“Ahí, esas casas que se ven ahí abajo, eso es Arabia Saudita”, nos dice un compañero apuntando al extenso valle que nace bajo las montañas del memorial a los caídos en la primera guerra de Saada. El norte de Yemen recuerda al norte de Chile. Árido, rocoso, con imponentes montañas e interminables horizontes de tierra dura. Casas de piedra y barro. Rodando por Amran o Saada podríamos haber estado en algún camino precordillerano de Atacama o Antofagasta.
Si Hodeidah nos había mostrado la fiereza militar con su mítica defensa del puerto, y Sana’a encarnaba el poder político conquistado, de Saada emanaba la firmeza ideológica de este pueblo decidido a darlo todo por su libertad y la de Palestina. En Saada había nacido y resistido el movimiento Ansar Allah, y desde allí se había extendido al resto del país.
Tras 4 horas de viaje llegamos directamente a la Universidad, a un encuentro con autoridades políticas, académicas y estudiantes en general. La emoción de nuestros anfitriones, como nos explicaron, se debía a que habían pasado años de la última visita internacional a la zona. Sin conexión a internet por motivos de seguridad y aislada por la geografía y la guerra, no eran comunes dos extranjeros en febrero de 2025 en la capital de la Revolución Popular yemení.
La región más pobre del país más pobre. Históricamente olvidada, históricamente castigada. Sometida a bombardeos durante más de 20 años. Primero de parte del régimen proimperialista que gobernaba el país en la primera década de este siglo, luego de parte de sus millonarios vecinos saudíes y la enorme coalición mercenaria con participación de 17 países de la región, luego los Estados Unidos de NorteAmérica y, últimamente, la Entidad Sionista. Ninguno pudo someter a los habitantes de estas tierras.
La importancia de Saada -para entender los términos Houthi, Ansar Allah, Yemen– tiene su antecedente en los años 80 del siglo XX, cuando el sabio religioso musulmán zaidita Badreddin Al Houthi polemizó desde lo teórico, religioso y académico, contra la corriente wahabita del islam. Justo al otro lado de la frontera, en Arabia Saudita, el wahabismo promovía (y promueve) una práctica conservadora, reaccionaria y punitiva de la religión. El takfirismo, corriente practicada por Al Qaeda y Estado Islámico, nacida de y protegida por el wahabismo, considera infiel a todo musulmán que no siga esta práctica, justificando la guerra santa contra todo el que se oponga (excepto contra la Entidad Sionista).
En los años 90 el hijo mayor del sabio, Sayeed Hussein Badreddin Al Houthi, formó un movimiento político religioso, Ansar Allah (los partidarios de Dios). A través de éste, multiplicó el mensaje ya transmitido por su padre de una vida basada en la religión, el amor, la justicia y la cooperación. A las lecturas públicas se sumaron obras sociales y espacios de convivencia comunitaria. En lo teórico, agregó el antisionismo y el antiimperialismo como piedras angulares del proyecto político.
Identificó al Enclave Colonial Sionista como principal enemigo de la humanidad, y la liberación de Palestina como primer deber de todo el pueblo árabe y el mundo musulmán. Avisó ya desde la primera invasión a Irak en 1991, que el imperio avanzaría sobre Asia Occidental (llamado Medio Oriente). Postuló que sería a través de invasiones militares oficiales y también utilizando paramilitares religiosos.
Los (auto)atentados en las embajadas de EEUU en Kenia y Tanzania de 1998 y al USS Cole en Yemen el 2000, todos reivindicados por Al Qaeda, fueron correctamente interpretados por la joven organización como un preludio de lo que se venía. “Muerte a Israel” y “Muerte a Estados Unidos” empezaron a escucharse en las mezquitas y verse en los rayados de las calles cuando el nuevo siglo despuntaba.
El derribo de las Torres Gemelas y la invasión de Afganistán en 2001 y la invasión de Irak en 2003, tuvieron su correlato en la orden directa dada el mismo año al presidente lacayo de Yemen: eliminar a “ese grupo que anda gritando por nuestra muerte en el norte del país”.
Así iniciaron las llamadas Guerras de Saada, seis guerras entre 2004 y 2009 lanzadas por el gobierno contra un movimiento inicialmente pacífico, de corte más bien social religioso. Seis guerras que sólo sirvieron para fortalecer política y militarmente a Ansar Allah, que terminó controlando de facto toda la región norte del país, y para desgastar al gobierno lacayo que terminaría por caer un par de años después.
