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La misma dinámica inestable

Sabra y Shatila 1982, ¿Irán 2012?

Fuentes: Counterpunch

Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.

El estallido antiestadounidense que está barriendo gran parte del mundo árabe fue encendido por una película soez que insulta al profeta Mohammed, pero la indignación subyacente está alimentada por décadas de resentimiento hacia EE.UU. y su aliado Israel.

Nada alimentó más esa ira que la masacre de al menos 800 refugiados palestinos en Beirut el 16 de septiembre de 1982 en los campamentos de Sabra y Shatila.

Un artículo de opinión del New York Times del 16 de septiembre que detalla la complicidad de EE.UU. con esa masacre es una lectura obligada para cualquiera que trate de entender la dinámica entre los líderes israelíes y estadounidenses. Son extrañamente relevantes las demandas virulentas actuales del Primer Ministro israelí Netanyahu pidiendo a los EE.UU. que apoyen un ataque militar a las instalaciones nucleares de Irán.

Los archivos israelíes recientemente desclasificados analizados por Seth Anziska, un estudiante de doctorado de la Universidad de Columbia, revelan las duras discusiones entre los líderes estadounidenses e israelíes hace treinta años, cuando los funcionarios estadounidenses fueron intimidados y acallados sin poder hacer nada para prevenir la masacre de los palestinos, hombres, mujeres ancianos y niños asesinados, violados y desmembrados. La masacre continuó entre el 16 y el 18 de septiembre mientras las tropas israelíes rodeaban los campamentos y sus bengalas iluminaban las calles estrechas y los interiores de las destartaladas casas.

Los asesinatos se llevaron a cabo por las fanáticas milicias derechistas falangistas cristianas, aliadas con los israelíes, que habían invadido el Líbano en junio de 1982. El objetivo de Israel era la erradicación de la OLP, que había creado un estado dentro del estado en el Líbano, y para garantizar el gobierno de sus aliados cristianos en el país.

Finalmente, el presidente Reagan envió a Beirut varios centenares de marines de EE.UU. para ayudar a establecer un alto el fuego y supervisar la evacuación de miles de combatientes palestinos a otros países árabes.

Pero después de que el aliado de Israel Bashir Gemayel fue asesinado los israelíes rompieron la tregua y ocuparon el oeste de Beirut, donde miles de civiles palestinos seguían viviendo.

Los líderes israelíes afirmaron que la presencia del ejército israelí era necesaria porque todavía había miles de «terroristas palestinos» en el oeste de Beirut. Sin embargo, los funcionarios estadounidenses habían ayudado a coordinar la retirada de miles de combatientes palestinos un mes antes. Ellos sabían que la afirmación israelí era falsa y temían una masacre si se permitía a la Falange entrar en los campamentos palestinos. Muchos dirigentes israelíes tenían los mismos temores.

El 17 de septiembre 1982 el enviado estadounidense Moris Envoy y el embajador Samuel Lewis se reunieron con el general Ariel Sharon y otros funcionarios israelíes para intentar forzar una retirada israelí de Beirut occidental. Según Anziska:

«La transcripción de la reunión del 17 de septiembre revela que los estadounidenses estaban intimidados por la insistencia falsa de Sharon, quien aducía que ‘hacía falta una limpieza de terroristas’. También demuestra que el rechazo de Israel a abandonar las zonas bajo su control y los retrasos en la coordinación con el Ejército Nacional libanés, que los estadounidenses querían intervenir, prolongaron la masacre.

Draper abrió la reunión pidiendo al ejército israelí que se retirase de inmediato. Sharon explotó: ‘Yo sencillamente no entiendo, ¿qué está buscando? ¿Quiere que los terroristas permanezcan? ¿Tiene miedo de que alguien vaya a pensar que ustedes estaban en colusión con nosotros? Niéguelo. Nosotros lo negamos…’

Draper, impasible, siguió empujando en busca de signos definitivos de una retirada. Sharon, que sabía que las fuerzas de la Falange ya habían entrado en los campamentos, cínicamente le dijo: ‘No sucederá nada. Tal vez serán eliminados algunos terroristas más. Eso nos beneficiará a todos nosotros’.

