Dígase pronto: la discriminación racial es un crimen de lesa humanidad. Entre los artículos donde he abordado el tema se hallan, aparecidos en mayo de 2010 en Cubarte, dos contra el racismo: «Lo ebúrneo democrático» y «José Martí y un haitiano extraordinario». Hacia finales de ese año escribí para Bohemia, donde se publicó entrado ya […]
Dígase pronto: la discriminación racial es un crimen de lesa humanidad. Entre los artículos donde he abordado el tema se hallan, aparecidos en mayo de 2010 en Cubarte, dos contra el racismo: «Lo ebúrneo democrático» y «José Martí y un haitiano extraordinario». Hacia finales de ese año escribí para Bohemia, donde se publicó entrado ya 2011, «No somos leños lanzados al agua». Aún no sabía, o no se me había fijado en la memoria activa, que la ONU proclamaría 2011 como Año Internacional de los Afrodescendientes. Las presentes notas suman ideas a las expresadas en aquellos textos.
En los tres, de modo explícito y con mayor despliegue en el tercero, sostuve que el calificativo que más le urge a la especie merecer es humanoascendente. Defendí esa idea, escrito ya «No somos leños…», en «Facciones finas para ser bonito», artículo de mi artesa (http://luistoledosande.wordpress.com). En Cubarte y otros medios se reprodujo con la «Coda» que le añadí al saber que, en La Habana, la autoproclamada Cofradía de la Negritud había rendido justo homenaje a cinco compatriotas negros también asesinados el 27 de noviembre de 1871, en la represalia que llevó al paredón a ocho estudiantes de Medicina, documentados como blancos. Históricamente estos han sido recordados, pero no aquellos otros seres humanos, linchados cuando estaba vigente en Cuba la esclavitud, mancha que la vanguardia independentista intentó erradicar desde 1868, y con fuerza institucional desde que al año siguiente se proclamó la República en Armas.
En aquella centuria persistía el racismo asociado a la esclavitud, con la cual se cromatizó la lucha de clases, que en otros lares se había dado entre personas de tez semejante. Pero sería injusto olvidar lo mucho sembrado contra el racismo al calor de la brega independentista, en la que brillaron, hermanados, mambises de todos los colores. Fue gran símbolo, y gran realidad, la integración étnica, política, ideológica y cultural, humana, encarnada en Carlos Manuel de Céspedes, Antonio Maceo, José Martí y Juan Gualberto Gómez, y en Máximo Gómez, para añadir solo un ejemplo más e incluir el componente internacionalista, que en la base se fraguaba con la mezcla de la cual surgieron la nacionalidad y la nación cubanas.
Con la connivencia de fuerzas reaccionarias nativas, que siguieron obstaculizando la liberación nacional, la intervención estadounidense truncó desde 1898 un camino llamado a dar mayores resultados en la unidad equitativa de las llamadas razas, cuya existencia Martí, quien veía subsuelo y raíces, negó conceptualmente en defensa de la identidad humana. ¿Será necesario repetir que, en ese camino, desde su triunfo en 1959 la Revolución condensó replanteos que merecían dar frutos de justicia a la altura de esa obra liberadora?
Si sería criminal resignarse a lo alcanzado, no menos lo sería esgrimir las insuficiencias como pretexto para dar por irrealizable la unidad necesaria entre cubanas y cubanos de todos los colores y orígenes. El crimen legitimaría actitudes cómplices del racismo y la segregación, aunque «solo» fuese a nivel mental. La unidad basada en el pleno respeto -no en subterfugios racistas de un signo u otro- a la diversidad y a las particularidades de cada quien, honrará nuestras más justicieras tradiciones. En ellas ganó un lugar el autor de El engaño de las razas, Fernando Ortiz, quien fundó y presidió la Institución Hispanocubana de Cultura, y acuñó tempranamente el concepto afrocubano, que él mismo superó al abogar por la integración cubana de blancos y negros, título de un discurso suyo de 1942.
¿Faltaban razones para que en Cuba la convocatoria a subrayar el carácter afrodescendiente de gran parte de su población no requiriese el mismo eco que en otras sociedades? Aquí se ha encarado la discriminación desde, y con, un proyecto enfilado a erradicar desigualdades, empezando por las de clases, y se estima lograda una unidad nacional básica. La realidad, terca, puede hacer que ciertas desigualdades sean como el marabú. Pero, no a pesar, sino por eso, es necesario seguir braceando, e ideando, para desterrar -con leyes y hechos, y con una labor educativa profunda y constante- los prejuicios raciales que aún nos corroan. Degradan, en primer lugar, al discriminador, y laceran y ofenden al discriminado.
