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Tras el cierre de farmacias en Catalunya

Servicios mínimos en las huelgas obreras y en los cierres patronales

Fuentes: Rebelión

Para José Luis Martín Ramos

En la mañana del jueves 25 de octubre los sindicatos anunciaron la (muy esperada) convocatoria de huelga general para el próximo 14 de noviembre. No sólo aquí. También en Portugal, Grecia y probablemente en otros países europeos.

Mejor que bien: excelente, necesaria y urgente. Como el aire de rebeldía que debemos inspirar trece veces por minuto.

Sabemos, conocemos por experiencia, el que será uno de los puntos en discusión a lo largo de los próximos días: el de los servicios mínimos (-máximos) y las exigencias que se querrán imponer con toda probabilidad por parte de una Administración al servicio (y rendida a los pies) de los salvajes caballos neoliberales. «De huelga general efectiva, nada de nada», esa es su consigna. La marca «España» se resentiría con ello y el ánimo del movimiento obrero podría alcanzar niveles poco funcionales al sistema.

Tracemos una breve comparación para poder extraer algunas conclusiones.

Hubo una neta y fuerte intervención en la situación política y económica catalana que se llevó a término durante el pasado jueves 25 de octubre que vale la pena tener en cuenta. Enseña, nos puede enseñar. En algunos informativos se le dedicaron más de 20 minutos. No exagero.

Se trató de un cierre patronal, no de una huelga de trabajadores y trabajadoras. Los propietarios de las farmacias catalanas (unas 3 mil en total), a través de sus representantes políticos y corporativos, convocaron un cierre para protestar por los atrasos del pago de las recetas de la seguridad social de los meses de julio y agosto. Unos 200 millones de euros pendientes en total. Uno de sus portavoces habló en la misma mañana del jueves en emisoras radiofónicas amigas señalando que incluso la partida urgente de 99 millones que había llegado a las arcas de la Generalitat desde el gobierno central no había sido usada hasta aquel momento para liquidar esas deudas.

Todo ello, toda esta importante «movilización social», a pesar de que el gran conseller privatizador de Sanitat, Boi Ruiz, el ex de la patronal de las mutuas, el responsable de aquellas gloriosas manifestaciones no rectificadas sobre la salud como un no derecho ciudadano, declaró -y es de los suyos- que las farmacias cobrarían inmediatamente. La huelga no era necesaria, entendía muy bien las razones de la protesta de los propietario de las farmacias.

El representante del «gremio farmacéutico» habló de la situación dramática en la que, según él, se encuentran muchos propietarios de farmacias: deudas que no pueden pagar, petición de créditos con fuertes intereses anexados, pisos que se ven forzados a vender. Etc.

No se trata aquí de negar las dificultades que algunos propietarios -insisto: algunos- pueden tener en estos momentos, pero nada se dijo, ni una palabra, de los tiempos en los que muchos-bastantes propietarios de las farmacias catalanas se hacían de oro y platino (no es una exageración, no es una metáfora al uso) ni, desde luego, de la difícil situación de los trabajadores y trabajadoras de sus establecimientos: mal pagados, horarios abusivos, reconvertidos en vendedores, trato no siempre cortés entre propietarios-trabajadores, pocos derechos sindicales reconocidos sin persecución o marginación, despidos sin muchos miramientos cuando la situación se tambalea un pelín y medio, el puesto de trabajo es reconvertibles o simplemente para incrementar beneficios nunca suficientes (el neoliberalismo también ha hecho estragos entre los propietarios más jóvenes que no actúan, en general, como en los viejos negocios familiares. La pela también es aquí la pela).

Pero no es este el punto ahora. El nudo es el siguiente:

El «gremio» de los propietarios de farmacias -el sustantivo principal no es un desvarío- «acordó» unos servicios mínimos para la jornada de cierre patronal. En torno al 12% o acaso menos. Pero, y este es un nudo que no habría que olvidar, la Generalitat no estableció ningún servicio mínimo, ninguno. Es decir, más o menos como si fuera una huelga de trabajadores. ¿O no es el caso?

