Traducido por Manuel Talens
En 1982, Folman era un soldado de infantería israelí en el frente de batalla de la guerra del Líbano. En 2006, veinticuatro años después, Folman descubre con sorpresa que no recuerda absolutamente nada de aquella guerra ni de las masacres en Sabra y Chatila. La película está planteada como un viaje hacia el pasado.
El documental avanza mediante una cadena de entrevistas y conversaciones animadas entre Folman y sus compañeros militares, psicólogos y Ron Ben Yishai, el legendario reportero de la televisión israelí, que fue de los primeros en informar sobre las masacres de Sabra y Chatila. El escenario tiene como objetivo la construcción de un discurso coherente del pasado personal a partir de los recuerdos dispersos de otros.
La película es muy sensible y conmovedora. Hasta cierto punto, se trata de un valiente intento individual de enfrentarse con el devastador pasado colectivo israelí y, en particular, con las masacres de Sabra y Chatila. Sin embargo, se nos recuerda en ella que las matanzas en los campos de refugiados palestinos, incluso si las organizó el ejército israelí, fueron llevadas a cabo por los falangistas cristianos libaneses.
Esto puede explicar por qué a los israelíes les ha entusiasmado la película. Por un lado, no fueron ellos quienes ejecutaron la matanza. Por el otro, el hecho de que les guste el filme los retrata como grandes humanistas. Supuestamente se enfrentan así con su oscuro pasado.
Cuando se conoció la noticia de la masacre en los medios israelíes, el primer ministro Menachen Begin respondió cínicamente a sus críticos que «los árabes matan árabes y los judíos se echan la culpa entre sí». Begin se las arregló para dar proféticamente en el clavo. Cualquiera diría que los israelíes pueden enfrentarse fácilmente con una película crítica sobre las masacres de Sabra y Chatila precisamente porque se trató de «árabes matando árabes». Sin embargo, no apreciaron nada la película Jenin, Jenin, de Mohamed Bakri, que cuenta la historia de la masacre de Jenin, un criminal ataque cometido por soldados del ejército de Israel. Está claro que los israelíes no quieren recibir lecciones de un árabe sobre sus actos criminales.
In Waltz With Bashir, Folman parte a la búsqueda de su pasado perdido. En primer lugar va a ver a un amigo psicólogo, quien lo consuela de manera muy perspicaz: «La memoria», le dice, «puede ser muy creativa. Si lo necesita, se inventa un pasado.»
Esto puede ayudarnos a comprender a Folman y las «reflexiones» de sus compañeros. Como era de esperar, en la película el soldado israelí es una víctima. Forma parte de una gran máquina de guerra, «obedece órdenes». Es incapaz de detener la matanza, sólo puede informar a sus superiores. Otra posibilidad que se le ofrece es «disparar y llorar» en retrospectiva o, como le sucede a Folman, reaccionar con amnesia o represión.
La película de dibujos animados -de espléndida realización- nos permite asumir que cada recuerdo recuperado o discurso anterior verbalizado puede ser un constructo. Sin embargo, la última escena, con secuencias filmadas reales, nos lleva a los devastados campos de refugiados y a los lamentos palestinos. Está ahí para decirnos: «Señoras y señores, lo que sigue no es un recuerdo personal. Estas secuencias no son una deconstrucción animada. Es una masacre REAL que tuvo lugar delante de nuestras narices.»
Exactamente en aquel tiempo yo era un soldado del ejército de Israel. Aunque no tuve nada que ver con la infantería, algunas de las escenas de la película me resultaron familiares. Mientras la veía, a veces se me saltaron las lágrimas. Aquella guerra cambió mi vida de la misma manera que cambió las vidas de muchos israelíes, palestinos y libaneses. Aquella guerra desencadenó un viaje personal que terminó por llevarme lejos de Israel, con la decisión de no regresar nunca más. Sé muy bien que no soy el único israelí que reaccionó de esta manera. Sin embargo, dejé Israel con la clara determinación de no formar parte del conflicto. Quería escapar, empezar una nueva vida en paz, olvidar, ser inocente por primera vez. Está claro que fracasé. Por diversas razones que están lejos de mi control, hoy en día estoy mucho más implicado con todo lo relativo al discurso palestino de lo que lo hubiera estado nunca en Israel.
Pero sobrecogido por la calidad y la transparencia de la película, he de puntualizar algunas cosas. Parece ser que son los israelíes y los ex israelíes quienes están criticando de manera más cruda y elocuente a Israel, al sionismo y la identidad judía. Ya se trate de Shlomo Sand, Israel Shahak, Ari Folman, Gideon Levi, Ilan Pappe, Oren Ben Dor, Eyal Sivan, Uri Avnery, Amira Hess, Avrum Burg, Daniel Barenboim, yo mismo u otros, todos consideramos el conflicto israelí como nuestro propio conflicto y nos sentimos directamente responsables de él.
Puede que no nos pongamos de acuerdo entre nosotros en muchas cosas, pero coincidimos en una: este desastre en Palestina es asunto nuestro. Contrariamente a los muy esporádicos judíos occidentales que una vez al mes se manifiestan gritando al unísono, «NO EN MI NOMBRE», sabemos que, por desgracia, todo esto se hace en nuestro nombre. Estamos avergonzados, nos sentimos responsables e insistimos en hacer lo que está a nuestro alcance para que cambie. Asumo que es bastante hacer lo posible para que nuestra voz sea relevante y diáfana.