Según los estudios científicos, la humanidad es afrodescendiente: se originó en África. Hará un par de años ocurrió en un sitio arqueológico español, Atapuerca, un hallazgo relevante. Sirvió para calzar la suposición -ignoro si persiste- de que allí estaban los fósiles humanos más antiguos de Europa y del mundo todo. Se ponía en duda que la humanidad hubiera «nacido» en África, y la euforia informativa permitía dudar si era solo un dato más o menos científico, o un pie para negar el origen africano de la especie.
Los hechos científicos no se ven en abstracto, sino desde perspectivas determinadas, que tienen mucho más peso si, en lugar de concernir a fenómenos físicos o químicos, atañen a la historia, a la cultura, a la existencia misma de la humanidad. Y hay perspectivas que ni muy científicas son. El lugar de origen del ser humano sería irrelevante en sí; pero, en lo de Atapuerca, especialmente para algunas mentalidades, ¿no estaría culebreando el afán de retacearle significación a un continente cuya pobreza está en la base del enriquecimiento de los imperios y las potencias que en el mundo han sido, por lo menos, de 1492 para acá?
En Cuba, pedazo de nuestra América, el componente español y el africano -fundamental también este último para España en su territorio- son básicos. Ensalzar o desconocer uno u otro genera desbalances cognoscitivos y axiológicos de implicaciones tremendas, racismo incluido. Según lo que sabemos, Martí no llamó a España «la madre patria», sino «madre filicida»; pero veneró a «nuestra madre América». Su visión vale también para las Antillas, aunque en ellas, a diferencia del territorio continental, la población originaria fue aniquilada en su gran mayoría. Por eso en la formación de los pueblos antillanos tuvieron peso principal, por un lado, la nación «filicida» y dominante que abrió el camino a la colonización de América; por el otro, el África, madre desangrada. La brutal trata, con la cual medraron mercaderes blancos y negros, le arrancó gran parte de los seres humanos utilizados para explotar los recursos americanos al servicio del capitalismo en expansión.
Que nuestra América se haya definido mestiza, aunque procesos de mestizaje no se han dado solo en ella, se basa, más que en contingencias físicas, en profundidades que atañen a cultura, idiosincrasia, pensamiento. Pero no está de más recordar los factores físicos, si no los magnificamos con criterios solapada o abiertamente racistas. Mal asumido, el genetismo puede llevarnos a Gobineau, padre putativo de la ideología fascista; pero la genética, como la sociología, es una ciencia, y como tal debe utilizarse, y entenderse.
No entremos en exactitudes estadísticas, pero estudios hechos en la Cuba de hoy confirman la permanencia de componentes aborígenes en grados que podían parecer inimaginables, y una investigación sobre el cáncer cérvico-uterino ha dado otros indicios relevantes. Para la aplicación de una vacuna, en desarrollo por profesionales del país, se requiere en la estructura genética de la receptora una característica (alelo) asociada al origen «blanco» y necesaria para dar el debido curso al componente infundido. Muchas de las mujeres objeto del estudio, y que -como siempre cabe decir en Cuba- pasan por blancas, no han podido beneficiarse de la esperanzadora vacuna, porque carecen del alelo; mientras otras que pasan por negras -hasta «color teléfono», según un trabajador de la salud visiblemente mestizo- han podido ser vacunadas, gracias a que tienen el alelo necesario para ello.
Acaso aparezcan vacunas afines a otros alelos, pero no se habla de eso aquí, sino de nuestro mestizaje. Hoy la condición de hispanodescendiente es blasón proclamado por cubanos y cubanas de todos los colores, en pos de la ciudadanía española, y de beneficios que con ella pueden lograr hijos e hijas de una patria cuyo héroe nacional, Martí, necesitó el auxilio de documentación haitiana para llegar a la guerra necesaria. Cualidad de afrodescendiente tienen asimismo cubanos y cubanas en cuya genealogía hay ancestros africanos y españoles. Abundan quienes son afrodescendientes e hispanodescendientes a la vez: «todo mezclado». No reproduzcamos «el camino de Harlem».
