Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Vamos a dejar algo palmariamente claro. Si es que va a proseguir la sistemática mutilación y degradación de la Franja de Gaza; si la voluntad de Israel va en sincronía con la de EEUU; si la Unión Europea, Rusia, las Naciones Unidas y todas las agencias y organizaciones legales internacionales que se extienden por todo el globo van a continuar sentadas como huecos maniquíes sin hacer nada más que repetir «llamamientos» al «alto el fuego» a «ambas partes»; si los cobardes, obsequiosos y perezosos Estados árabes van a seguir observando en estos momentos cómo sus hermanos son asesinados mientras los ojos de la amenazadora Superpotencia mundial les amenaza desde Washington para que ni se atrevan a decir algo que le pueda molestar; entonces, déjennos al menos contar la verdad sobre las razones por las que se está perpetrando ese infierno sobre la tierra.
El estado del terror desencadenado desde los cielos y sobre la tierra contra la Franja de Gaza no tiene nada que ver con Hamas. No tiene nada que ver con el «Terrorismo». No tiene nada que ver con la «seguridad» a largo plazo del Estado judío o con Hizbullah o Siria o Irán, excepto en la medida en que agrava las condiciones que han llevado a la crisis actual. No tiene nada que ver con la evocación de «guerra» alguna: un cínico y excesivamente utilizado eufemismo que no implica más que la sistemática esclavitud de cualquier nación que se atreva a proclamar sus derechos soberanos; ese atrevimiento implica afirmar que sus recursos son suyos y que no quieren ver establecerse sobre su querida tierra ninguna de las obscenas bases militares del Imperio.
Esta crisis no tiene nada que ver con la libertad, la democracia, la justicia o la paz. Nada que ver con Mahmoud Zahhar o Jalid Mash’al o Ismail Haniyeh. Ni con Hassan Nasrallah o Mahmoud Ahmedineyad. Todos esos no son más que actores circunstanciales que han conseguido un papel en la actual tempestad sólo en estos momentos mientras que durante 61 años se ha venido permitiendo el desarrollo de la catástrofe actual. El factor islamista ha servido para empañar y continuará empañando la atmósfera de la crisis; ha agrupado a los dirigentes actuales y movilizado a amplios sectores de la población mundial. Los símbolos fundamentales son hoy islámicos: las mezquitas, el Corán, las referencias al Profeta Muhammad y a la Yihad. Pero esos símbolos podrían desaparecer y el impasse continuaría.
Hubo un tiempo en que Fatah y el FPLP parecían triunfar; cuando muy pocos palestinos tenían algo que ver con las políticas y los políticos islámicos. Esas políticas no tienen nada que ver con los primitivos cohetes que se disparan sobre la frontera, ni con los túneles de contrabando y el mercado negro de armas; al igual que el Fatah de Arafat tenía poco que ver con las piedras y los suicidas-bomba. Las asociaciones son casuales; creaciones de un determinado entorno político. Son el resultado de algo completamente diferente de lo que los políticos mentirosos y sus analistas les cuentan. Se han convertido en parte del paisaje de los eventos humanos en el Oriente Medio moderno actual; pero del mismo modo podrían haber ocupado su sitio elementos fortuitos igual de letales, igual de recalcitrantes, mortíferos, destemplados o incorregibles.
Descarten los clichés y la vacua neolengua voceados a través de los serviles medios de comunicación y su patético cuerpo de voluntarios sirvientes estatales en el mundo occidental, y con lo que se van a encontrar es con el deseo puro y duro de hegemonía; de poder sobre los débiles y de dominio sobre las riquezas del mundo. Peor aún, se encontrarán con que el egoísmo, el odio y la indiferencia, el racismo y el fanatismo, el egotismo y el hedonismo que tratamos a duras penas de ocultar con nuestra jerga sofisticada, nuestras refinadas teorías y modelos académicos, ayudan actualmente a guiar nuestros deseos más abyectos y miserables. La insensibilidad con la que nos permitimos todo es endémica a nuestra propia cultura y prospera aquí como las moscas sobre un cadáver.
Descarten los símbolos y el lenguaje actuales de las víctimas de nuestro egoísmo y devastadores antojos y se encontrarán con los gritos sencillos, apasionados y sin afectación alguna de los oprimidos; de los «miserables de la tierra» suplicándoles que cesen su fría agresión contra sus niños y sus hogares; sus familias y sus pueblos; suplicándoles que les dejen en paz para poder conseguir sus peces y su pan, sus naranjas, sus olivos y su tomillo; preguntándoles primero cortésmente y después con creciente desconfianza por qué no les pueden dejar que vivan sin problemas sobre la tierra de sus ancestros; sin explotarles, libres del temor a ser expulsados; a salvo de violaciones y devastación; libres de permisos y bloqueos de carreteras y controles y cruces de frontera; de monstruosos muros de hormigón, de torres de vigilancia, de búnkeres de hormigón y alambradas de espino; de tanques y prisiones y torturas y muerte. ¿Por qué la vida es imposible sin esos infernales instrumentos y políticas?