La película ha tenido un éxito extraordinario en Israel. A los israelíes les encanta llorar colectivamente y lamentar que los falangistas cristianos mataran en su nombre. Dicen que salen del cine diciendo, «estas cosas sólo pasan aquí, en este país maravilloso nuestro, donde podemos enfrentarnos sin cortapisas con nuestro pasado».
Fui a ver el estreno londinense de Waltz With Bashir en el London Jewish Festival, que está patrocinado por el gobierno de Israel y por una larga lista de feroces organizaciones sionistas de derechas. Cabe preguntarse por qué los institutos sionistas apoyan una crítica tan dura contra Israel. Se me ocurre una posible respuesta: Israel adora presentarse a sí mismo como una sociedad abierta y liberal. Si estoy en lo cierto, se trata de una decisión muy inteligente, siniestra y calculada, pues no sólo presenta al israelí como un humanista, sino que se las arregla para infiltrar furibundos institutos sionistas en el interior del discurso de solidaridad con Palestina.
Además, mientras Israel se las arregle para generar alguna forma de desaprobación de sí mismo, a los auténticos enemigos de Israel les quedará poco espacio crítico de maniobra. Por mucho que despreciamos a Israel y a las instituciones sionistas, más nos valdría aprender a admitir su sofisticación.
Tras la proyección en el festival, David Polonsky, el director artístico de la película, respondió a una breve serie de preguntas. Yo le hice una muy sencilla:
-Si los israelíes encuentran tan difícil recordar lo que les sucedió hace sólo 26 años, ¿cómo es posible que cada uno de ellos recuerde exactamente lo que sucedió en Europa entre 1942 y 1944?
Lo sorprendente fue que a pesar de que estábamos entre judíos y mi pregunta era bastante provocadora, ninguno de los presentes en la sala manifestó el menor enojo. Asumo que los judíos, cuando están entre ellos, hacen muchas preguntas que nunca harían en un debate público abierto. Sin embargo, Polonsky no pudo darme una respuesta, lo cual es más que comprensible.
Dicho lo cual, la película sugiere dos posibles respuestas, ambas ofrecidas por el amigo psicólogo de Folman. La memoria es una construcción, tiene poco que ver con la realidad, dice el psicólogo. Todo hace suponer que tanto las instituciones como los individuos israelíes y judíos son muy productivos a la hora de construir y manufacturar una memoria personal y colectiva del sufrimiento judío. Por el contrario, el sufrimiento infligido a otros por los judíos está bastante reprimido en la cultura contemporánea israelí y judía.
Más adelante en la película, el mismo psicólogo sugiere que la amnesia de Folman puede haber sido el resultado de su implicación personal con el Holocausto. «Estuviste implicado con la masacre mucho tiempo antes de que sucediese, a través la memoria que tus padres conservaban de Auschwitz». Hasta cierto punto, esta introspección resuelve la búsqueda de Folman. Su represión se inició mucho antes de Sabra y Chatila.
De nuevo, aprendemos que el estrés pos-traumático judío es en realidad un trastorno de estrés pre–traumático. El modo de pensar judío e israelí es una preparación institucional a una tragedia que aún no ha sucedido.
En un artículo anterior que se ocupaba del síndrome de estrés pre-traumático, definí dicho estado mental como sigue:
«En el síndrome de estrés pre-traumático el estrés es el resultado de un acontecimiento fantasmático, de un episodio imaginario situado en el futuro. En resumen, de un acontecimiento que nunca se produjo. A diferencia del síndrome de estrés pos-traumático, en el que el estrés es la reacción directa a un acontecimiento que pudo haber sucedido en el pasado (o a veces no), en el síndrome de estrés pre-traumático estrés es, evidentemente, la manifestación de un acontecimiento potencial imaginario. En el caso pre-traumático una ilusión reemplaza a la realidad y la fantasía del terror se enfoca sobre una supuesta realidad peligrosa. Llevado al extremo, incluso un proyecto de guerra total contra el resto del mundo es una reacción que no se puede descartar por completo.»
Si el amigo psicólogo de Folman está en lo correcto, entonces la amnesia de Folman no es otra cosa que un síndrome de estrés pre-traumático. La amnesia de Folman, que le impide recordar los acontecimientos de la guerra, se explica como una represión debida a un recuerdo remoto anterior del Holocausto. Se trata de la catarsis judía suprema, de la reactivación de la (futura) tragedia a la luz de un acontecimiento pasado. El trauma está establecido de antemano.
Si el psicólogo tuviese razón, esto puede explicar por qué a los israelíes y al público judío que asistió al London Jewish Festival les encantó la película. El síndrome de estrés pre-traumático es la esencia de la existencia judía, cuya manera de estar en el mundo consiste en el intercambio entre tragedias pasadas y futuras. La vida adquiere sentido siempre que tengamos miedo y estemos constantemente preparados para un nuevo desastre, que será el reflejo del desastre anterior.
La pregunta que debe plantearse todo pacifista es, «¿qué posibilidad le deja a la paz una identidad tan autodestructora? O, dicho de otro modo, «¿es posible hacer las paces con un individuo obsesionado por su futura destrucción?».
No me queda más remedio que repetir aquí el viejo chiste del telegrama judío:
EMPIEZA A PREOCUPARTE, DETALLES DESPUÉS
Fuente: http://palestinethinktank.com/2008/11/15/gilad-atzmon-sabra-shatila-and-collective-amnesia/
Gilad Atzmon es músico, escritor y activista. Nacido y criado en Israel, se considera a sí mismo como un palestino de lengua hebrea y desde el exilio londinense lucha con su arte a favor de la liberación del pueblo palestino.
El escritor y traductor Manuel Talens es miembro de los colectivos de Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala.