«El flamenco es la expresión del dolor de un pueblo«. (Salvador Távora) Ha muerto Salvador Távora. Flamencólogo, dramaturgo, autor teatral, actor y director, renovador del teatro independiente andaluz, y una de las personas más comprometidas con su tierra, ha muerto en Sevilla, su ciudad natal, a los 88 años de edad. Fue el creador del […]
«El flamenco es la expresión del dolor de un pueblo«. (Salvador Távora)
Ha muerto Salvador Távora. Flamencólogo, dramaturgo, autor teatral, actor y director, renovador del teatro independiente andaluz, y una de las personas más comprometidas con su tierra, ha muerto en Sevilla, su ciudad natal, a los 88 años de edad. Fue el creador del grupo teatral «La Cuadra», emblema de la renovación del teatro andaluz, serio y comprometido con sus orígenes. Con dicha compañía recorrería el mundo en varias ocasiones, mostrando la perfecta amalgama del arte y de la filosofía del Flamenco. Porque para Salvador Távora, lo flamenco integra no solo el cante, el baile y la guitarra, sino también nuestro imaginario cultural asociado, nuestro modo de entender la vida y la muerte. De ahí que Távora se definiera a sí mismo como «un andaluz trágico«. Salvador Távora quiso huir siempre de la falsa imagen del flamenco de pandereta, de la manida estampa sentimentaloide, del cante folletinesco, del simplón tópico festero, para llegar y exponer al público la verdadera naturaleza del flamenco como una identidad y expresión cultural de un pueblo.
Salvador Távora nació en el sevillano barrio del Cerro del Águila en 1930, y a los 14 años ya trabajaba como soldador en Hytasa, mientras simultaneaba estudios por la noche. Más tarde probó suerte en el arte de Cúchares, debutando como «Gitanillo de Sevilla» en el año 1951, y durante la década de los 60 participó ya como cantaor formando parte de los grupos «Gitanillos de Bronce» o «Los Tarantos». A finales de dicha década contacta con el crítico teatral José Monleón a través del Teatro Estudio Lebrijano, y con esta compañía participó en el Festival Mundial de Teatro de Nancy (Francia), como cantaor dentro del espectáculo «Oratorio». Fruto de este entendimiento surgiría su compañía teatral «La Cuadra», tomando el nombre del local sevillano que dirigía Paco Lira, y que destacaba por las reuniones de los intelectuales de la izquierda clandestina de la época.
Después de «Quejío», obra pionera de la que hablaremos a continuación, vinieron entre otras «Los palos» (1975), «Herramientas» (1977), «Andalucía Amarga» (1979), «Nana de espinas» (1982), «Piel de toro» (1985), «Las bacantes» (1987), «Alhucema» (1988), «Crónica de una muerte anunciada» (1990) o «Don Juan en los ruedos» (2001). Pero entre los 26 espectáculos que ha dirigido desde «Quejío», destaca su versión de «Carmen. Ópera andaluza de cornetas y tambores» (1996), una visión muy especial de la famosa cigarrera sevillana como una gitana pobre y con conciencia de clase obrera. Otras obras suyas de menor alcance fueron «Picasso andaluz o la muerte del minotauro» (1992), «Pasionaria, ¡No pasarán!» (1993), o «Identidades» (1995). Salvador Távora siempre hizo gala de una integridad y una sinceridad muy destacables, así como de una concepción del nuevo teatro flamenco muy «sui géneris»: incluía animales, máquinas y simples decorados, así como la música flamenca y de la Semana Santa, que eran elementos comunes en la ética y la estética de su dramaturgia.
«Quejío» aparece en 1972, su primera obra, que supuso una verdadera conmoción teatral a nivel mundial, teniendo que sortear varias veces la censura de la época. Nunca se había retratado el Flamenco así en los escenarios, de forma tan conectada con la vida de las clases populares andaluzas. Porque «Quejío», al igual que las siguientes obras que la siguieron, intentaba mostrar al público la esencia misma del Flamenco, asociado al devenir, a los sufrimientos cotidianos, a las penas y alegrías de las clases populares andaluzas. El Flamenco visto desde un punto de vista trágico, que era para Távora la misma esencia del universal arte gitano-andaluz. Porque Távora supo retratar como nadie en los escenarios la cruda realidad de los jornaleros andaluces, bajo una nueva expresión teatral donde no existían los diálogos, los guiones, únicamente el espectáculo, la escena, la estampa. Se llegaron a representar hasta 471 funciones de la obra, por los más prestigiosos escenarios del mundo. El propio Távora hacía una descripción de su trabajo en los siguientes términos: «Mi teatro es fruto de mi experiencia vital que no tiene nada de literaria ni burguesa: del flamenco, de mi trabajo de obrero, del toreo, de la vida del barrio, de las asambleas de izquierda durante la dictadura…ese era mi mundo y cuando empecé lo hice a partir de esas raíces y por eso nunca he coincidido con eso que llaman teatro de creación«.
En efecto, el estilo teatral de Távora era sencillo y directo, pero se clavaba como un dardo en el corazón de quien lo presenciaba. Távora fue una persona inquieta, creadora, autodidacta, y por encima de todo, un hombre comprometido con su tierra, con sus orígenes humildes y con su cultura. Su valentía profesional quedó demostrada por el hecho de que mediante su obra, Andalucía quedó situada durante los últimos años del franquismo en el mapa del teatro mundial, colocando al teatro flamenco en primera línea de la vanguardia internacional. Gran cantidad de premios y honores así lo avalan: entre otros, Medalla de Oro de las Bellas Artes (1985), Premio Andalucía de Teatro (1990), Medalla de Plata de Andalucía (1991), Andaluz del Año (1993), Hijo Predilecto de Sevilla (1997), Creu de Sant Jordi (1997), Premio de la Asociación de Directores de Escena de España (2015), o Premio Max de Honor de la SGAE (2017).
Salvador Távora dedicó toda su vida a dignificar la cultura andaluza, pues absolutamente comprometido con ella, reivindicaba la esencia de nuestra cultura popular, y la inmensa envergadura de la misma. Cante y Teatro Flamenco se daban la mano bajo la batuta de Távora. Margot Molina ha dicho de él que «Távora es sinónimo de honradez, valentía y compromiso social dentro y fuera del escenario«. Colaboró con sus hijas Concha y Pilar Távora en la serie «Cavilaciones» (1995), quizá la mejor serie documental sobre el Arte Flamenco jamás filmada. En el año 2007, La Cuadra de Sevilla construyó en su barrio sevillano un teatro que lleva su nombre. Sus últimos trabajos fueron «Don Juan en los ruedos» (2000), «Yerma Mater» (2005), «Rafael Alberti, un compromiso con el pueblo» (2010), y «Memoria de un caballo andaluz» (2012). En 2017, Quejío volvió a los escenarios, cuando se cumplían 45 años de su estreno. Para él: «El Teatro tiene que ser cultura, la cultura tiene que ser desafío, el desafío tiene que ser libertad«. Salvador Távora nos ha dejado, luchaba contra el cáncer desde hacía varios años, pero su verbo sabio y pausado, sus formas cantaoras, su singular concepción del universo flamenco, y el amor que ponía en mostrar todo ello, nos acompañarán para siempre. Una calle de Sevilla lleva su nombre. ¡Hasta siempre, maestro!
Blog del autor: http://rafaelsilva.over-blog.
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