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Separación es racismo

Fuentes: Al-Ahram Weekly

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Israel sigue adelante con la construcción del muro de separación y completa ahora la brecha restante entre Jerusalén y Ramala. Parte de los cambios permanentes de las características geográficas del país será el cierre de la histórica ruta entre las dos ciudades.

Hay quien ha tratado de ignorar la relación entre las acciones israelíes – la construcción del muro de separación en Cisjordania y el retiro unilateral en Gaza – y sus motivos. O, cuando usamos a la ligera la expresión «consideraciones demográficas israelíes», lo hacemos como si fuera una expresión neutral o una razón perfectamente natural para que Israel desee separarse de los palestinos. Además, hay quienes han cedido ante la tentación de amenazar a Israel con la tasa de natalidad palestina, como si los vientres maternos de las mujeres palestinas fueran armas o como si la tasa de natalidad árabe fuera, por cierto, un «peligro». En realidad, «motivos demográficos», en este caso, es sinónimo de racismo, y que le otorguemos crédito, la interioricemos y la blandamos como una amenaza es aceptar el racismo y normalizarlo.

Los territorios árabes ocupados están sufriendo un proceso de acordonamiento racista. El muro israelí no tiene otro significado. Hay quien podrá proclamar que no se debería objetar al muro si fuera construido en las fronteras del 4 de junio de 1967, ya que sería una señal implícita de la intención de Israel de retirarse a esas fronteras. Por cierto, pocos palestinos se oponen a un retiro unilateral a las fronteras anteriores a junio de 1967. Sin embargo, la diferencia entre lo que está sucediendo ahora – la construcción del muro en su trazado actual y el retiro unilateral de Gaza – y las fronteras del 4 de junio de 1967 no es una diferencia cuantitativa. Es toda la diferencia. ¿Por qué? Porque lo que está sucediendo no tiene la intención de establecer fronteras políticas entre dos entes soberanos. Más bien, la lógica y la inspiración en las que se basa y la gente que lo planifica y ejecuta empujan con tranquila deliberación y reflexión previa hacia la creación de una Autoridad Palestina limitada cuya función primordial será asegurar que los detenidos palestinos encerrados tras muros y cercas en Cisjordania y Gaza no representen una amenaza para la seguridad de Israel.

Esto no convertirá a Israel en menos racista, más calmo, o más en paz consigo mismo. Al contrario, la lógica del asunto, junto con todas las promesas y palabras tranquilizadoras de todas partes sobre el carácter judío del estado, va a conducir ciertamente a Israel hacia un racismo más furibundo y a aún mayor determinación para imponer las medidas y los medios que considere necesarios para mantener su mayoría judía. Mientras Israel sea reconocido por los árabes y el resto de la comunidad internacional como un estado exclusivamente judío, no puede haber sitio para los palestinos en su interior. En otras palabras, los habitantes originales del país – los palestinos que viven dentro de la Línea Verde – pueden ser considerados como poco más que invitados o, en el mejor de los casos, sometidos. Es difícil imaginar que esos invitados / sometidos serán tolerados durante mucho tiempo en esa «única democracia en Medio Oriente» en la que el espectro demográfico árabe hace que las prácticas más discriminatorias sean aceptables y en la que la hostilidad anti-árabe ha llevado al predominio de un ambiente y de una cultura política antidemocráticos.

Por cierto, las elites políticas e intelectuales y los medios israelíes han jugado un papel decisivo en el fortalecimiento de este clima peligroso en el que la retórica racista se ha convertido en discurso oficial. No constituiría una exageración si se dice que Israel se ha convertido en la sociedad moderna más prejuiciada en el mundo de hoy. Sondeos de la opinión pública realizados en Israel revelan un racismo tan flagrante y vehemente que si existiese en algún otro país hubiera provocado un escándalo de envergadura y la aversión de la sociedad de las naciones civilizadas. Resulta imposible concebir una sociedad occidental que aceptara que el ambiente popular que prevalece en Israel sea aceptable o normal para una cultura democrática.

El 21 de junio, la prensa israelí publicó los resultados de un sondeo de opinión que confirma la marcha victoriosa de Israel hacia el apartheid. El sondeo, realizado en mayo por el Centro de Estudios de Seguridad Nacional de la Universidad de Haifa, entrevistó a 1.016 personas de todos los sectores de la población, incluyendo a árabes, judíos, colonos, conservadores religiosos e inmigrantes recientes. Reveló que una mayoría del público israelí – aproximadamente un 64 por ciento – cree que su gobierno debería alentar a los árabes israelíes para que emigren de Israel. En otras palabras, una mayoría de los israelíes apoyaría una política de «transferencia», como la llaman los israelíes. El sondeo deja a nuestra imaginación lo que puede significar exactamente «alentar»; qué medios serían empleados para persuadir a los árabes a sentirse «alentados».

