Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Agentes de seguridad israelíes en el aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv, obligaron el martes a un miembro afro-estadounidense del Alvin Ailey American Dance Theater – que es de lejos la mejor compañía itinerante en EE.UU. – que bailara dos veces para ellos para demostrar que era bailarín antes de permitirle que ingresara al país con la compañía de danza, declaró el bailarín a Associated Press. Pero incluso antes de que terminara, uno de los agentes sugirió a Abdur-Rahim Jackson que cambiara su nombre. Jackson se sintió humillado y «profundamente entristecido,» según un portavoz del Ailey, particularmente porque su nombre fue el motivo por el cual fue el único miembro de su compañía sometido a este procedimiento de perfil étnico típicamente israelí porque suena a árabe/musulmán. Su nombre le fue dado por su padre musulmán.
Aunque todavía es oficialmente ilegal en EE.UU., el perfil étnico, descrito como «racista» por grupos de derechos humanos, es generalizado en Israel, en las entradas a centros comerciales, edificios públicos y privados, aeropuertos, etc. Ciudadanos israelíes y residentes permanentes con nombres árabes – o a menudo sólo con acento árabe – son comúnmente escogidos para controles de «seguridad» duros, intrusivos y humillantes. Cuando yo, poseedor de una carta de identidad israelí, viajo por el aeropuerto de Tel Aviv, por ejemplo, siempre me colocan pegatinas con el número «6» en mi pasaporte, equipaje y pasaje. Los israelíes judíos, en comparación, reciben «1» o «2». Un «6» provoca el control de equipaje y persona más exhaustivo y degradante. Los números más pequeños, en comparación, significan que uno pasa por seguridad con sólo un control de rayos X del equipaje. Hace un par de años, personas como yo solían recibir una pegatina de un rojo fulgurante, mientras los israelíes judíos recibían rosado claro u otros colores «benignos», Algunos astutos responsables israelíes deben haber sido advertidos de que la identificación por colores de los pasajeros según su etnia y/o religión era algo demasiado obviamente parecido al apartheid, así que pasaron a la codificación por números, supuestamente más «matizada». No sorprende que el Premio Nobel y líder contra el apartheid, Desmond Tutu, haya descrito las prácticas israelíes como una forma «peor» de apartheid: son mucho más sofisticadas que la versión original.
La compañía Alvin Ailey celebra su 50 aniversario con una gira por múltiples naciones, comenzando en Israel. A pesar del incidente mencionado, el show debía comenzar tal como estaba programado el jueves, y la compañía no hizo nada sustancial para siquiera protestar contra esta política discriminatoria a la que fue sometido uno de sus miembros, a pesar de que su directora artística Judith Jamison declaró al periódico Haaretz que «Estamos aquí para irritaros, para haceros pensar.» Esto sólo subraya la impunidad de Israel. De un modo más crucial, por el hecho mismo de presentarse en Israel, sin que importara si uno de sus miembros haya sido elegido o no para el perfil étnico israelí, el grupo ha violado el boicot cultural proclamado por la sociedad civil palestina desde 2004 contra Israel por su permanente violación del derecho internacional y de los derechos humanos fundamentales.
Dos años después del llamado original al boicot, una gran mayoría de artistas y trabajadores culturales palestinos llamaron a todos los artistas y cineastas de buena conciencia de todo el mundo «a cancelar todas las exposiciones y todos los demás eventos culturales programados para que tengan lugar en Israel, a movilizarse de inmediato y a no permitir la continuación de la ofensiva israelí para crear complacencia.» Como en el caso del boicot de las instituciones culturales sudafricanas durante el apartheid, sus colegas palestinos instan a los trabajadores culturales y grupos internacionales «a pronunciarse contra los actuales crímenes de guerra y atrocidades israelíes.» Muchos artistas e intelectuales reconocidos internacionalmente, hicieron caso del llamado palestino al boicot; incluidos John Berger, Ken Loach, Jean-Luc Godard,
el sindicato irlandés de artistas, y la compañía de danza belga Les Ballets C. de la B. Esta última publicó una declaración defendiendo el boicot cultural como «una manera legítima, inequívoca y no violenta de ejercer una presión adicional sobre los responsables.»
