Para algunos aconteció lo inimaginable -eso son los milagros-: Ariel Sharon ha expiado en vida su culpa. Ya su alma no deambulará, en pena, por los recodos del más allá, cumpliendo ingentes tareas para poder sentarse a la vera del Señor. Bastó al premier sionista el desalojo de los ocho mil 500 colonos judíos de […]
Para algunos aconteció lo inimaginable -eso son los milagros-: Ariel Sharon ha expiado en vida su culpa. Ya su alma no deambulará, en pena, por los recodos del más allá, cumpliendo ingentes tareas para poder sentarse a la vera del Señor. Bastó al premier sionista el desalojo de los ocho mil 500 colonos judíos de Gaza -colonos a los que, por cierto, él había dado las más sólidas garantías de intangibilidad tiempo ha- para colarse en la lista de los justos de algún que otro medio de comunicación con alcance internacional. Y como dizque esos medios son la voz del pueblo, y la voz del pueblo, la de Dios, pues «oficialmente» el ¿otrora halcón? se le ha escapado de entre las manos a Satán.
Bueno, quizás exageramos. Si no bueno, valiente. Arriesgado. Adelantado. Tanto, que no resultan muchos, si descontamos a los más acendrados izquierdistas, en insistir lo suficiente, a guisa de antídoto contra la desmemoria, en un currículo que incluye hitos como la destrucción, durante la misión «pacificadora» desplegada en la Guerra de los Seis Días (1967), de miles de casas de refugiados palestinos en esa misma Gaza de la que sus bienamados colonos se marcharon, a la fuerza, en medio de una melodramática cobertura… porque, caramba, los medios también tienen sus fibras sentimentales, ¿no?
Pero el rector supremo del Infierno sí tiene una memoria paquidérmica. Debe de evocar el papel propiciador del candidato a santo en la matanza de Sabra y Shatila (1982), donde centenares de ancianos, mujeres y niños palestinos expiraron a manos de falangistas libaneses con el silencio anuente, cuando menos, de quien se desempeñaba como ministro de Defensa de Israel, el mismo que, en el 2000, redondeó su fama de acerado general al poner los pies en la Explanada de las Mezquitas (tercer lugar sacro del Islam, después de la Meca y Medina, como recuerda el colega español Ángel Sánchez en un perfil del inefable Ariel), acción que sirvió de detonante a la segunda Intifada, o Revolución de las Piedras, y que le granjeó, en el 2001, el 62 por ciento de los votos en las elecciones.
«Quien bien te quiere…
…te hará llorar», parece el guiño de Sharon a los colonos, quienes, en opinión de algún que otro «mal pensado», no ofrecieron la resistencia esperada porque estaban en connivencia con el premier, para que, como ha sucedido, una parte del mundo árabe concluya que el retiro de Gaza constituye el primer paso del regreso israelí a las fronteras de 1967 y del Estado Palestino.
Para el politólogo Marwan Bishara, «en apariencia» el final de los 38 años de ocupación militar y civil de esta empobrecida franja de territorio es una buena noticia. «La evacuación de cientos de familias judías pondrá fin a uno de los escenarios más cínicos de la ocupación israelí. Por eso los palestinos celebran la retirada como una derrota vergonzosa del ocupante y una victoria que culmina largos años de resistencia. Su esperanza se refleja en el nuevo lema popular: Hoy Gaza, mañana Jerusalén y Cisjordania».
Pero ¡alto ahí! Si algo no puede negársele a Sharon es su condición de excelente táctico. Mientras los colonos se lamentan, observa nuestra fuente, la mayoría de los hebreos aprueban la retirada como necesaria desconexión demográfica de una zona que representa sólo el dos por ciento de la Palestina histórica en tanto acoge al 20 por ciento de los palestinos. No se precisa una plétora de neuronas para darse cuenta de que, «gracias al redespliegue estratégico -preferible a llamarlo retirada- alrededor de Gaza y al control total de los puertos y los pasos fronterizos, Israel podrá convertir a Gaza en una gran prisión».
Y es que una cosa piensan los tirios y otra los troyanos en un debate de puro bizantinismo si no reparamos en el discurso de Sharon a su país. El primer ministro pone énfasis, una y otra vez, en que Gaza representa un sacrificio, un repliegue táctico para defender mejor las colonias de Cisjordania, que, con Jerusalén, suma un territorio diez veces mayor. El famoso gerifalte no se ruboriza al proclamar que «el plan será bueno para Israel en cualquier situación futura». Enunciado que exige una interrogación: ¿Para quién será bueno también?