Pese a ser un movimiento pacífico, en Yemen tener un fusil es tan normal como tener un reloj, por lo que la supuesta operación militar que duraría un par de semanas terminó durando un año y necesitando de la ayuda de Arabia Saudita y EEUU para asesinar al líder Hussein Al Houthi y disfrutar de una victoria pírrica. La primera guerra de Saada marcaría el derrotero general de los años siguientes.
Apuntando una gran roca en el cerro aledaño, el gobernador nos cuenta de la cueva de los heridos, donde estuvo durante las últimas semanas del asedio a la cueva donde (apuntando ahora a una roca más pequeña, unos 500 metros arriba de la primera) el líder Hussein resistió el bombardeo directo, el incendio, la inundación y el asesinato de toda su familia antes de rendirse, ser asesinado igualmente (apunta unos 200 metros sobre la roca) y su cuerpo secuestrado por el régimen hasta ser rescatado diez años después por el pueblo.
El hermano del líder e hijo menor del sabio, Sayeed Abdul Malik Badreddin Al Houthi, luego de emprender una forzosa retirada (ordenada por su hermano) al final de la primera guerra, reagrupó a los combatientes y desarrolló la técnica. Así a la fortaleza ideológica-religiosa y la legitimidad social, el movimiento sumó la capacidad militar que fue perfeccionando en cada guerra que le planteó el gobierno. Para el final de las guerras, en 2010, Ansar Allah ya era un movimiento con capacidad de administración y defensa de un extenso territorio, y gozaba de creciente simpatía en el resto del país.
Si bien la Primavera Árabe de 2011 echó abajo al viejo régimen, su lugar lo ocupó rápidamente Al Islah, franquicia local de los Hermanos Musulmanes, agrupación nacida en Egipto y asociada a la derecha política en el mundo islámico. Ansar Allah decidió, luego de apoyar y participar de la revuelta destituyente, no confrontar a Al Islah inicialmente y dar el beneficio de la duda al nuevo gobierno, esperando que resolviera los problemas urgentes que reclamaba la población: corrupción, inseguridad, salarios bajos y precios altos.
La corrupción siguió y las viejas prácticas políticas también, hasta que un día de septiembre de 2014 y luego de un nuevo anuncio del gobierno de aumento en las tarifas de los servicios básicos, el líder Abdul Malik convocó al pueblo a salir a las calles y hacer, ahora si, la revolución continuamente defraudada durante todo el intento restaurador del nuevo régimen. Y la gente salió. Y Ansar Allah avanzó desde su bastión del norte hasta tomar la capital, Sana’a.
El mismo bus que vemos calcinado en un altar del mausoleo a cielo abierto, transportaba ese 9 de agosto de 2018 a los 36 niños que hoy ocupan las tumbas aledañas. Atrás, una maqueta del F-16 justo después de lanzar la bomba y los cuerpos repartidos por la calle y los edificios. Al lado, una gigantografía con la foto de cada niño y de los 7 adultos que los acompañaban, y la leyenda “no los olvidaremos”. El conductor del bus, sobreviviente, nos cuenta cómo se había bajado a comprar unas cosas en el almacén para seguir el paseo escolar planificado, cuando de pronto escuchó el estruendo. Jamás pensó caminando al lugar, que el objetivo habían sido los niños. Estaba en paz, pero las pesadillas aún lo despertaban en la noche.
Desde 2015 y hasta 2022, estas fueron las perlas que dejó la guerra de agresión impuesta por el gobierno derrocado y exiliado. Con tropas sudanesas, pilotos saudíes, logística británica, inteligencia y bombas gringas, y mucho dinero emiratí, saudí y, en menor medida, qatarí. No existen por cierto, casos documentados de ataques a civiles de parte de las fuerzas de Ansar Allah. Pero tampoco es que la guerra paró porque la ONU condenó el ataque y los saudíes pidieron perdón y dejaron de bombardear. Los pueblos que deciden no rendirse ante la violencia opresora (nacional o extranjera) sólo tienen una opción: la victoria militar.
Fue así como, a partir del cuarto año de guerra, los combatientes de las Fuerzas Armadas de Yemen bajo el liderazgo de Abdul Malik Al Houthi y el gobierno de Ansar Allah, iniciaron una contraofensiva bombardeando refinerías de petróleo en Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos. Al igual que los gringos en días recientes, al ver las pérdidas económicas y la imposibilidad de neutralizar la voluntad y capacidad militar, y viéndose directamente atacados sin capacidad suficiente para defenderse, las petromonarquías establecieron un alto al fuego unilateral, que el gobierno de Ansar Allah respetó.
