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¿Hay condiciones hoy en España para que se produzca un "golpe de estado"?

¿Ruido de sables en los cuarteles o bulla mediática teledirigida?

Fuentes: Canarias-semanal.org

El pasado 6 de febrero, en un Club con cierto tufillo franquista denominado «Gran Peña», tuvo lugar un «encuentro» en el que se dieron cita un número de militares retirados, así como otros personajes de los ámbitos institucionales del Estado. Desde que ello sucediera ha transcurrido nada menos que un mes. Solo ayer, 28 de […]

El pasado 6 de febrero, en un Club con cierto tufillo franquista denominado «Gran Peña», tuvo lugar un «encuentro» en el que se dieron cita un número de militares retirados, así como otros personajes de los ámbitos institucionales del Estado. Desde que ello sucediera ha transcurrido nada menos que un mes. Solo ayer, 28 de febrero, el periódico El País reportó lo que allí había acaecido. ¿Por qué se silenció el evento durante casi treinta días? ¿Responde la gravedad de lo sucedido a lo relatado por la prensa o se trata tan solo de una «bomba mediática» destinada a apaciguar el enconado clima social reinante? Con los datos que conocemos, la respuesta a estas preguntas serán siempre conjeturas.

Lo cierto es que, según parece, la reunión no tuvo carácter clandestino. Fue anunciada públicamente y las invitaciones fueron cursadas de manera oficial. Aunque no se puede decir que el acto estuviera «a rebosar», quienes acudieron a la cita podían sobrepasar el centenar de personas. La alcurnia jerárquica de los asistentes no fue, en cualquier caso, nada despreciable. Entre ellos se encontraban personalidades tan ilustres y bien instaladas en puestos clave de las instituciones del sistema como el presidente de la Sala de lo Militar del Supremo, Ángel Calderón, el rector de la Universidad Rey Juan Carlos, Pedro González-Trevijano, o el magistrado y director de la Revista Jurídica Militar, José Antonio Fernández Rodera, que actuó como moderador.

Según el periódico «El País», el título del debate –«Fuerzas Armadas y ordenamiento constitucional»– no permitía prever el giro que acabó tomando el acto. No obstante, teniendo en cuenta el pensamiento ideológico de la mayoría de los convocados, diríase que el tema se prestaba justamente a que las cosas se desarrollaran tal y como terminaron desarrollándose. La ponencia militar corrió a cargo del General Juan Antonio Chicharro, un ex comandante general de la Infantería de Marina. El oficial inició su alegato pidiendo excusas al auditorio pues, según dijo, en «circunstancias normales» no habría aceptado la invitación para intervenir en el debate. Sin embargo, fue la «ofensiva separatista-secesionista» emprendida por los catalanes -según confesó- la que puso en marcha los motores patrióticos del general. El militar transmitió a su auditorio que en los ejércitos existe «un sentimiento generalizado de preocupación, temor, incertidumbre y confusión». Y recordó a su reducido auditorio que la Constitución española pone en manos de «los ejércitos» la misión de defender la integridad territorial del Estado español.

Por si quedara alguna duda acerca de a lo que se estaba refiriendo, el general Chicharro precisó aún más en qué consistía su pensamiento en relación a cuál debe ser el papel del Ejercito en la vida política . La aclaración del militar no hizo sino rememorar la doctrina intervencionista de los espadones españoles a lo largo de los últimos siglos. «La patria es anterior y más importante que la democracia -aseguró sin ambages el oficial con aspiraciones a centurión-. «El patriotismo es un sentimiento y la Constitución no es más que una ley». Pero el general Chicharro quiso ir aún más lejos, por si en la sala se encontraba alguien al que le fallaran las entendederas, e hizo una prospectiva dirigida hacia un hipotético futuro, ya que -manifestó- «una cosa es la normativa y otra la praxis». Preguntó a sus oyentes, como si del oráculo de Delfos se tratara, acerca de qué pensaban que sucedería si el PP perdiera la mayoría absoluta en las próximas elecciones y los nacionalistas le exigieran, a cambio de su apoyo, la reforma del artículo 2 de la Constitución, que consagra la unidad indisoluble de la Nación española. «¿Qué hacen entonces las Fuerzas Armadas?»– se preguntó críptico el militar. Ante tamaña disyuntiva la respuesta debía estar clara. Y aunque no llegó a mentarla, la salida era evidente: ejecutar un Golpe de Estado que impidiera la fragmentación de la España Una, Grande y Libre. Ni que decir tiene que el microscópico pero influyente auditorio prorrumpió en una larga y sonora salva de aplausos que cerró tan brillante como patriótico parlamento.