Para Bush y compañía, sin duda
La única forma que tiene el Tío Sam de recuperar en parte -una mínima parte- la credibilidad perdida en el orbe árabe y musulmán por obra y gracia del desastre que sufre en Iraq es presionando sobre Israel para que permita el nacimiento de un Estado palestino viable e independiente en Gaza y Cisjordania. Así lo considera, y nosotros con él, el articulista Patrick Seale, en el sitio web Al-Hayat.
Claro, eso de Cisjordania es pura finta, un cántico de sirenas para embelesar incautos, porque Bush, tan «bueno» como Sharon, sabe al dedillo que Tel Aviv «no puede» ceder la ribera occidental del Jordán si pretende -y por supuesto que lo pretende- continuar aupando los sueños del Gran Israel. Por ello, sus mayores postores, los gringos, hacen como que discrepan en eso de no desalojar más de cuatro asentamientos ilegales de la zona, y en lo del célebre Muro, la mejor confirmación de que sionismo y apartheid devienen anverso y reverso de la misma moneda.
Como los juzga el colega Julio Morejón, de Prensa Latina, los Estados Unidos persiguen la concreción de un proyecto que se asienta en una guerra victoriosa en Iraq, las presentes amenazas contra Siria e Irán, la desarticulación de las milicias de base confesionales islámicas… Todo ello, con miras a un rediseño del Oriente Medio que les permita fragilizar las defensas de la identidad árabe, y el consiguiente acrecentamiento del poder de Norteamérica, algo para lo cual deben lograr que no sólo sean Egipto, Jordania y Mauritania las «ovejas blancas» que sostienen relaciones con Israel. Se trata de que Túnez, Marruecos, Omán y Qatar amplíen los meros lazos comerciales con el Estado sionista, y que los árabes todos se vayan haciendo e incorporando a la idea de una integración regional, Tel Aviv a la cabeza, supeditada al capital mundial.
Entonces, ¿Israel no ganaría aparentando estar hastiado de masacrar y de conculcar derechos como el de la soberanía?
Un clamor de cordura
Voces cuerdas entre los palestinos llaman a la duda razonable con respecto a la «desconexión». El «no dormirse sobre los laureles» se erige en lema, ya que Gaza quedará sitiada después del repliegue. Israel mantendrá pleno control de la Franja por tierra, mar y aire. Y ahora mismo ya está sacando réditos dignos de comentario. Sí, mientras la comunidad internacional se concentra en el repliegue de la Gaza pobre y sedienta, esos magros 360 kilómetros cuadrados donde se hacinan poco más de un millón 376 mil 200 palestinos, olvida u obvia de cierta manera la expansión israelí en la ubérrima Cisjordania, la frustración palestina del retorno de los expulsados en 1948 y la reivindicación de Jerusalén oriental como la capital de un futuro Estado independiente, cada vez más cercano a la condición de utopía.
Decíamos que Sharon peca de cualquier cosa menos que de general improvisado. Una concesión táctica -lo conoce inmejorablemente- podría implicar el triunfo estratégico, aunque muchos de los colonos lo apostrofen de traidor y se afronte el riesgo de que la derecha se fragmente. La Historia sionista pronunciará la última palabra en este caso, se dirá este hombre empeñado en trazar unilateralmente la frontera con un Estado palestino inviable, integrado por pequeños guetos que comprenderían, si acaso, alrededor del 40 por ciento de Cisjordania y la Franja de Gaza. Sin embargo, la retirada podría contribuir a paliar la erosión internacional de la postura israelí y aligeraría los problemas económicos que sacuden a Israel.
Ahora, ¿en manos de quién descansa la misión de conjurar el triunfo final del sabichoso halcón? Mustafá Barghouti, secretario general de Iniciativa Nacional Palestina, responde convencido a esa pregunta. En su solvente criterio, el primero de los desafíos ante los verdaderos dueños de la tierra consiste en impedir que se cumpla la profecía tendenciosa de que los palestinos serán incapaces de administrar a Gaza de forma conveniente, tanto por la corrupción como por los desacuerdos entre facciones. El segundo, en obstaculizar todas las tentativas sionistas de convertir el proceso de «desconexión» en una reorganización de fuerzas nada más. El tercero, en frustrar los intentos de separar a Gaza de Cisjordania y Jerusalén, y congelar el proceso de paz.
Algo posible para quienes cuentan con envidiable tradición de lucha y, al parecer, están destinados a deshacer engañifas contra su libertad, su soberanía. Esos que ya han reparado en que «si Sharon es bueno; Bush tampoco». Y que, en consonancia, sabrán actuar.