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¿Se ha perdido el rumbo?

Fuentes: Al-Quds al-Arabi

No está claro hacia dónde se dirige la región árabe, pues los primeros indicadores del retorno de la lucha suní-chií a la palestra se convierten en realidades palpables sobre el terreno de las luchas abiertas en Siria. La lucha saudí-iraní se convierte en un titular prácticamente diario en el que participan los países del Golfo […]

No está claro hacia dónde se dirige la región árabe, pues los primeros indicadores del retorno de la lucha suní-chií a la palestra se convierten en realidades palpables sobre el terreno de las luchas abiertas en Siria. La lucha saudí-iraní se convierte en un titular prácticamente diario en el que participan los países del Golfo e Iraq en distinta proporción, y a todos nos da fiebre ver que casi ha borrado los objetivos del estallido revolucionario que comenzó en Túnez y llegó a su cruento punto álgido en Siria. Es como si el Levante árabe perdiera su significado en mitad del arrollador caos que está a punto de comernos a todos, y que acaba con todas las nobles ideas que permitieron a las revoluciones árabes ofrecer una dosis de optimismo y esperanza a una zona que lo necesitaba en sobremanera.

Volvamos al principio, pues en mi opinión ese principio es la metáfora de un proyecto político y ético, que partió sin planificación previa ni liderazgo claro, para eliminar la pesadilla de la dictadura que se aferra a las gargantas de los pueblos árabes desde hace cinco décadas. Los dos objetivos que se marcaron las revoluciones árabes fueron muy sencillos y claros: libertad y dignidad para los ciudadanos y la patria. Pero el camino a dichos objetivos parece sinuoso y ha adoptado diversas formas: fue robado en algún sitio y contaminado de intervención exterior en otro, además de resultar ambiguo en muchos lugares y llegar a un punto de máximo peligro cuando los regímenes del petróleo y el gas intentaron dominarlo.

Así, el Antiguo Régimen árabe intenta convertir la revolución en una contrarrevolución, utilizando diversas fuerzas con el objetivo de borrar la idea de la libertad y la dignidad y sustituirla por un viejo discurso que abre la lucha en la región hacia el abismo de la polarización sectaria y confesional, hundiéndonos en nuestra propia sangre. Una lucha de la que nadie más que el Estado sionista saldrá vencedor, porque es el único que ha sido creado sobre una sólida base sectaria y racista, y todo discurso sectario que no vea esta tendencia supone una simple receta para el desplome y el impasse.
¿Quién es responsable de esta pérdida de rumbo?

Es fácil decir que los regímenes autoritarios son los responsables porque acabaron con las élites culturales y políticas y debilitaron la estructura social, pero tras más de dos años del estallido de las revoluciones, esta excusa ya no es suficiente. Es hora de que nuevas élites hayan aprendido algo y que se enfrenten por el liderazgo antes de que las riendas terminen de perderse.

Del mismo modo, culpar al mundo -a las fuerzas occidentales y a Rusia- no es más que un síntoma de ingenuidad, pues dichas fuerzas juegan en la zona en esta era neocolonial según sus intereses. Rusia aduce la defensa de las minorías y su enviado viene a Líbano a revivir la nostalgia decimonónica, mientras que EEUU sigue con su juego de esperar y desangrar a los iraníes, los rusos y quienes les rodean.

No hay duda de que gran parte de la culpa puede echarse sobre las fuerzas islámicas que han logrado un dominio parcial del poder en Egipto y Túnez y que han demostrado su inclinación hacia el diseño estadounidense de la zona por un lado, y su incapacidad de recuperar la iniciativa de manos de los centros petroleros del Golfo por otro. Pero la mayor amonestación debe caer sobre las fuerzas laicas, civiles y democráticas, que han sido incapaces de dibujar un horizonte político en la zona.

La cuestión recae en esa división cruel e irreal entre la dignidad del ciudadano y la dignidad de la nación en la que cayeron las élites liberales, tragándose la doctrina estadounidense de la posibilidad de separar la democracia de la lucha árabe-israelí, lo que facilitó que cayeran en el foso de la dependencia de los países petroleros, y que la lucha suní-chií pasara a ocupar un primer plano.

En vez de que las revoluciones árabes recuperaran la centralidad en el Levante árabe, actuando como su foco de la lucha y su norte, facilitaron, tanto el lado de los Hermanos como el de los liberales, la alianza con EEUU bajo condiciones estadounidenses; es decir, la condición de poner la lucha contra la ocupación israelí en el más bajo escalón de las prioridades, y con ello perdieron su capacidad de liderazgo y cayeron presos de la terrorífica polarización que amenaza a la zona con un desplome total. En contrapartida, la obcecación iraní apoyada por Hezbollah en su enfrentamiento con la revolución del pueblo sirio, y la locura de la represión que practica el régimen de la dictadura mafiosa de los servicios de inteligencia en Siria, se han fortalecido en esta dirección y el mundo árabe se ha convertido en parte de la obsesión con la capacidad nuclear iraní. Es decir que en vez de ser el proyecto nuclear iraní una carta de negociación árabe para tratar el peligro nuclear israelí, el único peligro nuclear en la región hasta nuevo aviso, el régimen árabe se ha convertido en un mero anexo estúpido del proyecto estadounidense. Y ello prueba de nuevo que los partidos religiosos, incluso aunque resistan a la ocupación, están destinados a volver a su estructura original que los lleva a convertirse en milicias sectarias y confesionales.

Hemos escuchado mucho al coro de los líderes diciendo que la lucha con la ocupación israelí ha empobrecido a la región, pero esta rendición no ha significado que el empobrecimiento se haya detenido, sino que ha aumentado su porcentaje de forma terrorífica, especialmente en Egipto. Ya no hay ningún parámetro para cómo se comportan los jeques petroleros con sus ingentes riquezas, mientras los árabes padecen el hambre y la dispersión regional.

Debemos construir un nuevo lenguaje contrario al tiempo de la dictadura, y esta es una misión urgente especialmente en Siria, pues el pueblo sirio que ha ofrecido a los árabes y al mundo un ejemplo único de resistencia ante el monstruo que no se sacia de la sangre de sus víctimas, merece un liderazgo racional que tome las riendas de la iniciativa y dibuje el horizonte de la revolución democrática lejos de este baile de disfraces que tiene lugar en las capitales árabes y extranjeras.

El régimen dictatorial sirio que orquestó una lucha sectaria en Líbano para aplastar a la resistencia palestina primero, y destruir el espíritu del patriotismo en segundo lugar, se encuentra hoy en medio de este discurso racista y sectario en su propio ambiente, sacando de él la fuerza moral para seguir su política de crimen y asesinato.

La cuestión en Siria hoy se esconde en la recuperación del significado, y la revolución siria con todos sus integrantes debe ser consciente de que perder la oportunidad de recuperar el norte es un error imperdonable.

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