Hasta hace bien poco mi sensación era diferente. Sentía entonces que la sociedad, si bien mostraba cierto interés por la cuestión del cambio climático, era más bien un interés, digamos, ‘científico’. Es o no cierto lo del cambió climático, por qué o cuáles son las razones, eran las preguntas más frecuentes que durante estos años […]
Hasta hace bien poco mi sensación era diferente. Sentía entonces que la sociedad, si bien mostraba cierto interés por la cuestión del cambio climático, era más bien un interés, digamos, ‘científico’. Es o no cierto lo del cambió climático, por qué o cuáles son las razones, eran las preguntas más frecuentes que durante estos años han recibido respuestas clarificadoras: sí, hay cambio climático, evidentemente, y el origen no es más que un terrible comportamiento de quienes nos llamamos seres humanos. En cambio, en los últimos meses y con estas preguntas ya resueltas, las nuevas que surgen creo que nacen de la preocupación. ¿Cuándo sentiremos con gravedad los efectos? ¿A qué lugares afectará más? ¿Podremos, o cómo podremos, adaptarnos a la nueva situación? ¿Será más difícil la producción de alimentos?
Al respecto, preparando y leyendo los artículos que incluimos en el número 20 de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas a propósito de esta temática, hay dos cuestiones que quiero compartirles. La primera, una afirmación. La segunda, una intuición.
Se puede afirmar que las respuestas a las preguntas arriba planteadas, a estas alturas de los debates, nos arrastran a una significativa coincidencia entre la ciencia y las conciencias. Así se puede deducir, observando que por el lado de la ciencia, los puntos de vista del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC), la principal autoridad científica internacional en relación a todos los aspectos vinculados al cambio climático, son muy similares a los que desde hace años vienen esgrimiendo los movimientos sociales que, como La Vía Campesina, defienden – a conciencia – la soberanía alimentaria.
Efectivamente, el IPCC señala algunos aspectos que ya venían siendo recogidos por los movimientos campesinos como, y en primer lugar, que el rigor de la afectación de los nuevos regímenes climáticos no dependerá exclusivamente de una cuestión de gradientes térmicos sino, básicamente, de las condiciones de vida de cada población y, concretamente, en el caso de las poblaciones rurales, del acceso a los recursos productivos. De lo que se deduce que para disminuir vulnerabilidades lo que hay que acometer son procesos de reforma agraria u otras medidas similares que garanticen el justo acceso a los bienes comunes. O, en segundo lugar, manteniendo la mirada en quienes se encargan de producir alimentos, el IPCC señala que el conocimiento campesino, con mucha experiencia y sabiduría en su ancestral mochila, es una de las mejores prescripciones para hacer de los campos de cultivo espacios de gran resiliencia. Los informes del IPCC indican también que para abordar los problemas del cambio climático, «se requiere de instituciones locales (formales e informales) cercanas y de la propia población, flexibles y fuertes a la vez para facilitar las mejores estrategias por parte de la propia población». Gobernanzas que bien podríamos reproducir como más y más soberanía popular. Por cuarto y último, el propio IPCC denuncia lo que tantas veces hemos repetido, que si estamos dónde estamos es porque nos hemos dejado guiar por un modelo productivo tremendamente industrializado y que lo mejor que se puede hacer es abandonarlo cuanto antes.
¿En qué lugares el saber campesino está más ninguneado? ¿En que lugares el acceso a la tierra ya no es solo un impedimento comercial o político para desbancar al latifundio y sus terratenientes sino que además es un impedimento físico porque todo es cemento, rotondas y polígonos? ¿Dónde las semillas están todas registradas, patentadas y acaparadas? ¿Dónde el modelo intensivista ha derrotado por goleada a la agricultura ecológica, a pequeña escala y biodiversa? ¿Y las gobernanzas? Pues miren, por aquí el estado español, donde yo vivo, las política agrarias las tenemos delegadas en Bruselas, lejos, bien lejos. E incluso, con la antidemocracia del PP en estos años estamos viviendo procesos que van en sentido contrario a las recomendaciones del IPCC, pues sus leyes están dirigidas a favorecer más concentración del poder en altos niveles de la administración y la desaparición de aquellas entidades más cercanas a la población.
La intuición: que voy preparando la maleta.
Fuente original: https://gustavoduch.wordpress.com/2015/03/19/sere-emigrante-climatico/