

Fuentes: Crónica Popular

Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así una propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las […]

Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así una propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas». Rodolfo Walsh.   «¿Quién mató a Rosendo?» (Editorial 451), el título de la novela de Rodolfo Walsh se traduce en una pregunta de alcance social, una pregunta de las dimensiones de la clase mayoritaria en el día y la hora de nuestra lectura: ¿Quién mata a la clase obrera? En la novela se esclarece el asesinato de un dirigente obrero, y conforme Rodolfo Walsh observa lo acontecido pone al descubierto una red de traidores que destruyeron en Argentina la lucha sindical en el periodo anterior a la dictadura militar. En la exposición meticulosa descubrimos asuntos que nos tocan directamente. Sería bueno, muy bueno que las gentes trabajadoras españolas lo leyésemos a la luz de lo que ocurre en nuestra clase y en nuestro entorno.

Rodolfo Walsh (1927-1977) se vuelca desde la conciencia de clase, desde la visión de clase; pone en cuestión el sistema respiratorio de la novela tradicional y su alimentador sistema capitalista; patrocina una manera de ver, leer, y asimilar. Y su trabajo apunta el cambio en la dirección de los medios de producción; por eso es revolucionario. Rodolfo Walsh se transformó, y entonces él, escritor, hizo la literatura contra la tradición conservadora, y participó, hasta ser asesinado por los fascistas argentinos, en la lucha por la liberación social.

En la novela el lenguaje es preciso, se ajusta a las cifras esclarecedoras, al descubrimiento de acuerdos entre la mafia sindical y la mafia patronal, al desarrollo de la investigación sobre el asesinato de los sindicalistas. Rodolfo Walsh evita lo retórico para centrar la atención en la esencia misma de lo contado, para que la razón proyecte el imaginario crítico colectivo.

Y pone en marcha cambios en el lenguaje: el lenguaje es una forma de poder y su elaboración está en manos de cada clase social. Cuando desde la clase dominante se reglamenta es para ejercer su mandato en el pensamiento de la mayoría que puede no disponer de medios de vida, pero esa mayoría sí puede tener ideas propias como se reconozca grupo social diferente, y en la novela vemos ese desarrollo y el contrario. El lenguaje moldea las ideas y las acerca o las aleja del poder. El lenguaje es un dique de contención o es una herramienta para poner a punto el pensamiento y la acción rebeldes.´

«¿Quién mató a Rosendo?» se construye sobre una serie de artículos que tratan de esclarecer el asesinato de tres sindicalistas, entre ellos Rosendo. La novela es, como dice Isaac Rosa en el prólogo, «un manual de literatura con ejemplos prácticos, una exhibición de recursos. Sobre todo impresiona el manejo de Walsh del espacio y el tiempo, habitual en otros textos suyos».

El autor dedica el libro a dos héroes de la clase obrera, dos héroes que tienen su espacio en la historia de la lucha obrera argentina: Domingo Blajaquis y Juan Zalazar, y, desde la mirada de clase, homenajea a una familia que respondió como responden los imprescindibles, en palabras de Bertolt Brecht. Esos fueron, y siguen siendo, la familia Villaflor. Mayo de 1966. Perón está exiliado, y la lucha interna en el peronismo se va decantando por la facción más reaccionaria.

Pues bien, la novela, que se organiza en tres partes y un epílogo, se dedica, capítulo a capítulo, a indagar un personaje tras otro, a cada lugar, a cada circunstancia, a cada acción esencial, a cada sistema de relaciones entre los implicados y sus propósitos, para alternar voces y tonos, conforme va de lo general a lo particular. Así se compone el panorama, haciendo que el lector asocie, y encaje las piezas del puzzle histórico en todos y cada uno de los apartados. Hay otra lectura, la que recoge las intervenciones de miembros de la clase obrera, expuestas en cursiva, de igual manera que los datos y las conclusiones de la investigación. La investigación de Rodolfo Walsh cristaliza en el capítulo 18, «Las confesiones de Imbelloni», capítulo dialogado donde se pone en evidencia lo que la policía no ha querido hacer.

