Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
Toda la atención y la histeria que han generado los últimos acontecimientos de Gaza desde que Hamás «tomó el poder», para Israel no han tenido más que un pequeño eco en su inexorable viaje hacia su propia «solución» unilateral: el apartheid. El propósito final de Israel, explícito y sin ninguna preocupación por la reciente agitación sobre el terreno, está claro. Queda perfectamente detallado en el plan de convergencia de Olmert presentado en una sesión conjunta del Congreso de EEUU en mayo del 2006, basado en el plan de «cantonización» de Sharon que, con unos pequeños ajustes, es el mismo que está llevando a cabo discretamente la ministra de Asuntos Exteriores de Israel, Tzipi Livni, con la ayuda de Condoleezza Rice y que es aceptado íntegramente por Ehud Barak, el recién elegido líder del Partido Laborista, que jugó un papel fundamental en su elaboración. El plan israelí para el apartheid es como sigue:
(1) La creación de un «estado palestino fragmentado» formado por cuatro cantones desconectados, tres en Cisjordania y Gaza. Mediante la anexión de sus principales bloques de asentamientos enmarcados por el muro, Israel se expande así sobre un 85% del país, dejando a los palestinos confinados en empobrecidos enclaves en el restante 15% del territorio. En esa «solución de los dos estados» Israel controlaría las fronteras, los movimientos externos e internos palestinos, la zona del Gran Jerusalén, todos los recursos hídricos, el espacio aéreo, la esfera de las comunicaciones e incluso la política exterior del estado palestino. Semejante bantustán no tendría ni auténtica soberanía ni una economía viable, pero tendría que aceptar a todos los refugiados palestinos traumatizados y empobrecidos.
(2) Si esto fallase, sobre todo porque Israel no pueda hallar al líder palestino colaboracionista que firmara tal bantustán, el plan B -el plan Livni-Rice- establece la declaración unilateral, por EEUU, de un estado palestino «provisional» sin fronteras establecidas, sin una soberanía significativa ni una economía viable, estrujado entre el muro, la frontera «demográfica» oriental de Israel que incorpora bloques de asentamientos y el valle del Jordán, y la frontera más oriental de «seguridad» de Israel. Los palestinos quedarían así en el limbo de un estado «provisional» indefinidamente -o hasta que se conformaran con un bantustán-, todo ello conforme a los parámetros de la «Hoja de Ruta».
Sin tener en cuenta las «iniciativas de paz del momento» -la Hoja de Ruta, la iniciativa saudí, la cumbre de Sharm el Sheikh, el nombramiento de un enviado para Oriente Próximo-, todos esos planes tendrán que estar conformes con una de esas alternativas o estarán condenados a la irrelevancia.
Lo que sucede en Gaza, (expresivamente apodada «Hamastán» y los cantones palestinos de Cisjordania, ahora aislada, «Fatahlandia») es por tanto irrelevante para Israel, puesto que Gaza representa nada más que una parte minúscula del pequeño bantustán palestino (aproximadamente un 8%). Tanto si Gaza hubiera sido «pacificada» tras la desconexión israelí como Sharon había planeado, exportando mano de obra barata a Israel y quizás disfrutando de un crecimiento económico limitado, como si simplemente era aislada y empobrecida debido a las sanciones estadounidenses e israelíes tras la victoria electoral de Hamás, o si, como ha sucedido, estallara, nada entorpecerá el cuidadoso proceso de consolidación de la apropiación israelí de Cisjordania. Tarde o temprano, en el plan israelo-estadounidense, Gaza acabará en su sitio.