Además, aproximadamente un 55 por ciento de los judíos encuestados creen que los ciudadanos árabes de Israel ponen en peligro la seguridad nacional, un 48,6 por ciento consideran que el gobierno es abiertamente favorable a la población árabe (están hablando del gobierno Sharon, tristemente célebre por su discriminación contra los árabes en todos los sectores de la vida), un 45,3 por ciento dijo que apoya que se revoque el derecho de voto y de ser elegido de los árabes israelíes. Cerca de un 80 por ciento de los encuestados judíos apoyaron la política de «asesinatos selectivos» en los territorios árabes y cerca de un cuarto dijo que considerarían la posibilidad de votar por un partido ultra-nacionalista como Kach si ese partido se presentara en las próximas elecciones. Kach, recordamos, es ese partido fundado por el rabino fascista Meir Kahane que llama a la expulsión por la fuerza de los árabes de Israel, Cisjordania y Gaza. El partido fue ilegalizado en 1994, no, pensamos, por su flagrante racismo, sino por la amenaza que representa para el sistema de partidos de derecha.

Dafna Kaneti-Nassim, investigadora del Centro de Estudios de Seguridad Nacional en Haifa, señaló que este sondeo, considerando en conjunto con dos encuestas previas que su instituto realizó en 2001 y 2003, revela un notable aumento del odio anti-árabe, así como de la hostilidad contra los trabajadores extranjeros. Sugiere que esa tendencia resulta de la continua amenaza a la seguridad, una interpretación que es al mismo tiempo demasiado simplista y engañosa. En realidad, son los palestinos los que se ven amenazados. El carácter judío, cuando se aplica al estado, no es sólo un epíteto, una característica distintiva o una rúbrica para limitar las tensiones que afectan la seguridad. Representa una ideología dominante que prohíbe la separación del estado y la religión y que tiende a convertir la afirmación de la identidad religiosa en una forma de escritura de propiedad del estado. Una ideología semejante está en conflicto con el concepto de la ciudadanía individual tal como es definida por una serie de derechos y deberes inalienables establecidos de validez general, ya que propugna la participación sobre la base de la afiliación a un grupo específico que pretende tener derecho a un monopolio del estado. En tales circunstancias, el odio anti-árabe se convierte en una forma de reafirmar la identidad con el grupo y, por lo tanto, exigir una «parte» del monopolio.

No es que el racismo en Israel sea algo nuevo. Sólo para refrescarnos la memoria, echemos una mirada a algunos estudios anteriores. El 12 de marzo de 2002, Haaretz publicó los resultados de un sondeo realizado por el Centro Yaffe de Estudios Estratégicos, según el cual un 46% de los judíos israelíes apoyaba la «transferencia» de los árabes de los territorios ocupados y un 31 por ciento apoyaba que se aplicara esa política a los árabes israelíes. Esta cifra por sí sola echa por tierra la afirmación de que el aumento en el racismo en Israel, indicado por el estudio del instituto de Haifa, se debería al factor de «seguridad», ya que el «peligro para la seguridad» ha disminuido significativamente desde el sondeo del Centro Yaffe. Según esa encuesta, también, un 61 por ciento de los encuestados judíos pensaba que los árabes israelíes constituían una amenaza para la seguridad. ¿Cómo explicamos la baja en la proporción de encuestados que pensaron que los árabes israelíes ponían en peligro a Israel y el aumento simultáneo de los que pedían su expulsión? ¿Qué factores provocan esas trayectorias inversas? Finalmente, en la misma encuesta, un 60 por ciento de los encuestados judíos apoyó «que se aliente» a los ciudadanos árabes de Israel para que emigren.

Otro sondeo confirmó la tendencia creciente de la derecha ultra religiosa y su antagonismo contra el concepto establecido sobre lo que es la ciudadanía en una sociedad democrática. Un 80 por ciento de los encuestados en un sondeo de marzo 2002, se opuso a la participación de árabes israelíes en toda «decisión crítica que afecte al estado», en comparación con un 75 por ciento de los encuestados en 2001, un 67 por ciento en 2000 y un 50 por ciento en 1999 (Haaretz, 12 de marzo de 2002). Un primer ministro israelí fue asesinado ante el telón de fondo del furioso odio anti-árabe. Pero, a pesar de que Rabin fue asesinado porque incorporó a los parlamentarios árabes para crear la mayoría que aprobó los acuerdos de Oslo, las estadísticas indican que los israelíes aún no han absorbido la lección de esa tragedia. El alza de la derecha antidemocrática en Israel se manifiesta en cosas pequeñas que no llaman mucho la atención.

