Para José Saramago la muerte no era una desconocida. Casi puedo imaginarlo frente a la página en blanco, jugueteando desafiante con el fantasma de la innombrable mientras redactaba alguna de sus novelas en las que ella también se convertía en símbolo, casi en protagonista. «La muerte debería ser un gesto simple de retirada, como cuando […]
Para José Saramago la muerte no era una desconocida. Casi puedo imaginarlo frente a la página en blanco, jugueteando desafiante con el fantasma de la innombrable mientras redactaba alguna de sus novelas en las que ella también se convertía en símbolo, casi en protagonista.
«La muerte debería ser un gesto simple de retirada, como cuando sale del escenario un figurante, no ha llegado a decir la palabra final, no era cosa suya, sólo salió, dejó de ser necesario», dice uno de los pasajes de la novela El año de la muerte de Ricardo Reiss. Pero, ni siquiera al conocer la comprensión del escritor sobre el inminente destino de nuestra especie, que nos hace morir «cuando ya no logramos seguir soportando la violenta luz de la vida», la noticia de su partida de este mundo logra ser más llevadera. ¿Acaso no existen ciertos seres que merecen ser inmortales?
Este viernes 18 de junio la literatura se vestía de luto. El único premio Nobel de las letras en Portugal había tenido su encuentro final con la parca a los 87 años de edad, de una manera apacible, acompañado por su familia en su residencia de Lanzarote, isla canaria a la cual se había trasladado de manera definitiva hace varios años.
Tamaña pérdida no podía pasar desapercibida y desde todas partes del planeta, casi de manera instantánea, comenzaron a aparecer las notas de condolencia, las crónicas y comentarios de los amigos cercanos, las valoraciones y reseñas sobre su obra.
El gobierno portugués declaró dos días de luto nacional y rindió los más altos honores al hombre que llevó a las letras lusas al Olimpo de la literatura. Gobiernos, personas de la política, hombres y mujeres de la cultura, ciudadanos y ciudadanas «comunes», levantaron sus voces para recordar al creador de historias trascendentales y aleccionadoras como Memorial del Convento, Ensayo sobre la Ceguera o El evangelio según Jesucristo.
Además del gran novelista, con una obra plagada de metáforas que permiten comprender la sociedad contemporánea, Saramago fue periodista, poeta, editor y sobre todo, militante comunista, una postura ideológica inclaudicable. Cuando en 1998 la Academia Sueca decidió otorgarle su principal galardón resaltó la capacidad del autor de El hombre duplicado para «volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía».
«Escribo para desasosegar a mis lectores», había confesado a la prensa recientemente con motivo de la publicación de Caín. Este pensamiento «incómodo», «polémico», inquietador, es el que sale a flote en sus novelas, tomadas como estandartes por cientos de personas que acompañaron su cortejo fúnebre.
Incluso hasta el Mundial de Fútbol llegaron las muestras de afectación, pues la Federación del más universal de los deportes en Portugal solicitó a su regente Internacional (FIFA) una autorización para que sus jugadores portasen brazaletes negros durante el partido frente a Corea del Norte, el lunes 21. En el comunicado emitido por ese organismo deportivo, Saramago era calificado como un nombre que engrandecía al país, «una referencia cultural de peso».
Los asiduos a Otros cuadernos de Saramago, blog personal del escritor, deberán extrañar desde ahora sus impresiones sobre la política, los gobiernos o cualquier asunto cotidiano de la vida. Muchos de ellos se unieron a las redes sociales, como ocurre desde hace un tiempo, para hacerse eco del deceso del narrador. Apenas conocido el hecho se multiplicaron los mensajes recordando al Premio Nóbel tanto en Twitter como en Facebook, hasta convertirse en una gran familia de lectura, compartiendo libros, citas, frases contundentes, experiencias personales.
Por su parte, la fundación homónima llamó a los internautas a formar la comunidad Un Millón de Saramagos, como manera de no dejar atrás las ideas del creador y militante comunista. «Ser Saramago es bueno, ser Un millón de Saramagos es mejor», versa en la convocatoria suscrita por miles de personas de varias zonas del mundo.
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Las grandes industrias editoriales no han perdido oportunidad para sacar provecho de esta acentuada presencia mediática. Bertrand y Fnac, las principales cadenas de librerías en Portugal, vendieron respectivamente diez y 8,5 veces más obras de Saramago el fin de semana de su muerte, con respecto al promedio habitual. El viaje del elefante y Caín, sus volúmenes más recientes, fueron los más solicitados por los compradores entre los mil libros del escritor comprados en Bertrand. En la Fnac, las ventas aumentaron 846 por ciento. En Alemania, la publicación de El viaje del elefante, prevista para agosto, fue adelantada para esta semana, mientras en Francia los editores están trabajando contrarreloj en vistas de anticipar la salida de Caín.
Según se ha divulgado, el escritor tenía escritas algunas páginas de una novela dedicada a tratar el tema del tráfico de armas a través de la vida de un empleado de una fábrica de armamentos, lamentablemente inconclusa; pero Alfaguara, su editorial española, publicará próximamente José Saramago en sus palabras, un autorretrato intelectual y político del escritor a través de extractos de entrevistas y conferencias. Por su parte, el director portugués Miguel Mendes estrenará a finales de julio el documental José y Pilar (unión ibérica), producido por Pedro Almodóvar y Fernando Meirelles.
Para el hombre humilde que fue Saramago, el acto de escribir representaba también la forma de incidir en un cambio del mundo. Por eso me parecen tan certeras las palabras de la activista saharaui Aminetu Haidar, con quien el creador se solidarizó mientras ella mantenía una huelga de hambre en 2009 en Lanzarote para protestar porque las autoridades marroquíes no la dejaban llegar a su ciudad. La pérdida de Saramago se convierte en un evento universal que, de alguna manera, ha azotado el planeta, reflexionó Haidar. «José Saramago se ha ido y la Humanidad se ha quedado huérfana pero, sobre todo, nos hemos quedado huérfanos nosotros, los más débiles, los que luchamos día a día por sobrevivir, por llevarnos a la boca una migaja de libertad, por respirar aires de igualdad y respeto».
En unos días, lamentablemente, el nombre de Saramago irá ganando ausencia en los titulares mediáticos. La conmoción de su fallecimiento cederá paso a otros asuntos más puntuales, de inmediata solución. Sin embargo, el verdadero legado del escritor a este mundo permanecerá intacto en las páginas de sus libros, que ayudarán a los seres humanos de muchas generaciones en adelante a comprender mejor los desvaríos de su propio comportamiento y la necesidad de levantar el velo que mantiene ciega a la bondad humana.
Dejo entonces un mensaje aparecido en la red por estos días, en la firma de uno de esos lectores que encontraron en la obra de Saramago argumentos para encauzar sus propias interrogantes: «Nos quedamos sin respuestas majestuosas a preguntas existenciales de la vida… nos quedamos sin el pájaro que veía a través de los cuerpos que pueblan sus historias».