Apenas 48 horas después de que el periódico «El País» hubiera dado a conocer la presunta transcripción de la intervención del General Juan Antonio Chicharro, este dirigió una carta a la redacción del mismo periódico en la que hace constar que «en ningún caso salió de mi boca la justificación de una intervención militar autónoma ante la secesión. Todo lo contrario. Allí deje bien claro la subordinación de las FAS al Gobierno que es a quien le corresponde por mandato constitucional la defensa del Estado».

Las primeras adhesiones

Sea como fuere, a la presunta arenga centuriona del general Chicharro no le han faltado fulminantes adhesiones y solidaridades. Sin ir más lejos, ayer mismo el presidente de la Asociación de Militares Españoles (AME), el coronel retirado Leopoldo Muñoz, afirmó que la asociación militar que preside suscribe «de la A a la Z» las palabras del general Chicharro. El coronel-presidente se atrevió a sacar a José Calvo Sotelo de su tumba para robarle una famosa frase al político monárquico y ultraderechista y ponerla en su propia boca: «Antes una España roja que una España rota». El presidente de la AME afirmó que «España no desaparece porque tenga un régimen político u otro». Leopoldo Muñoz agregó que «para el Ejército lo importante es la unidad y la integridad, independientemente del régimen que exista, que es el que se da el pueblo». «A España se la defiende aunque sea comunista…»- terminó resumiendo castrensemente el coronel en lo que pretendía ser, faltaría más, tan solo una parábola.

«Bombas mediáticas» contra la movilización social

En una España de «filtraciones» y de micrófonos ocultos no deja de resultar extraño que fuera necesario que pasaran casi treinta días para que el evento y lo que en él se dijo fuera finalmente conocido. «Retrasos» de este tipo nos traen a la memoria cómo en este país las «bombas mediáticas» se han manejado siempre con temporizador. Se trata de un viejísimo procedimiento que utilizaron con extraordinaria habilidad los artificieros de la denominada «transición democrática» a finales de la década de los setenta. Durante aquellos agitados años, desde los laboratorios combinados del poder y de las salas de redacción de las grandes empresas periodísticas se manejaba la explosión de estas «bombas». Cuando la temperatura de la calle crecía se activaban estos letales artefactos mediáticos. «Ruido de sables en las salas de bandera de los cuarteles», «El almirante Pita da Veiga declaró que el Ejército no está dispuesto a…», «Las Fuerzas Armadas no tolerarán la división de España», etc., etc. Titulares periodísticos como éstos sirvieron para dar forma a la «transición» que nos condujo al sistema político actualmente existente. Era evidente que aquellos aireados anuncios de «golpes de Estado» eran una incongruencia, porque el Ejército de aquellos días -y el de ahora- no solo formaba parte del Poder, sino que era -y continúa siendo- una parte esencial del mismo.

¿Se dan actualmente condiciones para un golpe de estado?

Hoy por hoy, resulta impensable en España un escenario en el que un grupo de aguerridos centuriones pretendiera dar «un golpe de Estado». Los factores que no permiten que actualmente se reproduzcan esas circunstancias son múltiples. Pero quizás el principal de todos ellos es que, pese a la profunda crisis que afecta a las instituciones del Estado español, éstas no tienen enfrente a ningún contrapoder organizado que amenace su existencia. La Historia, sin embargo, no es estática. En circunstancias dadas su pulso se acelera y la taquicardia se apodera de todo el cuerpo social. Es justo en ese instante cuando se produce una colosal y decisiva confrontación de las clases sociales en contienda, con resultados siempre difícilmente previsibles.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.