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Entrevista a Àngel Duarte Montserrat sobre "El republicanismo, una pasión política" (II)

«Si alguna revolución merece tal apelativo en el XIX español ésta fue la de 1868»

Fuentes:

Magnífico escritor, comprometido activista, una de las almas de Espai Marx, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Girona, republicado de una pieza, colaborador de Ayer, mientras tanto, Historia Social, Revista de Historia das Ideias, Le Mouvement Social, Àngel Duarte Montserrat es un estudioso de la historia social de la política y de la […]

Magnífico escritor, comprometido activista, una de las almas de Espai Marx, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Girona, republicado de una pieza, colaborador de Ayer, mientras tanto, Historia Social, Revista de Historia das Ideias, Le Mouvement Social, Àngel Duarte Montserrat es un estudioso de la historia social de la política y de la cultura. Entre sus últimos libros, cabe señalar El otoño de un ideal. El republicanismo histórico español y su declive en el exilio de 1939.

Nuestra conversación se centra básicamente en El republicanismo. Una pasión política (Cátedra, Madrid, 2013).

***

Estábamos en el segundo capítulo de tu libro. ¿Qué influencia tuvo en tu opinión las luchas del pueblo francés en el surgimiento de los sentimientos populares republicanos en nuestro país?

Por activa o por pasiva, como acicate o como temor, la influencia del acontecer francés en la España de principios del siglo XIX es determinante. De la misma manera que lo será la experiencia norteamericana y, sobre todo, la vivida en lo que había sido el Imperio continental español en América. Más tarde los ciclos revolucionarios tienen sus ecos en este lado de los Pirineos.

La España del XIX es un país menos aislado de lo que se presume. Dato que, por otro lado, no es para nada particular. La dinámica revolucionaria del XIX tiene una superficie preferente en los Estado-nación y contiene, al mismo tiempo y sin que para nada sea contradictorio, una nítida dimensión continental.

¿Cuándo crees que se puede hablar de la existencia de pequeños colectivos, con incidencia real aunque minoritaria, de orientación republicana democrática?

Claramente a finales de la década de 1830.

Una preguntas más sobre este capítulo: ¿hubo en España, como en otros países europeos, un 1848? ¿Existió un republicanismo socialista español?

1848 tuvo una incidencia menor en las calles de nuestro país. Menor no quiere decir inexistente. Las noticias circulaban, las ideas y las propuestas emancipadoras traspasaban fronteras y la primavera de los pueblos está detrás de la conformación, un año más tarde, del Partido Demócrata.

En esa formación hubo individualistas y socialistas, federales y unitarios, jacobinos y otros que no… Del mismo modo que en su seno habitaban demócratas republicanos y monárquicos.

En cualquier caso, y atendiendo a la última parte de tu pregunta, creo que lo pertinente es, en primer lugar, recordar la fórmula que usa el historiador, Román Miguel, cuando habla de «república obrera» y se refiere a la emergencia y consolidación de un espacio de encuentro entre la intelectualidad crítica que aparece en tiempos de la revolución burguesa -y que es al tiempo heredera del empeño ilustrado- y los trabajadores rebeldes e insumisos. Una esfera que jugó un papel determinante en el despliegue de los combates emancipadores. Y, a renglón seguido, abundar en la idea de que en los ateneos, a través de los periódicos y en todos los ámbitos de debate político y cultural de mediados del Ochocientos, el republicanismo dio vida a una significativa reflexión sobre el socialismo como orden alternativo a lo existente. Por lo demás, fue una discusión que implicó a las primeras sociedades obreras.

Paso al tercer capítulo. ¿Qué tipo de revolución fue la revolución de 1868? ¿Qué papel jugaron los republicanos?

Si alguna revolución merece tal apelativo en el XIX español ésta fue la de 1868. Como las anteriores, aunque con singular potencia, combinó la conspiración política gestionada por elementos de las élites liberales y la asonada militar con una experiencia organizativa política (juntas revolucionarias) y armada (milicia, voluntariado) de mayor ambición y evidente protagonismo popular. Los republicanos no fueron, en esta ocasión, meros comparsas. Bien es cierto que la reconducción del proceso revolucionario les condujo a la condición de fuerza opositora, y aun rebelde, frente a la nueva situación, la de una monarquía democrática en ciernes.

¿Nos puedes regalar una valoración sucinta de Pi y Margall?

No. La hizo en todo caso Pere Gabriel, mi maestro en estas lides, cuando recordó en forma de título de artículo académico aquello de: Pi, «el mármol del pueblo». Durante más de medio siglo fue el epítome de la decencia y el empeño republicano, federal y revolucionario. Con sus limitaciones, evidentes por otro lado, una pieza clave en la articulación de la política popular.

¿Qué papel jugaron los masones en todos estos años? ¿Quiénes eran?

