Dicen que llegan a 4.500 los palestinos muertos por el fascismo imperialista judío, en esta última etapa en la que es claro que pretenden aniquilar a todo un pueblo. Como suele suceder, las víctimas inocentes (¿hay alguna que no lo es?) duelen como un pellizco en el alma. Desde la compañera desesperada que se inmola […]
Dicen que llegan a 4.500 los palestinos muertos por el fascismo imperialista judío, en esta última etapa en la que es claro que pretenden aniquilar a todo un pueblo.
Como suele suceder, las víctimas inocentes (¿hay alguna que no lo es?) duelen como un pellizco en el alma. Desde la compañera desesperada que se inmola llena de odio y venganza más que justificada, al miliciano que intenta responder organizadamente a la barbarie, a los jóvenes que tiran piedras contra un ejercito nazi que dispara sin mirar, a las mujeres que caen bajo el cemento de sus casas destruidas.
Todos son los nuestros. Como lo era Sara, que fue disparada hasta la muerte por un valiente soldado judío. Sara cayó junto a sus dos libros, y mientras jóvenes de su pueblo corrían hacia ella para llevar su pequeño cuerpo a algo parecido a una morgue, sentimos que habíamos muerto un poco.
Sara cayó con los ojos abiertos, y no había forma de cerrárselos, es seguro que querían ser la mirada de los millones de perso nas que se empeñan en mirar para otro lado, es seguro que querían ser la mirada de los dirigentes palestinos que viven muy perdidos en sus pujas internas, mientras Sara los taladra con sus ojos para siempre.