Por esos casos, numerosísimos, me pregunté en «No somos leños lanzados al agua»: ¿habrá que hablar de hispanoafrocubanos o de afrohispoanocubanos, y, si además tienen genes chinos, llegados, como los de África, por tráfico esclavista, afrohispanochinocubanos? Si fuera posible determinar en cada persona sus porcentajes de genes para no establecer de antemano un orden discriminatorio o infundado al formar los gentilicios, ¿tal conteo estaría libre de visos racistas?; y, finalmente, ¿se resolvería con él algún problema fundamental?
En «La discriminación racial en Cuba: un poco de historia y de actualidad», Guillermo Rodríguez Rivera apoya la opción integracionista, que, a su juicio -compartido por el autor de estas notas-, asegurará la existencia de una nación fuerte y justiciera. A dicha opción se opone la segregacionista, que nos dividiría como pueblo, reforzaría prejuicios, discriminaciones, y abriría las puertas a peligros foráneos. Para la Cuba del siglo XXI, y contra injustas acusaciones de afán de aculturación hechas a Juan Gualberto Gómez -quien luchó a la vez por la independencia nacional y por la igualdad en busca del ser humano «sin adjetivo»-, Rodríguez Rivera propone: «lo que hay que pedirle al negro es la transculturación, como hay que exigírsela al blanco. Hay que enseñar la cultura española, la moderna cultura universal y, del mismo modo, hay que enseñar en las escuelas las culturas africanas que contribuyeron a conformar la cubana, y sentirnos orgullosos de esa herencia […] Hay que hacer activismo integrador, porque la discriminación puede prohibirse por la ley, pero mientras exista el prejuicio en la mente del hombre, este se enmascarará para ejercer subrepticiamente la discriminación».
El menosprecio y la marginación del otro, o de la otra, son modos de negarle derechos que quien discrimina procura acaparar para sí por «natural señorío», y la automarginación puede ser una senda para reclamar espacios a los que sería justo acceder por la equidad verdadera. También puede servir para rehusar el respeto a normas, leyes y valores que representan y protegen a todo un pueblo, y que todo un pueblo debe cuidar, defender. Recordemos conocidas palabras de Martí en el número de Patria del 16 de abril de 1893: «Esa de racista está siendo una palabra confusa, y hay que ponerla en claro. El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza u otra: dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos. El negro, por negro, no es inferior ni superior a ningún otro hombre: peca por redundante el blanco que dice: ‘mi raza’; peca por redundante el negro que dice: ‘mi raza'».
El héroe nacional de Cuba, quien de niño -como recordó en Versos sencillos– «juró / Lavar con su vida el crimen» de la esclavitud, y hasta morir luchó contra sus secuelas, añadió a lo citado de Patria: «Todo lo que divide a los hombres, todo lo que los especifica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad. ¿A qué blanco sensato le ocurre envanecerse de ser blanco, y qué piensan los negros del blanco, que se envanece de serlo, y cree que tiene derechos especiales por serlo? ¿Qué han de pensar los blancos del negro que se envanece de su color? Insistir en las divisiones de raza, en las diferencias de raza, de un pueblo naturalmente dividido, es dificultar la ventura pública, y la individual, que están en el mayor acercamiento de los factores que han de vivir en común».
La Cuba del siglo XXI, huelga decirlo, no es igual que la del XIX. Pero debe constituir un propósito permanente y cardinal en nuestra vida realizar lo que aún hoy no se haya logrado del reclamo de unidad y equidad que Martí plasmó en esas palabras, y en otras. No todo puede confiarse a la espontaneidad. Urge actuar conscientemente para alcanzar los fines necesarios, sin escamotear realidades ni emplear tácticas que, más que fomentar la unidad y la justicia necesarias, las quebranten. Nadie tiene derecho a vulnerarlas.
Por ningún motivo se debe abandonar la aspiración de conseguir en las distintas esferas de la sociedad -en todas las dignas, no en unas sí y en otras no- proporciones naturales y a la vez representativas de las características del pueblo cubano, incluidas las étnicas. En ello, que difícilmente se logre solo con la frialdad de cuotas y leyes, corresponde a la voluntad, a la política y a la educación un papel primordial siempre, pero mucho más cuando se percibe en grados inquietantes la quiebra de normas y la mengua de valores que la nación necesita para funcionar bien, y para que seamos individualmente dignos, así como respetuosos con nosotros mismos y con los demás. Ningún calificativo es mejor que humanoascendente.
*Intervención en el Foro Interactivo El engaño de las razas (www.foroscubarte.cult.cu), organizado por la UNEAC y Cubarte. El Portal de la Cultura Cubana.
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