Ay, querido Salvador, ése es todo otro tema. Como diría otro colega, Luís P. Martín, para los tiempos posteriores, pero en una expresión valida también para 1873, fueron los «arquitectos de la república».

Hubo en la masonería de todo, como en botica. En cualquier caso, en un país dominado por el clericalismo, abrió un espacio, nada menor, de libertad.

Cuando los republicanos hablan en aquellos años de soberanía nacional, ¿de qué soberanía hablan?

De la que surge de una comunidad de ciudadanos y, sin solución de continuidad, de la que nace de una historia compartida, secular, milenaria. Es, la de los republicanos del ochocientos, una nación vieja reformulada y expresada como voluntad popular. En cualquier caso, y como te he venido insistiendo a lo largo de mis respuestas, el republicanismo era uno y vario. También en este orden de cosas. Si me preguntas qué entendían por nación te diré que hablaban de España. En federal, no obstante, la soberanía arrancaba del individuo, se materializaba en el municipio y de ahí para arriba pasando por los Estados. Nombre con el que, muy claramente desde los pactos federales de 1870 se alude a regiones, históricas o no.

¿Por qué duró tan poco la Primera República? ¿Tantos presidentes en tan poco tiempo? ¿Fue un período de transformación revolucionaria o de alteración sustantiva de las relaciones de poder?

Por unos momentos pareció que podía serlo. Se lo creyeron en Sevilla, donde anunciaron la república social. O en tantos y tantos municipios en los que se proclamaría más adelante el cantón. En cualquier caso ya en la primera de las repúblicas se puso en evidencia que el advenimiento de la misma generaba expectativas diversas y, en muchos extremos, contradictorias. La rápida sucesión de jefes del poder ejecutivo de la república reflejaba la complejidad del escenario. El último de los presidentes de la república democrática, Emilio Castelar, alejado ya de toda veleidad transformadora intentó, a la desesperada, dar con una república «de orden». En vano. Ésta ya se había asociado, en los meses previos y por parte de las diversas fracciones burguesas, con la noción de riesgo para con la unidad de la patria y el orden social.

¿Cuándo Iberia, no ya España, fue un horizonte del republicanismo español? ¿Por qué?

Lo fue desde los primeros diseños constitucionales de signo republicano en los años 1830. Diría que de forma «natural». Al fin y al cabo, ese era el relato, la república liberaría a los pueblos de Iberia y les permitiría reencontrarse, acabar con una fractura impuesta no por la geografía sino por los interese dinásticos.

¿Los cantonalistas eran republicanos o antirrepublicanos? ¿Estaban o no estaban por una República federal?

Lo eran, de republicanos, y lo estaban, por la federal. Expresaban, entre otras cosas, el recelo de la militancia popular y periférica ante la deriva acomodaticia de los elementos, incluso los más avanzados, de la minoría parlamentaria republicana.

Paso al capítulo 4, aunque ya se ve que no cumplo exactamente mi compromiso binario. ¿Cómo se restauró la Monarquía borbónica en España? ¿Con qué apoyos populares?

Mediante un pronunciamiento militar que se anticipó a una conspiración política. Lo cierto es que a la altura de diciembre de 1874 la república había perdido buena parte del apoyo popular. Ese anunciar y no concretar… La represión, no ya sobre el republicanismo sino sobre el movimiento obrero internacionalista, hizo el resto.

¿Quedaron heridas de muerte las fuerzas republicanas?

Tocadas, quedaron tocadas. Hasta 1880 no empezaron a levantar, lentamente, cabeza.

Citas, en la página 142, una curiosidad: el prólogo de Salmeron al clásico de Draper sobre los conflictos entre religión y la ciencia. ¿Qué decía en ese texto el presidente republicano?

Es un texto complejo, imposible de sintetizar en una respuesta breve. Pone en evidencia, eso sí, dos cosas relevantes. La primera, que cuando los republicanos se veían apartados de la escena política y parecían condenados al ostracismo no renunciaban, nunca, a combatir en el campo de las ideas. La segunda, que la necesidad de hacer compatible ciencia y fe, razón y creencia religiosa, en España deviene una tarea central, y no precisamente fácil, para algunos republicanos. Nicolás Salmerón, filósofo, krauso-positivista, institucionista -por miembro de la Institución Libre de Enseñanza- e idealista, es una figura clave en ese intento de diálogo. Ciertamente, Salmerón no era lo que denominaríamos un materialista. Eso sí que no.

Comentas que los anticlericales osaban irrumpir en las romerías cantando La Marsellesa y el Himno de Riego. Tomo nota para seguir el ejemplo creativamente. ¿Nos explica brevemente la historia del himno de Riego, el himno republicano por excelencia?

