Gobernar dentro de un régimen democrático sería mucho más fácil si no hubiera que ganar constantemente elecciones. Georges Clemenceau Superado, dicen, el neoliberalismo y su moral imperial de combate, ahora nos toca, según los periódicos y sus prescindibles articulistas varios, volver al barón Keynes. Busco los libros olvidados por aquello de refrescar la memoria […]
más fácil si no hubiera que ganar constantemente elecciones.
Superado, dicen, el neoliberalismo y su moral imperial de combate, ahora nos toca, según los periódicos y sus prescindibles articulistas varios, volver al barón Keynes. Busco los libros olvidados por aquello de refrescar la memoria -están llenos de polvo y algunas notas, pocas- y encuentro textos de alta calidad científica y literaria que invitan a reflexionar sobre teoría macroeconómica, demanda interna, mercados externos inestables, precios, inversión -de riego calculado- en bolsa (Keynes se arruinó y se enriqueció varias veces con la especulación) y un mundo que era, en sustancia y valores, diferente del nuestro. Un mundo en el cual los procesos políticos, sociales y económicos eran todavía controlables, los enemigos del liberalismo visibles y las soluciones -dentro del desorden de la cultura de la explotación- posibles. Ese era el mundo de Keynes y sus inteligentes amigos de Bloomsbury. Un espacio vital reconocible, identificable, concebido, en parte, a la medida del sol regulador del trabajo. Una época en la que Gran Bretaña, inmensa potencia colonial, era una nación soberana y no el submarino amarillo de EE.UU. en Europa. El paradigma, debido a la conocida aceleración de los años ochenta, ha cambiado. El trabajo, entendido como motor central y único de la actividad mercantil, ha desaparecido de la línea de flotación del mercado y la especulación financiera, que ahora pretenden controlar (ordenar) los mismos que la han impulsado durante más de dos décadas, se ha adueñado de la esfera pública y privada, de la esfera global de los intercambios. Volver a Keynes y reactivar la demanda interna. El presidente RZ, una vez conseguida la silla francesa en la cumbre de refundación del capitalismo contemporáneo -siempre nos quedará París- quiere, entre otras estrambóticas medidas cortoplacistas, facilitar dinero (préstamos, se entiende) a los endeudados ayuntamientos para que desde el poder local se cree empleo estable o inestable, el que sea. RZ, asesorado por algún genio del urbanismo posmoderno, cree que combatirá el aumento exponencial del paro (llegaremos en 2009 a cifras terribles que recuerdan otras épocas) con rotondas, jardines y parques. Sobre controlar el suelo público e intervenir empresas privadas, sobre cambiar el modelo económico que se ha declarado insolvente, sobre nacionalizar en beneficio de la colectividad e implantar una fiscalidad progresiva (aunque sea sólo socialdemócrata), ni se pronuncia.
Se vuelve a Keynes -a largo plazo todos estaremos muertos, decía- y por extensión a Galbraith, el elegante y efímero embajador en la India de la administración Kennedy. Se retoman, a falta de otro entretenimiento, a los teóricos del liberalismo amable, «de rostro humano» (expresión que sólo puede decir Sarkozy desde sus discretas alzas, sin que se le caiga la cara de vergüenza), aquellos que respetaban -era bueno para las fábricas- el pacto capital-trabajo en detrimento de los monetaristas (llegaron después en bloque y arrasaron) de Chicago. RZ, que anda siempre con un pie aquí y otro allí, por eso de no hundirse demasiado en el fango cotidiano -sospecho que no le interesa demasiado-, pretende reactivar la economía capitalista nacional sin cambiar sus cimientos, sin alterar los grandes intereses contables. Parques y jardines, rotondas, conflictos, cada cierto tiempo, con la Iglesia (católica), la memoria histórica y Garzón, y un flamante Ministerio del Deporte. Y que siga la fiesta. De los parados que aumentan, mientras quede dinero para cubrir las prestaciones, hablaremos otro día que ahora se acerca la Navidad con sus buenos deseos y rebajas.
Según parece, la política económica debe ser, para los sucesivos gobiernos españoles, un activo fijo y sagrado, un dogma. Recuerdo las medidas de Suárez y Fuentes Quintana, el efímero Calvo Sotelo, González y Solchaga y Boyer y Solbes, Aznar y Rato, RZ y Solbes de nuevo. Todo casi igual: una única política económica y fiscal verdadera. Cualquiera diría que estos moderados reformistas del PSOE son fundamentalistas (integristas) del libre mercado. Keynes, viajando por el mundo, se casó con Lydia Lopokova, famosa bailarina rusa. RZ, que pasó de León (capital) a la destrozada dirección del PSOE y de ahí, al gobierno de la nación, parece encantado con los planes de reactivación económica de Barack Obama (como si los conociera) y con la posibilidad de relanzar, desde la plataforma mundial de EE.UU., el papel internacional de España. Obama, otro que -con la maquinaria storytelling funcionando noche y día- tampoco se sabe muy bien por qué senderos camina, busca soluciones sin romper el molde. Zapatero y Obama, nueva pareja de baile económico. RZ, entre vuelta y vuelta, paso y paso, mira de reojo al escamado ministro Solbes por ver si se le ocurre alguna genialidad que le proporcione oxígeno. Al menos para bailar, Keynes tuvo mejor gusto.