En 1965, el Comité Estadounidense sobre África, siguiendo la iniciativa de destacadas asociaciones británicas, auspició una histórica declaración contra el apartheid sudafricano, firmada por más de 60 personalidades culturales. Decía: «Decimos no al apartheid. Tomamos este compromiso en una resolución solemne de negar todo aliento de, o por cierto, toda asociación profesional con la actual República de Sudáfrica, esto hasta el día en el que todo su pueblo goce por igual de las ventajas educacionales y culturales de ese rico y hermoso país.»
Si uno reemplazara «República de Sudáfrica» por el «Estado de Israel,» el resto debiera aplicarse precisamente con la misma fuerza a Israel actual. 60 años después de su establecimiento a través de lo que el destacado historiador israelí Ilan Pappe describe como un proceso deliberado y sistémico de limpieza étnica de una gran mayoría de la población autóctona palestina, Israel sigue practicando la discriminación racial contra sus propios ciudadanos «no-judíos»; sigue manteniendo la más prolongada ocupación militar de la historia moderna; sigue negando a millones de refugiados palestinos su derecho internacionalmente reconocido al retorno a sus casas y propiedades; y sigue cometiendo crímenes de guerra y violando con extrema impunidad los derechos humanos básicos y el derecho humanitario internacional.
Hay quienes podrán argumentar, desde su punto de vista, que el arte debe trascender la división política, unir a la gente en su humanidad común. Olvidan al parecer, que amos y esclavos no comparten nada en común, menos que nada toda noción de humanidad. En lugar de volver a inventar la rueda, recuerdo las sabias palabras de Enuga S. Reddy, director del Centro de Naciones Unidas contra el Apartheid, quien en 1984 respondió a críticas de que el boicot cultural de Sudáfrica infringía la libertad de expresión, diciendo: «Es bastante raro, por decir lo menos, que el régimen sudafricano que niega todas las libertades… a la mayoría africana… se vaya a convertir en defensor de la libertad de artistas y deportistas del mundo. Tenemos una lista de gente que se ha presentado en Sudáfrica por su ignorancia de la situación o la tentación del dinero o por su indiferencia ante el racismo. Hay que persuadirla para que deje de entretener el apartheid, que deje de beneficiarse con el dinero del apartheid, y que deje de servir los propósitos propagandísticos del régimen del apartheid.»
La humanidad – y sobre todo la dignidad humana – está al centro de todas las obras de Alvin Ailey. Sus colegas palestinos y el público en general llaman a su compañía, y por cierto todos los demás artistas y entidades culturales que se preocupan por los derechos humanos y se dan cuenta de que el arte y la responsabilidad moral no debieran ser divorciados en ningún momento, a no presentarse en Israel hasta que la justicia, la libertad, la igualdad y los derechos humanos sean establecidos para todos, sin consideración a su etnia, religión, género, o cualquier otra forma de identidad. Es lo que la comunidad artística y académica (Ailey co-dirige un programa de titulación universitaria en la Universidad Fordham) hizo como su contribución a la lucha por terminar con el régimen del apartheid en Sudáfrica. Es precisamente lo que pueden hacer para terminar con la injusticia y el conflicto colonial en Palestina. Sólo entonces podrán bailarines llamados Abdur-Rahim, Fátima, Paul o Nurit ser vistos y tratados por igual, sin ningún perfil étnico.
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Omar Barghouti es coreógrafo independiente, analista cultural y miembro fundador de la Campaña Palestina por el Boicot Académico y Cultural de Israel (www.PACBI.org).
Publicado por primera vez en Dance Insider.
http://www.counterpunch.org/barghouti09132008.html