Continuando con su expectativa de recibir alguna señal de una retirada israelí, Draper advirtió de que los críticos dirían: ‘Por supuesto el ejército israelí se quedará en el oeste de Beirut y así permitirá que los libaneses vayan a matar a los palestinos en los campamentos’

Sharon respondió: ‘Entonces, vamos a matarlos. No van a quedar ahí. Usted no los va a salvar. Usted no va a salvar a estos grupos del terrorismo internacional…’

Sharon explotó otra vez: ‘Cuando se trata de nuestra seguridad nunca hemos preguntado. Nunca vamos a pedir. Cuando se trata de la existencia y la seguridad, es nuestra propia responsabilidad y nunca dejaremos que nadie decida por nosotros’.

Al permitir que el argumento de Sharon tomase validez, Draper dio cobertura a Israel para que los combatientes de la Falange permanecieran en los campamentos».

Una vez que se conoció la magnitud de la masacre, funcionarios de Estados Unidos desde el presidente Reagan hacia abajo expresaron su indignación, pero Anziska escribe:

«La expresión tardía de conmoción y consternación desmiente los esfuerzos diplomáticos estadounidenses durante la masacre. La transcripción de la reunión de Draper con los israelíes demuestra que Estados Unidos fue involuntariamente cómplice de la tragedia de Sabra y Shatila.

La masacre de Sabra y Shatila socavó severamente la influencia de Estados Unidos en el Oriente Medio y se desplomó su autoridad moral. Tras la masacre, los Estados Unidos se vieron obligados a redistribuir a los marines, que terminaron sin una misión clara en medio de una brutal guerra civil.

El 23 de octubre de 1983, los cuarteles de los marines en Beirut fueron bombardeados y murieron 241 infantes de marina. El ataque dio lugar a una guerra abierta con las fuerzas apoyadas por Siria, y poco después a la rápida retirada de los infantes de marina a sus barcos. Como me dijo Lewis, Estados Unidos abandonó el Líbano ‘con el rabo entre las piernas’.

Los documentos de archivo revelan la magnitud de un engaño que socavó los esfuerzos estadounidenses para evitar el derramamiento de sangre. Trabajando con el conocimiento parcial de la realidad sobre el terreno, los Estados Unidos débilmente cedieron a falsos argumentos y tácticas dilatorias que permitieron que ocurriera la masacre.

La lección de la tragedia de Sabra y Shatila es clara. A veces los aliados cercanos actúan contra los intereses y valores de Estados Unidos. El hecho de no poder ejercer el poder estadounidense para defender los intereses y los valores puede tener consecuencias desastrosas: para nuestros aliados, para nuestra posición moral y lo más importante, para las personas inocentes, que pagan el precio más alto de todos».

En lo que el análisis de Seth Anziska falla es en examinar el grado en que los funcionarios estadounidenses activos en ese momento no solo se enfrentaban a furiosos líderes israelíes, sino también, al mismo tiempo, al poderoso lobby pro israelí en Washington. Bien harían el AIPAC y sus aliados publicando las escenas que se movían detrás de las cámaras donde se exigía dejar las manos libres a Israel.

Esas mismas dinámicas de inestabilidad juegan hoy, 30 años después, cuando los intimidados funcionarios estadounidenses se enfrentan a un fanfarrón Primer Ministro de Israel que exige que Estados Unidos se alíe con él para atacar a Irán.

Barry M. Lando, graduado de Harvard y de la Universidad de Columbia, trabajó durante 25 años como productor e investigador en el programa de la CBS 60 Minutes. Su último libro es Web of Deceit: The History of Western Complicity in Iraq, from Churchill to Kennedy to George W. Bush . Actualmente está terminando una novela, The Watchman’s File» , relativa al secreto mejor guardado de Israel (que no es la bomba). Se puede contactar con él en su blog .

Fuente original: http://www.counterpunch.org/2012/09/17/sabra-shatila-1982-iran-2012/