En el comienzo leemos la historia familiar de los Villaflor, con ella conocemos a Raimundo, dirigente sindical en las huelgas del momento, 1966. Si ya habíamos ido de la historia general a la particular de los Villaflor, después, como contraste, encontramos el periódico, que es una manifestación de poder y de los valores de la clase dominante y muestra el otro viaje de lo general a lo particular en las siguientes noticias: «… trescientos ataques aéreos a Vietnam, aumentos en las tarifas telefónicas, huelgas en Tucumán, la construcción de Chocón. El presidente (Illia) viajaba a Chubut; el futuro presidente (Ongania) iba a cazar a Entre Ríos. El dólar bordeó los ciento noventa pesos, la temperatura media en los quince grados.»

Continua con la voz de Raimundo Villaflor exponiendo las razones de la huelga ante un general y un capitán que amenazan con hacer presos a los obreros: «Me dijo que levantara el paro, y si no, toda la comisión y yo a la cabeza, estábamos todos presos. Le dije que si quería levantar el paro, que viniera él. Me dijo que nos presentáramos inmediatamente al sindicato. Entonces fue la comisión patronal, y fuimos nosotros por separado, no quisimos ir en el mismo camión. Allá nos presentaron, y enseguida nos quisieron apurar.» Pero esta exposición de Villaflor viene dada porque, tras la lectura de las noticias del periódico, Rodolfo Walsh plasma una conversación entre el senador estadounidense y el Secretario de Defensa Robert MacNamara sobre el número de generales del ejército estadounidense y del ejército argentino; por la conversación sabremos que el argentino tiene más generales. En el periódico hemos leído los trescientos bombardeos estadounidenses sobre Vietnam el día anterior, ahora sabemos que MacNamara proponía se bombardease Vietnam con bombas atómicas.

El caso es que aquella exposición de Raimundo Villaflor continúa de la siguiente manera en la novela, según lo obtenido por Walsh: «Un capitán gritaba que daba miedo. Villaflor agrandado gritó más que él: Que si él estaba acostumbrado a mandar en los cuarteles, con nosotros no iba a mandar, y que a nosotros no nos iba a manosear ningún general, ni coronel ni lo que fuera, porque nosotros éramos trabajadores y nos tenía que respetar. Que si los patrones querían levantar el paro, que pagaran las quincenas atrasadas, porque esa era la causa del paro. Y que, además, él podía gritar y darse el lujo de decir las cosas que estaba diciendo porque él no sabía lo que era el trabajo. Se quedó sin palabras, y se la ganamos, ¿no? Se la ganamos.»

En el recorrido a través de la lucha de la clase obrera argentina de entonces encontramos lo concreto de los acuerdos entre la dirección sindical y la patronal, acuerdos que hacen que nos miremos. Y las consecuencias desastrosas para la clase obrera, la aplicación de programas de austeridad, la división causada por los paros parciales que rompen la unidad de la base que llama a la huelga general, que da unidad, y una vez rota se presenta la pérdida de conciencia, e imponen una mayor productividad: «A la patronal no le importa dar mil pesos de aumento, en vez de los novecientos que inicialmente ofrecía. Lo que le importa es que «la oferta de aumento está condicionada a cláusulas de productividad…, mejor organización y rendimiento del trabajo.»

Y el Subsecretario de Trabajo declarará: «Aquí no hay vencedores ni vencidos»; pero las consecuencias del acuerdo entre la dirección sindical y la patronal nos vienen plasmadas en datos concretos que son los que hablan de los vencedores y vencidos, Rodolfo Walsh los expone: «… número de obreros ocupados en la industria metalúrgica al celebrar el acuerdo: 309.000. Un año después: 296.000. Tres años después: 252.000.» Son datos oficiales, y como nos dice el escritor: «no aparecen en la diferencia los trabajadores nuevos incorporados ni la reducción en las horas trabajadas,… (ni) la miseria de centenares de miles de hombres.» Las cifras eliminan las dudas. Encontramos que la productividad en diez años ha aumentado el 50%, y que en las elecciones sindicales, lo expone fábrica por fábrica, el número de obreros que votan ha bajado dramáticamente a consecuencia de los acuerdos de la dirección sindical. Y, para aclarar las dudas, recoge la evolución del número de afiliados antes de los acuerdos, pactos sociales, y después: el resultado es una caída estrepitosa del movimiento obrero organizado. Aún así y todo, el movimiento obrero adopta nuevas formas y supera los obstáculos de la mafia sindical que se enriquece junto al aparato patronal que dirige el Estado.

Un obrero -Telmo Díaz- grita en una reunión a la dirección sindical: «si hubiera traído una valija de cinturones, los vendo todos, a ustedes se les han caído los pantalones.» Los datos que se refieren a «la participación de los asalariados en el ingreso nacional» muestran el drama al que los firmantes de las contrarreformas han condenado más y más profundamente a la clase obrera. A esos añade la pérdida de derechos que poco a poco, sistemáticamente, ha ido sufriendo: de reunión y huelga, junto con la subida de los años de trabajo para jubilarse. Y a eso suma la degradación de la seguridad social, que se ha visto sistemáticamente agredida, abandonada, esquilmada, vaciada.

Envuelto todo en esta guerra de clases, los sectores sindicales más combativos se ven intervenidos, y las cifras de afiliación sindical hacen reír al gobierno de Ongania y la camarilla sindical-patronal: sobre un total de 9.000.000 (nueve millones) de trabajadores, había 6.000.000 (seis millones) de afiliados en 1953 y en 1966 quedan 1.900.000 (un millón novecientos mil). «Yo no soy partidario del movimiento clasista», declarará Vandor, el secretario general del sindicato, por eso el ladrón y sus secuaces hablan de llegar a un acuerdo «permanente», con los empresarios y el ejército, para la «decidida participación en el desarrollo.» Rodolfo Walsh continua: «La comunidad capitalista no aparece cuestionada, la lucha de clases no aparece reconocida, la «paz social» debe mantenerse, se quiere ser «factor de poder» y no tomar el poder. … el desprecio por la ideología de la clase obrera es una promesa segura de traiciones, y… las traiciones no se consuman porque sí, sino en pago de algo.»

En el capítulo «26. Conclusión» se recoge la experiencia histórica sindical y política en Argentina de los años 60 del siglo XX. Rodolfo Walsh comienza por decir que en otro tiempo confió en la aplicación de la justicia. Pero ante el caso Rosendo, fruto de la experiencia anterior y del desarrollo de sus investigaciones, llegó a la conclusión de que era absurdo confiar en ella, y aun más, a no va a hacerse justicia porque «El sistema no castiga a sus hombres: los premia. No encarcela a sus verdugos: los mantiene. … No se trata, por supuesto, de que el sistema, el gobierno, la justicia sean impotentes para esclarecer este triple homicidio. Es que son cómplices de este triple homicidio, es que son encubridores de los asesinos…, el caso Rosendo García es, en efecto, una «anécdota», pero una anécdota que desnuda la esencia del vandorismo: ningún otro factor aislado ha contribuido tanto a quebrar la resistencia del movimiento obrero y entregarlo atado de pies y manos al gobierno de los monopolios. La traición de un líder es más difícil de superar que la oposición de un enemigo abierto.»

La novela de Rodolfo Walsh no es un dolor sin fin, es una experiencia mostrada con tanta claridad que los traidores que habitan dentro de la clase obrera quedan expuestos a la vista de todos por su propia trayectoria, palabras, silencios, y sobre todo por sus actos, con el daño que han causado y causan a los trabajadores.Una novela, sí, de la clase obrera, una novela que rompe en mil pedazos la novela que vende la burguesía; por eso es diferente, por eso nos da otro punto de vista sobre el mundo.

En su haber Rodolfo Walsh tiene el mérito de ser uno de los actores principales de la creación enLa Habanadela Agenciade Prensa Latina. En Argentina creóla AgenciaClandestinade Noticias y otra agencia peculiar, Comunicación Informativa, una distribuidora de noticias que se apoyaba en los mismos lectores para que fuesen difundidas, con la siguiente frase por estandarte: «Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance; a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copia a sus amigos; nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad.»

Rodolfo Walsh fue y es autor principal en la novela policial, y creador de lo que se denominó «Nuevo Periodismo», mucho antes y con implicaciones más universales que Capote, al considerar todo el mapa social y político campo de trabajo. Fue constructor de obras de teatro y libros de relatos. De alguno de estos se sostiene que es el mejor cuento de Latinoamérica; me refiero a «Esa mujer». Sus novelas «Operación masacre» y «¿Quién mató a Rosendo?» son obras fundamentales de la literatura política, sindical, social, y policial.

Fuente: http://www.cronicapopular.es/?p=6351