La respuesta es: porque Israel no tiene intención alguna de permitir un estado palestino soberano y viable junto a sus fronteras. No tenía intención alguna de permitirlo en 1948 cuando se apropió del 24% más de tierra de la que legalmente, aunque injustamente, le concedía la Resolución 181 de la ONU. No tenía intención de permitirlo con las masacres y estratagemas de la década de 1950. No tenía intención alguna de permitir dos estados cuando conquistó el 22% de la tierra que quedaba de la Palestina histórica en 1967 y reinterpretó a su antojo la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU a pesar del abrumador consenso internacional que afirmaba que Israel recibiría un completo reconocimiento internacional, dentro de fronteras reconocidas y seguras, si se retiraba sólo de las tierras que había recientemente ocupado.
No tenía intención alguna de reconocer los derechos nacionales palestinos en las Naciones Unidas en 1976, cuando -sólo con EEUU- votó contra una solución de dos estados. No tenía intención de permitir un acuerdo de paz global cuando Egipto estaba dispuesto a firmarlo, pero recibió, y obedientemente aceptó, una paz separada excluyente de los derechos de los palestinos y los restantes pueblos de la región. No tenía intención alguna de trabajar por una solución justa de dos estados en 1978 ni en 1982, cuando invadió, bombardeó, atacó y arrasó Beirut para poderse anexionar Cisjordania sin problemas. No tenía intención de reconocer un estado palestino en 1987 cuando la primera Intifada se extendió por la Palestina ocupada, hasta la Diáspora y hasta los espíritus de los desposeídos del mundo, ni cuando Israel ayudó deliberadamente al recién formado movimiento Hamas a fin de que socavara la fortaleza de las facciones más laicas y nacionalistas.
Israel no tenía intención alguna de reconocer un estado palestino ni en Madrid ni en Oslo, donde la OLP fue suplantada por la temblorosa y colaboracionista Autoridad Nacional Palestina, demasiados de cuyos compinches se agarraron a las riquezas y prestigio que se les otorgó a expensas de su propio pueblo. Cuando Israel transmitió a los satélites y micrófonos del mundo sus deseos de paz y de una solución de dos estados, había duplicado ya el número de colonos judíos ilegales sobre el terreno en Cisjordania y alrededor de Jerusalén Este, anexionándoselos mientras construye y continúa levantando una superestructura de carreteras y autopistas de circunvalación por encima de las restantes y machacadas ciudades y pueblos de la tierra de Palestina. Se ha anexionado el Valle del Jordán, la frontera internacional de Jordania, expulsando a cualquier «local» que habitara en esa tierra. Habla con lengua viperina de las amputaciones múltiples de Palestina cuya cabeza pronto será separada de su cuerpo en nombre de la justicia, la paz y la seguridad.
Mediante las demoliciones de casas, los ataques contra la sociedad civil que intentaron arrojar la historia y la cultura palestina a la sima del olvido; mediante la atroz destrucción de los lugares con campos de refugiados y de los bombardeos de infraestructuras de la segunda Intifada, mediante asesinatos y ejecuciones sumarias, junto a la inconmensurable farsa del desenganche y hasta la anulación de las elecciones palestinas libres, justas y democráticas, Israel ha dado a conocer una y otra vez sus puntos de vista con el lenguaje más fuerte posible, el lenguaje del poderío militar, de las amenazas, de la intimidación, del acoso, de la difamación y la degradación.
Israel, con el incondicional y aprobador apoyo de Estados Unidos, ha dejado totalmente claro al mundo entero una y otra vez, repitiendo en todas sus acciones, una tras otra, que no aceptará un estado viable palestino junto a su frontera. ¿Qué es lo que aún nos queda por escuchar al resto de nosotros? ¿Qué puede poner fin al silencio criminal de la «comunidad internacional»? ¿Qué puede hacernos ver las mentiras y la adoctrinación del pasado ante lo que está teniendo lugar día tras día a la vista de los ojos de todo el mundo? Cuanto más horrendos son los hechos sobre el terreno, más insistentes son las palabras de paz. Escuchar y observar sin oír ni ver permite que la indiferencia, la ignorancia y la complicidad continúen y hagan más profunda nuestra vergüenza colectiva con cada nueva tumba.
La destrucción de Gaza no tiene nada que ver con Hamas. Israel no aceptará ninguna autoridad sobre los territorios palestinos que no pueda finalmente controlar. Cualquier persona, dirigente, facción o movimiento que no acceda a las demandas de Israel o que busque una soberanía genuina y la igualdad de todas las naciones en la región; cualquier gobierno o movimiento popular que exija la aplicación del derecho humanitario internacional y de la declaración universal de los derechos humanos para su propio pueblo será inaceptable para el Estado judío. Los que sueñan con un estado deben obligarse a preguntarse a sí mismos qué es lo que haría Israel con una población de cuatro millones de palestinos dentro de sus fronteras cuando comete con una pauta diaria, cuando no horaria, crímenes contra ese colectivo humano mientras vive junto a sus fronteras? ¿Qué hará que de pronto la raison d’être, el autoproclamado propósito de la razón de ser de Israel cambie si se le anexionan de forma rotunda los territorios palestinos?
La sangre del Movimiento Nacional Palestino fluye hoy por las calles de Gaza. Cada gota riega de venganza, amargura y odio no sólo Palestina sino todo Oriente Medio y gran parte del mundo. Tenemos que decidir ya si este estado de cosas puede o no continuar. Ha llegado el momento de elegir.
Jennifer Loewenstein es Directora Asociada del Programa de Estudios sobre Oriente Medio en la Universidad de Wisconsin-Madison. Puede contactarse con ella en: amadea311@earthlink
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