El dirigente gremial Joan de Dalmases, comentaba el historiador José Luis Martín Ramos, declaraba el miércoles por la noche en 8tv (la televisión privada del grupo Godó cada vez más influyente en la cosmovisión e imaginario social y económico de sectores de la ciudadana de clase media catalana y catalanista), que lo que ocurría -la rapsodia in black se repite y repite- es que todos -¿todos? ¡qué infamia!- habíamos vivido creyéndonos ricos.

Añadía el dogma neoliberal por excelencia: el estado del «bienestar» «tenía una proyección» que no era viable, repitiendo, prácticamente, palabra tras palabra, agresión tras regresión, lo señalado por don Artur Mas y sus tablas redondas en la entrevista con Jordi Èvole para «Salvados» del pasado domingo 21 de octubre (¡Véanla si pueden! Se aprende mucho de las finalidades y estrategias del momento).

¿Está claro o no está claro que el Estado, incluyendo por supuesto a la Generalitat de Cataluña, mide, exige, ordena y ejecuta con dos unidades de medida muy pero que muy distintas? ¿Está claro también con que fuerza y pasión defienden las patronales, incluso cuando no son las grandes corporaciones, sus intereses más o menos de privilegiados y con qué menosprecio o cuanto menos falta de aprecio tratan a los trabajadores y a sus conquistas sociales y democráticas? ¿Hace falta señalar quiénes han vivido como unos ricachones llevando a sus hijos e hijas, por ejemplo, a escuelas privadas de élite (exactamente igual que el señor Mas) o a universidades también privadas, acaso porque se sentían gentes hechas de otra pasta, con metales y derivados áureos y no, en cambio, hechos de barro o de hierro como la masa trabajadora ciudadana?

PS. Carlos Valmaseda, de Espai Marx, ha recordado un pasaje de Javier Pérez Andujar -«Paseos con mi madre»- que vale la pena recuperar.

Uno de sus paseos acaba en Ciutat Meridiana, señala C.V, y ve una pequeña pista que construyeron los propios vecinos con cemento, hace algunos años. Alguien escribió con un palo en el cemento fresco: «11/3/1978 UGT CCOO». Un poco más adelante, también C.V., aparece esta pequeña-gran cita:

«Los pensionistas deambulan con pantalones tejanos de pinzas y se cuentan que no les dejan fumar en casa y que han salido para hacerlo medio a escondidas, así algunos han pasado de la clandestinidad política a la sanitaria. La democracia la fueron conquistando estos hombres y mujeres calle por calle, árbol por árbol. La democracia es una cosa que se puede tocar, y que esta gente tuvo en sus manos durante días seguidos y noches enteras. Conseguir un colegio público en un barrio que no lo tenía; la construcción de un ambulatorio donde no llegaban los médicos; dejar una plaza sin edificar para que los niños jueguen; hacer un polideportivo para que el único deporte no sea apedrear perros; lograr que pase el autobús por donde no pasaba nada o que llegue el metro a donde no llegaba para poder ir al trabajo sin necesidad de pisar los charcos, sin aguantar la lluvia y el frío de la madrugada, sin andar por los descampados que separaban el barrio de los transportes públicos, esa es la democracia que hicieron realidad estas gentes encerrándose en los locales de sus asociaciones de vecinos, encadenándose a verjas, cortando el tráfico, protestando en la calle, luchando. La democracia es algo que se ve y se toca, y donde no se percibe es que no la hay. La democracia es ante todo una cosa de manobras porque en última instancia se hace con las manos. Y todo esto que ya está, los ambulatorios, las bocas de metro, los colegios públicos…, es también lo primero que se pierde cuando desaparece la gente que lo ha traído. Quienes llegan detrás creen que eso lo pone la naturaleza, como las hierbas y los saltamontes. Pero lo pone la política, y las cosas hay que conquistarlas permanentemente. Lo primero que ha quitado el gobierno de Convergència al recobrar el poder ha sido eso: bocas de metro, guarderías, maestros y hospitales públicos, porque las personas que los pusieron o se han muerto o ya no están para defenderse.» [la cursiva es mía].

¡Las cosas hay que conquistarlas permanentemente! Este es el punto. El 14 de noviembre podemos recordarlo nuevamente.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.