Enviado por Nadia Hasan y revisado por Caty R
Ramala, 18 de julio, 2006
La primera mañana en Jerusalén está llena de luz, pero vacía de la vida que normalmente bulle en las calles de la ciudad vieja. Hay huelga. Apenas algunos comerciantes con las puertas de sus negocios entreabiertas intentando, a pesar de todo, captar clientela. Difícil.
Desde el tejado de uno de los edificios nos sentimos en el centro del mundo.
El taxi que nos llevará hasta Ramala tiene matrícula amarilla, es decir, israelí. La carretera transcurre por un largo tramo de forma paralela al Muro, dejando casi sin respiración a quien nunca antes lo vio tan de cerca.
Al otro lado la gente palestina tendrá que esperar, quizá durante horas para pasar el puesto de control de Kalandya. Nosotros no. Y siento vergüenza. Bastará con cambiar de taxi, ahora amarillo, en algún punto del camino. Allí donde se marca el límite que no pueden sobrepasar quienes viven dentro de los Territorios Ocupados.
Esperamos en una cafetería y no tardan mucho en llegar las personas que vienen a recogernos. A partir de ahora somos princesas mimadas.
El Sr. Abbas Zaki, responsable de las relaciones Exteriores de la OLP nos recibe en su sencilla oficina. Además de él, sólo cuatro personas se encargan de este importante trabajo político. Ilam, Gazam, Malik y Faraj.
Carmen graba con su cámara sus declaraciones después de que él haya despedido al nuevo representante de la India.
Sus palabras llenan el silencio de la habitación. Israel lleva preparando su intervención desde hace al menos tres meses, antes de utilizar como excusa el apresamiento de los soldados. Es necesario convocar una reunión internacional para tratar este grave asunto que no se sabe cómo acabará. Hay que gritar ¡Basta de violencia! Gracias por el apoyo de España…
El discurso se interrumpe cuando en la televisión de su oficina, permanentemente encendida, se ven las imágenes de un nuevo asalto en Líbano.
Y de nuevo princesas. A partir de ahora y después de una comida con el equipo completo, Malik y Faraj nos explican en qué consiste su trabajo: 24 horas de servicio. El trato oficial hace rato que acabó y nos sentimos en su despacho como si hiciera mucho tiempo que nos conociéramos. De allí salimos pasadas las 12 de la noche. Somos España, no sólo Canarias, quien ha llegado este día para decirles que no están solos.
Sus experiencias personales de prisión, sufrimiento, torturas y, añado yo, valentía y entrega, son una muestra de lo vivido por este pueblo. Y la lucha continúa.
Toni ha pasado meses anunciando que en verano iría a Ramala. Antes de dormir recordamos nuestro abrazo al bajar del taxi amarillo. Soñaremos que las obras de reconstrucción de la Mukata que hemos visto al pasar, son el anuncio de mejores tiempos. ¡Inch Allah!
Belén, Sair, Hebrón y Abbla
19 de julio, 2006.
Nos preparan el desayuno el responsable de Asuntos Exteriores de la OLP y su guardaespaldas. Delicioso. Desde la ventana vemos cómo va creciendo la ciudad.
La distancia entre Ramala y Sair, el pueblo al que nos dirigimos, apenas llegaría a 25 kilómetros si aquí la vida fuera normal. Pero casi nada lo es, por mucho que la gente aquí se proponga olvidarlo. Ahora no podemos usar las carreteras buenas. Para la gente de Palestina son las otras, las de 65 km. para llegar al mismo destino; también son para los palestinos los puestos de control, los registros, las detenciones, permanecer de rodillas sobre las piedras con las manos atadas a la espalda, recibir el golpe de los soldados cuando intentan cambiar de postura… Vemos todo eso en un solo recorrido. No vivimos aquí. Es nuevo para nosotros, pero Palestina lo vive de forma permanente.
En Sair, una pequeña aldea entre Belén y Hebrón, pasaremos dos días. Ahorro comentarios acerca del modo en que somos recibidas y tratadas por la familia del Sr. Zaki. Prácticamente a nuestro servicio estará Basel, otro de sus colaboradores.
Las casas están llenas de niñas y niños que sonríen y se divierten con estas extrañas en las que ven otra forma de hablar, de vestir, de moverse y de gesticular.
No es ninguna exageración lo de la hospitalidad de la gente de esta tierra.
Además de la familia, por alguna puerta de la casa principal se mueve una sombra triste. Es Abbla. Se encarga de la cocina y de mantener la casa. Sólo habla árabe y no se deja ver ni en el salón del primer piso, ni en el del segundo, ni en el del tercero. Ni siquiera en el salón del cuarto, donde elegimos fruta de una enorme cesta mientras el ventanal nos incluye en el paisaje.
Belén está desierta. Somos las únicas personas aquí esta mañana, por eso las cámaras de la TV local se acercan hasta nosotras para pedirnos opinión sobre lo que sigue ocurriendo.