No sólo los palestinos son irrelevantes desde el punto de vista de Israel, sino que la «toma del poder» por Hamás es realmente un acontecimiento positivo, puesto que impulsa el proceso del apartheid. Una razón clave por la que los palestinos votaron a Hamás fue la opinión de que resistiría las presiones para aceptar un bantustán mejor que el debilitado y vacilante movimiento Fatah, el cual era visto como poco más que un policía israelí en los territorios ocupados. Israel, Estados Unidos y la cómplice Europa son vistos de este modo como que tratan de aislar precisamente a los que verdaderamente resisten a la ocupación mientras «fortalecen» a Abbas y a los «moderados» -«moderados» definidos como aquellos deseosos de pacificar a los palestinos sin asegurar su derecho fundamental a un estado propio viable y soberano-. El programa financiado por EEUU para armar a Fatah contra su propio pueblo, completado con el «préstamo» de un general estadounidense (Dayton), no hace más que confirmar estas sospechas, especialmente si hacen a Abbas dependiente de fuerzas externas para su supervivencia.
Israel y Estados Unidos están instaurando un microcosmo en Palestina como el que EEUU está creando por todo el mundo árabe, obligando a los palestinos a elegir entre dos opciones inaceptables: La perspectiva de un régimen de apartheid que pueda ser entregado totalmente a los «moderados» o la continuación de la resistencia a la ocupación y el apartheid bajo Hamás al precio del aislamiento internacional y un indeseado proceso de islamización. ¿Dónde están los verdaderos libertadores que pueden llevar a un estado palestino viable al tiempo que reconozcan -aunque combatan- a Israel? ¿Dónde los líderes progresistas que representan los deseos de una mayoría abrumadora del pueblo palestino? ¿Dónde los líderes «fuertes» que Bush afirma que faltan en el bando palestino? Muertos víctimas de 30 años de campaña israelí para eliminar a cualquier líder palestino eficaz, languideciendo en los campos de refugiados, en el exilio o en prisión. Si Marwan Bargouti y los prisioneros de todas las facciones que elaboraron el «Documento de los Prisioneros», el único plan de paz viable que tiene alguna posibilidad de éxito, estuvieran libres y se les permitiera dirigir a su pueblo, el conflicto palestino-israelí se podría resolver mañana.
Lo que está faltando, por supuesto, es buena fe. La voluntad entre los gobiernos de mantenerse firmes por los derechos palestinos y contra el apartheid israelí brilla por su ausencia. El periódico israelí Haaretz (21.06.07) advertía del cinismo subyacente en el reciente encuentro de Olmert y Bush. «Olmert alcanzó un entendimiento con… Bush durante su visita a Washington de que es necesario apoyar a Abbas», dijo una importante fuente política de Jerusalén. «La decisión de ayudar a Abbas se hizo pese al escepticismo sobre sus oportunidades de éxito a la vista de las experiencias anteriores. Olmert y Bush acordaron que no permitirán dar la impresión de que Abbas falle porque Israel o EEUU le fallen a él».
Israel no va a apuntalar a Abbas a menos que se convierta en el colaboracionista que Israel está buscando, que no lo será. Olmert ya ha anunciado que no habrá negociaciones sobre el estatus final en un futuro cercano. Así, ni la iniciativa saudí ni la cumbre de Sharm conducirán a verdaderas negociaciones. EEUU, con su moribunda Hoja de Ruta, no facilitará el establecimiento de un estado palestino viable y Europa no va a actuar independientemente para hacerlo, ni siquiera por su propio interés. Los palestinos, por su parte, están imposibilitados para lograr un estado viable por sí mismos y van a continuar siendo derrotados y culpados por su propio encarcelamiento y resistencia.
Nuestros gobiernos nos han fallado. A menos que nosotros, gentes de todo el mundo, podamos movilizar una red de oposición a la ocupación israelo-estadounidense-europea, un nuevo régimen de apartheid -en Tierra Santa nada menos- emergerá pronto ante nuestros ojos. Sólo cuando tengan a la gente enfrente quizá nuestros líderes contemplen la posibilidad de hacer lo correcto.
Original en inglés:
Jeff Halper es el coordinador del Comité Israelí Contra la Demolición de Casas (ICAHD) y candidato junto al activista palestino por la paz Ghassan Andoni al Premio Nobel de la Paz 2006. Puede contactarse con él en [email protected]
Israel Committee Against House Demolitions (ICAHD) PO Box Jerusalem, Israel www.icahd.org email: info@icahd
Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, el traductor y la fuente.