Pese a que desde hace ya once años gobiernan al 75% de los 35 millones de yemeníes a través de un parlamento plural y un consejo de gobierno compuesto por políticos oficialistas y de oposición en la misma proporción; pese a que han asumido todas las funciones de administración del Estado; pese a que la migración sucede desde las zonas controladas por el enemigo hacia las zonas controladas por la Revolución; pese a que el gobierno títere exiliado en Arabia Saudita ni siquiera controla las zonas fuera del control de Ansar Allah ya que son controladas por Emiratos Árabes Unidos.
Pese a todo lo anterior, el relato hegemónico es que en Yemen no existe gobierno. Que lo que hay son unos locos en sandalias que se llaman houthies y lanzan cohetes. Los más informados dirán que los houthies forman un movimiento llamado Ansar Allah y este movimiento (denominado terrorista por EEUU) es el que bombardea el Mar Rojo. No se dice “Gobierno Yemení”, sino “Rebeldes Houthies” o “Grupo Ansarolá” de Yemen. Es como decir “los rebeldes chavistas de Venezuela” para validar a Guaidó o “los rebeldes jinpinistas de China” para validar a Taiwán.
Imposible no hacer el alcance de que esta absurda situación impuesta por las petromonarquías es acatada en vergonzante silencio por el Sur Global en su conjunto. Desde Cuba y Venezuela hasta China y Vietnam, ninguno reconoce al gobierno legítimo de Ansar Allah en Yemen, manteniendo su reconocimiento al gobierno títere en el exilio, culpable por cierto de horrorosos crímenes de guerra.
En la inmensa mayoría del mundo árabe y del mundo musulmán, la cuestión palestina es un tema central y muy sensible. No es culpa de los pueblos que inundan las calles exigiendo acciones a sus gobiernos, que los monarcas y dictadores que nadie eligió en Marruecos, Arabia Saudita, Jordania, Emiratos Árabes, Qatar, Bahrein, Sudán, Egipto o Siria permitan y normalicen el genocidio en Gaza y la ocupación colonial de toda Palestina.
Por primera vez en mucho tiempo los árabes y musulmanes de a pie no fueron decepcionados por sus gobernantes, quienes llevaron el discurso de defensa de Palestina esgrimido con desgano y sin convicción por todos los liderazgos regionales durante años, a la práctica. Es un hecho indesmentible que la popularidad de Ansar Allah al interior de Yemen, ya de por si mayoritaria, creció arrolladoramente cuando decidió (pese al desacuerdo y advertencia de su único aliado político, Irán) confrontar militarmente el genocidio sionista.
Han pasado tres meses de nuestro viaje, tres meses en los cuales casi todos los lugares que visitamos han sido bombardeados, algunas personas que conocimos han sido asesinadas. Tres meses durante los cuales la primera potencia militar del mundo realizó una ofensiva “durísima” como dijo el mismo Donald Trump, intentando destruir hangares de misiles y drones, asesinar al liderazgo y aterrorizar a la población civil. Luego de perder decenas de drones de última generación, tres aviones F-16 y quedar inutilizado un portaaviones, asumieron el fracaso en los tres objetivos, dejaron de matar civiles y pidieron un alto al fuego a través de Omán, que el gobierno yemení de Ansar Allah respetó, aclarando que la guerra contra la Ocupación en Palestina no era parte del acuerdo.
El momento ha llegado. Hace unos días finalmente la Entidad Sionista bombardeó directamente Yemen. Todos sus aliados la han abandonado en la cuestión yemení. Arabia Saudita y Emiratos Árabes, Inglaterra y EEUU. Nadie se atreve a volver a interponerse en el camino entre Yemen y sus deberes morales y religiosos. La Entidad deberá pelear su guerra por si misma, y no contra civiles desarmados e infancias, como hace en Gaza y Cisjordania, sino contra las Fuerzas Armadas de la República de Yemen y su pueblo irreductible. Con decisión inquebrantable en la defensa de Palestina, Yemen libre, querido e independiente vencerá, el sionismo oscurantista y colonial será derrotado, y la luz encendida en Saada alumbrará el camino a Jerusalén liberada.
Roberto Bermúdez Pellegrin, presidente Fundación Raúl Pellegrin. Pablo Sepúlveda Allende, presidente Fundación Latinoamericana Dr. Salvador Allende. Médicos chilenos internacionalistas
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