Desde la azotea de la sencilla casa de Basel, su hermano Bassam nos explica cómo ha perdido las tierras que quedan al otro lado de la autopista que atraviesa el valle y comunica las colonias sionistas que alcanzamos a ver.
Además de los coches particulares vemos pasar continuamente vehículos militares que vigilan y proporcionan seguridad, siempre el mismo argumento, a quienes llegan de quién sabe qué parte del mundo a la tierra que su dios les prometió. Las tierras de Bassam están al otro lado. No puede seguir cultivando las viñas. Las perdió sin recibir nada a cambio. En su pequeña aldea hay muchos «Bassam» sin tierras. Sobre ellas ahora hay viviendas para la gente que sigue llegando a la tierra robada.
Para llegar a Hebrón, apenas 8 km. Desde allí, hay que cruzar esa carretera. No siempre pueden hacerlo. Quien lo intenta se arriesga al arresto y a la prisión. O ni siquiera hace falta eso. Muchas de las 200 personas de su pueblo que ahora están en cárceles, no saben por qué les apagaron la poca libertad que les quedaba. Bassam enmudece cuando mira hacia el otro lado de la autopista.
Acompaño a Basel en su coche porque el Sr. Zaki le llama. El diplomático francés con quien está reunido saldrá enseguida y antes llevará a Abbla hasta el lugar donde toma el taxi colectivo.
Abbla sube al asiento trasero del coche. Me vuelvo para mirarla y le tiendo la mano. Mientras me da la suya me mira. No hacen falta palabras. Somos mujeres y sabemos que la magia de la comunicación existe sin decir nada. Nos unen las manos y las lágrimas. Basel me contará más tarde que Abbla tiene 8 hijos. El de 13 años ha perdido una pierna. Los soldados israelíes entraron al asalto en su casa, como muchas veces hacen en tantos lugares, para obligar a la familia a vivir en una sola habitación mientras ellos usan el lugar como puesto de vigilancia. El chico sintió tanto miedo que saltó por la ventana.
Sé que volveré a casa sin olvidar los ojos de Abbla.
Jenin Jenin
Es imposible contar en el poco tiempo disponible todo lo vivido durante estos días. Cada uno de ellos se llena de experiencias nuevas que merecen más palabras.
Llegan los encuentros con quienes, además de trabajo con el mismo objetivo, comparto un café, una charla, un abrazo. Todo lo que imaginábamos antes de llegar se cumple con creces.
Hoy hemos vuelto a Ramala desde Jenin. Allí nos esperaba Akram. Tú también lo conoces si has visto el documental «Jenin Jenin»[1]; es el chico que sale casi al final. Le viste llorar por lo ocurrido con su gente, con su pueblo, con sus amigos. Nos muestra cómo Jenin se recupera del gran desastre del año 2002 haciendo frente a los desastres cotidianos que no dejan de suceder. Los soldados son así: Llegan al centro donde se atiende a quien perdió un brazo, una pierna; donde las niñas y los niños víctimas de la guerra intentan superar la tragedia que marcará su vida para siempre, y no dejan nada. Sólo quedan los restos de un ordenador de los dieciséis que tenían y que les conectaba con el mundo que hay afuera. Dicen que buscan armas. Otras veces ni siquiera llegan a decir nada.
Ahora más que nunca, sabemos que sí se puede hacer algo por Palestina. Y te necesitamos. Este pueblo te necesita porque está perdiendo la esperanza de ser comprendido. Les queda la dignidad de enfrentarse a la arbitrariedad continua que dura décadas.
Hay lazos que nunca se rompen. Lo dice el trato y los gestos de quienes han compartido cárcel, interrogatorios y crueldad difícil de explicar.
Siguen defendiendo su tierra, su derecho a existir en ella, su derecho a resistir.
Toni encontró a su familia en Urmmus-Aiya. En cinco minutos la casa se llenó con la gran familia. También resisten. Prefiero que sea ella quien te lo cuente.
Los 78 km. que nos separan de Ramala nos llevan más de tres horas. Soportamos 3 puestos de control. En uno de ellos los soldados obligan a tres hombres a permanecer bajo el sol cerca de su puesto de guardia. Finalmente uno de los militares les indica que pueden marcharse. Cuando estos tres hombres llegan caminando hasta un poco más allá de donde está nuestro coche, otro de los muchachos con ametralladora y casco los llama. Con un solo gesto de su dedo vuelve a castigarlos bajo el sol. Será el mismo que me pregunte qué es ese papel que llevo en el bolso. Es un cartel que recogí en la oficina de Ala Jaradat, donde se trabaja por los presos políticos. En vez del cartel le muestro un mapa turístico del «Gran Israel». Pasamos.
Allí se quedan los tres hombres cuando por fin logramos pasar. Evitar el cuarto puesto de control nos supone tomar un camino de tierra. Tierra de la Palestina profunda.
Hace unas noches vi pasar una estrella fugaz. También he visto pasar aviones militares rumbo al norte.
NOTA:
[1] http://www.cinearabe.com/jenin
Nadia Hasan y Caty R. son miembros de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Este artículo es copyleft y se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora y la fuente.