Se dice que era el himno que cantaba la columna que dirigía Rafael del Riego en 1820. Lo apreciable del caso son, para la historia del republicanismo, dos cosas. La primera, que éste se concibe a sí mismo como el heredero legítimo de los combatientes de primera hora contra el absolutismo y la reacción, como los genuinos continuadores de las luchas de los primeros liberales para acabar con el Antiguo Régimen. También en términos corales. La segunda que, efectivamente, en las calles y plazas se dirimía, a finales de siglo XIX y principios del XX, el control simbólico de las mismas mediante la presencia y la voz popular. En su variante democrática, rebelde y plebeya esa voz era la de los himnos republicanos.

¿Cómo se enfrentaron a la temática de la mujer los primeros republicanos? ¿Se puede hablar de un feminismo avant la lettre?

El republicanismo o los republicanismos son, todos ellos, expresiones político-culturales propias de su tiempo. Ver en los primeros republicanos -a diferencia de algunos socialistas utópicos- a feministas avant-la-lettre resulta anacrónico. No obstante, es cierto que las mujeres, de manera autónoma, pensaron el espacio republicano federal como un ámbito particularmente propicio para conquistar una presencia liberada fuera del hogar. Un ámbito en el que combatir, para empezar, la misoginia de muchos de sus correligionarios varones, cuando no la de sus propios padres, esposos e hijos. En rigor, el combate de la mujer, como el de la clase obrera, es autónomo. Son sujetos colectivos que se perfilan y encuentran en el republicanismo respuestas y expectativas -en ocasiones, a pesar de los republicanos.

¿Y las colonias? ¿Qué posiciones mantuvieron los republicanos en temas coloniales?

Tan complejas y diversas como sus variantes. La solución autonomista, a menudo propugnada, no se concreta. El patriotismo o nacionalismo español, teñido de racismo, embarga al republicanismo socialmente más moderado en las crisis coloniales que culminan en el 98. En esa coyuntura la palabra de Pi y Margall alcanza uno de sus momentos culminantes. Es la voz de los sin voz. Y de la razón democrática. Es, no obstante, una voz aislada.

Estoy en el capítulo V, en la renovación del republicanismo. ¿Quién fue ese Manuel Ciges del que hablas?

En ocasiones los nombres propios permiten ilustrar procesos políticos de carácter colectivo. Lo que quería apuntar es que a caballo entre dos siglos, el republicanismo se renueva. Reencuentra el sentido primigenio de la oposición a la monarquía, renueva el vínculo estrecho entre democracia política y agenda social radicalmente reformadora, canaliza las exigencias de participación de las nuevas hornadas de españolas y españoles que llegan a la vida pública y… lo que resulta más relevante, acaban teniendo un papel fundamental, en este caso al lado de Azaña, en el advenimiento y la gestión de la II República. El caso de Manuel Ciges Aparicio, escritor y publicista, agitador de conciencias y militante republicano, es, en ese sentido, paradigmático. Contando con él, y con tantos otros como él, resulta hasta cómico decir que en 1931 en España no había republicanos.

¿Fue importante la figura de Joaquín Costa en el republicanismo español?

Joaquín Costa tuvo una relación particularmente tortuosa con el republicanismo. Pero la tuvo. De hecho, se implicó a fondo en la Unión Republicana de 1903 y, lo que para mí resulta más interesante, dotó al movimiento republicano, con motivo de la asamblea de Zaragoza de 1906, de un programa intenso, materialista, de un detallismo y una concreción en las propuestas nada habitual en los encuentros de la democracia española. Allí donde solía desplegarse retórica Costa aportó acumulación de datos y de iniciativas específicas [Me permito remitir el lector de esta entrevista a mi artículo «Joaquín Costa, republicano», en Cristóbal Gómez Benito, Joaquín Costa y la modernización de España, Madrid, Congreso de los Diputados, 2011, pp. 251-279].

Por otro lado, para todo republicano que un hombre de la talla intelectual de Costa se sumase al movimiento de renovación de principios de siglo era sintomático de que la república estaba cerca. La fascinación de los republicanos por el científico, el sabio, el maestro era proverbial.

Aunque no sea menos cierto que también se diesen episodios de anti-intelectualismo.

Hablas de Alejandro Lerroux como de un renovador del republicanismo de principios de siglo. ¿Pero Lerroux no fue un demagogo de tomo y lomo?

Yo no puedo evitar ver en Lerroux, también, al demagogo que procura la creación de una casa del pueblo, que convierte en ciudadanos activos y orgullosos de serlo a sectores importantes de las clases populares catalanas, que impulsa cooperativas, que defiende al obrero en la tribuna de oradores… ¡Qué quieres que te diga Salvador! La impugnación de Lerroux lo es de una de las corrientes más dinámicas y corruptas, creativas y anticlericales de la izquierda catalana. ¿Corrupta? Por supuesto. La cultura del favor, sin embargo, no es privativa ni de él ni del grueso de sus seguidores.

Te pregunto ahora por Diego Martínez Barrio

De acuerdo.

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Nota: Para ver la primera parte de esta entrevista http://www.rebelion.org/noticia.php?id=170835

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.