Todos los sondeos de opinión que hemos examinado durante el último año indican que una mayoría de israelíes apoya la creación de un estado palestino y que una mayoría aún mayor cree que un tal estado es, en todo caso, inevitable. Esto no es tan contradictorio como parece a primera vista en relación con la tendencia a favor de la derecha religiosa y la creciente vociferación y apoyo de los puntos de vista y las políticas racistas. La elevación de «lo judío» del estado al nivel de valor supremo trae consigo un corolario: la imposibilidad de la «coexistencia» con los palestinos – hasta llega a que, en un sondeo, un 52 por ciento de los encuestados apoyó la idea de entregar áreas de Israel pobladas predominantemente por árabes a un estado palestino.

La mayoría de los israelíes no sólo apoya la separación, sea mediante una solución acordada de dos estados o unilateralmente: es la única idea que el Likud tomó de los laboristas, aunque el Likud está determinado a aplicarla a su modo, como lo evidencian los eventos en los territorios ocupados. Las actitudes del público hacia los asentamientos judíos corresponden a esta posición. Según varios sondeos, un 65 por ciento de los israelíes apoya el desmantelamiento de los asentamientos requerido para realizar la separación (Haaretz, 6 de junio de 2002) y un 52 por ciento apoya que sean desmantelados si es necesario por la fuerza en relación con un retiro unilateral (Haaretz, 4 de julio de 2001). Además, un 66 por ciento apoya el desmantelamiento de todos los asentamientos en Gaza, un 70 por ciento el desmantelamiento de los asentamientos situados en áreas densamente pobladas en Cisjordania y un 60 por ciento el desmantelamiento de algunos de los asentamientos en Cisjordania (Yediot Aharanot, 29 de marzo de 2002).

Si es considerado en conjunto con todas estas tendencias, el primer sondeo discutido al comienzo de este artículo confirma que el apoyo a un retiro acordado o unilateral no proviene de una convicción compartida sobre una solución a la causa palestina, justa o injusta, y que la inclinación va hacia el apartheid en Gaza y en Cisjordania y un ambiente apasionado contra los árabes dentro de la Línea Verde. El retiro no puede ser aislado de este factor. El retiro de las fuerzas israelíes es sólo el reverso de la medalla de la política de asesinatos, del muro, de las demoliciones de casas y de otras maneras de dictar las condiciones para la separación y para la llegada al poder de una dirección palestina que acate la disciplina bajo estas condiciones.

Los proyectos políticos de Israel deben ser vistos en el contexto de la cultura política prevaleciente que los apoya – una cultura que es indiscutiblemente racista. El que árabes y palestinos reconozcan y accedan a las exigencias y condiciones fundadas en esta lógica no sólo carece de toda legitimidad en esas naciones civilizadas a las que los árabes se esfuerzan tanto por complacer. El racismo israelí no es una tema tangencial. No se trata de un fenómeno incidental o de un síntoma de conflicto y confrontación. Es integral y estructural, y la lucha nacional debería considerarlo un problema crucial si quiere ser democrática en su naturaleza. Por cierto, la concentración en este tema es precisamente lo que hace que nuestra lucha nacional democrática sea comprensible y formulada en un lenguaje universal.

En cuanto al reconocimiento de la identidad judía de Israel, como lo hizo recientemente Arafat en una entrevista con Haaretz, no hace otra cosa que confirmar que un gran segmento de la dirección palestina ha abandonado desde hace tiempo las actitudes, el discurso y la esencia fundamentales de la liberación. El resultado final práctico de esta conducta política – tal como la representan esas declaraciones árabes y palestinas que no sólo reconocen a Israel, sino el carácter judío de Israel y, por lo tanto, la ideología sionista – es que acepta el racismo israelí y las dimensiones que ha asumido. En todo caso, Israel no cree en esas declaraciones. O, dicho de otra manera, los que las enuncian no poseen legitimación desde el punto de vista de aquellos a los que quieren complacer. Es difícil comprender esos obsequios unilaterales al propio sionismo de la dirección de un pueblo ocupado. En última instancia, si nuestra lucha no ha sido contra el racismo y la ocupación ¿para qué y con qué propósito hemos hecho tantos sacrificios? Es una pregunta legítima.

1 de julio de 2004