La principal constatación de la situación política en el mundo musulmán es la ausencia del diálogo entre los sunitas y los chiitas. Las fuerzas interesadas en este diálogo hoy son demasiado débiles y marginales. Por otra parte predomina la consigna general de impedir cualquier intento para establecer semejante diálogo. Todo ello ocurre con el trasfondo […]
La principal constatación de la situación política en el mundo musulmán es la ausencia del diálogo entre los sunitas y los chiitas. Las fuerzas interesadas en este diálogo hoy son demasiado débiles y marginales. Por otra parte predomina la consigna general de impedir cualquier intento para establecer semejante diálogo. Todo ello ocurre con el trasfondo del enfrentamiento armado directo entre las fuerzas de Hezbolá libanesa y los salafistas internacionales en Siria.
Es evidente que, a pesar de las buenas declaraciones, la segunda guerra civil en la historia musulmana entre los sunitas y los chiitas es inevitable. Además los impulsos del conflicto, que empujan a ambos bandos hacia la confrontación armada, han madurado con extremada rapidez ¡prácticamente ante nuestros ojos!
La principal característica de esta guerra desde el punto de vista de su análisis estructural es la ausencia de una base «materialista». No es una guerra que surge como resultado del conflicto entre «las fuerzas de producción y las relaciones de producción»; no es una guerra de clases; no es una guerra por los recursos; no es un conflicto entre distintos clanes criminales que se están disputando algo… En otras palabras, se trata de una guerra totalmente política. La política en este caso adelanta a la ideología, aunque, casi siempre ha sido así. En esta situación concreta el conflicto político coincide con el ideológico, lo que subraya lo inevitable del choque directo.
¿Cuáles son las premisas políticas de la guerra civil entre sunitas y chiitas? En primer lugar hay que destacar que por ambos bandos actúan organizaciones islámicas armadas no gubernamentales. Esas estructuras comenzaron a ocupar el primer plano de la historia mundial a lo largo de los últimos treinta años. Con la invasión soviética de Afganistán, como resultado de la guerra civil en Líbano, y todavía mucho antes – en el seno de la resistencia palestina, ha hecho su aparición un nuevo sujeto histórico. Se trata de una unión no estatal de personas que poseen una voluntad política común y persiguen objetivos de dimensiones históricas. Ya han existido sujetos similares en el pasado, tenían el carácter de sectas político-religiosas. Hoy su tiempo reaparece, pero en una nueva etapa.
En el escenario histórico, ofrecido por Siria, se enfrentan Hezbolá y Jabhat an-Nusra. Esta última es una yamaat (comunidad de base de los musulmanes – N. del T.) armada salafista. Por ambas partes se enfrentan exactamente yamaat. Por lo que se puede decir que aunque las causas y los motivos de esta guerra sean políticos, las propias yamaat aún no lo son del todo. Todavía están luchando por definir el rostro de las futuras yamaat políticas. Y no se trata en absoluto de si esas yamaat serán chiitas o salafistas. El Islam político finalmente realizado no será ni una cosa, ni la otra.
La esencia del conflicto político en este caso consiste en que uno de los bandos, sin ser estatal, se ve obligado a servir a los intereses del sujeto estatal que tiene detrás. Siendo yamaat, debido a las circunstancias de su existencia está integrado en la estrategia de un estado nacional. El bando que se le opone, aunque funcionalmente depende de diferentes sujetos estatales, entre los que puede haber algunos que no pertenezcan al mundo musulmán, es en realidad independiente de la estrategia de nadie. Este bando se podría llamar «el compañero de viaje del gobierno mundial» durante la fase histórica en la que este gobierno mundial necesita destruir a algunos estados concretos.
Hezbolá es el rehén de la estrategia nacional de Irán, mientras que el bando sunita persigue la estrategia propia. Indudablemente, hoy esta estrategia está formulada en torno a un falso objetivo. Es por lo que de la actuación del bando sunita se pueden aprovechar en interés propio distintos sujetos del proceso político. Sin embargo, en última instancia, la postura de los salafistas tiene más perspectivas, porque hay que liberar el Islam político de sus ataduras a las estrategias e intereses de cualquier estado, por muy «islámico» que se presente.
Hezbolá aparece como una fuerza protectora y su actuación está motivada por el papel que jugaba el régimen de Bashar Asad en la lucha antiisraelí. Es un motivo serio, pero está limitado al perseguir los objetivos tácticos.
El bando salafista aparece como el portador de la «destrucción positiva». Derriba a todas las construcciones, incluidas las que aún podrían servir. Su derribo está justificado por la necesidad de suprimir a todos los sujetos que fueron creados como consecuencia de la intervención y control de Oriente Próximo por parte de Occidente.
Siria actual sin duda representa el producto de la organización de la región por parte de Occidente después de la Primera y la Segunda Guerras Mundiales. En esta guerra no van a ganar ni chiitas, ni salafistas. El único resultado positivo podrá ser el nacimiento del auténtico Islam político, que sostendrá la lucha mundial independiente de los intereses estatales y cosmopolitas, porque el objetivo prioritario del Islam político coincidirá con el orden del día escatológico de toda la humanidad en su dimensión del sujeto adámico.
Geidar Dzhemal (n.1947, Moscú) es teólogo del Islam revolucionario, filósofo, presidente del Comité Islámico de Rusia (Islamkom.org), activista político y social. Cofundador de Unión Internacional – Intersoyuz (interunion.org), miembro de la coordinadora del Frente de Izquierda – Levi Front (Leftfront.ru).
Traducido del ruso por Arturo Marián Llanos
Fuente original: http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1656